¿Cómo se cuenta el estallido de un sueño? ¿Con qué palabras se recuerda el dolor de la tierra cuando le arrancaron de cuajo una inimaginable prolongación de su hermosura?
Las palabras no lo pueden todo. Y si las lenguas intentaron relatar el derrumbe de la Casa de las Estrellas sólo consiguieron ponerle sonidos, colores y grandeza a lo imperdonable.
Largas horas después de la partida de los sideresios, las ruinas continuaban ardiendo. El humo y el calor todavía resultaban intolerables para la vida. Y no fue sino hasta el final del día que los Kúkul pudieron acercarse.
—Es triste sepultura para Bor —dijo Cucub a los que estaban cerca—. Demasiado espacio para un anciano y una muerte…
De a poco, los Kúkul fueron ganando confianza y se desparramaron por los alrededores de la Casa de las Estrellas observando cada cosa para confirmar que no quedaba nada.
Luego Cucub los convocó a su lado:
—Tampoco nosotros vamos a quedarnos. Ya no hay nada por hacer aquí. La guerra camina de prisa y daña más de prisa.
Iremos tras ella, hermanos. Nos uniremos a las fuerzas de Thungür.
Por su natural propensión a los misterios, Cucub pensaba la guerra con argumentos y tensiones.
—Las aldeas de la selva permanecerán ocultas y calladas, en ellas dormirán los que no pueden empuñar armas. Los Kúkul nos iremos de aquí por caminos mentidos que nos conducirán sin riesgo a las Colinas del Límite. Y llegaremos a la guerra antes de lo que Thungür supone —a Cucub le faltaba cuento, y lo encontró—. Pero hay algo más…
Para explicarse, señaló el fuego que cubría las ruinas.
—Recordemos que nuestro amado Zabralkán y gran parte del pueblo que somos partieron hacia el Tiempo Mágico a través de una hoguera sagrada. Cuando sea dispuesto, y los calendarios se unan en sus inicios, ellos regresarán trayendo consigo el carozo del renacer. Nosotros preservaremos hasta entonces parte de este fuego, el más sagrado de todos, como señal y camino de retorno… ¡Aquí estamos!, les dirá este fuego. ¡Aquí los esperamos!
Los Kúkul comprendieron y pensaron igual.
Una zona de la enorme hoguera fue rodeada por una pared de rocas, baja y circular. Y luego resguardada del viento y la lluvia con un techo de palmas.
Cincuenta y dos, ciento cuatro, ciento cincuenta y seis años del sol… Todo el tiempo que fuera necesario alimentarían los zitzahay la pira del regreso.
Así se fue del mundo la Casa de las Estrellas de Beleram, la que fue bella bajo el sol y la luna.
Pero quedó una hoguera esperando ser camino; porque lo imperdonable deja huellas.