Te saludo, hermano Thungür

Con las manos apretadas en los antebrazos y las miradas brillantes, Cucub y Thungür se saludaron en el reencuentro.

El zitzahay sonrió para aliviar la tristeza que había quedado atrás, y también la que aguardaba adelante.

—Nuevamente debiste enfrentar tú solo un largo camino —dijo el jefe husihuilke.

¿Podía Cucub decirle que un alma lo había acompañado? ¿Era apropiado contarle que la jauría de Drimus corrió tras ella?

¿Así en verdad habían ocurrido las cosas?

—Solo, sí; pero no tan rápido como lo ordenaste. Una enfermedad me demoró apenas comenzado el viaje.

Thungür sabía que, en boca de Cucub, el viaje sería un larguísimo relato; de modo que lo interrumpió antes de quedar enredado en las exageraciones y las bellezas del cuento que empezaba.

—Lo hiciste bien —Thungür caminó hacia el interior del campamento—. Después te explicaré la urgencia de mi llamado, pero antes…

El zitzahay se detuvo en seco:

—¿Qué está oliendo mi estómago?

—Una liebre asada —respondió Thungür—. Eso iba a decirte.

Cucub encontró al jefe del ejército en compañía de un centenar de hombres.

El emplazamiemto estaba ubicado de tal forma que se podía pasar muy cerca sin advertirlo. Era difícil imaginar que en aquellos vastos promontorios de piedras rojizas hubiese cuencas interiores suficientemente extensas como para guarecer un buen número de hombres y animales. Tanto que, guiado por los guerreros que salieron a recibirlo, Cucub recorrió pasadizos y gargantas que a poca distancia parecían solamente filones en la roca cerrada.

Mientras comía los restos de carne pegada al hueso Cucub pensó que ya era tiempo de emprender una tarea delicada. Sabía que los hombres husihuilkes tenían el corazón como el fruto del maíz, muchas veces envuelto y silencioso. Él, que era zitzahay para sacar los sentimientos gritando por la boca, debía facilitar las cosas.

—Tus hermanas te envían su amor. Y Nanahuatli, el suyo.

—¿Qué puedes contarme de ellas? —preguntó Thungür con serenidad.

Y de todos los guerreros que estaban allí, solamente Cucub le descubrió la agitación en una mínima crispación del cuello.

—¿Ellas…? —Cucub se echó aliento en las manos y las restregó cerca del fuego. Eso significaba que la situación le resultaba placentera: la palabra era suya y había alrededor un público deseoso de escucharlo.

—Ellas son tres. Y no puedo decirte lo mismo de una que de otra —comenzó el zitzahay—. De tu hermana Kuy-Kuyén te contaré que se pone más hermosa cada luna, y que ya debe andar con su séptimo hijo al pecho. Cuida el huerto, amasa un pan de maíz a punto y bien aderezado, ¡virtudes que aprendió de Vieja Kush! En cuanto a Wilkilén… Esa niña sí que sabe reírse. Si fuera mi propia hija, no lo haría con tanta soltura. Kuy-Kuyén y yo nos preocupamos cuando abandona la casa sin dar aviso y se adentra en el bosque. Pero, ¿qué hemos de hacer? ¡Ir tras sus pasos para averiguar sus motivos!, estarás pensando tú. También yo lo pensé. Sin embargo, siempre que tomaba la resolución de hacerlo, me detenía un inexplicable pudor. ¡Y sabes que no me detiene cualquier insignificancia! El caso es que siempre acababa diciéndole a Kuy-Kuyén la misma cosa: Será mejor que confiemos en el bosque; porque el bosque ama a Wilkilén tanto como nosotros.

Thungür aguardaba con los ojos fijos en el zitzahay. Nanahuatli estaba repartida en su memoria. Había una princesa que conoció y amó. Un sonido de sandalias y brazaletes entrando por las noches al cañaveral; una túnica que lo reconocía. Y había una mujer que jamás había visto. Le contaron de ella que recorrió las Tierras Fértiles de punta a punta con los pies sangrados. Le contaron que lo esperaba en Los Confines. Thungür no podía unirlas en un solo recuerdo ni en un solo amor.

Quizás por eso se levantó de pronto, sin permitir que Cucub siguiera adelante:

—Vamos para que elijas un animal con cabellera. Será bueno que te acostumbres a él antes de partir hacia Beleram.

—¿Beleram? —Cucub ya estaba de pie.

Thungür había pronunciado una palabra que dejaba todo atrás. Beleram…

Cuando el zitzahay escuchó aquel nombre la ciudad entera, el mercado y sus voces, el terreno de juego y la Casa de las Estrellas ocuparon su pensamiento. En su cabeza no había lugar para otra cosa. Y Nanahuatli se transformó en una pluma que el viento se llevó por una calle empedrada.

Incapaz de ordenar las innumerables preguntas que deseaba hacer, Cucub acumuló todas en sus cejas.

—Caminaremos mientras te explico lo que tus hermanos zitzahay dijeron —respondió Thungür.

El sitio en el que estaban era de piedra y agua; piedra rojiza y agua limpia. Una cuenca encerrada entre promontorios de piedra y casi desprovista de vegetación, salvo por las hierbas que crecían a orillas de los riachuelos donde pastaban los animales. Los hombres debían salir a la meseta para hallar alimento. Era difícil caminar por la cuenca durante mucho tiempo sin tropezar con paredes rocosas. Thungür y el zitzahay ascendieron un poco por una de ellas. Luego se sentaron en un escalón natural.

Había mucho por contar…

La llegada de los jaguares portando en sus collares de plumas los primeros indicios de la resistencia en el País del Sol, el soldado que nombraba al herrero con la mirada iluminada.

Cucub oía y ensanchaba su sonrisa.

—Pero no es bueno lo que ahora escucharás —dijo Thungür.

El husihuilke debía contarle la incursión de Molitzmós a la selva, y el cautiverio de Bor y de la aldea.

—Molitzmós está otra vez metido en nuestros dolores —murmuró Cucub.

—Molitzmós nunca se apartó de ellos —respondió Thungür. Y luego agregó—. Ahora, el príncipe del Sol acaba de despertar de un largo sueño.

Cucub se quedó sin comprender.

—Durante el tiempo que demoró tu viaje desde Los Confines, recibimos nuevas noticias de la resistencia. Ellos nos dicen que Molitzmós bebió una pócima que trajo consigo el capitán de Misáianes; y que esa pócima lo llevó por un sueño del cual regresó con un sello impuesto en su mano derecha. La resistencia afirma que es el sello del emisario…

Lentamente, Cucub fue comprendiendo. Pero, entre todas las cosas, una le dolía antes:

—¿Y entonces? —preguntó Cucub—. ¿Qué debo hacer en Beleram?

Thungür había descubierto una gran lagartija confundida en la piedra y, mientras respondía, no apartó sus ojos de ella.

—Eres zitzahay y más que eso… Eres el indicado para amparar y conducir a las aldeas de la selva. Cierto que hay muchos otros de tu pueblo en el ejército. Pero ninguno posee como tú las virtudes del mando generoso que aquellos hombres necesitan. Además —continuó Thungür— confío en tu naturaleza. Puedes fingir las cosas mejor que nadie, tienes el don de crear artificios. Y eso nos hará falta en la Comarca Aislada; allí donde no contamos con guerreros sino con hombres mansos.

Cucub asentía a cada palabra.

—Y lo más importante —continuó Thungür—: A la resistencia del Sol se le hace cada vez más difícil y riesgoso cabalgar hasta aquí… El tiempo de camino es largo, y se acercan días en que las noticias deberán tener alas. Tú serás el enlace entre ellos y nosotros; tu abrirás otro camino. ¿No es la selva de la Comarca Aislada un casa familiar para ti? ¿No eres acaso el mejor mensajero de la tierra?

—¿Y qué ocurrirá con el Supremo Astrónomo? —preguntó Cucub.

—Conozco la respuesta que estás esperando. Sin embargo, no es todavía el momento de intentar liberarlo de su prisión. Y me duele como a ti, Cucub.

Como ya el sol había caído tras las paredes de roca, la elección del animal con cabellera fue postergada para el amanecer siguiente. Cucub la realizó sin entusiasmo. Iba y venía entre los animales, los miraba con detenimiento; pero ninguno lo conformaba.

—Hay buenos animales aquí —le dijo el guerrero que lo acompañaba.

—Puede ser —respondió Cucub—. Pero no está Fuego Negro.

—¿Era tu animal con cabellera?

—¡Aún lo es! —se alarmó Cucub.

Finalmente, y tras muchas vacilaciones, Cucub eligió un animal joven de color gris. Su guía lo aprobó:

—Es demasiado joven para una batalla. Sin embargo será bueno para un largo viaje —y continuó—. No ha sido nombrado todavía, tendrás que hacerlo tú.

Cucub alzó los hombros para indicar que no deseaba nombrar a ese animal. Tenía el suyo, y se llamaba Fuego Negro.

—No es bueno que un animal no lleve nombre.

El zitzahay aceptó que aquellas palabras eran ciertas. Aún así, sentía que nombrar a otro animal con cabellera era una deslealtad con Fuego Negro.

Cucub pensó hasta hallar la forma de darle nombre al animal que montaría y, al mismo tiempo, aliviar su intranquilidad:

—Lo he resuelto —anunció—. Este animal se llamará Mientras-Tanto.

El guerrero miró al zitzahay con desaprobación.

—No lo culparé si alguien me dice que te condujo con desagrado.

Pocos días después, Cucub montaba a Mientras-Tanto. El zitzahay estaba listo para emprender viaje hacia Beleram.

—Diré algo una vez más —Thungür anunciaba la despedida.

Hunde-la-Tarde caminaba al paso junto a Mientras-Tanto. Los animales con cabellera conducían a sus jinetes por los senderos abruptos y rocosos que salían a la meseta.

—No sé qué encontrarás en Beleram. Ni siquiera es seguro que Bor esté con vida cuando llegues —el jefe husihuilke tiró la rienda de su animal y se detuvo—. Por eso mis órdenes deben darle espacio a tu decisión. Confío en que podrás distinguir las mejores acciones para llevar a cabo en la Comarca Aislada. Sé bien que podrás hacerlo.

El zitzahay había escuchado lo mismo durante esos días. Sin embargo, lo entendía mejor con la insistencia.

—Hermano —Thungür iba a decir lo que había callado—: Desearía ordenarte que regreses. Pero ésa es una orden que un jefe no puede dar a sus guerreros.

—Regresaré —respondió el zitzahay—. Es cosa de dejar algo a medio contar; entonces un buen artista regresa a terminar su cuento. Y yo debo contarte sobre Nanahuatli.

Se dijeron adiós con los puños en alto, porque así se despedían los guerreros.

Aunque Misáianes tuviera más tiempo que una montaña; aunque el paso de sus uñas abriera sepulturas donde se derrumbaban bosques enteros; aunque su estandarte avanzara desde el horizonte, y todos lo vieran llegar como la noche eterna que él ordenaba, ellos seguirían peleando.

Para las Tierras Fértiles, la victoria era un sueño difícil. Las criaturas estaban extenuadas de dolor. Y ya muchos deseaban descansar, sin entender que no hay reposo en el sueño de los humillados.

Thungür y Cucub, también extenuados de dolor, alzaron los puños para despedirse.