Decían los ancianos husihuilkes que los niños crecían durante los días calurosos, y en las noches de fiebre o pesadillas.
Pero que más crecían en épocas de guerra.
Para los hombres de Los Confines la infancia duraba apenas unas pocas temporadas de lluvia. Luego llegaba el momento de transformarse en guerreros de bravura y honra. Porque, decían los husihuilkes, no había la una sin la otra.
La guerra contra el Odio Eterno, distinta a todas, fue un horizonte detrás del cual estaría el tiempo o el cadáver del tiempo; el mar o una eternidad de agua vieja; la tierra o un abismo en cuyo fondo yacería el cadáver del tiempo, el agua vieja y un nuevo abismo.
Por pelear esa guerra, los husihuilkes habían partido hacia el norte y avanzado hacia el norte sin imaginar que, a sus espaldas, el sur amado iba a llenarse de dolor. Cuando lo supieron se aferraron nuevamente a la ley que los sostenía, y decidieron continuar su destino.
Decían los ancianos que la vida y la libertad compartían el mismo cuenco; y que era imposible derramar una sin la otra.
Los niños de las aldeas que habían traspuesto ya las diez temporadas de lluvia fueron convocados para la defensa.
Y Kutral, como todos los otros, recibió su parte. Rodeado por algunos miembros del consejo de ancianos, escuchó atentamente cada palabra:
—Kutral, hijo de Cucub, te nombramos mensajero de esta guerra porque eres el mejor dotado para llevar la carga. Tienes la agilidad de los guerreros jóvenes. Tienes adiestrada tu resistencia para correr largas distancias y para permanecer oculto, agazapado, o tendido sobre el vientre el tiempo necesario. Y tienes también, como herencia de padre, las dotes del buen decir. Es eso lo que te distingue. Hasta hoy hemos permanecido ocultos, permitiendo a los sideresios avanzar sobre el territorio. Las fuerzas de Misáianes suben y se adentran. Llegan a cada aldea vacía, la arrasan y continúan. Conocemos que dos columnas se mueven en direcciones distintas. Una de ellas abandonó el Lago de las Mariposas y marcha en dirección a las montañas. La otra, que se detuvo primero en Paso de los Remolinos, avanza por la costa del Lalafke. Eres hijo de un gran mensajero, destinado a serlo tú mismo. Nunca, hasta ustedes, el pueblo husihuilke había tenido artistas.
Los tenemos ahora y los estimamos como a una clase especial de guerreros. Cucub nos enseñó que los artistas ven grietas en la piedra y puertas en el aire. Irás y vendrás sin cesar por la tierra.
El anciano hizo silencio, antes de encomendar la primera tarea:
—Hay motivos para creer que algunos náufragos recorren nuestras costas, dejando a su paso jirones de una canción. Si acaso los encuentras, Kutral, corre de regreso con la noticia.