El pan de Acila

La joven esposa de Molitzmós intentó acariciar el rostro barbudo de Flauro. El capitán sideresio la apartó con brusquedad… Le fastidiaba que esa mujer lo tocara cuando ya no era necesario. La paloma, que no lo había hecho por ternura sino por curiosidad, no comprendió la ofensa y siguió hablando:

—Me avisarán la próxima vez que la sierva de Lengua Demorada busque un pan para su ama. Las otras esposas del príncipe me ayudarán, creyendo que se trata de un juego. Nada importante les he dicho, tal como me lo ordenaste.

Por fin la mujer llegaba con una noticia digna de ser atendida. Flauro creyó que era posible que ese pan, lleno de coincidencias, escondiera algo.

Aunque quizás se tratara de un simple capricho de Lengua Demorada.

—La coincidencia de un pan no es demasiado —murmuró el capitán—. Pero es lo único…

«Y el error no me concierne», pensó.

Sin nada mejor, Flauro decidió perseguir aquella extraña circunstancia. Y trazó un plan que las palomas llevarían a cabo.

Si el resultado era malo, todo quedaría como un exceso de las esposas jóvenes.

—Ya sabes —le dijo a la mujer que lo escuchaba atenta—, ninguna de tus hermanas debe conocer nuestras verdaderas razones.

Déjalas creer que es otro juego para dañar a Lengua Demorada. Algo más… Ve que no lastimen a su sierva más de lo necesario. Eso enfurecerá a Acila. Y si el pan no esconde secretos, tendrá motivos para exigir nuevas ventajas.

Luego, y para evitar otra caricia, el capitán se levantó con brusquedad y se alejó.