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Taberna de Snorri, Nueva Samos, Kirchbach

Distrito Militar de Rasalhague

Condominio Draconis

17 de mayo de 3018

—¿Creéis que vendrá?

De los cinco hombres y dos mujeres que había en el cuarto trasero de la Taberna de Snorri, el que había hablado era, sin duda, el más nervioso. Cuando atrajo la mirada de los otros con su pregunta, comenzó a juguetear con los galones de oro que decoraban los hombros de su guerrera. Sus dedos inquietos ya habían deshilachado una de las borlas, lo que incrementó el aspecto raído de la vieja chaqueta de su uniforme.

El hombre barbudo sentado a la cabecera de la mesa sabía, al igual que todos los presentes, que el hombre gordo que lucía el ilegal uniforme de la guardia del príncipe de Rasalhague no estaba autorizado a llevarlo, pero sus camaradas conspiradores le toleraban la afectación debido a los fondos que aportaba a la empresa. El hombre barbudo contuvo un suspiro. Dirigir esta extraña reunión de personalidades tan dispares era un gran engorro, y los lugares miserables en que solían reunirse no contribuían precisamente a mejorar la situación. Los tugurios no congeniaban con su dignidad o la de su causa.

—Claro que vendrá —le aseguró el líder al hombre agitado—. Este asunto toca muy de cerca sus propios intereses.

—Podría traicionarnos —advirtió una de las mujeres. El rostro mostraba una expresión sombría y calma, pero la voz reflejaba un poco de miedo.

—No lo hará —afirmó el líder, mesándose la barba entrecana en un gesto despreocupado con el fin de infundir confianza a sus compañeros—. Su posición con el Dragón ya es bastante precaria. En los últimos tiempos ha mostrado demasiado abiertamente sus ambiciones, y sus enemigos en la corte de Luthien casi están en condiciones de negarle la petición de ascenso al rango de archiduque sobre los cinco mundos que controla. Añadidle a eso el hecho de que el Coordinador no ha enviado ninguna tropa kuritana para ayudarlo a defenderse contra las recientes incursiones de la Casa Steiner, y encontraréis a un hombre que cree que no le queda ningún futuro con el Dragón.

—Quizá traicionándonos vea una manera de recuperar el favor perdido —objetó un hombre alto, que recorría el cuarto como si fuera un animal enjaulado.

Su porte indicaba que se trataba de un oficial militar, pero sus ropas desaliñadas y desgastadas eran las de un mensajero mercantil. Su pistola láser reglamentaria SACD, con la culata manchada por los años de uso, sobresalía de la funda.

—Tal traición ciertamente le haría ganar influencia en la corte, pero no la habrá. —El hombre barbudo sonrió con satisfacción—. Como he dicho, las ambiciones de nuestro amigo últimamente han sido demasiado obvias. Más para nosotros, aquí en el distrito, que para Luthien. He acumulado ciertas evidencias y me he preparado para entregárselas a determinados individuos. De este modo me he asegurado de que, si nos traiciona, caiga con nosotros. No se arriesgará a algo semejante.

—Hassid Ricol es un hombre intrépido —le advirtió el militar.

Varias personas del círculo contuvieron el aliento ante la mención del visitante que esperaban.

—Nada de nombres —siseó uno.

El militar desdeñó la cobardía de los demás.

—Jessup nos ha asegurado que el aparato de perditécnica que ha traído ocultará nuestra conversación de cualquier artefacto de escucha de las FIS.

—¡Dije que debería, no que lo haría! —gritó Jessup con vehemencia—. Nos pones en peligro a todos con tu charla abierta.

El militar se dirigió hacia Jessup, pero el hombre barbudo se interpuso en su camino y lo cogió del brazo.

—Relájese, coronel. Sólo está irritado por su violación de las normas acordadas.

Al ver avanzar al coronel, Jessup se había levantado tan precipitadamente que había volcado su silla. Ahora, desde la seguridad que le brindaba su posición detrás de otros dos conspiradores, aguijoneó al otro hombre.

—¡Y justamente irritado, bocazas caballo de guerra! Si no se puede confiar en que contengas la lengua en un lugar relativamente seguro, ¿cómo podremos hacerlo cuando te encuentres fuera de nuestra vista?

El coronel se encrespó ante el tratamiento ligero que se daba a su honor. A pesar del impedimento que suponía el apretón del hombre barbudo, la mano se cerró en torno a la culata de su pistola.

—Tú, pequeño…

—Qué círculo de amigos tan acogedor… Me recuerda a la corte de Luthien.

El grupo de enfadados intrigantes se inmovilizó en el acto, y todas las cabezas giraron hacia el hombre que había hablado desde el umbral de la puerta.

Alto y de buena complexión física, presentaba un marcado contraste con el tipo ratonil que estaba a su lado. La atlética figura del hombre se veía astutamente acentuada por un traje de buen corte, de una tela de un intenso color borgoña, con rebordes dorados en los puños, cuello y solapas. Una faja escarlata pendía de su cadera izquierda, donde una katana con una empuñadura de estilo tachi sobresalía de una funda color bermellón. Una capa corta de terciopelo, de un rojo tan profundo que parecía negra en la difusa luz del cuarto, colgaba de su hombro derecho al estilo que se llevaba en la altas cortes de toda la Esfera Interior. Escrutando con frialdad a los conspiradores allí reunidos, el duque Hassid Ricol se quitó con aire displicente los finos guantes de piel de buey.

El hombre barbudo se recuperó con rapidez. Con un gesto despidió al guía de Ricol, haciendo caso omiso de las disculpas del hombre por no haber podido anunciarles con antelación la llegada de su invitado. Se desentendió asimismo del coronel, que aún seguía furioso a su lado, y avanzó con una sonrisa en los labios.

—Es muy amable al reunirse con nosotros, su gracia.

—Todavía no lo he hecho, Jarl…

—Nos conoce, amigo mío, y nosotros lo conocemos a usted —lo cortó el hombre barbudo antes de que Ricol pudiera pronunciar su nombre. El empleo de rangos ya era bastante peligroso. Aunque confiaba en el aparato de Jessup, no era la clase de hombre que corriera riesgos—. Tenga la cortesía de no emplear nombres, salvo aquellos que usemos aquí.

Ricol inclinó la cabeza en señal de comprensión y esbozó una sonrisa fugaz. El hombre barbudo creyó ver en ella un deje de altivez, pero prefirió pasarlo por alto.

—Yo soy Diamante —anunció; entonces, procedió a presentar al resto del grupo. Cada conspirador respondía al nombre de una gema. Concluyó dándole a Ricol un nombre clave—. Y usted, amigo mío, será conocido como Rubí. Juntos formamos las joyas de la principesca corona de Rasalhague. Siéntese aquí —pidió Diamante, indicando un lugar próximo al emplazamiento de su ordenador—. Deje que le mostremos un bosquejo de nuestro plan.

Tras activar el tablero, mientras Ricol se acomodaba. Diamante introdujo un disco iridiscente en la ranura y se situó cerca del duque. El resto de los conspiradores observó con ansiedad mientras Ricol comenzaba el largo proceso de examinar los datos.

En un punto, se detuvo y alzó la vista.

—Hay ciertas zonas que parecen poco definidas.

—Formule sus preguntas a la computadora, amigo Rubí —le indicó Diamante—. Toda la información que desea se halla incluida en el banco de datos… pero sin el riesgo de que alguien la escuche.

Ricol se volvió de nuevo hacia la pantalla sin molestarse en ocultar su irritación. Diamante ordenó unas bebidas para mantener ocupados a los otros mientras aguardaban que el duque terminara. Finalmente, Ricol se echó hacia atrás y se masajeó el cuello rígido y tenso.

—¿Se unirá a nosotros? —soltó con brusquedad el hombre enfundado en el uniforme militar ilegal.

Ricol lo miró, y el hombre parpadeó, titubeante.

—Lo pensaré.

—Eso no es ningún compromiso —observó Diamante.

—Aún no habéis tenido éxito —replicó Ricol.

—Los hombres neutrales resultan peligrosos —comentó el coronel, con una velada amenaza en la voz—. Los hombres peligrosos sufren accidentes.

—Los que reaccionan cuando no existe amenaza alguna son aprensivos. Los hombres aprensivos también sufren accidentes —respondió Ricol con tono indiferente y, mirando al coronel, añadió—: Manténte alejado de mi camino y yo me mantendré alejado del tuyo. Cáusale alguna dificultad a mi vida, y yo acabaré con la tuya.

El coronel se puso rígido. Los ojos se tornaron dos rendijas al escuchar la amenaza, pero guardó silencio. El hombre barbudo confió en que éste fuera la expresión de una incipiente cautela en la obcecada actitud del coronel. Volvió a prestarle atención a Ricol cuando éste se dirigió a todo el grupo:

—Vuestros planes no chocan con los míos. De momento, sugiero que cada uno persiga sus propios intereses. Quizá seamos capaces de ayudarnos cuando, en el futuro, así lo requieran las circunstancias. Cuando tales acciones sean para nuestro mutuo beneficio.

—Estoy seguro de que hallaremos muchas circunstancias mutuamente beneficiosas más adelante —le aseguró Diamante.

Ricol sonrió mientras se ponía de pie.

—Vuestro plan es sumamente interesante. Podremos hablar de nuevo cuando hayáis dado los próximos pasos.

Diamante admiró la compostura del duque cuando éste le dio la espalda a los conspiradores y se marchó sin pronunciar otra palabra. Tan pronto como cruzó el umbral, su anterior guía asomó la cabeza por el vano de la puerta. Diamante le hizo un gesto de asentimiento, dándole a entender que debía seguir a Ricol tal como se había planeado.

Con susurros apagados, el grupo evaluó el resultado del encuentro. Diamante observó al silencioso coronel, y analizó las agitadas emociones que el militar, de forma tan indiscreta, permitía que se reflejaran en su rostro. No le sorprendió cuando éste interrumpió la conversación con un fuerte golpe sobre la superficie de la mesa.

—Matémoslo —dijo escuetamente el coronel, clavando sus ojos marrones en los azules y fríos de Diamante.

—No —contestó el líder. La voz tenía la convicción y la autoridad de un hombre que había pasado años como gobernador planetario.

El coronel no se apaciguó; ya se había enfrentado con anterioridad a gobernadores planetarios.

—Nos traicionará.

—Repito que no. Lo hemos convencido. Vendrá a nosotros cuando sea el momento adecuado.

Diamante vio con claridad que el coronel no había quedado convencido, pero el encogimiento de hombros de éste indicó que estaba dispuesto a esperar. Los otros se sintieron aliviados cuando el hombre dejó el cuarto expresando su confianza en la evaluación de la situación que había hecho su líder. Entonces, también ellos se marcharon.

El hombre barbudo se relajó. Con Ricol, había asegurado al último de sus partidarios preliminares. Sólo quedaba una pieza final por encajar; entonces, podría ordenar el inicio de la acción.

Su objetivo estaba a la vista. Mientras que los otros soñaban con libertad y soberanía nacional, él iba más allá. Sabía que jamás entenderían su visión, pero eso carecía de importancia. Únicamente tenían que desempeñar sus papeles y, de forma inconsciente, lo conducirían hacia el gobierno. Anhelaba el poder que ostentaría. Haría tantas cosas buenas, enmendaría tantos errores… Su nombre sería recordado para siempre.