Ni arriba ni abajo

La luna de aquel cielo era enorme. La nitidez de su perfil y su color intenso hacían que pareciera un orificio a través del cual pasaría una bandada de aves peregrinas de ida y de vuelta entre dos mundos.

La luna se reflejaba en cada río de la selva; de modo que estaba arriba y estaba abajo. Aquella puerta, parecida a la luna, no estaba arriba ni estaba abajo.

Cucub sintió una gran debilidad en su cuerpo. Sus músculos perdieron vigor y su piel se puso fría.

—Van a tomar prestada mi voz —alcanzó a decir, antes de quedarse estático.

A su lado, los Kúkul se sentaron en silencio. El rostro ausente de Cucub los asustaba. Pero cuando oyeron las primeras palabras se tranquilizaron porque reconocieron, en su voz, la voz amada de Zabralkán:

—Hermano Bor, desde aquí te estamos viendo. Los Búhos te están viendo y también tu pueblo.

Bor miraba la luna.

En la voz de Cucub la voz del Tiempo Mágico cobró sustancia audible, que el Supremo Astrónomo pudo entender claramente.

¿Se escucha o se siente el batir del propio corazón? El batir del propio corazón se entiende; como Bor entendió cada una de esas palabras.

—Somos los que un día traspusimos la Puerta. Y aquí transformados en Símbolos, preservamos la índole que nos dio sentido sobre la tierra. Mucho se ha perdido en esta guerra, mucho se perderá todavía. Ahora mismo arderá para siempre la Casa de las Estrellas, llena de sabiduría y belleza, para reconstruirnos vamos a necesitar del carozo que permanece en el Tiempo Mágico a resguardo de la destrucción del Odio Eterno. Bor, hermano mío, enviamos un pájaro sagrado para que nos traiga lo mejor de tu alma. ¡Lo enviamos en busca de lo que tú aprendiste y nos enseñaste!

El centro de la luna dorada cambió de color y de consistencia.

En el centro dorado de la luna un pájaro majestuoso comenzó a tomar forma. Agitó sus alas de luz y descendió en vuelo hacia el observatorio.

Cucub habló con la misma pausa que Zabralkán solía hacer cuando advertía sobre algo importante:

—El hombre no se contentó con el barro y lo transformó en vasija. ¡Que nunca se conforme con su alma! ¡Que siempre sea alfarero!

El ave sagrada de alas verdeazules estaba cerca, porque había recorrido la distancia del entendimiento que, a veces, es breve como un instante.

—De cada uno tomaremos algo a la hora de refundar nuestro pueblo —Zabralkán hablaba para Bor—. Por ti recobraremos al primer alfarero: aquél que entendió el barro y lo amó. Tanto lo amó que aprendió a transformarlo.

El Kúkul ya casi cubría por completo el cielo que Bor podía ver desde el mirador.

—¡Sopla tu alma! El Kúkul la traerá hasta nosotros. Por el fuego nos fuimos, volveremos por el fuego, y en el carozo estarás tú.

En desorden, los sideresios, sus animales y sus armas abandonaban el lugar que pronto sería un viento de fragmentos ardientes.

El Kúkul se alejaba también. Volaba de regreso al Tiempo Mágico con un legado luminoso. Cuando el ave sagrada traspuso la Puerta, Cucub volvió a ser Cucub. Y la luna volvió a ser luna.

Bor envió sus ojos a la selva. La tristeza permaneció junto al Supremo Astrónomo para hacerse astillas a su lado.