Descansa, Vieja Kush

Los husihuilkes vivieron en el sur de la tierra. Vivieron cuando era un bosque generoso. Y vivieron también cuando era llanto.

Los guerreros de piel oscura sostuvieron la guerra contra el Odio Eterno. Sin ellos habría acabado el tiempo de las Tierras Fértiles.

En su casa de madera, Kuy-Kuyén y sus hijos se aprontaban para asistir a la fiesta de despedir al sol. Muesca-Cinco estiraba los brazos hacia su madre.

El cuerpo del pequeño hijo de Cucub nunca logró fortalecerse. Pero sí lo hizo su garganta.

Muesca-Cinco recorrió los caminos sostenido en la espalda de sus hermanos. Contó mejor que nadie historias de alegrías y tristezas. Cantó sin cansarse. Su voz aflautada se podía escuchar desde lejos:

—Escucha, allí va Muesca-Cinco —y la canción se hacía inolvidable.

Una nueva temporada de lluvias regresaba.

Desde todas las aldeas, bajo el cielo gris y contra el viento, los husihuilkes caminaban hacia el Valle de los Antepasados.

Llevaban pan de maíz y frutas en sus morrales. Aquella vez no eran piedras…

Los husihuilkes compartieron el alimento. Las mujeres danzaron con música de flautas.

Nadie sabía si la enorme cabra de pelaje enmarañado que los miraba a la distancia era Kupuka. Tampoco nadie se atrevió a preguntarlo.

En cambio, se atrevieron a pedirle a Thungür que saludara a Vieja Kush por ellos.

Después de que los últimos sideresios abandonaron las Tierras Fértiles, Thungür y sus hombres cabalgaron hasta el País del Sol donde asistieron a la coronación de un príncipe con dos sangres. Desviaron el camino hacia la Comarca Aislada. Y finalmente se detuvieron con los Pastores.

Fue un largo regreso durante el cual el ejército del Venado recibió noticias que llegaban por el Yentru…

—Sabemos que ahora las Tierras Antiguas se levantan contra el Orden de Misáianes con fortaleza y bravura. ¿Sabría esto Zabralkán, el Supremo Astrónomo de la Comarca Aislada, cuando envió de regreso a la Estirpe de los bóreos? Las mujeres-peces hablan de dos guerreros dorados. Tal vez, sea posible soñar…

Los husihuilkes se esforzaban en imaginar el mundo del otro lado del mar.

—Nos falta Cucub, el hermano que sabe decir —continuó Thungür—. Intentaré, por eso, hablar frente a Vieja Kush como husihuilke y como zitzahay.

En una hamaca tendida entre dos árboles, en plena selva de la Comarca Aislada, Cucub hacía sus cálculos. Incapaz de moverse por sí mismo, repasaba soles, estaciones y cosechas.

—Hoy o quizás mañana… —se decía—. Hoy o mañana los husihuilkes estarán reunidos en el Valle de los Antepasados.

¿Quién será el designado para hablar junto a la sepultura de Vieja Kush?

—Cada uno de nosotros sabe que todo ha cambiado para siempre —decía Thungür—. Pero es ése el destino de lo que vive…

El Ahijador volaba sobre el valle.

Tres Rostros, el Padrecito del Paso y Welenkín escuchaban sentados en una roca alta. Tres Rostros ocultaba su mueca, el Padrecito, sus manos.

—Aquí nos tienes, amada Vieja Kush —murmuró Cucub en su hamaca.

—Ya no somos los mismos —dijo Thungür—. Pero, escucha, estamos respirando. Y el pan crece junto al fuego…

—Anciana, ya puedes descansar —Cucub hablaba imaginando el valle que ahora amaba más que a la misma selva.

—Ya puedes descansar —siguió Thungür—. Duerme ahora. Y ni siquiera te canses en soñar, que nosotros soñaremos por ti.

Lentamente, los husihuilkes emprendieron el regreso a sus aldeas. También se fueron los Brujos de la Tierra, los pájaros y las almas. Recién entonces la cabra descendió al valle y se tendió junto a la sepultura de su antigua hermana.

La lluvia se descargó sobre Los Confines. Y una vez más, Kuy-Kuyén la oyó antes que nadie.

En su hamaca, Cucub lloraba dormido.