Los ancianos del consejo husihuilke y los Brujos de la Tierra estaban reunidos en la Puerta de la Lechuza.
Cerca de ellos, y recostada contra un árbol, Nanahuatli se debilitaba.
—¿Qué le ocurre? —preguntó un anciano.
—Hace varias jornadas que está postrada allí —respondió el Brujo Halcón—. Ni semillas ha querido comer…
—¿Sucede esto desde que conocimos la muerte de Wilkilén? —intervino Tres Rostros.
—Así es, desde entonces.
Sin embargo, los husihuilkes y sus Brujos tenían otras urgencias. Un anciano descargó su morral frente a todos: el jirón de una capa, una rebanada de mineral. Cáscaras, cortezas, pellejos; todo con un mismo mensaje escrito con caracteres zitzahay.
Aunque los que estaban reunidos allí conocían cada detalle, los hechos fueron repetidos con detenimiento. Y todos volvieron a enterarse de lo que sabían; porque el tamaño de los acontecimientos así lo requería.
Las palabras que intercambiaban los Brujos y los ancianos llegaban lentas y pastosas a oídos de Nanahuatli. La princesa pasaba del sueño a la vigilia sin mover un músculo. Abría y cerraba los ojos; ésa era toda la diferencia.
—Kutral halló al grupo de náufragos que se acerca por la costa. Y siguiendo su rastro fue encontrando esto que aquí vemos —el anciano señaló lo que había salido desordenadamente de su morral—. Aquí y aquí y aquí… En la corteza y en la piedra está escrita la canción de Cucub.
Todos en Los Confines conocían la canción del zitzahay. Y más aún conocían la lealtad de Cucub.
—A nadie que no fuese un hermano Cucub le habría entregado estas palabras. Las mujeres-peces nos advirtieron de ellos: son los soldados del sol que lograron sobrevivir al naufragio. Claro que se trata de un puñado de hombres cansados…
Pero, ¿podemos desdeñar la fuerza de una brizna? Ni eso, ni tampoco abandonar a los que vinieron en nuestra ayuda. Les enviaremos un mensaje para acordar con ellos el tiempo y el lugar del encuentro. Kutral los guiará con bien.
La conversación avanzó por los caminos de la guerra que se avecinaba. Y nadie, ni siquiera los Brujos, advirtieron que Welenkín se había marchado.
—También nosotros —dijeron los ancianos. Y se alejaron por distintos senderos.
Tres Rostros se dirigió al Brujo Halcón:
—Dices que Nanahuatli dejó de comer cuando…
—Cuando supimos que Wilkilén estaba muerta —el Brujo Halcón escondía el dolor.
—¿Duerme ahora? —pregunto Tres Rostros, señalando a Nanahuatli.
—Siempre está dormida y siempre está despierta.
—Permíteme hablar con ella.
—Será inútil.
Tres Rostros eligió la mueca de incertidumbre.
—Ninguna cosa he podido nombrar de esa manera: ni bueno ni malo, ni enorme ni insignificante. Nada que yo pueda llamar inútil me ha tocado ver en esta tierra.