El Kúkul muchas veces

En la Casa de las Estrellas de Beleram, Bor continuaba reescribiendo códices falseados que periódicamente entregaba a los enviados de Molitzmós. También reescribía, a la luz de la luna, códices verdaderos que ocultaba bajo la piedra rectangular.

Para Molitzmós, Bor enviaba códices con volutas de humo. Bajo la piedra rectangular, Bor ocultaba estrellas.

«Aquí nosotros, los Primeros Viejos, escribimos para nadie. Decimos que una vez la magia fue noche y día, mitad por mitad. Escribimos en predicciones; por eso escribimos para nadie. Lloraríamos si nuestro llanto pudiera hacer que la serpiente mantuviera unidas su cabeza y su cola. Pero aunque lloremos nosotros, los Primeros Viejos, la serpiente se hendió al medio.»

La llegada de Cucub a Beleram fue fructífera de muchos modos.

En cumplimiento de la orden de Thungür, Cucub obró como un artista. Trabajando con las apariencias enmendó lo real; como un tallador que alterando los contornos de una piedra la transforma en un rostro.

Al principio, el Kúkul fue uno solo.

Cucub recorrió la ciudad abandonada por caminos que conocía desde pequeño, imitando con perfección el canto del pájaro sagrado. Para encontrarlo, los sideresios organizaron cacerías: saetearon la copa de los árboles y dispararon inútilmente contra cada crujido de la fronda. Y sucedía que, rodeando ellos el sitio desde el cual había surgido el canto, el Kúkul cantaba a sus espaldas con tan visible intención de burla que los sideresios dejaron de pensar en un ave verdiazul y comenzaron a imaginarlo como un hombre ágil y astuto, aliado a la magia de aquel continente.

La primera tarea de Cucub fue reconstruir el lazo entre las aldeas de la selva que, después del cautiverio de Bor, y desconociendo lo que ocurría, quedaron solas y aturdidas, sumidas en la desesperanza.

Donde Cucub llegaba, los zitzahay recibían noticias del Supremo Astrónomo y de los prisioneros. Más todo lo que pudiera saberse acerca de la guerra que se preparaba tras los gigantescos árboles de la Madre Neén.

Cierta vez, un hombre que oía maravillado el relato de Cucub sobre las burlas del Kúkul, pidió ser también un pájaro sagrado para atemorizar a los sideresios. Cucub fingió estar meditando cuando, en verdad, disfrutaba por anticipado.

—No hay guerrero mejor que quien elige serlo —dijo Cucub—. Y nada mejor que dos Kúkul amedrentando a los soldados de Misáianes.

—También yo sé cantar como el Kúkul.

Nada mejor que tres pájaros sagrados desparramados en la noche de Beleram.

—¿Quieres oírme?

Nada mejor que cuatro.

—Mi madre me enseñó a imitar al Kúkul cuando era yo muy pequeño.

Nada mejor que cinco.

A partir de entonces fueron muchos los Kúkul que caminaron por las ruinas familiares de la ciudad amada.

Los sideresios redoblaron las partidas de caza. Pero los cazadores regresaban con las manos vacías, humillados por las presas escurridizas.

Los soldados sideresios ya no se atrevían a recorrer la ciudad si no era en compañía de otros.

La zona del mercado era especialmente temida porque, en noches sin luna, se oían desde allí pregones de mercancías y risa de gente. Al día siguiente los sideresios encontraban puesto levantado entre las ruinas, con su estera bien tirante y una colección de semillas o frutos para la venta. Y todo como si Misáianes no hubiese nacido.

Furiosos, los sideresios disparaban sus armas. Derribaba el puesto y lo pisoteaban para asegurarse de que estuviese muerto. Pero mientras los sideresios llevaban a cabo su destrucción, un Kúkul cantaba.

Cosas extrañas ocurrían también en el campo de juego que, ciertas mañanas, aparecía marcado con líneas de yeso, listo para que los contrincantes se enfrentaran en el juego de pelota.

Con estos engaños, los Kúkul protegieron a las aldeas de la selva. Y levantaron niebla para ocultar lo más importante.

«El tiempo de las profecías no es el primero, ni el segundo, ni el tercero. No es el tiempo que transcurrió y llamamos ayer; no es el que llegará y llamamos mañana. Tampoco es el tiempo inasible al que llamamos hoy, este instante. Las profecías tienen algo del pasado puesto que allí fueron dichas, pero tienen del futuro porque allí se cumplirán. La profecías también tienen del instante presente porque aquí las comprendemos. Decimos los Primeros Viejos que las profecías pertenecen al tiempo del Siempre y del Nunca.»

Nuevamente llegaron hombres de Molitzmós a la Casa de las Estrellas con orden de llevar consigo los pliegues que Bor hubiese terminado.

Entraron sin cortesías al observatorio…

El Supremo Astrónomo les dirigió una mirada esquiva y continuó su tarea hasta que acabó de dibujar los tres puntos rojos que completaban un glifo de complejo trazado. Recién entonces se puso de pie, evidenciando su fastidio con un resoplido, y caminó hacia donde guardaba las cortezas. En esa ocasión, eran cuatro las que estaban listas.

—Es poco trabajo —dijo el hombre que las recibía—. Nuestro príncipe se pondrá furioso.

Le dirás a tu príncipe que sigo el ritmo de mi memoria y mi conocimiento —respondió Bor—. Y que si lo desea puedo ir más aprisa permitiéndome imprecisiones. La discusión fingida y saturada de palabras tenía como fin disimular las contraseñas y dar espacio a los mensajes cifrados, para asegurarse de que los enviados que llegaban desde el País del Sol eran hombres de la resistencia, y antes siquiera de cruzar sus ojos con los de ellos, Bor aguardaba hasta oír la señal de lealtad: los soldados del sol repetían, disimulándola con risotadas y comentarios adversos, la última frase que Bor hubiese dicho en el encuentro anterior.

Aquellas visitas llenaban de buen ánimo al Supremo Astrónomo y lo convencían de que la resistencia en el País del Sol era inteligente y actuaba con cautela.

De ese modo se tendieron enlaces que comenzaban cuando los soldados del Sol partían en busca de los códices. Y terminaban cuando un Kúkul, enviado por Cucub, galopaba a toda prisa hacia el campamento del Venado. Terminaba para empezar de nuevo.

Fue así porque la vida, igual que la memoria, se refuerza en el círculo. Y en el círculo, las Tierras Fértiles intentaron salvarse.

Un espejo dando señales de luz desde el observatorio, un canto en la espesura, la última frase que Bor pronunciaba y luego los soldados repetían… El espejo, el canto, la última frase; armas para pelear contra el poder del Odio Eterno.

Cada vez, luego de la partida de los soldados del Sol, Bor regresaba a su trabajo con mayor ahínco.

«Desde que la Serpiente sufrió hendidura hay aflicción en el mundo. Una mitad de la Serpiente, la que lleva puesta la cabeza, se quedó en la tierra. La otra mitad, la que lleva la cota, quiso trepar al cielo. Así cada mitad dijo ser legítima y grandiosa, y se puso un nombre. Junto con la Serpiente se quebró lo que pisamos.»

El sitio en el que estaban reunidos los Kúkul era un pedregal de lajas verdes. Allí llegaron emisarios del País del Sol. Una dolorosa noticia los traía mucho antes de lo establecido.

—El capitán de Misáianes y Molitzmós alistan una flota que partirá con rumbo a Los Confines…

Aquellos soldados no conocían los nombres que pasaron por el alma de Cucub: Kuy-Kuyén, Shampalwe, Kutral, Wilkilén Kupuka…

—Molitzmós cumple sus promesas —murmuró Cucub—. Llegará hasta mi casa.

El soldado continuó:

—Pero la resistencia del Sol ha logrado mitigar, en parte, este golpe imprevisto.

Los Kúkul se irguieron imperceptiblemente.

—Muchos de nuestros soldados se embarcarán en esa flota y allá, en el sur, van a pelear junto al pueblo husihuilke. Tú, Cucub, que viviste largos años con ellos, eres el indicado para darnos una señal que nos identifique como aliados y hermanos. Algo que ellos puedan reconocer como a ti mismo.

Cucub no tuvo que pensar demasiado.

Crucé al otro hombre

y el río me ayudó

y no tuve orillas.

Las palabras de reconocimiento estaban pactadas.

—Ahora es el jefe husihuilke quien debe conocer estos hechos —dijo el mismo soldado.

No fue sólo por decírselo a Thungür que Cucub cabalgó al encuentro del ejército.

¿Cómo hacía el zitzahay para quedarse quieto? Su desesperación no le permitía otra cosa que galopar sin tregua. Tan rápido que su dolor quedara, a causa del viento, montado a la grupa de Mientras-Tanto.