Detrás de una Puerta que se abre cada cincuenta y dos años del sol vive el Clan de los Búhos, custodios del Tiempo Mágico. Custodios, por eso, de los símbolos.
En el Tiempo Mágico, que no está arriba ni está abajo, se preserva el verdadero rostro de las cosas creadas.
No hay música en el Tiempo Mágico, sino el símbolo de la música. No hay agua ni fuego, están sus símbolos.
¿Y si hubiese árbol, pez y estrella? Sería lo mismo.
¿Y si estuviese Zabralkán? Sería lo mismo.
¿Y cuál es el símbolo de Zabralkán? Su verdadero rostro.
Y dime, ¿qué ocurre cada cincuenta dos años solares? Cada cincuenta dos años solares se renueva el ciclo, y la Puerta se abre.
¿Y para qué dices tú que la Puerta se abre? Para que la Creación se reencuentre con sus huesos y renazca.
Al atravesar el pueblo zitzahay la hoguera sagrada, en el día indicado, pasó del tiempo solar al Tiempo Mágico; de la carne transitoria a la perpetuidad. Así quedó preservado su fundamento. Porque aquello que en el tiempo solar es abatido puede refundarse desde sus huesos; puede renacer desde sus símbolos.
¿Y que dices tú que es el tiempo solar? Es el tiempo que nos va dejando.
¿Y qué dices tú que es el Tiempo Mágico? La eternidad.
Ahora comprendo lo que Zabralkán quiso decirnos el día de la partida por el fuego, mostrándonos un carozo de ciruela.
«Ésta es una ciruela. Y éste es su carozo. Si pudiéramos poner este carozo a salvo de toda destrucción y sembrarlo dentro de muchos años, recuperaríamos las ciruelas. No esta ciruela; aunque quizás, sí. Como sea, recuperaríamos el propósito de las ciruelas.»
¿Y qué comprendes ahora?
Comprendo que del otro lado de la Puerta un pequeño carozo puede ser, como tú dices, el verdadero rostro de la vida.