5
La corte de Euchor
Primavera del 333 d. R.
El Protegido abandonó la tienda y caminó un cierto trecho antes de subirse de nuevo a los tejados para asegurarse de que nadie le seguía hasta la mansión de Ragen y Elissa.
Era más pequeña de lo que recordaba. Cuando llegó a Miln por primera vez, a los once años de edad, la casa de Ragen y Elissa le había parecido casi una aldea en sí misma con aquel gran muro rodeando los jardines, las casitas de los Siervos y la casa propiamente dicha. Ahora, hasta el patio, que le había parecido un espacio casi infinito cuando era joven y aprendía a montar y luchar, le parecía claustrofóbico. Estaba tan acostumbrado a caminar libre por la noche que ahora cualquier muro le parecía sofocante.
Los Siervos de la puerta le dejaron entrar sin decir una palabra. Elissa había enviado a un mensajero a la mansión y a otro para recoger a Rondador Nocturno y su equipaje de la posada. Cruzó el patio, entró en la casa y subió los escalones de mármol hasta su antigua habitación.
Estaba exactamente como cuando la dejó. Arlen había adquirido muchas cosas durante su estancia en Miln: libros, ropa e instrumentos de todo tipo. Algunos de ellos se usaban para la protección, pero un Enviado no podía permitirse tal carga, pues ellos estaban limitados por lo que podía transportar su caballo. Había dejado la mayoría de sus cosas allí, sin mirar atrás, así que parecía que el tiempo no hubiera pasado en aquella habitación. Había sábanas limpias en la cama y ni una mota de polvo, pero no habían cambiado nada de sitio. Su escritorio aún estaba abarrotado. Se sentó allí un buen rato y disfrutó de la familiaridad y la seguridad que se desprendía de aquel ambiente, sintiéndose de nuevo como si tuviera diecisiete inviernos. Un golpe seco en la puerta le sacó de su ensoñación. Cuando la abrió se encontró con Madre Margrit, con los recios brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Ella había cuidado de él desde que puso el pie en Miln, había curado sus heridas y le había ayudado a adaptarse a las costumbres de la ciudad. Le sorprendió descubrir que después de tanto tiempo, aún le intimidaba.
—Veamos eso, entonces —dijo.
No tuvo que preguntar a qué se refería. Se armó de valor y se quitó la capucha.
Margrit lo observó durante un rato, sin mostrar sorpresa ni horror, tal como él había esperado. Gruñó y asintió para sí misma.
Después, le dio un bofetón en plena cara.
—¡Eso es por haberle roto el corazón a mi señora! —gritó. Fue un golpe sorprendentemente fuerte y no se había recuperado del todo cuando recibió otro más—. ¡Y eso por romper el mío! —Luego se echó a llorar y le abrazó, apretándole contra su pecho con tanta fuerza que le dejó sin aliento mientras sollozaba—. Gracias al Creador que estás bien —dijo con la voz ahogada por las lágrimas.
Ragen llegó poco después y le dio unas palmadas en el hombro, le miró a los ojos y no hizo comentario alguno sobre los tatuajes.
—Es estupendo que hayas vuelto —comentó.
Lo cierto es que el Protegido se sentía más confundido que Ragen, pues este llevaba un pesado broche de oro sobre el pecho con el símbolo del grafo clave del gremio de los Protectores.
—¿Ahora eres el maestro del gremio de los Protectores? —le preguntó.
Ragen asintió.
—Cob y yo nos hicimos socios cuando te marchaste y el negocio de protección que tú empezaste nos convirtió en la principal compañía de Miln. Cob sirvió tres años como maestro del gremio antes de que el cáncer minara sus fuerzas. Como heredero suyo, yo era la alternativa lógica para sucederle.
—Una decisión que nadie lamenta en Miln —intervino Elissa, mirando a su marido con ojos llenos de orgullo y amor.
Él se encogió de hombros.
—Me las apaño como puedo. Pero claro —dirigió la mirada al Protegido— deberías haber sido tú. Y aún puedes serlo. En el testamento de Cob quedaba claro que el control de la compañía tenía que pasar a tus manos si regresabas alguna vez.
—¿La tienda? —preguntó él, sorprendido ante la idea de que su viejo maestro le hubiera incluido en sus últimas voluntades a pesar de haber pasado tanto tiempo.
—La tienda, el canje de grafos, los almacenes y las fábricas de vidrio —aclaró Ragen—, todo, incluidos los contratos con los aprendices.
—Es suficiente para convertirte en uno de los hombres más ricos y poderosos de Miln —apostilló la mujer.
Una imagen relampagueó en su mente, la suya caminando por los pasillos del palacio del duque Euchor, mientras daba consejos a Su Gracia sobre política, y al mando de docenas o cientos de Protectores. Para mantener el control del poder, entre sus tareas estaría la de forjar alianzas…
Leer informes.
Delegar responsabilidades.
Estar siempre rodeado de Siervos que cuidaran de todas sus necesidades.
Agobiado dentro de las murallas de la ciudad.
Negó con la cabeza.
—No lo quiero. No quiero nada de todo eso. Arlen Bales está muerto.
—¡Arlen! —gritó la mujer—. ¿Cómo puedes decir algo así?
—No puedo retomar mi vida donde la dejé, Elissa —respondió, apartando la capucha y quitándose los guantes—. He escogido mi camino. No puedo volver a vivir dentro de las murallas. Incluso ahora, siento como si el aire se hubiera vuelto más denso, difícil de respirar…
Ragen puso una mano sobre su hombro.
—Yo también he sido Enviado —le recordó—. Sé a lo que sabe el aire libre y la sed que se siente de él tras las murallas de una ciudad. Pero la sed se apaga con el tiempo.
El Protegido lo miró y sus ojos se oscurecieron.
—¿Y por qué querría yo eso? —le espetó—. ¿Por qué quieres tú? ¿Por qué vives encerrado en una prisión si tienes las llaves para salir?
—Por Marya —repuso él—. Y por Arlen.
—¿Arlen? —preguntó el Protegido, confuso.
—No tú —gruñó él, de repentino mal humor—, sino mi hijo de cinco años, Arlen, ¡que necesita a un padre más que su padre el aire libre!
La respuesta de Ragen fue un golpe más fuerte que la bofetada de Margrit y supo que se lo merecía. Durante un momento, había hablado con el hombre como si fuera su auténtico padre. Como si fuera Jeph Bales de Arroyo Tibbet, el cobarde que se había mantenido al margen mientras los abismales vaciaban a su propia mujer.
Pero Ragen no era ningún cobarde. Lo había demostrado miles de veces. Él mismo le había visto enfrentarse a los demonios tan sólo con un escudo y una lanza. No se había rendido ante la noche debido al miedo, sino que lo hacía precisamente para derrotar al miedo.
—Lo siento —contestó—. Llevas razón. No tengo derecho a…
Ragen resopló con brusquedad.
—No pasa nada, chico.
El Protegido se acercó a las filas de retratos que había en las paredes del salón del matrimonio. Habían encargado uno cada año para constatar el paso del tiempo. En el primero estaban ellos dos solos y parecían muy jóvenes. El siguiente era de varios años después y pudo observar cómo su propio rostro sin grafos le devolvía la mirada, algo que no veía desde hacía años. Arlen Bales, un chico de doce años, sentado en una silla junto a ellos.
En las siguientes imágenes iba creciendo, hasta el año en que permaneció en pie entre Ragen y Elissa con la pequeña Marya en brazos.
En el retrato que continuaba la serie, él ya no estaba, pero poco después apareció un nuevo Arlen. Tocó el lienzo con ternura.
—Me hubiera gustado estar aquí para verle nacer. Y también me gustaría estar con él aquí y ahora.
—Puedes hacerlo —afirmó Elissa—. Tú perteneces a la familia, Arlen. No tienes que llevar la vida de un Mendigo. Siempre tendrás aquí tu casa.
Él asintió.
—Ahora lo veo. Lo veo de un modo que no podía percibir antes y siento no haberlo hecho entonces. Merecéis más de lo que os he dado, mucho más de lo que puedo daros. Pero me marcharé de Miln cuando termine mi audiencia con el duque.
—¡¿Qué?! —exclamó Elissa—. ¡Pero si acabas de llegar!
El Protegido sacudió la cabeza.
—He escogido mi camino y tengo que recorrerlo hasta el final.
—¿Y adónde te diriges? —preguntó ella.
—Para empezar, a Arroyo Tibbet, que está bien lejos, para llevarles los grafos de combate. Y después, si vosotros os encargáis de hacer correr los grafos por Miln y sus aldeas, haré lo mismo con los angiersinos y los laktonianos.
—¿Esperas que cada una de las aldeas se alce y luche? —inquirió de nuevo la mujer.
Él negó con la cabeza.
—No le pido a todo el mundo que luche. Pero si mi padre hubiera tenido un arco con flechas protegidas, mi madre viviría hoy. Les debo a todos la oportunidad que ella no tuvo. Una vez los grafos hayan llegado a todas partes y se hayan extendido tanto y tan lejos que jamás vuelvan a perderse, la gente podrá tomar sus propias decisiones acerca de qué hacer con ellos.
—¿Y después? —le presionó ella, con la esperanza de que un día volviera aún reflejada en la voz.
—Entonces, lucharé —afirmó él—. Y todos lo que lo hagan a mi lado serán bienvenidos y mataremos demonios hasta que caigamos o hasta que Marya y Arlen puedan ver ponerse el sol sin miedo.
Era tarde y hacía ya rato que los Siervos se habían retirado. Ragen, Elissa y el Protegido se habían sentado en el estudio para disfrutar de una copa de brandy, mientras el aire se espesaba con el dulce humo de las pipas que fumaban ambos hombres.
—He sido convocado a la audiencia del duque con el Protegido mañana —le informó Ragen—, aunque debo decir que jamás en toda mi vida habría pensado que fueras tú —dijo con una sonrisa burlona—. Tengo que preparar a un grupo de Protectores disfrazados de Siervos para que copien tus tatuajes mientras estás distraído hablando con Su Gracia.
El joven asintió.
—Me dejaré la capucha puesta.
—¿Por qué? —preguntó Ragen—. Si quieres que todo el mundo los tenga, ¿para qué los quieres mantener en secreto?
—Porque Euchor los codicia —repuso él— y puedo usarlos para obtener ventaja sobre él. Seré yo quien le distraiga para que piense que me los está comprando, mientras tú los distribuyes en secreto a todos los Protectores del ducado. Haz que se extiendan tan lejos que jamás pueda suprimirlos.
Ragen gruñó.
—Buena jugada —admitió—, aunque Euchor se quedará lívido cuando se dé cuenta de que has jugado a dos bandas.
Él se encogió de hombros.
—Para entonces ya hará tiempo que me habré ido y no se merece menos por mantener bajo llave en su biblioteca todos los conocimientos del mundo antiguo para que sólo puedan acceder a ellos un puñado de personas.
El hombre asintió.
—Entonces será mejor que finja no conocerte en la audiencia. Si se revela tu identidad, me mostraré tan sorprendido como los demás.
—Creo que sería lo más sensato por tu parte —concedió el Protegido—. ¿Quiénes crees tú que asistirán, además de ti?
—La menor cantidad de gente posible —explicó el hombre—. A Euchor le ha venido muy bien que acudieras tan temprano, al amanecer, de modo que entres y salgas antes de que los Pastores y los Cortesanos tengan idea de que se ha producido el encuentro.
Además del duque, Jone y yo mismo, estarán el maestro del gremio de los Enviados, Malcum, las hijas de Euchor y mis Protectores vestidos de Siervos.
—Háblame de las hijas de Euchor.
—Sus nombres son Hypatia, Aelia y Lorain —dijo Ragen—, todas con la cabeza tan dura como la de su padre e igual de poco agraciadas. Son todas madres, con hijos varones en caso de que Euchor no pueda tener un hijo propio. El Concejo Ducal de las Madres elegirá al próximo duque entre ese grupo de retoños nefastos.
—Así que, si Euchor muere, ¿uno de los chicos se convierte en duque?
—Técnicamente, sí. Aunque la verdad es que la madre del chico se convertirá en duquesa a todos los efectos salvo en el nombre y gobernará en su lugar hasta que su hijo alcance la mayoría de edad… o puede que más. No subestimes a ninguna de ellas.
—No lo haré.
—Deberías saber también que el duque tiene un nuevo heraldo.
El Protegido se encogió de hombros.
—¿Y eso que importa? Tampoco conocí al anterior.
—Sí importa, porque el nuevo es Keerin.
El hombre tatuado alzó la cabeza y sus ojos mostraron una mirada dura. Keerin había sido el compañero Juglar de Ragen, y ambos habían encontrado a Arlen en el camino, inconsciente y agonizando debido a la fiebre de demonio que contrajo tras cortarle el brazo al Manco. El Juglar se había comportado como un cobarde, pues se acurrucó bajo la manta y se pasó la noche gimoteando mientras los demonios ponían a prueba los grafos. Sin embargo, años más tarde, lo encontró de nuevo, realizando una actuación en la que aseguraba haber sido él quien mutiló al abismal. El demonio intentaba entrar en la ciudad cada noche para vengarse de Arlen, tras haber conseguido abrir una brecha en la muralla en una ocasión. Arlen había llamado mentiroso a Keerin públicamente y, como resultado, tanto él como Jaik habían recibido una paliza de sus aprendices.
—¿Cómo puede un hombre que se niega viajar ser heraldo del duque?
—Euchor sujeta bien las riendas del poder acaparando gente tanto como conocimientos. La estúpida cancioncita de Keerin sobre el Manco hizo que fuera muy solicitado por los Cortesanos y de esa manera captó la atención de Su Gracia. Poco después le dio la comisión ducal y ahora sólo actúa para placer del duque.
—Entonces no es un heraldo propiamente dicho.
—Oh, sí, claro que sí —repuso Ragen—. Se puede llegar a la mayoría de las aldeas sin verdadera necesidad de refugio y Euchor ha construido algunas ventas en el camino a los lugares más alejados para acomodar a esa pequeña comadreja sin pelotas.
Las puertas de la ciudadela del duque se abrieron al amanecer y la persona que salió para recibir al Protegido no fue otra que Keerin.
Era parecido a como él recordaba, alto para ser milnés, con el pelo rojo como las zanahorias y vivaces ojos verdes. Había engordado un poco, sin duda debido al buen trato que le daba su nuevo patrón. Aquel ralo asomo de bigote que había lucido en otros tiempos aún tenía problemas para encontrarse con el rizo solitario que asomaba a su barbilla y usaba polvos para suavizar las líneas del rostro, en el intento de retener una juventud que se le escapaba.
Pero aunque la última vez que lo vio llevaba el vistoso traje de Juglar, ahora vestía de acuerdo al cargo de heraldo real. Lucía un tabardo decorado con los colores de Euchor: gris, blanco y verde, cortado sobre un diseño bastante sobrio. Llevaba unos pantalones sueltos, tan holgados que más de una vez le harían tropezar, y el interior de su capa negra iba cosido con trozos de seda de diversos colores de modo que podía mostrarlos con un giro del brazo.
—¡Es un honor recibirle, señor! —dijo, inclinándose en un gesto formal—. Su Gracia se está preparando para la llegada de algunos de sus consejeros más importantes antes de comenzar la audiencia. Si me acompaña, le escoltaré a un salón de recepción.
El Protegido le siguió a través del palacio. La última vez que había caminado por allí, había un ajetreo de Siervos y Madres que se apresuraban de un lado para otro atareados con asuntos ducales. Pero era muy temprano y los pasillos aún estaban vacíos, salvo por algún Siervo ocasional, entrenado para parecer invisible.
Las lámparas generaban un zumbido al iluminar el camino con un resplandor pulsante. No necesitaban aceite ni mechas, ni química de las Herboristas. Las llamaban «léctricas», otro resto de la ciencia antigua que Euchor se reservaba para su propio uso. Se parecía a la magia, pero el Protegido sabía desde sus tiempos en la Biblioteca Ducal que la luz procedía del magnetismo, una energía no muy diferente de la del viento o la del agua cuando hacían dar vueltas a un molino.
Keerin lo acompañó hasta una lujosa sala caldeada por una chimenea. Las paredes estaban forradas de estanterías y había un escritorio de caoba. Si hubiera estado solo, habría sido un lugar agradable para esperar.
Pero Keerin no hizo movimiento alguno para marcharse. Se dirigió hacia un servicio de plata y sirvió dos copas de vino especiado; luego regresó para ofrecerle una al Protegido.
—Yo mismo soy un renombrado cazador de demonios. Quizá haya oído la canción que compuse sobre el tema, una titulada: El Manco.
El joven Arlen se hubiera puesto furioso ante el hecho de que ese tipo siguiera arrogándose hazañas que eran suyas, pero el Protegido estaba más allá de esas cosas.
—Claro que sí —repuso, dándole una palmada al Juglar en el hombro—. Es un honor conocer a alguien tan valiente. ¡Venga conmigo esta noche y buscaremos un puñado de demonios de las rocas a los que mostrarles el sol!
Keerin perdió el color del rostro ante la oferta y su piel se tornó de una palidez enfermiza. Él sonrió en el interior de la capucha. Quizá después de todo no estaba tan de vuelta de estas cosas.
—Yo… er… gracias por el ofrecimiento —tartamudeó el Juglar—. Me sentiría muy honrado, claro, pero mis deberes con el duque no me permiten ese tipo de cosas.
—Lo entiendo —replicó—. Es estupendo que no estuviera tan ocupado cuando salvó la vida de aquel chaval del que habla la canción. ¿Cuál era su nombre?
—Arlen Bales —contestó y recobró la compostura con una sonrisa forzada. Luego se acercó más al Protegido y le puso una mano sobre el hombro para hablarle en voz baja—. De un cazador de demonios a otro. Me sentiría muy honrado de inmortalizar sus hazañas en una canción, si me permitiera una breve entrevista cuando sus asuntos con Su Gracia hayan finalizado.
El Protegido se volvió para enfrentarse a él y alzó la cabeza de modo que la luz de la léctrica entrara dentro de la capucha. Keerin jadeó del susto y apartó el brazo, dando un salto hacia atrás.
—Yo no mato demonios por la gloria, Juglar —rugió, avanzando hacia el heraldo hasta que este dio con su espalda contra la estantería, que se balanceó de manera inestable—. Yo mato demonios —se inclinó para acercarse más aún—, porque merecen morir.
La mano del Juglar tembló de tal manera que derramó el vino. El hombre tatuado dio un paso hacia atrás y sonrió.
—Quizá debería usted escribir una canción sobre eso —le sugirió.
El heraldo no se marchó, pero no volvió a hablar, y el Protegido le quedó muy agradecido por ese motivo.
El gran salón de Euchor era más pequeño de como lo recordaba el Protegido, pero aun así impresionaba, con aquellos elevados pilares que sustentaban un techo de una altura que se antojaba imposible. Estaba pintado de manera que pareciera el cielo azul, con un estallido de amarillo y blanco en el centro. El suelo estaba cubierto de mosaicos y las paredes de tapices. Había espacio para alojar a una multitud, ya que el duque realizaba gran cantidad de bailes y fiestas allí, en las que gustaba de observar el desarrollo de los distintos eventos desde su alto trono en uno de los extremos del salón.
Cuando se aproximó, el duque estaba sentado en el trono. Detrás de él, sobre el estrado real, se encontraban tres mujeres que sin duda debían de ser sus hijas, tanto por sus rostros poco atractivos como por los costosos vestidos cubiertos de joyas que llevaban. Madre Jone se situaba a los pies de las escaleras que conducían al estrado y portaba una tablilla como apoyo para escribir y un lápiz. Al otro lado estaban los maestros de los gremios, Ragen y Malcum. Ambos hombres, los dos Enviados ya retirados, mantenían una animada conversación. Ragen le susurró algo a Malcum, el cual se echó a reír, recibiendo por ello una mirada enfurecida de Jone.
Junto a la mujer se encontraba el Pastor Ronnell, Bibliotecario Real, además de padre de Mery.
El Protegido se maldijo, debería haber esperado que estuviera allí. Si Mery le había dicho algo…
Pero el hombre, aunque le miraba con interés, no mostró reconocimiento alguno en sus ojos. Su secreto estaba a salvo, al menos por ahora.
Dos guardias cerraron la puerta a su espalda y cruzaron las lanzas desde el interior. Unos «Siervos», todos con carpetas para escribir, se removían en el lado más lejano de los pilares, sin que estos les estorbaran la visión directa del hombre tatuado.
Allí arriba, Euchor se veía mucho más gordo y viejo de lo que él recordaba. Seguía luciendo joyas en todos los dedos gordezuelos y una fortuna en cadenas de oro, pero le quedaba ya poco pelo bajo la corona dorada. En su momento, había sido una figura imponente, pero ahora parecía como si apenas pudiera levantarse del trono sin ayuda.
—Duque Euchor, Luz de las Montañas y Señor de Miln —anunció Keerin—, os presento al Protegido, Enviado por cuenta del duque Rhinebeck, Guardián de la Fortaleza del Bosque y Señor de Angiers.
La voz de Ragen retornó a su memoria como siempre le sucedía cuando se entrevistaba con un duque. «Los Mercaderes y los Cortesanos te ningunearán si se lo permites. Necesitas actuar en su presencia como si fueras un rey y jamás olvides quien arriesga su vida».
Con aquello en mente, cuadró los hombros y avanzó a grandes zancadas.
—Saludos, Su Gracia —comenzó sin que se le hubiera dado permiso. Sus ropas revolotearon a su alrededor cuando hizo una graciosa reverencia. Se oyó un murmullo en la sala debido a su audacia, pero Euchor actuó como si no se hubiera dado cuenta.
—Bienvenido a Miln. Hemos oído hablar mucho de ti. Confieso que yo era uno de los muchos que pensaban que eras un mito. Por favor, discúlpame por ello. —Hizo el gesto de que se retirara la capucha.
El Protegido asintió y se la quitó, lo que arrancó jadeos sorprendidos de los asistentes. Incluso Ragen pareció apropiadamente asustado.
Él esperó y les permitió que echaran una buena ojeada.
—Impresionante —admitió Euchor—. Los rumores no te hacen justicia. —Mientras hablaba, los Protectores de Ragen empezaron a trabajar, y pusieron los lápices en movimiento para copiar todos los símbolos que veían a la vez que trataban de no parecer interesados.
Esa vez fue la voz de Cob la que fluyó por su mente. «Fuerte Miln no es como Arroyo Tibbet, hijo. Aquí, todo cuesta dinero». No creyó que hubieran podido anotar muchos, ya que los símbolos eran abundantes, muy pequeños y muy apretados, pero se puso la capucha de nuevo con un ademán casual, sin que sus ojos se apartaran nunca de los del duque. El mensaje era claro. Sus secretos tenían un precio.
Euchor echó una ojeada a los Protectores y les dedicó una mirada furiosa debido a su falta de sutileza.
—Traigo un mensaje de parte del duque Rhinebeck de Angiers —comenzó de nuevo el Protegido y extrajo la bolsita con el sello de entre sus ropas.
El duque lo ignoró.
—¿Quién eres tú? —le preguntó con rudeza—. ¿De dónde vienes?
—Soy el Protegido. Vengo de Thesa.
—Ese nombre no existe en Miln —le advirtió el duque.
—Sin embargo, así es —replicó él.
Los ojos de Euchor casi se le salieron de las órbitas ante la nueva audacia y se retrepó en el asiento del trono, mientras reflexionaba. Euchor era diferente de los demás duques que se había encontrado a lo largo de sus viajes. En Lakton y Rizón, el cargo apenas era una figura de papel que servía para exponer los acuerdos del concejo urbano. En Angiers, Rhinebeck gobernaba, pero parecía que tanto sus hermanos como Janson tenían el mismo poder de decisión que él. En Miln, Euchor era quien tomaba todas las decisiones. Sus consejeros no eran más que eso y no al revés. El hecho de que hubiera gobernado durante tanto tiempo era un testigo de su astucia.
—¿Realmente puedes matar abismales con las manos desnudas? —le preguntó.
El Protegido sonrió de nuevo.
—Como ya le he propuesto a vuestro Juglar, Su Gracia, acompañadme al otro lado de la muralla cuando caiga la oscuridad y os lo mostraré personalmente.
Euchor se echó a reír, pero era una risa forzada, pues el color se había desvanecido de su cara blancuzca.
—Quizá en otro momento.
Él asintió.
Euchor lo miró durante un buen rato, como si intentara tomar una decisión.
—Entonces, ¿eres tú o no? —preguntó al final.
—¿Su Gracia?
—El Liberador —aclaró el duque.
—Seguramente no —se mofó el Pastor Ronnell, pero el duque hizo un gesto cortante y él se calló de forma inmediata.
—¿Eres tú? —inquirió de nuevo.
—No —replicó el Protegido—. El Liberador es una leyenda, nada más. —Ronnell pareció deseoso de intervenir tras aquella afirmación, pero el bibliotecario echó una ojeada al duque y permaneció callado—. Sólo soy el hombre que ha encontrado los grafos que estaban perdidos.
—Grafos de combate —explicó Malcum, con los ojos alerta. Era el único en aquella sala que se había enfrentado a los abismales solo en la noche y su interés era genuino. El gremio de los Enviados pagaría cualquier precio para armar a sus hombres con lanzas y flechas protegidas.
—¿Y cómo te hiciste con esos grafos? —presionó Euchor.
—Hay mucho por hallar en las ruinas que se encuentran fuera de las ciudades —replicó él.
—¿Dónde? —preguntó Malcum. El Protegido se limitó a sonreír y dejó que mordieran el anzuelo.
—Ya está bien —intervino el duque—. ¿Cuánto quieres por los grafos?
El hombre tatuado sacudió la cabeza.
—No los venderé a cambio de oro.
Euchor le miró con el ceño fruncido.
—Podría hacer que mis guardias te persuadieran —le advirtió, asintiendo en dirección a los dos hombres que se encontraban al lado de la puerta.
—Pues os encontraríais con dos guardias menos.
—Quizá —reflexionó el duque—, pero puede que sí tenga suficientes hombres para sujetarte contra el suelo mientras mis Protectores copian tus tatuajes.
—Ninguno de ellos puede aplicarse a una lanza o a un arma —mintió él—. Los grafos están aquí —y se dio unos golpecitos en la frente cubierta por la capucha—, y no hay suficientes guardias en todo Miln para que me los saquen de ahí.
—No estés tan seguro —avisó Euchor—, pero me doy cuenta de que tienes un precio en mente así que dime cuál es y acabemos de una vez.
—Lo primero es lo primero —dijo el Protegido y le dio la bolsita de Rhinebeck a Jone—. El duque Rhinebeck solicita una alianza para expulsar a los krasianos que han tomado Rizón.
—Claro que Rhinebeck quiere un aliado —bufó Euchor—. Se sienta detrás de unas murallas de madera en las tierras verdes que codician las ratas del desierto. Pero ¿por qué razón tengo yo que involucrarme?
—Invoca el Pacto.
Euchor esperó a que Jone le diera la carta, la cogió y la leyó con rapidez. Frunció el ceño y después la arrugó en la mano.
—Rhinebeck ya ha roto el Pacto —bramó—, cuando trató de reconstruir Pontón en su lado del río. Que nos pague los peajes de los últimos quince años y a lo mejor yo reconsidero mi decisión en este asunto.
—Su Gracia —dijo el hombre tatuado, reprimiendo el deseo de saltar al estrado y estrangular al duque con sus propias manos—, el asunto de Pontón puede ser tratado en otra ocasión. Los krasianos son una amenaza común que va más allá de esa disputa sin importancia.
—¡¿Sin importancia?! —gritó el duque. Ragen sacudió la cabeza y el Protegido lamentó de inmediato la elección de las palabras. Nunca había sido tan bueno como su mentor manejando a los cortesanos.
—Los krasianos no vienen por las tasas, Su Gracia —le presionó—. No os equivoquéis, vienen a matar y violar hasta que todas las tierras del norte se unan a su propio ejército.
—No les tengo miedo a las ratas del desierto —replicó Euchor—. ¡Que vengan y se estrellen contra mis montañas! Dejémosles que nos asedien en estas tierras heladas y veamos si sus grafos de arena pueden luchar contra los demonios de la nieve mientras se mueren de hambre al pie de las murallas.
—¿Y qué pasará con las aldeas? ¿También las sacrificaréis?
—Puedo defender mi ducado sin ayuda. Hay libros de ciencia de la guerra en mi biblioteca, planos para fabricar armas y máquinas que destrozarán a los salvajes con pocas bajas para nosotros.
—Si me permitís una palabra, Su Gracia —intervino el Pastor Ronnell, atrayendo todas las miradas hacia él. Se inclinó profundamente y cuando Euchor asintió, subió a toda carrera los escalones del estrado y le cuchicheó algo cerca de la oreja.
Los agudos oídos del Protegido captaron cada una de las palabras susurradas.
—Su Gracia, ¿estáis seguro de que es inteligente devolver al mundo ese tipo de secretos? —le preguntó el Pastor—. Fueron las guerras de los hombres las que trajeron la Plaga.
—¿Preferirías una plaga de krasianos? —siseó Euchor en respuesta—. ¿Qué les pasará a los Pastores del Creador si vienen los evejanos?
Ronnell hizo una pausa.
—Es un punto a tener en cuenta, Su Gracia. —Se inclinó y regresó a su lugar.
—Pero aunque controle el Entretierras —insistió Arlen—, ¿cuánto tiempo podrá sobrevivir Miln sin el grano, el pescado y la madera procedentes del sur? Las Huertas Reales podrán abastecer al palacio, pero cuando el resto de la ciudad comience a morir de inanición, os sacarán a patadas de vuestros propios muros.
Euchor resopló, pero no replicó de forma inmediata.
—No —contestó al final—, no enviaré a soldados milneses a morir en el sur en beneficio de Rhinebeck sin recibir algo a cambio.
El Protegido se sintió furioso ante la cortedad de miras del hombre, aunque su reacción no era inesperada. Era el momento de negociar.
—El duque Rhinebeck me ha concedido determinados poderes —continuó—. No moverá a su gente de su lado de Pontón, pero os cederá el cincuenta por ciento de los peajes durante un período de diez años a cambio de vuestra ayuda.
—¿Sólo la mitad durante una década? —se burló el duque—. Eso apenas pagaría la comida de mis soldados.
—Queda cierto margen para la negociación, Su Gracia —insistió el hombre tatuado.
Euchor sacudió la cabeza.
—No es suficiente. Ni mucho menos. Si Rhinebeck quiere mi ayuda, quiero eso y algo más.
El Protegido inclinó la cabeza.
—Y ¿qué sería, Su Gracia?
—Rhinebeck aún no ha sido capaz de tener un hijo varón, ¿no? —dijo con rudeza. A la Madre Jone se le escapó una exclamación de sorpresa y el resto de los hombres presentes se removieron incómodos ante la mención de un tema tan poco apropiado.
—Al igual que Su Gracia —replicó el Protegido, pero el duque movió la mano con displicencia en rechazo a su afirmación.
—Tengo nietos. Mi linaje está asegurado.
—Disculpadme, pero ¿qué tiene que ver eso con una posible alianza?
—Si Rhinebeck quiere que sea su aliado tendrá que tomar como esposa a una de mis hijas —repuso Euchor, echando una ojeada hacia la parte de atrás del trono donde se encontraba su poco agraciada descendencia— y el peaje del puente será su dote.
—¿Vuestras hijas no son ya todas Madres? —inquirió confundido el Protegido.
—Ya lo creo, son criadoras probadas y todas han tenido hijos aunque aún se encuentran en la flor de la juventud.
Arlen echó una nueva ojeada a las mujeres. No parecían estar en la flor de nada, pero no hizo comentario alguno.
—Lo que quiero decir, Su Gracia, es que… ¿no están todas casadas?
Euchor se encogió de hombros.
—Todas con Cortesanos menores. Puedo disolver sus votos con un gesto de la mano y cualquiera de ellas estaría orgullosa de sentarse junto al trono de Rhinebeck y darle un hijo. Incluso le dejaría escoger la que quisiera de ellas.
«Rhinebeck moriría primero —pensó el Protegido—. No habrá alianza alguna».
—No tengo poderes para negociar con ese tipo de asuntos.
—Claro que no —admitió Euchor—. Pondré la oferta por escrito hoy mismo y enviaré a mi heraldo a la corte de Rhinebeck para que la entregue personalmente.
—Su Gracia —chilló Keerin, palideciendo de repente—, seguramente me necesitaréis aquí…
—Irás a Angiers o te echaré de mi torre —rugió Euchor.
El Juglar hizo una reverencia e intentó componer una máscara juglaresca impasible, aunque traslucía con claridad su angustia.
—No cabe duda de que será para mí un gran honor ir, si quedo relevado de mis deberes locales.
Euchor gruñó y después volvió a mirar al Protegido.
—Todavía no me has dicho cuál es el precio por tus grafos de combate.
El Protegido sonrió y metió la mano en su morral para sacar un grimorio encuadernado en piel y con las páginas cosidas a mano.
—¿Estos?
—Creía que me habías dicho que no los llevabas contigo.
El Protegido se encogió de hombros.
—Mentí.
—¿Qué quieres a cambio de ellos? —insistió el duque.
—Que enviéis Protectores y suministros a Pontón con su heraldo de camino a Angiers, junto con un decreto real por el cual se acepte a todos los refugiados de más allá del Entretierras sin peaje y con garantía de darles comida, cobijo y refugio durante el invierno.
—¿Todo eso a cambio de un libro de grafos? ¡Eso es ridículo!
Arlen se encogió de hombros una vez más.
—Si deseáis comprarle los que le he vendido a Rhinebeck, será mejor que tratéis con él pronto, antes de que los krasianos quemen su ciudad hasta los cimientos.
—El gremio de los Protectores se hará cargo de los costes, Su Gracia, por supuesto —intervino Ragen oportunamente.
—Y el de los Enviados también —apuntó Malcum con rapidez.
Los ojos de Euchor se entrecerraron al mirar a los hombres y el Protegido comprendió que había ganado. El duque sabía que si rehusaba, los maestros de los gremios comprarían ellos mismos los grafos y él perdería el control de los mayores avances en magia que habían tenido lugar desde la Primera Guerra de los Demonios.
—Jamás les pediría eso a los gremios. La corona cubrirá los gastos. Después de todo —asintió en dirección al hombre tatuado—, lo menos que puede hacer Miln por los supervivientes que lleguen tan lejos al norte es acogerlos. Aunque, desde luego, tendrán que hacer un juramento de lealtad.
El Protegido frunció el ceño, pero asintió a su vez, y a una señal de Euchor, el Pastor Ronnell se apresuró a recoger el libro de sus manos. Malcum lo observó con una mirada hambrienta.
—¿Aceptarás el refugio de la caravana que vaya hacia Angiers? —inquirió el duque, intentando ocultar su ansiedad porque se fuera cuanto antes.
El Protegido sacudió la cabeza.
—Se lo agradezco, Su Gracia, pero prefiero protegerme a mí mismo. —Hizo una reverencia y sin que nadie le despidiera, se dio la vuelta y salió a grandes zancadas de la habitación.
No fue muy complicado despistar a los hombres que Euchor había enviado para que le siguieran. La ciudad comenzaba su ajetreo matinal y las calles estaban atestadas cuando el Protegido se dirigió hacia la Biblioteca del duque. Su aspecto era similar al de cualquier Pastor de los que ascendían las escaleras de mármol del mayor edificio de Thesa.
Como siempre, la Biblioteca le llenaba tanto de júbilo como de pena. Euchor y sus ancestros habían atesorado en su interior copias de casi todos los libros procedentes del viejo mundo que habían sobrevivido al incendio de las bibliotecas provocados por los demonios del fuego durante el Retorno. Había libros sobre todas las materias: ciencia, medicina, magia, historia… Los duques de Miln habían recogido todo el conocimiento disponible y lo habían puesto a buen recaudo, negando sus beneficios al resto de la humanidad.
Como Protector itinerante, él había cubierto de grafos las estanterías y otros muebles de la Biblioteca y por ello se había ganado un lugar permanente en los libros de acceso a los archivos. Era evidente que no tenía deseo de revelar su identidad, incluso a cualquier recepcionista poco relevante, pero su objetivo no estaba esta vez en las estanterías. Una vez dentro del edificio, se deslizó hasta desaparecer de la vista y se dirigió a un pasillo lateral.
Cuando el Pastor Ronnell entró en su oficina con el grimorio de los grafos de combate bien agarrado, el Protegido le estaba aguardando dentro. El Pastor no reparó en su presencia, sino que se movió con rapidez para cerrar la puerta a su espalda. Luego exhaló el aire que había retenido hasta el momento y se volvió con el libro en las manos.
—Qué extraño que Euchor os diera el libro a vos y no al maestro del gremio de los Protectores, seguramente mucho más capaz de descifrarlos —comentó el Protegido.
Ronnell se sobresaltó al oír su voz y dio un salto hacia atrás. Los ojos se le abrieron como platos cuando vio a quien tenía ante sí. Su mano esbozó un grafo en el aire con rapidez.
Cuando quedó claro que el Protegido no pretendía atacarle, el Pastor se irguió y recobró la compostura.
—Estoy más que cualificado para descifrar el libro. La protección es parte de los estudios de un acólito. Puede que el mundo no esté preparado para lo que se contiene aquí. Su Gracia ha ordenado que lo averigüe primero.
—¿Esa es ahora vuestra función, Pastor? ¿Decidir para qué está preparada la humanidad y para qué no? ¿Es que Euchor o vos tenéis algún derecho a negar a los hombres la capacidad de derrotar a los abismales?
Ronnell resopló.
—Habláis, señor, como quien no ha vendido los grafos a un alto precio en vez de ofrecerlos sin pedir nada a cambio.
El Protegido caminó hacia el escritorio de Ronnell. La superficie estaba impecable y despejada, salvo por una lámpara, un juego de escritura de caoba pulida y un atril de bronce que sostenía su copia personal del Canon. El Protegido alzó el libro como por casualidad y sus agudos oídos captaron cómo el Pastor contenía el aliento al verle tocar un objeto de su propiedad, aunque no dijo nada.
El libro encuadernado en piel estaba gastado por el uso y la tinta algo borrosa. No era una pieza de exposición, sino más bien una copia que se utilizaba con frecuencia como guía, un lugar donde consultar sus misterios con regularidad. Ronnell había ordenado a Arlen que leyera esa misma copia durante el tiempo que pasó en la Biblioteca, pero no sentía nada de la fe que había depositado en ella el Pastor, pues partía de dos premisas que él no podía aceptar: que había un Creador todopoderoso y que los abismales eran parte de su plan, un castigo propiciado por los pecados de la humanidad.
En su mente, el libro, al igual que muchas otras cosas en el mundo, eran responsables del estado miserable de la humanidad, de esa actitud llena de cobardía y debilidad en la que vivía sumida cuando por el contrario debía mostrar fortaleza; esa era la razón de que la humanidad siempre se sintiera asustada y desesperanzada. Pero, a pesar de todo ello, el Protegido creía profundamente en muchas de las enseñanzas que defendía el Canon sobre la hermandad y la comunidad de los hombres.
Hojeó el libro hasta que encontró un pasaje en particular y comenzó a leer:
No hay hombre en la Creación que no sea tu hermano, No hay mujer que no sea tu hermana, ni niño que no sea tu hijo, Porque todos sufren la Plaga, tanto los justos como los pecadores. Y todos deben estar unidos para enfrentarse a la noche.
El Protegido cerró el libro con un golpe que sobresaltó al bibliotecario.
—¿Qué precio he pedido por los grafos, Pastor?, ¿que Euchor acepte a los desamparados que llamen a su puerta? ¿Cómo podría yo sacar provecho de ello?
—Podríais estar conchabado con Rhinebeck —sugirió el hombre— y que os haya pagado para deshacerse de los Mendigos que se hayan convertido en un problema al sur del Entretierras.
—¡Escuchaos a vos mismo, Pastor! ¡Buscando excusas para no seguir vuestro propio Canon!
—¿Para qué habéis venido? Podéis darle los grafos a cualquiera en Miln si así lo deseáis.
—Ya lo he hecho, de modo que ni vos ni Euchor podáis hacerlos desaparecer.
Los ojos de Ronnell se abrieron como platos.
—¿Por qué me decís eso? Keerin no se marcha hasta mañana. Puedo advertir al duque para que se desdiga de su promesa de garantizar ayuda a los refugiados.
—Pero no lo haréis —replicó el Protegido, colocando cuidadosamente el Canon de nuevo sobre su soporte.
Ronnell frunció el ceño.
—¿Qué es lo que queréis de mí?
—Quiero saber más de los ingenios de guerra que mencionó Euchor.
Ronnell respiró hondo.
—¿Y si me niego a deciros nada?
El Protegido se encogió de hombros.
—Entonces iré a las estanterías y lo encontraré yo mismo.
—No está permitido acceder a los archivos salvo para aquellos que porten el sello del duque.
El Protegido se bajó la capucha.
—¿Y para mí?
Ronnell lo miró, maravillado por la piel tatuada. Permaneció en silencio largo rato y cuando habló lo hizo con otro verso del Canon: «Y así conoceréis al Liberador; por su carne desnuda y marcada…».
—«… de la cual no soporten la vista los demonios y ante él huyan aterrorizados» —finalizó el Protegido—. Me hicisteis memorizar ese pasaje el año que estuve protegiendo las estanterías.
El Pastor lo miraba fijamente, intentando apartar los grafos y los años de su figura. Y, de repente, sus ojos brillaron al reconocerle.
—¿Arlen? —exclamó con un jadeo de sorpresa.
Él asintió.
—Me disteis vuestra palabra de que tendría acceso a las estanterías durante toda mi vida —le recordó.
—Claro, claro… —comenzó el hombre, pero luego su voz se desvaneció. Sacudió la cabeza como para aclarársela—. ¿Cómo es que no me di cuenta antes? —masculló entre dientes.
—¿Daros cuenta de qué?
—De que eras tú. —Cayó de rodillas ante él—. ¡Tú eres el Liberador que ha venido a terminar con la Plaga!
El Protegido frunció el ceño.
—Yo no he dicho tal cosa. ¡Me conocisteis cuando era un niño! Era voluntarioso e impulsivo y jamás puse un pie en el Templo. Cortejé a vuestra hija. Después la abandoné y rompí mi promesa. —Se inclinó para acercarse al Pastor—. Y antes comería mierda de demonio que creer que la humanidad se merece la «Plaga».
—Por supuesto —admitió el Pastor—. El Liberador debe creer lo contrario.
—¡Yo no soy el maldito Liberador! —exclamó con brusquedad, pero esta vez el Pastor permaneció con los ojos abiertos de par en par, maravillados, sin inmutarse ante su enfado.
—Sí que lo eres. Es la única explicación a los milagros.
—¿Milagros? —inquirió él, incrédulo—. ¿Qué habéis fumado, Pastor? ¿Qué milagros?
—Keerin puede cantar todo lo que quiera acerca del modo en que te encontraron en el camino, pero yo he oído la versión de primera mano del maestro Cob —aclaró él—. Fuiste tú quien cortó el brazo al demonio de las rocas y cuando este hizo una brecha en la muralla, también fuiste tú quien lo engañó para que se precipitara en la trampa de los Protectores.
El Protegido se encogió de hombros.
—¿Y qué? Cualquiera con una habilidad básica para proteger podría haber hecho cualquiera de las dos cosas.
—No recuerdo a nadie que lo haya hecho. Y tú sólo tenías once años cuando mutilaste al demonio, y estabas solo en lo más profundo de la noche.
—Habría muerto a causa de mis heridas si Ragen no me hubiera encontrado.
—Sobreviviste varias noches antes de que llegara el Enviado. El Creador debió enviarlo cuando tu prueba terminó.
—¿Qué prueba? —preguntó, pero Ronnell le ignoró.
—Eras un Mendigo encontrado en el camino —continuó el Pastor—, pero trajiste nuevos grafos a Miln y ¡revitalizaste ese arte antes de finalizar siquiera tu propio aprendizaje! —Hablaba como si contemplara cada uno de aquellos hechos a la luz de una nueva perspectiva mientras los enumeraba, como encajando las piezas de un gran puzzle—. También protegiste la Santa Biblioteca —añadió, con respeto reverencial—. Un niño, un mero aprendiz, y te dejé proteger el edificio más importante del mundo.
—Sólo los muebles —replicó él.
Ronnell asintió como si estuviera encajando otra pieza más.
—El Creador te quería aquí en la Biblioteca. ¡Estos secretos fueron recogidos sólo para ti!
—Eso son tonterías.
Ronnell se puso en pie.
—Recemos, pues. Cálate la capucha —le ordenó y luego se dirigió hacia la puerta.
El Protegido se lo quedó mirando durante un momento y después le obedeció. El Pastor le condujo desde la oficina al archivo principal a través del laberinto de estanterías con la familiaridad con la que cualquier hombre recorrería su propio hogar cuando la tetera comienza a silbar.
Él le siguió con no menos naturalidad. Después de haber protegido todas las baldas, mesas y bancos del edificio tenía su disposición grabada en la mente. Pronto llegaron a una arcada, cuya entrada estaba acordonada. Un fornido acólito la guardaba y sobre él, las letras «A. R.» estaban grabadas en la clave del arco.
Dentro se encontraban los libros más valiosos del archivo, copias originales de los manuscritos que databan de antes del Retorno. Rara vez se sacaban y estaban protegidos tras cristales, ya que eran copias que se habían realizado hacía mucho tiempo. En la sección A. R. también había incontables filas de manuales, libros de filosofía e historias que el bibliotecario, un devoto Pastor del Creador, había retirado por considerarlos inapropiados incluso para los eruditos de Miln.
El Protegido había disfrutado examinándolos de niño, cuando los acólitos que patrullaban las estanterías censuradas no andaban por allí. Había robado más de una novela para leer por la noche y al día siguiente devolvía el libro sin que nadie se diera cuenta.
El acólito se inclinó profundamente al acercársele el Pastor y Ronnell le condujo hacia uno de los estantes prohibidos. Había, literalmente, miles de libros, pero el bibliotecario del duque conocía su disposición de memoria y ni siquiera se tuvo que parar a comprobar el estante o el lomo para seleccionar el que buscaba. Se volvió y se lo ofreció al hombre tatuado. En la portada escrita a mano se leía: De las armas del Mundo Antiguo.
—En la Edad de la Ciencia hubo armas terribles —le explicó Ronnell—, armas que podían matar a cientos e incluso miles de hombres. No es de extrañar que el Creador sintiera gran ira hacia nosotros.
Arlen ignoró el comentario.
—¿Euchor va a intentar reconstruirlas?
—Las más terribles están más allá de nuestra habilidad, ya que requieren enormes refinerías y poder léctrico. Pero hay muchas que cualquier hombre podría construir si tuviera acceso a elementos químicos simples y una forja de acero. Este libro —señaló el volumen que estaba en manos del Protegido— es un catálogo detallado de esas armas y cómo construirlas. Llévatelo.
El hombre tatuado alzó una ceja.
—¿Y qué hará Euchor cuando descubra que ya no está?
—Se encolerizará y exigirá que se rehaga a partir de los textos originales —comentó Ronnell, haciendo un gesto hacia las viejas copias protegidas tras los cristales, los mismos que él había grabado con grafos.
El Pastor Ronnell siguió la dirección de su mirada.
—Cuando el gremio de los Protectores comenzó a cargar cristales, hice que los expusieran durante la noche. Tus grafos los han hecho indestructibles. Otro milagro.
—No debéis decirle a nadie quien soy. Pondríais en peligro a todos los que alguna vez me hayan conocido.
Ronnell asintió.
—Me basta con saberlo yo.
Si no le hubiera dicho a Ronnell quien era, seguramente lo habría hecho Mery. Pero jamás se le habría ocurrido que aquel estricto hombre creyera que él, Arlen Bales, era el Liberador. Frunció el ceño mientras guardaba el libro en su morral.
Fue durante la última noche de la luna nueva cuando el demonio mentalista localizó al Protegido en Fuerte Miln. El príncipe de los abismales sólo podía emerger durante las tres noches más oscuras del ciclo, pero captó la pista de su presa con rapidez incluso varios días después de su paso, al percibir un aroma persistente en el aire. Era un olor misterioso, no del todo humano, y caldeado con magia robada del Abismo.
Sobre las alas del mimetizador, el mentalista observó la red que cubría el criadero. Los muros estaban protegidos por grafos muy poderoso, pero había grandes huecos en las líneas de magia que se entrecruzaban sobre los tejados. Un demonio menor alado sería incapaz de ver la red hasta que estuviera activada y por ello jamás podría encontrar el hueco salvo de forma accidental, sin embargo, para el príncipe abismal el diseño era evidente y guio al mimetizador hasta que este se deslizó en el interior de la ciudad.
Las ventanas estaban bien cerradas y las calles, vacías y oscuras. El mentalista sintió cómo los grafos de las casas tiraban de él al intentar extraerle magia, pero el mimetizador se deslizaba con tanta rapidez que no lograron su objetivo. Había algunas toscas redes de protección extendidas a lo largo y ancho de la ciudad, pero el príncipe abismal las eludió con la misma facilidad con la que un hombre rodea un charco.
Atravesaron la ciudad siguiendo aquel camino invisible. Se detuvieron ante un gran palacio, pero un olisqueo les bastó para saber que no era su destino final. Después se dirigieron hacia un gigantesco edificio cuyos grafos eran tan poderosos que el príncipe abismal siseó cuando sintió su atracción incluso desde una distancia considerable. Solía haber uno de estos lugares en el centro de todos los criaderos y era mejor evitarlos aún con más razón si su presa no se encontraba allí. Un olor más reciente le alejó del edificio.
La pista le llevó hasta otro muro protegido con una red densa y sin fisuras. Los grafos no se correspondían con sus castas pero el príncipe abismal supo que aun así se activarían si él o su mimetizador los cruzaban, y podrían resultar heridos de gravedad. El demonio se vio obligado a deshacer algunos de los grafos para poder atravesar la barrera sin peligro.
Después sobrevolaron en silencio el edificio y en una ventana el mimetizador captó al fin la imagen de su presa. Quienes le acompañaban eran criaturas torpes y descoloridas pero, en contraste, aquel que había protegido su carne brillaba con fuerza debido a la magia robada.
Con demasiada fuerza. El príncipe abismal tenía miles de años de antigüedad y era una criatura precavida, que consideraba sus decisiones. El mentalista no podía convocar a los demonios menores para que atacaran estando tan al interior del criadero y se resistía a poner en riesgo a su mimetizador. Ahora que había visto al hombre, estaba claro que tenía que morir, pero habría oportunidades mejores en los ciclos siguientes, cuando estuviera menos protegido, y antes debían encontrar respuesta a algunas cuestiones imprevistas sobre su poder.
El mentalista se acercó a la ventana, para absorber los brutales gruñidos y gestos del ganado humano.
—«Pues os encontraríais con dos guardias menos» —contó Ragen con una risa que le sacudía el cuerpo entero—. ¡Creí que a Euchor le iba a dar un ataque al corazón allí mismo! ¡Te dije que actuaras como un rey, no como un krasiano suicida!
—No esperaba que pidiera un matrimonio —repuso el Protegido.
—Euchor tiene muy claro que no va a tener un heredero directo, así que es muy astuto por su parte deshacerse al menos de una de sus hijas antes de que destrocen Miln al intentar hacerse con el trono. Sea cual sea la que Rhinebeck escoja, estará encantada de largarse y así poder poner a su propio hijo en el trono de Angiers.
—Rhinebeck no lo aceptará jamás.
Ragen sacudió la cabeza.
—Depende de cuán amenazadores se vuelvan los krasianos. Si son la mitad de desalmados de lo que tú dices, Rhinebeck no tendrá otra opción. ¿Compartirás el libro de armas de Euchor con él?
Arlen sacudió la cabeza.
—No tengo interés en la política ducal o en ayudar a los hombres de Thesa a matarse entre sí con los krasianos en nuestro territorio y los abismales dando zarpazos a las protecciones. Me parece mucho más útil utilizar armas contra los abismales, si es que eso puede hacerse.
—No me extraña que Ronnell te considere el Liberador.
El Protegido le dedicó una mirada severa.
—No me mires de ese modo. No creo eso más que tú. Al menos, no que seas divino. Pero, después de todo, quizá sea algo natural que, en tiempos de necesidad, surja un hombre de voluntad poderosa y capacidad de liderazgo que pueda guiar a los demás.
El Protegido sacudió la cabeza.
—Yo no quiero guiar a nadie. Sólo quiero extender lo máximo posible los grafos de combate de manera que jamás vuelvan a perderse. Que los hombres se guíen solos.
El Protegido se dirigió hacia la ventana y apartó las cortinas para mirar hacia el cielo.
—Me iré antes de las primeras luces, de modo que nadie pueda seguirme…
Debido a que tenía los ojos puestos en el cielo y no en el suelo, casi le pasó desapercibido. Fue algo apenas vislumbrado que se desvaneció antes de que pudiera echarle una buena ojeada, pero no había error posible en el resplandor que emitía ante sus ojos protegidos.
Había un demonio en el patio.
Se volvió y corrió hacia la puerta. Por el camino iba dejando caer su ropa al suelo. Elissa soltó un jadeo de sorpresa al verle.
—Arlen, ¿qué pasa? —gritó.
Él la ignoró, y levantó la barra de la pesada puerta de nogal sin esfuerzo aparente. Salió al patio y revisó cada rincón de manera frenética.
Nada.
Ragen llegó a la puerta un momento después, con la lanza en la mano y el escudo protegido embrazado.
—¿Qué has visto?
El Protegido volvió a rastrear toda la zona moviéndose en círculos. De este modo examinó el patio, a la búsqueda de signos de magia y extrayendo información de sus otros sentidos para captar cualquier evidencia que confirmara lo que había visto.
—Había un demonio en el patio —explicó—. Uno muy poderoso. Quedaos tras los grafos.
—Esa advertencia también vale para ti —dijo Elissa—. Entra antes de que me dé un ataque al corazón.
Arlen no le hizo caso, sino que continuó escrutando el patio. Había casas de Siervos en el interior de los muros de la casa del Enviado, y también una huerta y establos. Demasiados sitios donde esconderse. El Protegido se movió a través de la oscuridad, veía con total claridad, incluso mejor que a la luz del día.
Notaba una presencia en el aire, como un hedor persistente, pero era insustancial e imposible de ubicar con exactitud. Sus músculos se tensaron, preparados para atacar en el momento preciso en que descubriera a su objetivo.
Pero no había nada. Había investigado toda la propiedad de una punta a la otra y no había encontrado nada. ¿Acaso lo había soñado?
—¿Nada? —le preguntó Ragen cuando regresó. El maestro del gremio aún estaba en la puerta, a salvo tras los grafos pero preparado para atacar si era necesario.
—Ni rastro —comentó el Protegido con un encogimiento de hombros—. Quizá lo haya imaginado.
El hombre gruñó.
—Jamás han vaciado a nadie por extremar las precauciones.
El Protegido tomó entre sus manos la lanza de Ragen cuando entró de nuevo en la casa. La lanza de un Enviado era su compañero más fiel en el camino y la de su amigo, aunque no había salido a ninguna misión en más de una década, estaba aceitada y aguzada.
—Déjame que la cubra de grafos antes de marcharme —le dijo y luego miró hacia el exterior—. Y comprueba la red de protección mañana por la mañana. —El hombre asintió.
—¿Te irás pronto? —preguntó Elissa.
—He atraído la atención de mucha gente en la ciudad y no quiero que los ojos de todo Miln se dirijan hacia aquí —respondió él—. Será mejor que me vaya antes del amanecer y salga por las puertas en el momento en que las abran.
Elissa no pareció complacida por su decisión, pero le abrazó con fuerza y le besó.
—Espero que podamos verte de nuevo antes de que vuelva a pasar otra década —le advirtió.
—Así será —le prometió él—. Palabra de honor.
Dejó a Ragen y a Elissa justo antes del amanecer. No se había sentido tan bien en años. Habían rehusado dormir y le habían hecho compañía durante toda la noche, contándole todos los cotilleos de Miln desde su marcha y preguntándole detalles de su vida. Él les explicó sus primeras aventuras, pero no dijo nada sobre el tiempo que pasó en el desierto, cuando Arlen Bales murió y nació el Protegido. Ni de los años posteriores.
Aun así, las historias ocuparon las horas que restaban de noche y algo más. Apenas había conseguido salir antes de que tocara la campana del alba y tuvo que apresurarse para estar lejos de la mansión y no atraer sospechas cuando la gente empezara a abrir las puertas y descorrer los postigos protegidos.
Sonrió. Al parecer, la intención de Elissa era que no pudiera oír la campana y se viera obligado a permanecer un día más con ellos, pero no había podido engañarlo.
Los guardias aún estaban estirando los músculos entumecidos cuando llegó, pero la puerta ya estaba abierta.
—Parece que todo el mundo se ha levantado temprano esta mañana —comentó uno de ellos a su paso.
El Protegido se preguntó qué querría decir, pero cuando llegó a la colina donde él y Jaik se habían conocido, encontró a su amigo esperándolo sentado en una gran roca.
—Parece que he llegado justo a tiempo —comentó el hombre—. Aunque he tenido que quebrantar el toque de queda para conseguirlo.
El Protegido se bajó del caballo y se acercó donde estaba su amigo. Jaik no hizo esfuerzo alguno por levantarse ni extender una mano, así que él, simplemente, se sentó a su lado.
—El Jaik al que conocí aquí mismo hace tanto tiempo jamás habría infringido el toque de queda.
Él se encogió de hombros.
—No he tenido muchas alternativas. Sabía que intentarías marcharte al amanecer.
—¿El recadero de Ragen no te dio mis cartas?
Jaik sacó el paquete y lo arrojó al suelo.
—No sé leer, ya lo sabes.
Arlen suspiró. Era verdad, lo había olvidado.
—Fui a verte —tanteó—. No esperaba encontrarme allí a Mery y a ella no le apetecía que me quedara.
—Lo sé. Fue a verme al molino, llorando. Me lo contó todo.
El Protegido abatió la cabeza.
—Lo siento.
—Deberías sentirlo, sí.
Jaik permaneció inmóvil un rato, con la mirada perdida en las tierras que se extendían ante ellos.
—Siempre supe que se había conformado conmigo —dijo al final—. Había pasado ya un año cuando ella comenzó a verme como algo más que a un hombro donde llorar. Tardó dos más en consentir en ser mi esposa y aún otro más hasta que hicimos nuestros votos. Incluso ese mismo día contenía el aliento, a la espera de que entraras precipitadamente e impidieras la ceremonia. Por la noche, yo mismo casi lo esperaba también. —Se encogió de hombros—. No puedo culparla por eso. Se estaba casando con alguien por debajo de su clase y yo ni era educado ni nada que mereciera la pena. Esa era la razón por la que te seguía a todas partes cuando éramos niños. Tú siempre eras mejor que yo en todo. Yo ni siquiera servía para ser tu Juglar.
—Jaik, no soy mejor que tú.
—Sí, eso ya lo veo —escupió—. Soy mejor marido de lo que tú habrías sido jamás. ¿Sabes por qué? Porque a diferencia de ti, yo sí estaba con ella.
El Protegido le miró con cara de pocos amigos y cualquier sentimiento de arrepentimiento desapareció de sus pensamientos. Habría aceptado la ira y el dolor de Jaik, pero la condescendencia de su tono lo encendió.
—Ese es el Jaik que yo recuerdo, que aparece pero luego no hace nada. Ya oí que el padre de Mery tuvo que pedir favores en el molino para que pudieras abandonar la casa de tus padres.
Pero el hombre respondió con rapidez.
—Yo estaba aquí con ella —insistió en tono duro, señalándose la sien—. ¡Y aquí! —Se señaló el corazón—. Tu cabeza y tu corazón siempre estuvieron en otra parte. —Barrió el horizonte con la mano—. Así que, ¿por qué no vuelves allí? Aquí nadie necesita que entregues nada.
Arlen asintió y saltó sobre la grupa de Rondador Nocturno.
—Cuídate, Jaik —le dijo y luego se marchó.