9
A la carrera

Verano del 333 d. R.

Renna se sentó en un rincón de la trastienda del almacén mientras Arlen enseñaba al concejo los grafos de combate. Darsy y Catrin entraban y salían sirviendo café recién hecho. Las chicas la observaban con miradas suspicaces, como si esperaran que se pusiera en pie de pronto y las atacara con el cuchillo de Harl, que descansaba sobre una mesa junto a ella. Había pintado grafos sobre su hoja con mano firme y ahora aplicaba uno de los instrumentos de grabación de Arlen sobre el metal, con mucho cuidado, para imprimir los grafos en la hoja. Arlen se le acercó una vez e intentó observar su trabajo, pero ella se volvió para que no lo viera. Se había acabado lo de pedir ayuda.

Para cuando la luz del amanecer empezó a colarse por entre las rendijas de los postigos, los Portavoces ya habían terminado con su trabajo y cada uno tenía un rollo de pergamino en las manos.

Arlen habló con Rusco unos momentos después y luego se acercó donde estaba Renna.

—¿Te encuentras bien?

Ella asintió y disimuló un bostezo.

—Sólo algo cansada.

El Protegido se caló de nuevo la capucha.

—Quizá puedas echar un par de horas de sueño en la granja antes de que el Jabalí nos prepare las provisiones que necesitamos para marcharnos. El viejo sinvergüenza ha tenido las pelotas de cobrármelas, aun después de haberle ofrecido los medios necesarios para hacer una fortuna —comentó con un resoplido.

—No entiendo por qué esperabas algo distinto —repuso ella.

—¿Entonces, os vais de la ciudad? —les preguntó Selia al verlos dirigirse hacia la puerta—. ¿Ponéis Arroyo patas arriba y después os marcháis cabalgando antes de ver en qué termina todo esto?

—La ciudad ya estaba patas arriba cuando yo llegué —contestó Arlen—. Creo que ya dejé eso claro.

Selia asintió.

—Sí, lo dejasteis bien claro. ¿Qué noticias nuevas hay de las Ciudades Libres? ¿Han comenzado ya a proteger armas y matar abismales?

—Las Ciudades Libres ahora carecen de interés para vosotros —indicó él—. Cuando Arroyo esté libre de demonios, entonces será el momento de mirar hacia el mundo exterior.

Jeorje Watch dio un golpe con su lanza nueva en el suelo.

—«Atiende tu propio campo antes de ponerte a mirar al del vecino» —citó, un versículo muy popular del Canon.

Arlen se volvió hacia Rusco el Jabalí.

—Quiero que se hagan copias de los libros de grafos y se envíen a los Portavoces de Pastos al Sol.

—Bueno, eso no será nada barato —comenzó el comerciante—. Sólo el pergamino costará cerca de los veinte créditos y luego hay que escribirlo…

Arlen le interrumpió al alzar una pesada moneda de oro. Los ojos del Jabalí casi se le salieron de las órbitas ante el tamaño y el grosor de la moneda.

—Si esos grafos no les llegan, me enteraré —le dijo cuando el hombre cogió la moneda— y haré pergamino con tu propio pellejo.

Renna comprobó cómo el rostro rubicundo de Rusco palidecía y, aunque era bastante más grande que él, rehuyó la mirada de Arlen y tragó saliva con dificultad.

—En dos semanas. Lo juro.

—Tú también has aprendido a comportarte como un pendenciero —apuntó Renna cuando Arlen regresó a su lado. Él no la miró pues aún llevaba la capucha puesta. Durante un momento, ella pensó que no la había escuchado.

—Recibí lecciones completas sobre el tema en mi período de entrenamiento como Enviado —comentó él, adoptando el tono grave que usaba cuando hablaba con la gente. Ella podía imaginarse la sonrisa burlona en sus labios protegidos.

El Jabalí abrió las puertas de la tienda. Una auténtica multitud aguardaba ante los escalones.

—¡Atrás! —bramó él—. ¡Abrid paso a los Portavoces! ¡No voy a tomar ni un solo pedido hasta que lo hagáis! —La gente refunfuñó ante el riesgo de perder su puesto en la cola, pero abrieron paso y dejaron salir a los ancianos.

Raddock estaba esperando a la cabeza del grupo cuando Renna descendió los escalones del porche de Rusco.

—¡Esto no ha terminado, Renna Tanner! No podrás esconderte toda la vida en la granja de Jeph.

—No me esconderé de nadie nunca más —le espetó ella, mirándole fijamente a los ojos—. Voy a abandonar este pueblo engendrado por el Abismo y jamás regresaré. —Raddock abrió la boca para replicar, pero Arlen alzó uno de sus dedos protegidos ante el anciano y se quedó callado. Después le observó con el ceño fruncido mientras Arlen formaba un escalón con las manos para que Renna pudiera impulsarse sobre el lomo de Rondador Nocturno.

El Protegido sacó entonces un libro pequeño de las alforjas de la montura, se volvió y examinó a la muchedumbre. Al ver a Coline Trigg, se dirigió hacia ella a grandes zancadas. La Herborista comenzó a retroceder y tropezó, con lo que cayó sobre los que teñía a su espalda y terminaron todos revueltos en el suelo en un motón bullicioso y desordenado.

Arlen esperó a que la mujer se incorporara, con el rostro ruborizado de vergüenza, y puso el libro sobre sus manos.

—Todo lo que sé sobre tratar las heridas provocadas por los demonios está aquí —le informó—. Eres lista, así que aprenderás pronto y lo pasarás a los demás.

Los ojos de Coline se abrieron por la sorpresa, pero asintió. Arlen soltó un gruñido y subió de un salto al caballo.

El Protegido abandonó la granja de Jeph sobre el mediodía para recoger los suministros prometidos por el Jabalí.

—Empaqueta tus cosas —le dijo a Renna al marcharse—. Nos iremos tan pronto como regrese.

Renna asintió y le observó alejarse. No tenía nada que llevarse, pues lo poco que poseía estaba en la granja de Harl. Sólo tenía el vestido de Selia que llevaba puesto, el cuchillo de su padre en la cintura y el collar de guijarros de río que Cobie le había dado, que aún colgaba de su cuello con dos vueltas. Habría deseado tener algo que darle a Arlen por llevarla consigo, pero no tenía nada más que ella misma. Para Cobie había sido suficiente, pero dudaba de que Arlen se diera por pagado con tanta facilidad.

Estaba sentada en el porche, grabando la hoja del cuchillo de su padre, cuando Ilain salió fuera y se sentó junto a ella.

—Te he preparado algo de comer para el viaje —le dijo, ofreciéndole una cesta—. La comida del Jabalí es más duradera que sabrosa. Su panceta ahumada tiene más humo que carne.

—Gracias —respondió Renna y cogió la cesta. Se quedó mirando a su hermana, a la que había echado de menos desesperadamente durante años y se preguntó por qué no tenía nada que decirle.

—No tienes por qué irte, Ren.

—Debo hacerlo.

—Ese Enviado es un hombre duro, Renna, y no sabemos nada de él salvo que mata demonios. Podría ser mucho peor que papá. Aquí estás a salvo. Después de lo que pasó la pasada noche, la gente está en paz contigo.

—¿Eso crees? —repuso ella—. Pues yo creo más bien que intentaron matarme.

—¿Así que vas a huir con un extranjero que está tan loco como para cubrirse de cicatrices en forma de grafos?

Renna se puso en pie y bufó.

—¡Eso es como si la noche acusara a alguien de oscuro! Tú no amabas a Jeph Bales cuando huiste con él, Lainie. Y sólo sabías de él que era la clase de hombre que toma a una nueva esposa cuando el cuerpo de la anterior aún está caliente.

Ilain le dio una bofetada, pero Renna no se estremeció siquiera y mantuvo una expresión dura, hasta que fue su hermana quien retrocedió.

—Esa es la diferencia entre nosotras, Lainie, que yo no soy de las que huyen sino de las que mira hacia delante.

—¿Mirar adelante?

Renna asintió.

—No quiero vivir en Arroyo Tibbet. No quiero vivir en un lugar donde la gente deja que un hombre como papá haga su voluntad y luego exponen a la víctima a la noche. No sé cómo son las Ciudades Libres, pero tienen que ser mejores que esto. —Se inclinó hacia delante, bajando la voz de modo que nadie más pudiera oírla—. Yo maté a papá, Lainie —le dijo y alzó el cuchillo a medio proteger—. Lo hice. Maté bien muerto a ese hijo del Abismo. Alguien tenía que hacerlo, no sólo por lo que ya había hecho, sino por lo que aún podía hacer. Papá jamás pagó por nada, ni siquiera recibió una pizca de crueldad a cambio, aunque se la hubiera merecido de sobras.

—¡Renna! —gritó Ilain, mientras retrocedía como si su hermana se hubiera transformado en un abismal.

Renna sacudió la cabeza y escupió por encima de la barandilla del porche.

—Si hubieras tenido las pelotas suficientes, lo habrías hecho tú misma hace mucho tiempo, cuando Beni y yo aún éramos pequeñas.

Ilain abrió mucho los ojos pero no dijo nada, y su hermana no supo apreciar si era por el asombro o la culpabilidad. Renna le dio la espalda y miró hacia el patio.

—No te culpo —le dijo tras un rato—. Si yo hubiera tenido pelotas, lo habría matado la primera vez que me violó. Pero no lo hice porque tenía miedo.

Se volvió de nuevo y buscó los ojos de Ilain.

—Pero ya no tengo miedo, Lainie. Ni del Legista Raddock ni de Garric Fisher y tampoco de ese Enviado. Espero que sea un buen hombre, pero si se convierte en alguien parecido a papá, le haré un favor al mundo y lo mataré también. Tan seguro como que el sol sale cada día.

El Protegido entró cabalgando a toda velocidad en el patio un par de horas más tarde. Renna le aguardaba en el porche y se le acercó cuando Rondador Nocturno levantó polvo del suelo con una cabriola.

—Estamos desperdiciando la luz —le dijo, sin molestarse en desmontar. Luego le alargó una mano.

—¿Ni siquiera vas a decirles adiós?

—Las cosas se van a poner de lo más interesantes en Arroyo. Es mejor no dar motivos a nadie para pensar que tengo algo que ver con Jeph y Lainie Bales, más allá del hecho de que me fugo contigo.

Pero la chica sacudió la cabeza.

—Tu padre se merece un trato mejor del que le estás dando.

Él la miró fijamente.

—No voy a decirle quien soy —gruñó.

Pero la chica no se acobardó.

—Al menos dile que su hijo no está muerto, si no, no eres nadie para juzgar quien se merece tus grafos y quien no. —El Protegido frunció el ceño, pero desmontó. Ella llevaba razón y él lo sabía, por mucho que odiara admitirlo.

—¡Nos vamos! —gritó la muchacha y todo el mundo acudió corriendo desde distintos lugares del patio. Arlen miró a su padre y le indicó con un gesto de la cabeza que se apartara a un lado. Jeph le siguió.

—Cabalgué en una caravana con un Arlen Bales del gremio de los Enviados —le dijo cuando estuvieron a solas—. Podría ser tu hijo. El apellido Bales es bastante común en todas partes, pero él era especial.

Los ojos del hombre se iluminaron.

—¿Es cierto eso?

Él asintió.

—Fue hace años, pero recuerdo que trabajaba para la compañía de Protección de Cob en Fuerte Miln. Quizá puedas conseguir noticias suyas allí.

Jeph alargó las manos y encerró una de las del Protegido entre las suyas.

—Que el sol os acompañe, Enviado.

Él asintió y se apartó, para regresar de nuevo donde estaba Renna.

—Estamos desperdiciando la luz —repitió. Ella accedió esa vez y le permitió que la subiera a la montura de Rondador. Luego él montó y Renna se agarró a su cintura mientras trotaban hacia el camino y giraban hacia el norte.

—¿El camino hacia las Ciudades Libres no va en dirección sur?

—Conozco un atajo. Es más rápido y evitaremos pasar por el pueblo. —Rondador Nocturno alargó el paso y pareció que volaban sobre el suelo. El viento agitaba el cabello de Renna y él se unió a su risa de alegría.

Tal como había dicho, Arlen recordaba cada senda y pastizal de las granjas del norte de Arroyo Tibbet. Antes de que Renna se diera cuenta, estaban en el camino principal a las afueras del pueblo, pasada incluso la granja de Mack Pasture.

Cabalgaron a gran velocidad durante el resto del día y ya habían avanzado bastante en el camino hacia las Ciudades Libres cuando él finalmente se detuvo, pues faltaba apenas un cuarto de hora para el crepúsculo.

—¿No estamos apurando demasiado el tiempo? —preguntó ella.

Arlen se encogió de hombros.

—Tenemos tiempo suficiente para extender los círculos. Si estuviera solo, ni siquiera me habría parado.

—Entonces no lo hagas —repuso ella, tragándose el miedo ante el pensamiento de verse expuesta a la noche—. Prometí no retrasarte.

Él la ignoró, desmontó y sacó dos círculos portátiles de las alforjas. Colocó uno en torno a Rondador y el otro en un pequeño claro, donde alineó los grafos con rapidez.

Renna tragó saliva pero no protestó. Con la espalda erguida, se aferró a su cuchillo y miró a su alrededor, a la espera de ver alzarse los demonios. Arlen la vio y notó su incomodidad. Se apartó de su tarea, y rebuscó en sus alforjas hasta que dio con algo.

—Ah, aquí está —dijo al fin. Abrió una capa con un solo movimiento y cubrió con ella los hombros de Renna; luego se la colocó bien y le subió la capucha.

Cuando la tela rozó su mejilla, Renna notó una gran suavidad, como si se tratara de la piel de un gatito. Estaba acostumbrada a la áspera textura del tejido fabricado en casa, así que aquella pieza le resultó de una finura que sobrepasaba lo que hubiera creído posible. La miró y se le escapó una exclamación de asombro. Llevaba grafos bordados con unos puntos increíblemente pequeños, cientos de ellos.

—Es una capa de invisibilidad —le explicó Arlen—. Ningún demonio puede detectarte mientras estés envuelta en ella.

—¿Estás seguro? —inquirió ella, sorprendida.

—Te lo juro por el sol —repuso él.

De repente Renna se dio cuenta de que aún aferraba el cuchillo. Le dolían los nudillos de la fuerza con la que apretaba hasta que al final relajó la mano y lo soltó. Pareció tomar la primera inhalación profunda de aire en toda una hora.

Arlen se inclinó de nuevo sobre los círculos y acabó de prepararlos con rapidez, mientras Renna preparaba el fuego y sacaba la cesta de Ilain. Cuando hubieron acabado, se sentaron juntos y compartieron el pastel frío de carne y el jamón, las hortalizas frescas, el pan y el queso. Los abismales se arrojaban de vez en cuando contra los grafos, pero Renna confiaba en la capacidad de Arlen para la protección y no les prestó atención.

—Ese vestido tan largo que llevas no te permite sentarte en la silla con comodidad.

—¿Cómo? —preguntó ella.

—No puedo soltarle toda la rienda a Rondador si no te sientas de modo correcto —le explicó.

—¿Puede correr aún más rápido? —inquirió ella con incredulidad.

El Protegido se echó a reír.

—Mucho más.

Ella se inclinó sobre él y le pasó los brazos en torno a los hombros.

—Si quieres que me quite el vestido, Arlen Bales, sólo tienes que decirlo. —Sonrió, pero Arlen se echó hacia atrás. Después le puso las manos en la cintura, se la sacó de encima de la misma manera que ella levantaba a la Señora Rasguños de su regazo, y se puso en pie de un salto.

—No te he traído para eso, Ren —le dijo y retrocedió unos pasos.

—¿Es porque no quieres aprovecharte de mí? —repuso ella, confundida.

—No es por eso —insistió él y cogió un costurero de una de las alforjas. Se lo arrojó y luego se volvió—. Divide en dos la falda y hazlo con rapidez. Tenemos trabajo que hacer esta noche.

—¿Trabajo?

—Al amanecer tendrás que haber matado a un demonio, o te dejo en la próxima ciudad por la que pasemos.

—Hecho —exclamó Renna. Se había quitado las enaguas y acortado la falda, además de abrirle dos grandes ranuras a ambos lados. Arlen alzó la vista desde donde se encontraba protegiendo una flecha, al borde del círculo, y sus ojos se deslizaron por los muslos desnudos.

»¿Te gusta lo que ves? —le preguntó ella y sonrió divertida ante su incomodidad cuando él se sobresaltó y movió los ojos con rapidez para enfrentarse a los suyos—. Acércate al fuego si quieres ver mejor.

Arlen se miró una mano durante un momento y se frotó los dedos protegidos, con los ojos perdidos en sus pensamientos. Finalmente sacudió la cabeza, se puso en pie y se le acercó.

—¿Confías en mí, Ren?

Ella afirmó con la cabeza y después él cogió un pincel y una tinta espesa, viscosa.

—Esto es roya del trigo. Te teñirá la piel durante unos cuantos días, puede que una semana.

Con cuidado, casi amorosamente, apartó el pelo largo de su rostro y pintó unos grafos en torno a sus ojos. Cuando hubo terminado, sopló con suavidad para secar la tinta. Apenas había unos centímetros entre las bocas de ambos y Renna deseaba apretar sus labios contra los suyos, pero todavía sentía el escozor de su rechazo y no se atrevió.

Cuando terminó los grafos, Arlen la miró.

—¿Ves algo más allá de la luz del fuego?

Renna echó una ojeada alrededor. La noche era más negra que el carbón.

—Nada.

Arlen asintió y puso las manos sobre sus ojos. Eran manos recias, llenas de cicatrices y encallecidas, pero a la vez, tiernas. La muchacha sintió un relajante cosquilleo en el lugar donde le rozaba la piel y se estremeció de placer. Luego, él apartó las manos y la sensación se desvaneció, aunque percibió una cierta calidez en los grafos en torno a los ojos.

—¿Qué ves ahora?

Renna paseó la mirada a su alrededor, sorprendida. Los árboles y las plantas relucían y una neblina iridiscente se enredaba en sus pies como un humo perezoso.

—Lo veo todo —respondió maravillada—. Más de lo que veo a la luz del sol. Todo reluce.

—Estás viendo magia. Se filtra desde el Abismo y le da a todos los seres vivientes esa chispa que los hace brillar.

—¿El alma?

Arlen se encogió de hombros.

—No soy un Pastor. Los abismales lo poseen y ahora llamearán con fuerza ante tus ojos.

Renna se volvió al oír un correteo entre los arbustos y ante su vista apareció un demonio del bosque que antes había sido invisible para ella, pero que ahora relumbraba en aquel mundo iluminado por la magia. Se miró las manos, que también brillaban ligeramente. Rondador Nocturno relucía aún con más fuerza y los grafos de sus cascos y arnés destacaban como las estrellas en el firmamento.

Pero Arlen era el que refulgía con más intensidad y los grafos de su piel brillaban rebosantes de poder. Parecía como si los hubieran escrito con luz y estuvieran permanentemente activados.

—Demasiados grafos —comentó él, al notar su mirada y luego se alzó la capucha—. He absorbido demasiada magia demoníaca para seguir siendo un hombre como cualquier otro.

—¿Por qué querías acumular tanto poder?

Arlen pareció algo confuso. Abrió la boca y luego la cerró.

—No sé si realmente lo quería o no —admitió al final—. Pero no es una decisión que luego puedas deshacer y no estaba en mis cabales cuando la tomé. —Señaló a Renna—. Y tú tampoco lo estás.

—¿Quién eres tú, Arlen Bales, para decir si estoy en mis cabales o no? —le increpó ella.

Él la ignoró de esa forma que la ponía furiosa, asió una lanza y se la ofreció. La muchacha miró el arma con expresión dubitativa y no hizo ademán de cogerla.

—Todos los Portavoces lo hicieron —le recordó Arlen.

—Ya lo sé, pero si voy a luchar, quiero hacerlo con mi cuchillo. —Había terminado de hacer los grafos de penetración y de filo, pero nada más. Renna se lo ofreció a su vez para que lo inspeccionara.

—Es una buena hoja —le dijo Arlen cuando la tomó. Pasó el pulgar por el filo y la sangre brotó sin apenas hacer presión—. Y está tan afilada que podría uno afeitarse con ella.

—Mi padre lo cuidaba más que a su propia familia.

Él la miró pero no dijo nada. Examinó el cuchillo de cabo a rabo, poniendo especial atención en los grafos.

—Has hecho una buena protección —admitió con un punto de envidia—. Tan buena como cualquiera que haya visto. Se podría hacer mejor, pero está bien para empezar. —Se la devolvió con la empuñadura por delante y ella gruñó al cogerla—. Lo único que queda es probarla —añadió él—. Es hora de abandonar el círculo.

Renna había sabido desde el principio que tendría que hacerlo, pero no pudo controlar la oleada de pánico que la sobrecogió en ese momento. Le había dicho a su hermana que no iba a tener miedo nunca más, sin embargo eso no era del todo verdad. Puede que ya no temiera a los hombres, pero los abismales… Aún tenía presentes los recuerdos de aquella noche en la letrina y a veces la acosaban incluso estando despierta.

Arlen le puso una mano en el hombro.

—Estamos a kilómetros de cualquier lugar habitado, Ren. Los abismales se reúnen donde hay gente o grandes presas para cazar. Aquí sólo habrá unos cuantos. Tienes la capa y yo estoy a tu lado.

—Para salvarme —afirmó y él asintió, lo que le provocó una oleada de ira. Estaba harta de esperar que la salvaran otros. Pero cambió de parecer cuando vio al demonio del bosque acechando al borde del camino, y no pudo evitar echarse a temblar—. No estoy preparada para esto —admitió, aunque odiaba mostrar su debilidad.

Pero el Protegido no la amonestó como había hecho con los Portavoces.

—Sé que estás aterrorizada. Yo también lo estaba la primera vez. Pero aprendí a aceptar el miedo en Krasia.

—¿Cómo se hace eso?

—Ábrete a la sensación y, después, da un paso atrás con tu mente hacia un lugar más profundo en tu interior.

Renna resopló.

—Eso no tiene sentido.

—Sí que lo tiene —repuso él—. He visto a chicos de la mitad de mi edad atacar a los demonios con nada más que una lanza sin proteger. Les he visto ignorar el dolor y persistir en la lucha, decididos a pelear hasta vencer o caer muertos. El miedo y el dolor sólo te afectan si tú los dejas.

—¿Lo dices en serio?

Cuando él afirmó con un asentimiento, Renna cerró los ojos y se abrió al sentimiento angustioso de su miedo, a la tensión en las extremidades y al estómago revuelto, a los puños cerrados y al rostro helado. En el momento en que se sintió consciente de todo ello, consiguió ignorar la mayor parte.

Arlen alzó un dedo y señaló hacia un demonio del bosque pequeño que colgaba de un árbol cercano. En otras circunstancias no habría podido distinguirlo del tronco, pero ahora relumbraba ante sus ojos protegidos en contraste con el brillo tenue del árbol.

Protegida por su capa, Renna abandonó el círculo y caminó con calma hacia el demonio. Este olisqueó el aire con una mirada de vaga curiosidad, pero no dio señal de haber percibido su proximidad. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, Renna apuñaló al demonio en la espalda. Los grafos relucieron y la coraza parecida a la corteza de árbol de la criatura se partió con facilidad. Sintió como si un juego rugiente le subiera por el brazo derecho, un dolor que fluía en oleadas alternado con una sensación de éxtasis.

El demonio se echó hacia atrás y chilló, pero Renna liberó la hoja y lo atravesó de nuevo. Y otra vez más. Un momento después, la criatura cayó al suelo y la neblina mágica que había bajo él se alejó flotando en ligeras volutas y remolinos.

Renna se irguió e inhaló una gran bocanada de dulce aire estival. Se sentía más fuerte, más viva de lo que jamás había estado en su vida.

Al otro lado del camino percibió de refilón los ojos relumbrantes de un demonio del fuego y esta vez no dudó. Su mirada se endureció mientras afirmaba el peso del cuerpo sobre una rodilla para atacar y atravesarle la cabeza. Esta vez saboreó el dolor de la magia mientras el demonio se debatía y, al final, caía vencido. El icor negro se derramó por el suelo y provocó pequeños fuegos humeantes.

El primer demonio del bosque que había visto en el camino medía cerca de los dos metros y había percibido el jaleo. Podría haberse escondido en el interior de la capa, pero en lugar de eso rugió y se lanzó sobre el abismal. El demonio le respondió con otro rugido y le lanzó un zarpazo, pero Renna era más fuerte y más rápida de lo que jamás había soñado y se echó a reír cuando evadió el torpe ataque y le clavó el cuchillo en el pecho. Esa vez fue diferente, fue tan sencillo como destripar un cerdo.

Renna paseó la mirada a su alrededor, jadeante, pero exultante. Sentía algo parecido a la… lujuria. Quería que hubiera más demonios, hubiera querido una horda entera.

Pero ya no quedaban más.

—Ya te lo dije —comentó Arlen, sonriente. Después guardó los círculos y cogió las riendas de Rondador Nocturno.

»Cabalguemos en mitad de la noche. Somos libres al fin.

Ella asintió y saltó con agilidad sobre la montura del semental gigante sin tocar siquiera el estribo. Se acomodó delante y dejó sitio atrás para que Arlen subiera. Él se echó a reír y saltó a su lugar con la misma facilidad con que lo había hecho ella. Pasó los brazos a su alrededor y acicateó a Rondador, a la vez que lanzaba un aullido de pura alegría cuando el corcel saltó hacia delante y emprendieron la galopada por el reluciente camino bajo la noche.

Había pasado un ciclo completo desde que el príncipe abismal había avistado a su presa en el criadero cercado. Se había visto obligado a pasar dos noches rastreándola, y sus huellas le habían llevado a sobrevolar una ruina abandonada que destilaba su intenso olor. La estructura estaba protegida por grafos recién trazados; Eran muy fuertes, pero de todas formas le resultaron fáciles de romper.

Aunque en realidad no había habido necesidad de ello, ya que el mentalista había identificado una mente humana en movimiento a través de los bosques muy lejos de las murallas.

Con un aleteo de sus alas descomunales, el mimetizador giró y voló hacia el humano, silencioso como la muerte. El mentalista extendió su mente para intentar acceder a los pensamientos del humano, pero se vio rechazado por una protección muy poderosa. Siseó, pero al extender el sondeo más allá, descubrió que no estaba solo. La mente humana viajaba con una hembra cuya mente era tan abierta como el cielo. Se deslizó con cautela en sus pensamientos y permaneció allí inadvertido, mirando a través de sus ojos.

Renna hincó el cuchillo con fuerza en el cuerpo del demonio del bosque y giró la hoja dentro del corazón. A su lado, Arlen sujetaba a otro al que había conseguido tumbar de lado en el suelo, mientras los grafos letales que le cubrían todo el cuerpo hacían su trabajo.

Se oyó un aullido y Renna alzó la mirada para ver aparecer un tercer demonio en las ramas que se extendían sobre su cabeza. Lo esquivó con un giro del cuerpo cuando cayó sobre ella, pero la empuñadura del cuchillo se había quedado trabada en las irregularidades de la superficie de la coraza de su primera víctima. El abismal se había desplomado, muerto, y la hoja estaba atrapada en su cuerpo.

—Mierda de demonio —exclamó Renna. Luego se tiró de espaldas y encogió las piernas como Arlen le había enseñado. Cogió los brazos como ramas del demonio del bosque y tiró de ellos mientras le pateaba, para usar la velocidad de la criatura en su contra. El demonio aterrizó justo delante de Arlen, que le aplastó el cráneo.

—Deberías dejar que me pinte los nudillos para que pueda hacer eso yo misma —comentó la chica.

—No es necesario que protejas tu piel —contestó él—. Con el cuchillo tienes suficiente.

Renna se acercó al demonio del bosque y recuperó su arma. La alzó para que el hombre la viera.

—No tenía el cuchillo.

—Pues te las has apañado bastante bien sin él.

—Sólo porque tú ya habías terminado con el otro —repuso ella—. No voy a usar la aguja, sólo un pincel y algo de roya.

Arlen la miró con el ceño fruncido.

—La absorción de magia es distinta cuando llevas los grafos en la piel, Ren. Son tan fuertes que te pierdes en ellos. Yo estuve perdido durante mucho tiempo cuando comencé a hacerlo y, aún ahora, no me he encontrado del todo. No me gustaría que eso te pasara a ti. Significas mucho para mí.

—¿De verdad? —preguntó ella.

—Es bueno tener alguien con quien hablar, aparte de Rondador —explicó Arlen, ajeno al súbito interés que había despertado en la chica—. Yo… me siento solo.

—Solo —repitió ella—. Sé lo que es sentirse así. También te puedes perder en ese sentimiento. El mundo está lleno de cosas en las cuales uno puede perderse y no nos vamos a pasar toda la vida escondidos tras los grafos por culpa de eso.

El Protegido la miró durante un buen rato. Finalmente, se encogió de hombros.

—No soy quién para decirte lo que tienes que hacer, Ren. Si quieres ignorar mi opinión y pintarte las manos, es decisión tuya.

El príncipe abismal observó el cortejo durante unos cuantos minutos más, pues le divertían los rituales de emparejamiento humanos. Estaba claro que el solitario apenas comprendía su magia ni la extensión de sus propios poderes y era ajeno a la presencia del mentalista. Tenía potencial para ser un unificador, pero aquí, en las tierras baldías, no era una amenaza y se le podía observar sin peligro.

El demonio dejó a un lado los pensamientos superficiales de la hembra e intentó sumergirse más profundamente en su mente para obtener información sobre el otro humano, pero lo que había era de poco valor. Así que hizo que le preguntara algo.

—¿Cómo encontraste los grafos perdidos? —preguntó Renna, sorprendiéndose a sí misma. Sabía que Arlen odiaba hablar sobre lo que le había ocurrido después de haberse marchado de Arroyo.

—Ya te lo dije. Los encontré en unas ruinas.

—¿Qué ruinas? ¿Dónde están?

—¿Qué importa eso? —repuso él con brusquedad—. Esto no es una de esas sagas juglarescas.

Ella sacudió la cabeza para aclarársela.

—Lo siento. No sé por qué de repente estaba tan interesada en ese tema. No importa. No quería inmiscuirme en tus cosas.

Arlen gruñó y se dirigió hacia la torre donde había pasado las últimas semanas trazando grafos mientras la entrenaba para cazar demonios.

El príncipe abismal siseó cuando el solitario rehuyó responder a la pregunta. La lógica le decía que debía matarlos a ambos, pero no había prisa. El número de grafos que había alrededor de su refugio sugería que no tenían previsto marcharse pronto. Podría vigilarlos durante unos cuantos ciclos más.

Cuando los humanos cruzaron los grafos, el mentalista se vio expulsado de la mente de la hembra. Un momento más tarde, el mimetizador aterrizó en un claro y se convirtió en bruma, para custodiar el camino mientras el príncipe abismal se deslizaba hacia el Abismo para reflexionar.