Escardadora de la resistencia

Cuando la escardadora marcó a sus hijos en la carne, nadie lo supo. Ni las mujeres que dormían cerca, tiradas en jergones de escardadoras. No lo supo la Sombra. No lo supo Misáianes que miraba el mar por donde había partido la primera flota hacia las Tierras Fértiles.

Aquel bautismo que nadie percibió quedó vivo en el recuerdo de la escardadora.

Le quedó una nostalgia; el reflejo del nombre de otro viviendo a su lado, escardando a su lado. Y le quedó el sueño de una maravillosa luz azul en la que ella tenía parte.

No es que la escardadora imaginara a sus hijos. Era incapaz de vislumbrar el modo y la causa por la que habían crecido.

Pero recordaba claramente el momento en que los guardias de Misáianes se los habían llevado: dos hijos de escardadora en sus tablillas.

Luego, envejeció muy de prisa. Y aunque algunos hombres que llegaron después, con el sonido de las campanillas, la encontraron tiritando en su jergón, la escardadora no volvió a engendrar.

Se quedó sola con el frío, con los aguijonazos de las cardas, con la noche y el desconsuelo.

Si Foitetés hubiese podido, si le hubiesen permitido buscarla…

Foitetés le habría tomado las manos para contarle sobre sus hijos.

Pero Foitetés no podía porque Zorás se lo había prohibido.