En la memoria de Nakín, el tiempo no fue una cuerda desenrollándose y desenrollándose. Porque la línea recta apenas sirve para espacios que se miden en palmos, y vidas que se miden en lluvias.
Para Nakín de los Búhos estaba el círculo, sin antes ni después.
Porque…, ¿quién reconoce el antes y el después en la perpetuidad de la rueda? ¿Dónde empieza y termina lo que empieza?
Los sucesos que Nakín preservó en su memoria pertenecen al siempre y al nunca: el tiempo de la rueda. Y sin embargo, son tan ciertos como un puñado de agua.
¿Antes de qué? ¿Antes del cielo?
Un día se rasgó la seda de la magia,
se quebró en mitades su poderío.
¿Eso fue antes del cielo?
¿O después del cielo?
La magia se dijo adiós,
puso el mar de por medio.
En las Tierras Antiguas quedó el Recinto.
Mientras el Aire Libre
atravesó el estrecho de Balameb, la franja,
la planicie alargada
tupida de volcanes
rodeada por anillos de agua y cobre.
¿Fue antes o después, cuando la magia se rasgó en mitades?
Ni antes ni después porque aún se rasgaba.
Y Misáianes…
¿fue antes o después de la desobediencia de su madre?
La Muerte engendró un hijo contra las Grandes Leyes,
pero el Odio acechaba.
La Muerte quebrantó lo que estaba mandado,
y no sabía…
No sabía la Muerte que su desobediencia
era la grieta que esperaba el Odio.
Imperfección y herida suficiente.
¿Misáianes fue antes o después
de la desobediencia de su madre?
Para contar y recordar cuanto debía, Nakín se deshizo de la línea recta, ni bastante firme ni bastante cierta.
Nakín eligió el círculo; allí donde no existen ausencias para siempre. La rueda donde todo regresa. Y nada queda lejos.