15
Palacio de la Unidad, Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht
Condominio Draconis
22 de diciembre de 3024
Constance Kurita tiró de su ceremonioso obi hasta que consiguió la línea suave adecuada para su kimono. Miró por encima del hombro a uno de los grandes espejos dispersos alrededor de la sala con el fin de comprobar si el amplio y elaborado moño se había alterado con sus movimientos. Al hacerlo, vio que el adorno se había enganchado en una de las hileras de perlas que se enroscaban alrededor de su peluca. Echó el brazo hacia atrás para soltarlo y de nuevo se arrugó el obi. Con un suspiro, volvió a alisarlo.
«Seguro que la tía abuela Florimel jamás tiene tantos problemas con el vestido tradicional —pensó—. Siempre tiene perfecto control de sí misma y de su entorno. Que los benditos Budas algún día me concedan ese aplomo. No deseo desilusionarla».
Habían transcurrido dos meses desde que Florimel había resignado su puesto como guardiana de la Casa del Honor y nombrado a Constance para ese cargo. Dos largos y complicados meses en los que tuvo que aprender mucho de los deberes que le había traspasado como guardiana. Incluso los seis años como su ayudante no la habían preparado por completo para las demandas y las presiones. Gracias a los Budas, Florimel aún seguía allí cuando necesitaba consejos. La anciana dama era una roca, un escudo. A veces sospechaba que también era una espada, que la ayudaba en secreto por detrás del escenario.
En la oscuridad que precedía al amanecer, Constance pensó en esa ayuda y dudó de su propia capacidad. Sin embargo, Florimel le había transferido el puesto a ella, considerándola una sucesora adecuada y capaz. A pesar de la gran fe que mantenía en el juicio de su tía abuela y del aliento que ésta le brindaba, se sentía inadecuada para el trabajo.
Ni siquiera los recientes éxitos obtenidos al negociar con el Coordinador habían aumentado su propia confianza. Este le había dado el permiso para las nuevas academias y aprobado el plan de comercio de marfil, mientras que ella no había hecho ninguna concesión. Los dos temas significaban una ganancia sustancial en poder y prestigio para la Orden de las Cinco Columnas, especialmente en ciertas prefecturas claves en los mundos capitales y en los planetas de las rutas de comercio. Parecía una victoria demasiado fácil. Sospechaba que Takashi la estaba halagando, dándole a la niña sus juguetes inofensivos.
Por lo menos, su éxito había aquietado un poco al shudocho Oda, quien se había visto obligado a reducir la presión que ejercía para removerla de su puesto por ineficacia. Con el paso de los años, había bajado la guardia en presencia de Constance. Ahora ella sabía que era un hombre ambicioso, alguien que se sentía incómodo a la sombra de una mujer. Quería el control completo y absoluto de la OCC y no hacía nada para ocultarle esa sed de poder. No parecía considerarla un factor importante en el futuro de la Orden.
Se preguntó si Takashi estaba al corriente de la opinión de Oda, si la hacía quedar bien para dividir la dirección de la Orden, enemistándolos como hacía con los Señores de la Guerra que eran los gobernadores de facto de los cinco distritos principales del Condominio. Sin duda vendría el día en que le pediría algo a cambio. Entonces, le recordaría que la había ayudado a consolidar su posición, que estaba en deuda con él.
¿Había llegado el momento?
La invitación para tomar el té arribó esa mañana, educada pero inexcusable. Como aquellas recibidas de sus maestros en la Orden, el mensaje no especificaba una hora. A diferencia de las anteriores llamadas, sabía que disponía de un poco de tiempo para arreglarse. Las doncellas fueron rápidas y exhaustivas; sus expertas atenciones la habían preparado en una hora, a pesar de las complicadas ropas ceremoniales y del estilo del peinado.
Ahora Constance se hallaba de pie, esperando, sin querer sentarse o arrodillarse para no arrugar el kimono. Se acercó a la ventana y, apoyando las manos en la barandilla de madera de teca desgastada por el tiempo, contempló las nubes de nieve que se arracimaban sobre las cimas de las montañas del norte. «El invierno llega pronto este año», pensó. Bajando la vista, observó las murallas del palacio y el patio cerrado que había dos plantas más abajo. Por las sombras que proyectaban las rocas sobre la grava apisonada, calculó que llevaba esperando dos horas. Takashi le demostraba la estimación de su importancia.
Finalmente, entró un sirviente que la condujo a un cuarto pequeño y con paneles de madera, donde se hallaba el Coordinador. El rico aroma de las hierbas del té casi ocultaba la dulce fragancia de las flores en la maceta tradicional de la estancia, un sutil y adecuado incremento de la serenidad de la cámara. La recepción de Takashi fue cordial, pero reservó sus palabras para el diálogo convencional de la ceremonia del té. Constance replicó de la misma manera, intentando sumergirse en el estado de paz casi hipnótico propiciado por el ritual de tranquilidad. Sin embargo, estaba demasiado nerviosa como para mostrar algo más que un sosiego exterior.
Después de decir que la infusión estaba bien y de que él se lo agradeciera con humildad, reinó el silencio. Sabiendo que sus ojos estaban clavados en ella, mantuvo la cabeza baja. Por fin, la voz resonante de Takashi rompió la calma.
—Algo te inquieta, Constance. Tu mente no se hallaba presente en la ceremonia. ¿Qué es?
—Nada, Tono —mintió, con la esperanza de que él la creyera.
Takashi emitió un suspiro suave.
—Puedes ser sincera. Somos primos, además de los jefes de nuestro clan. Pensé que serías más abierta conmigo.
Su cabeza funcionó a toda velocidad. ¿Qué podía contarle? No debía mostrarle sus preocupaciones acerca de la Orden. Necesitaba un tema seguro, algo que él creyera que la preocupaba, pero que no tuviera nada que ver con su puesto.
—The… —comenzó.
—Theodore —finalizó por ella—. Tú y él estabais unidos de jóvenes, ¿verdad?
—Sí —respondió con repentino alivio.
Estaba claro que lo que a él le preocupaba era su hijo y heredero; de lo contrario, no habría sacado el nombre ante su titubeo[3]. Ciertamente, si discutían sobre él se apartaría de la OCC. «¡Shimatta!¿Y si sabe cómo lo ayudamos? —pensó con creciente temor—. Es obvio que tampoco éste es un tema seguro».
—Lo he visto poco desde Rasalhague —prosiguió ella.
—Sí —acordó pensativo Takashi—. No ha parado de moverse desde el complot de la boda.
Por la inflexión que le había dado a la palabra «boda» supo que había comenzado por la dirección equivocada. Constance decidió cambiar el centro de la conversación.
—Theodore ahora sirve en la plana mayor del Señor de la Guerra Cherenkoff, ¿no es cierto?
—Ése es su destino, pero se encuentra aquí en Luthien.
No era nada nuevo para ella, pero consideró oportuno no revelar su conocimiento.
—¡Qué maravilloso! Lo habéis mantenido alejado durante demasiado tiempo.
—No fui yo quien lo llamó —repuso él. Con tono sombrío.
«Se acabó el tema inofensivo», pensó Constance. Parecía no existir ninguna parte segura en lo referente a Theodore.
—¿Ha surgido algún otro problema con el Señor de la Guerra? —aventuró.
—Probablemente, pero ésa no es la cuestión.
—Quizá ya sea hora de darle un nuevo destino —sugirió Constance.
Takashi no contestó nada, y ella dejó que su mente recorriera a toda velocidad los últimos años.
El matrimonio de Theodore con Tomoe las había sorprendido a ella y a su tía abuela cuando una temerosa —pero no arrepentida— Tomoe se lo informó antes de marcharse de Rasalhague después de la conspiración abortada. Florimel se mostró menos enfadada de lo que ella había esperado y, finalmente, había decidido apoyar el plan de Theodore de mantener la boda en secreto. Esto resultó bastante fácil; modificar los planes de Takashi para arreglar otros matrimonios fue más arduo. Pero la OCC lo había conseguido. Sabía que las FIS habían intervenido en más de una ocasión para conseguir que se zafara de algún arreglo. ¿Qué conexión podía tener Theodore con el director Indrahar para que el espía maestro apoyara al hijo antes que al padre, su amigo de la infancia?
Constance lo había visto poco durante los últimos años, pero conocía su hoja de servicios muy bien. Después de descubrirse el complot de la boda, su destino con los Regulares de Rasalhague había sido cancelado, y fue enviado al distrito de Benjamín. En los doce meses que siguieron, pasó por tres regimientos de los Regulares de Benjamín, incluido el Tercero, al mando del Señor de la Guerra Yoriyoshi. Acabó el año con un período breve en el Segundo Regimiento de Espada de Luz, una de las unidades militares de élite del Condominio. Tomoe y el resto de su lanza de mando lo habían acompañado en todos aquellos viajes.
Recordó una nota que le había enviado a finales de 3020. En ella le informaba que su progenitor se había enfurecido ante su última negativa de casarse. El padre de la mujer se había sentido insultado por su actitud y había cancelado el arreglo. Como reacción, Takashi ordenó que la lanza de Theodore dejara la Espada de Luz. Este mostró una actitud filosófica. Aunque había estado satisfecho de disponer de la oportunidad de trabajar con esa unidad de élite, todos sus destinos habían sido parecidos desde el de Rasalhague: ninguno se encontraba cerca del frente, donde podría ganar la gloria.
El siguiente fue con la Legión Arkab, en apariencia un castigo que le haría anhelar las costumbres japonesas que imperaban en la mayor parte del Condominio. Los legionarios Arkab eran soldados nativos de las fortalezas de cultura islámica existentes en el Condominio, y llevaban una vida ajena a las normas kuritanas. Sin embargo, las cartas de Theodore lo mostraban más intrigado que repelido por las diferencias con aquellos guerreros. Su única queja era la actitud que mantenían hacia Tomoe.
El remolino de rotaciones continuó. Theodore había servido con siete regimientos de los Regulares de Dieron, y en ninguno se quedó más de cuatro meses. En las misivas seguía lamentándose de la falta de oportunidades para probarse a sí mismo como guerrero, y, finalmente, Takashi había respondido a sus continuas peticiones de un destino en el frente, trasladando a su hijo a la plana mayor del Señor de la Guerra Yoriyoshi. Había deseado con fervor ver acción en la frontera de Davion, pero allí reinaba una relativa quietud. Y, cuando las cosas se ponían al rojo, su sino parecía conducirlo siempre a otra parte.
El puesto fácil llegó en un momento afortunado. Por medio de una solicitud de un inexistente lord Sakade consiguió arreglar la ausencia de Tomoe sin despertar sospechas. Pasó una época en la seguridad de Benjamín y, con el tiempo, le dio a Theodore un hijo.
Cuando Theodore llevaba nueve meses al mando de Yoriyoshi, su padre le presentó otra posible candidata al matrimonio. Constance sabía mejor que el Coordinador cómo la muchacha en cuestión se vio involucrada en circunstancias comprometedoras que obligaron a Takashi a repudiar el arreglo. Tal vez debido a la frustración, Theodore fue trasladado de nuevo. En esta ocasión, Takashi envió a su heredero a servir en la plana mayor del gordo y desagradable Señor de la Guerra Vasily Cherenkoff, general de los ejércitos. Con el traslado, Theodore había recibido un ascenso a Chu sa. «Por las apariencias —afirmó Theodore en una carta—. En realidad, lo ha hecho para castigarme. El Señor de la Guerra es arrogante y completamente estúpido. Su única iniciativa es la de reclamar la autoría de cualquier idea que le presenta su plana mayor». Theodore y el Señor de la Guerra discutían constantemente, y Cherenkoff jamás enviaba un informe bueno suyo.
Sin embargo, Theodore había servido en el puesto del cuartel general durante más tiempo que en cualquier otra parte desde que se había licenciado de la Escuela de la Sabiduría del Dragón. «Quizás esté creciendo —pensó Constance—. Tal vez el hijo que Tomoe le dio lo ha convertido en un hombre».
Alzó la vista a Takashi. Mostraba un rostro amargo, con los ojos bajos. A lo mejor también él había estado reflexionando sobre la carrera de su hijo, ya que no parecía haber notado el silencio de ella. Se preguntó qué le parecería su sugerencia de un nuevo traslado para Theodore.
—En su juventud siempre fue inquieto. Un cambio de escenario podría ayudarlo a responder mejor a vuestros deseos.
—Hasta ahora no ha sucedido… —comenzó Takashi.
Estaba claro que tenía más que decir, pero se detuvo de repente, con la cabeza ladeada y a la escucha. En un momento también ella oyó los pasos que se acercaban.