Flauro sabía que espiar no significa ocultarse tras una puerta entreabierta. Espiar es un modo de ver…
No es porque sí que quienes espían afilan los ojos. Tiene un sentido, puesto que espiar significa ver líneas.
Flauro sabía que espiar no es atrapar sino desenvolver, seguir los pasos con perseverancia y terquedad.
Por eso instó a la joven esposa del príncipe a visitar el pabellón donde se teñían telas, las salas donde se cosían los vestidos reales. Le indicó que frecuentara los talleres de cincelado y las cocinas.
—Con paciencia —aconsejó el capitán—. Porque deberás escuchar cientos de palabras inútiles a fin de hallar una sola que, tal vez, tenga alguna sustancia para nosotros.
La joven desempeñó con propio anhelo la tarea; y ya no hizo otra cosa más que estar espiando, afilando los ojos, desenvolviendo…
Desde su conversación con Flauro, la joven frecuentó las salas donde hervían enormes recipientes llenos de colores encarnados, de añiles y púrpuras. Allí encontró a una mujer cansada de trabajar entre vapores fétidos y en medio de un calor sofocante.
—¿Te gustaría ser mi sierva y vivir dentro del palacio? —ofreció.
Espiar es el arte de encontrar el momento propicio y el lugar blando. Flauro no tuvo que repetirlo porque la esposa del príncipe lo comprendió con su cuerpo. Espiar se transformó en una razón que la joven mujer arropaba, alimentaba y acunaba, por las noches, entre sus brazos.
Las primeras delaciones, ingenuas y hasta distraídas, condujeron a la esposa del príncipe hasta las cocinas.
En una cocina de palacio cabe el mundo entero. De modo que la joven encontró lo que buscaba: ambición y procacidad; el momento propicio y el lugar blando.
Una nueva delación la condujo a los fogones donde se horneaba el pan.
«Siempre es el mismo horneador quien se encarga de cocer el pan para Lengua Demorada», le dijeron.
«Siempre es su sierva quien lo retira de aquí. Sin permitir jamás que alguien lo toque.»
Tal vez aquellos que dijeron eso no supieron, hasta mucho después, cuánto costarían sus palabras. Porque espiar es el arte de hacer que las traiciones parezcan confidencias.
«El horneador de pan y el herrero se encuentran a menudo fuera de las cocinas», le dijeron.
La joven mujer supo que, al fin, tenía algo en las manos para entregarle a Flauro.