3
El concejo del pueblo
Verano del 333 d. R.
Cuando puso los pies fuera de la cama al amanecer del día siguiente, Selia notó que le dolían los huesos. Hacía unos años que tenía problemas con las articulaciones. Empeoraba cuando hacía frío o llovía, pero últimamente sentía dolor incluso en los días más cálidos. Seguramente empeoraría con el paso del tiempo.
Pero Selia jamás se quejaba delante de nadie, ni siquiera cuando veía a Coline Trigg. El dolor era una molestia con la que tenía que vivir. Era la Portavoz de Arroyo Tibbet y eso significaba que la gente esperaba de ella que fuera fuerte y estuviera en condiciones de defender lo que era justo. Nadie había notado ningún cambio en Selia a pesar del suplicio que le provocaban sus extremidades, pues era lo que siempre había sido, una roca donde apoyarse.
Mientras se lavaba y luego al enfundarse uno de aquellos pesados vestidos de cuello alto, sintió más que nunca aquella carga. No conocía bien a Renna o a sus hermanas, pero sí había conocido a su madre y sabía cómo la trataba Harl antes de que se la llevaran los abismales. Algunos decían que se había entregado a ellos por propia voluntad, con el fin de escapar de él. Si Harl había tratado igual a sus hijas, era fácil comprender que Renna lo hubiera matado en defensa propia.
Cuando terminó de arreglarse, empezó con Renna; le puso uno de sus propios vestidos y la sentó para que tomara un plato de gachas. Le limpió la boca al terminar; luego se marchó de la sala de costura y atrancó la puerta al salir.
Ella también tomó su propio desayuno antes de salir a la calle. Rik Fisher permanecía en pie en el camino de entrada a su casa con un arpón en la mano. Tenía diecisiete años y aún no se había casado, aunque Selia creía recordar haberle visto en compañía de Jan, la hija de Ferd Miller. Si el padre veía con buenos ojos el emparejamiento, estarían prometidos dentro de poco.
—Necesito que me hagas un recado —le dijo.
—Lo siento, señora —repuso el muchacho—. El Legista Raddock me ordenó que me quedara aquí y me asegurara de que la chica no escapara, pasase lo que pasase.
—Oh, ¿eso te dijo? Supongo que tu hermano Borry estará allí atrás, al lado de esos postigos míos tan bonitos que Garric cerró con clavos…
—Así es.
Selia regresó a la casa y salió después con una escoba y un rastrillo.
—No quiero manos ociosas alrededor de mi casa, Rik Fisher. Si quieres quedarte aquí, tendrás que barrer la fachada hasta dejarla bien limpia y tu hermano tendrá que recoger las hojas y la hierba secas de la parte de atrás.
—No estoy seguro de… —comenzó el muchacho.
—¿Tan perezoso eres como para permitir que una anciana haga el trabajo? —le preguntó Selia—. Quizá debería advertir a Ferd Miller la próxima vez que le vea.
Antes de que terminara la frase, Rik había cogido la escoba y el rastrillo.
—Eres un buen chico. Cuando acabes, puedes comprobar los grafos. Si viene alguien preguntando por mí, que me espere en el porche, no tardaré mucho.
—Sí, señora.
Selia cogió un cacharro lleno de galletas de mantequilla y se dirigió a la plaza del pueblo donde solían jugar los niños. Pidió a los más espabilados que llevaran unos mensajes a cambio de galletas. Cuando regresó a la casa, Rik había terminado con el camino de acceso y estaba barriendo el porche. Stam Tailor, la primera persona a la que había convocado, la esperaba sentado en una postura desmadejada en los escalones y se apretaba la cabeza con ademán dolorido.
—¿Arrepintiéndote de toda la cerveza que bebiste ayer? —le preguntó Selia, aunque ya conocía la respuesta. El hombre siempre se quejaba de la bebida del día anterior, aunque eso no impedía que buscara la ración del siguiente.
Le contestó con un gruñido.
—Entra entonces y tómate una taza de té para despejarte la cabeza. Quiero que me cuentes lo que viste anteanoche.
Selia interrogó al hombre y después a todos los que decían haber visto pasar a Renna camino del almacén. No podía creer que hubieran sido tantos, era como si toda la ciudad la hubiera visto pasar a la carga, con los ojos encendidos y el cuchillo en la mano. Raddock y Garric habían ido de un extremo al otro de Arroyo enseñando el cuchillo y el vestido ensangrentados y todo el mundo quería ser parte de la truculenta historia.
—Puede que Cobie fuera un poco débil ante la carne —le confió el Pastor Harral, al recordar la escena que había tenido lugar después del funeral de Fernán Boggin—, pero era honesto en su deseo de casarse con Renna, lo vi con claridad en la expresión de su rostro. En la de ella también. Era Harl el que tenía el asesinato en la mirada al mencionarle la idea.
—Mi Lucik se peleó anoche con dos de los Fisher —le comentó luego Meara Boggin—. Ellos dijeron que Renna llevaba mucho tiempo planeando matar a su padre y que había intentado enredar a Cobie para que lo hiciera en su lugar. Lucik le dio a uno un puñetazo en la nariz y ellos le rompieron el brazo.
—¿Lucik le dio un puñetazo a uno de ellos? —preguntó Selia.
—Mi chico ha vivido con Renna Tanner cerca de catorce años —replicó la mujer— y si él dice que no es una asesina, eso me basta.
—¿Representarás a la Colina de la Turba, ahora que Fernán no está?
—Ese fue el resultado de la votación de ayer —respondió Meara tras un asentimiento.
La siguiente fue Coline Trigg.
—Me sigo preguntando —reflexionó la Herborista—, por qué apuñalaron al pobre Cobie entre las piernas… Debe de haber sido ella, pues no es algo que un hombre le haga a otro. Quizá no iba buscando lo que cree la gente cuando visitó al muchacho. Creo que él la forzó y ella lo mató por ese motivo. Cuando su padre intentó detenerla, debió de matarlo a él también.
Jeph llegó por la tarde con Ilain y Beni. Se mantuvo cerca de las mujeres e incluso se interpuso cuando Beni y Rik Fisher se miraron con ojos envenenados.
—¿Cómo está Lucik? —preguntó Selia a Beni cuando entraron.
La mujer suspiró.
—Coline dice que la fractura curará en un par de meses pero eso es un gran inconveniente si queremos mantener al día los pedidos de cerveza del Jabalí. También estoy preocupada por mis hijos, si este enfrentamiento dura mucho más…
La anciana asintió.
—Será mejor que no pierdas de vista a los chicos. Raddock ha puesto como locos a los Fisher y han empezado a creer que esto tiene que lavarse con sangre. Quizá no sean muy quisquillosos en cuanto a donde obtenerla. Mientras tanto, veré si puedo encontrar alguna mano ociosa en el pueblo que os ayude en la cervecería.
—Gracias, Portavoz.
Selia les dedicó a los tres una dura mirada.
—Todos tenemos que poner de nuestra parte cuando los tiempos nos ponen a prueba. —Se volvió y los condujo a la sala de costura. Renna estaba sentada en una silla, mirando la pared con expresión vacía.
—¿Ha comido algo? —preguntó Ilain, con la preocupación retratada en la voz.
Selia asintió.
—Traga lo que le pones en la boca y, si la llevas, usa el retrete. Incluso accionó el pedal de la rueca anoche. Lo único que ha desaparecido ha sido su voluntad.
—Yo también estuve así —admitió Ilain.
Beni miró a su hermana y comenzó a llorar.
—¿Le importaría dejarnos un rato a solas, Portavoz? —preguntó Jeph.
—Claro que no —repuso ella; abandonó la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Jeph se mantuvo a distancia suficiente para que las dos mujeres disfrutaran de cierta intimidad con su hermana. Hablaban en susurros, pero él era capaz de escuchar a un topo cavando el campo a casi treinta metros y captó todas las palabras.
—Ha sido ella —decía Beni—. Jamás creeré que le hiciera daño a Cobie Fisher, pero tenía un miedo mortal de lo que papá le haría si se quedaban a solas. Me suplicó que la llevara con nosotros… Sollozó de nuevo e Ilain se le unió en el llanto. Ambas se abrazaron hasta que recuperaron la serenidad nuevamente.
—Oh, Ren —exclamó Ilain—, ¿por qué has tenido que matarlo? Yo me lo tomé con calma.
—Tú no te has tomado nada con calma en tu vida —replicó Beni con dureza—. Te lo tomaste como yo, te escondiste detrás del primer hombre que tuviste a mano. Y ambas hemos podido superarlo porque le dejamos a papá otro cebo para que se entretuviera.
Ilain se volvió hacia ella con el horror retratado en los ojos.
—No sabía que la tomaría contigo —afirmó y alargó un brazo hacia ella—. Pensé que eras demasiado joven.
Beni le apartó la mano de un palmotazo.
—Sí que lo sabías —escupió—. Yo tenía las tetas más grandes que la mayoría de las comadres y edad suficiente para prometerme. Sí que lo sabías y aun así te fuiste, porque pensabas más en ti misma que en tu familia.
—¿Es que tú no hiciste lo mismo? —la acusó Ilain—. ¡Eso es como si la noche acusara a alguien de ser oscuro, a ver si no es eso!
Ambas se lanzaron la una contra la otra, pero Jeph cruzó el espacio que les separaba en un instante y las apartó, sujetándolas por el cuello del vestido.
—¡Acabad con esto de una vez! —les espetó y las mantuvo a la distancia que permitían sus brazos. Las miró con tanta dureza que ellas terminaron por dirigir los ojos al suelo. Cuando las soltó, ambas habían perdido el deseo de pelear.
»Quizá sea hora de airear esto ante el concejo —comentó, haciendo que ambas mujeres le miraran sorprendidas—. Contadle qué clase de hombre era Harl —señaló con la barbilla a Renna—, y a lo mejor no la culparán por lo que ha hecho.
Ilain se dejó caer en la silla contigua a la de Renna, y le dio vueltas a la idea, pero Beni miró a Jeph con el ceño fruncido.
—¿Pretendes que me plante delante de gente como Raddock el Legista y la madre de Lucik y les diga que mi padre trataba a sus hijas como si fueran sus esposas? —le increpó—. ¿Esperas que confíe ese secreto al posadero y a esa vieja cotilla de Coline Trigg? ¡Por la Noche!, ¿cómo voy a mirar a mi marido a los ojos después de eso y menos aún mantener la cabeza alta en el pueblo? ¿Cómo podremos ninguno de nosotros? ¡Que la gente se entere de lo sucedido me parece aún peor a lo que sucedió!
—¿Prefieres ver a tu hermana arder en la pira? —le preguntó Jeph.
—Incluso aunque lo hiciéramos, no tenemos prueba alguna de que eso sirviera para cambiar la opinión del concejo y a lo mejor habría tres hermanas quemadas en la pira en vez de una.
Jeph miró entonces a Ilain, que seguía sentada muy quieta mientras la imagen que Beni había pintado bailaba ante sus ojos.
—Creo que si todo el mundo lo supiera sería aún peor —dijo Ilain de modo casi inaudible y la voz se le quebró en un sollozo con la última palabra. Él se acercó a ella y se arrodilló para abrazarla mientras lloraba.
—Será mejor que mantengas la boca cerrada en este asunto, Jeph Bales —indicó Beni.
El hombre echó una ojeada a su esposa llorosa y asintió.
—No soy quien para tomar esta decisión por vosotras. Guardaré silencio.
Ilain miró a Renna y gimió, con el rostro aún más congestionado por la pena.
—¡Lo siento! —sollozó y se apresuró a abandonar la habitación.
—¿Te encuentras bien, querida? —le preguntó Selia a Ilain cuando esta salió con paso vacilante de la sala de costura.
—Odio verla así —masculló la chica entre dientes.
Ella asintió, pero no estaba satisfecha.
—Siéntate. —Le señaló una silla en su salón—. Haré un poco de té.
—Gracias, Portavoz —repuso ella—, pero tenemos asuntos que…
—Siéntate —insistió la anciana, pero esta vez sonó más como una orden que como una sugerencia. Ilain percibió el cambio de tono de manera instantánea—. Todos vosotros —añadió cuando se les unieron Beni y Jeph.
»El concejo municipal se reúne mañana —explicó Selia cuando el té estuvo servido—. La mayoría prefiere que sea temprano. Si Renna no habla llegado el momento y, no confío en que lo haga, Raddock exigirá que demos un veredicto sin escucharla. Con todas las evidencias que hay en su contra y nada a favor, creo que lo conseguirá. Intentaré conseguir una prórroga hasta que se encuentre mejor, pero eso quedará en manos del concejo.
—¿Y qué veredicto crees que darán? —inquirió Jeph.
Selia suspiró.
—No te lo puedo decir con certeza. Jamás había sucedido algo así. Los Fisher están en pie de guerra, y los Marsh y los Watch usarán esto para mantener a sus jóvenes lejos de Ciudad Central y sus tentaciones. El Pastor y Meara no se volverán contra la chica, pero no hay forma de saber qué harán los demás. Lo más probable es que la cuelguen del árbol más cercano y sea Garric quien le ponga la soga al cuello.
A Ilain se le escapó un grito.
—No se trata de una travesura, niña —continuó la anciana—. Hay dos hombres muertos y uno de ellos con toda la familia furiosa por ello. Yo insistiré hasta ponerme azul del esfuerzo en el hecho de que no hay pruebas claras, pero la ley es la ley. Una vez que vote el concejo, no habrá otra alternativa más que guardar silencio y resignarse. —Miró a Beni y a Ilain—. Por lo tanto, si hay algo, lo que sea, que podáis contarme y sea de ayuda cuando defienda a la chica, necesito oírlo ahora.
Ambas hermanas miraron al hombre, pero no dijeron ni una palabra.
Selia resopló.
—Jeph, el que habla por las granjas en el concejo es Mack Pasture. Ve a visitarle y mira a ver si puedes averiguar qué va a votar. Asegúrate de que conozca la historia real, no el cuento para no dormir que le haya contado Raddock.
—Mack está muy lejos de aquí —repuso él—. Me llevará lo que queda del día llegar hasta su casa.
—Entonces refúgiate allí y emplea bien ese tiempo —replicó ella; de nuevo había retornado a su voz el tono autoritario. Asintió en dirección a la puerta—. Ahora, querido. Me las apañaré para que Ilain y Beni lleguen a casa sanas y salvas.
Jeph miró nerviosamente a su esposa y luego asintió.
—Sí, señora —dijo; luego se dirigió hacia la puerta y salió.
La anciana se volvió hacia las dos hermanas, pero estas mantuvieron los ojos bajos.
—Siempre me hice preguntas sobre vuestro padre —comentó, tomando una galleta de mantequilla del recipiente que había sobre la mesa—. Con el tiempo aprendí que había que vigilar a los hombres después de que los abismales se llevaran a sus esposas. Algo se rompe en su interior y algunas veces comienzan a actuar de modo irracional. Le pedí a la gente del pueblo que observara a Harl, pero vuestro padre se encerró en sí mismo y durante aquellos primeros años todo pareció ir bien. —Mojó la galleta en el té sin apartar los ojos de sus manos.
»Pero, entonces, Ilain huyó con Jeph, antes de que su esposa fuese siquiera incinerada y volví a hacerme preguntas. ¿De qué huías? El Harl que yo conocía habría reclutado unos cuantos hombres, habría ido a buscarte y te hubiera arrastrado de vuelta, gritando y pataleando. Casi estuve a punto de hacerlo yo misma. —Se comió la galleta con pequeños y precisos mordiscos y luego se limpió delicadamente la boca con una servilleta. Ilain la miraba con la boca abierta.
»Pero él no lo hizo —continuó Selia, bajó la servilleta y buscó los ojos de la chica—. ¿Por qué? —La muchacha se encogió ante la mirada intensa de la anciana pero bajó los ojos y sacudió la cabeza.
—No lo sé.
Selia frunció el ceño y cogió otra galleta.
—Y luego aparecieron todos aquellos pretendientes que fueron a cortejar a Renna. —Selia bajó los ojos de nuevo—. Es una chica bastante bonita, fuerte como un caballo, con dos hermanas mayores que han demostrado ser capaces de traer hijos sanos al mundo. Harl podía haber encontrado un buen marido para ella después de la huida de Arlen Bales. Habría tenido a otro hombre que le ayudara en la granja e incluso podría haber buscado una viuda para casarse él mismo. Pero de nuevo, no lo hizo. Rechazó a los chicos una y otra vez, algunas veces a punta de horca, hasta que pasaron los mejores años de vuestra hermana. Para entonces, Cobie Fisher era el mejor partido al que podía aspirar y, aun con la granja en la necesidad desesperada de una espalda recia, se volvió a negar. —Selia paseó la mirada entre las dos hermanas—. Me pregunto qué es lo que haría que un hombre se comportase de esa manera y, aunque tengo mis sospechas, en realidad, ¿qué podría saber yo? Habré visto a vuestro padre una o dos veces al año, pero vosotras habéis convivido con él. Supongo que lo conoceréis mejor que yo. ¿No tenéis nada que añadir?
Ilain y Beni la observaron en silencio y después intercambiaron otra mirada, pero nuevamente dirigieron los ojos hacia sus manos.
—No —mascullaron al unísono entre dientes.
—Además, nadie ha visto a ninguna de vosotras derramar una sola lágrima por vuestro padre —presionó la mujer—. Y eso no es normal, especialmente cuando alguien muere con un cuchillo clavado en la espalda. —Las chicas ni siquiera osaron alzar los ojos.
Selia las contempló una vez más y después suspiró profundamente.
—¡He acabado con vosotras! —exclamó con dureza—. ¡Fuera de mi casa antes de que os golpee los lomos con una vara! ¡Y que el Creador no permita que alguien os defienda si os veis en la necesidad, pequeñas mocosas egoístas!
Las dos hermanas salieron apresuradamente de la casa y la anciana descansó la cabeza entre las manos; el peso de la edad cayó sobre ella como nunca antes.
Al día siguiente Selia apenas había terminado de vestirse cuando encontró al Legista Raddock en su patio junto a los padres de Cobie, Garric y Nomi, además de unos cien paisanos de Hoya de Pescadores, lo cual quería decir que probablemente habría acudido todo el pueblo.
—¿Tan poco convincentes son tus palabras, Legista Raddock, que necesitas a todos tus parientes para que las respalden? —le preguntó Selia al salir al porche.
Un murmullo sorprendido recorrió la multitud y todas las cabezas se volvieron hacia el hombre buscando guía. Este abrió la boca para responder, pero la anciana le cortó.
—¡No voy a convocar al concejo municipal delante de una multitud! —gritó y su voz hizo que algunos hombres adultos se encogieran—. Votasteis a un Portavoz para algo y, aparte de los que vengan a presentar la acusación, os dispersaréis o cancelaré la reunión hasta que lo hagáis, ¡aunque tengáis que esperar todo el invierno a las puertas de mi casa!
Un repentino rumor lleno de confusión se extendió por la turba, de tal modo que ahogó la réplica de Raddock. Tras un momento, comenzaron a retirarse, algunos de vuelta a Hoya, otros hacia el camino que daba a la plaza y al almacén para esperar acontecimientos. A Selia no le gustó eso, pero poco podía hacer una vez que abandonaran su propiedad.
Raddock la miró con cara de pocos amigos, pero ella le respondió con una sonrisa remilgada y puso a Nomi a trabajar ayudándola a servir el té en el porche.
Coline Trigg fue la primera en acudir tras haber oído el jaleo desde su casa, que se encontraba un poco más allá. Sus hijas, que también eran sus aprendizas, tomaron el té en el porche de Selia mientras los tres miembros del concejo esperaban a los demás.
Había diez asientos. Cada uno de los distritos de Arroyo Tibbet votaba una vez al año y elegía a uno de los suyos para el concejo, los cuales se sumaban al Pastor y la Herborista. Además, emitían un voto general para escoger al Portavoz de todos ellos. Selia había conseguido el asiento principal muchos años y representaba a Ciudad Central cuando no lo ocupaba.
Los asientos del concejo los solían acaparar los más viejos y sabios de cada distrito y era raro que cambiaran de un año para otro, a menos que muriera alguien. Fernán Boggin había ocupado el asiento de la Colina de la Turba durante al menos diez años y lo más natural era que ese nombramiento recayera ahora en su viuda.
Meara Boggin fue la siguiente en llegar, escoltada por al menos cincuenta personas del pueblo que se dispersaron por la plaza. La mujer recorrió el camino en compañía de Lucik, que llevaba el brazo en cabestrillo, y Beni, que se cubría los hombros con un chal negro como muestra de luto por la muerte de su padre. Con ellos llegaron también el Pastor Harral y dos de sus acólitos.
—Que nos pasees por aquí a tus jóvenes heridos no te va a acarrear simpatía alguna —advirtió Raddock a Meara cuando ella se sentó para tomar el té.
—Pasear —replicó ella, divertida—. Y lo dice el hombre que se ha recorrido a caballo un pueblo tras otro, agitando un vestido ensangrentado como si fuera una bandera.
Raddock frunció el ceño pero su respuesta fue interrumpida por Brine Cutter, también conocido como Brine, el fornido, que llegó dando grandes zancadas por el camino.
—¡Saludos, amigos míos! —bramó al inclinarse para evitar darse un golpe en la cabeza contra el techo del porche. Luego abrazó a las mujeres con afecto y apretó las manos de los hombres hasta que les hizo daño.
Brine era uno de los supervivientes de la Masacre de la Aldea y había pasado semanas enteras en una situación de fuga disociativa como la de Renna, aunque ahora se había convertido en Portavoz de Aldea de los Bosques. Había mantenido su viudez durante casi quince años sin importarle cuanto le presionaran, pues pensaba que no era correcto para su mujer y sus hijos perdidos. La gente decía que la lealtad estaba tan arraigada en él como lo estaban al suelo los árboles que cortaba.
Una hora más tarde, Coran Marsh subió lentamente por el camino de entrada, apoyándose pesadamente en su bastón. A sus ochenta años, era una de las personas más ancianas de Arroyo y se le dedicaron todo tipo de cortesías mientras su hijo Keven y su nieto Fil le ayudaban a subir las escaleras. Todos ellos iban descalzos, como era la costumbre de los Marsh. A pesar de su tembleque y de la ausencia de dientes, los oscuros ojos de Coran se movían vivaces mientras saludaba con un asentimiento a los otros portavoces.
El siguiente en llegar fue Mack Pasture, a la cabeza de otros granjeros, entre los que estaba Jeph Bales. Este último se acercó a Selia cuando llegaron al porche y se inclinó a su lado.
—Mack viene sin ningún prejuicio en contra de Renna —le susurró— y me ha prometido que será justo en su veredicto, no importa lo que griten los Fisher. —Selia asintió y Jeph se acercó a Ilain, Beni y Lucik en el lado opuesto del porche a donde estaban Garric y Nomi Fisher.
Conforme avanzaba la mañana se extendió un rumor de voces en el ambiente que dejó claro que no sólo estaban allí los habitantes de Hoya de Pescadores. Cientos de ciudadanos caminaban por las calles de camino al sastre, al zapatero o cualquiera de los otros puestos de la plaza intentando mostrar indiferencia mientras lanzaban miradas de reojo al porche de Selia.
Los últimos en llegar fueron los Watch. Centinela Meridional era el distrito más lejano, prácticamente un municipio en sí mismo con sus casi trescientos habitantes y su Templo y Herborista propios.
Llegaron en una fila ordenada, claramente identificables por sus ropas oscuras. Los hombres de Centinela lucían espesas barbas, junto con pantalones negros con tirantes del mismo color sobre una camisa blanca. Vestían un pesado jubón negro encima y complementaban el conjunto con un sombrero y las botas que solían llevar siempre, incluso durante el sofocante calor del verano. Las mujeres se cubrían con vestidos negros que iban desde el tobillo a la barbilla y las muñecas, además de bonetes y delantales blancos, y cuando no trabajaban se ponían guantes también blancos y portaban sombrillas. Caminaban con las cabezas siempre inclinadas y todos ellos hacían grafos en el aire una y otra vez, para protegerse del pecado.
A su cabeza iba Jeorje Watch, que era Pastor a la vez que Portavoz, el hombre más anciano de Arroyo, pues superaba al que le seguía en edad por dos décadas. Había chicos correteando por la comarca que aún no habían nacido cuando celebró su centésimo aniversario. A pesar de ello, presidía la procesión con la espalda bien recta, la zancada firme y la mirada dura. Hacía un gran contraste con Coran Marsh, devastado por el tiempo a pesar de ser veinticinco años más joven.
Debido a sus años y al respaldo de los fieles votos del más poblado de los distritos, Jeorje debería haber sido el Portavoz de la comarca, pero jamás había obtenido ni un solo voto fuera de Centinela y jamás lo haría, ni siquiera del Pastor Harral, pues era demasiado estricto.
Selia se alzó en toda su estatura, que era considerable, cuando el hombre se acercó a saludarla.
—Portavoz —dijo Jeorje, tragándose su desagrado por tener que dar ese título a una mujer y, en especial, a una soltera.
—Pastor —repuso ella de modo que quedara claro que no se sentía intimidada. Ambos se inclinaron respetuosamente ante el otro.
Las esposas de Jeorje, algunas tan viejas y orgullosas como él y otras más jóvenes, incluyendo a una embarazada, se deslizaron a su alrededor sin hacer ruido y entraron en la casa. Selia sabía que se dirigían a la cocina, como hacían siempre las mujeres de los Watch, para asegurarse de que se tenían en cuenta sus necesidades especiales a la hora de comer. Mantenían una dieta estricta de comidas sencillas sin condimentos ni azúcar.
Selia señaló a Jeph.
—Ve al almacén y busca a Rusco —le dijo y este corrió a cumplir el recado.
La anciana era siempre elegida Portavoz de Ciudad Central, pero solía designar a Rusco el Jabalí para que representara a Ciudad Central durante los años que ocupaba el puesto de Portavoz del distrito, de modo que pudiera mantenerse independiente, como prescribía la ley municipal. Esto no gustaba a mucha gente, pero Selia sabía que el almacén era el corazón de Ciudad Central y que cuando la tienda prosperaba, todo iba bien.
—Bueno, vamos a comer ya —anunció Selia cuando ya se habían relajado un poco—. Cerraremos los asuntos pendientes del concejo con el café y abordaremos este reciente suceso cuando hayamos retirado el servicio.
—Si no te importa, Portavoz —intervino Raddock—, preferiría que trasladáramos la comida y el resto de los asuntos a la próxima reunión del concejo, de modo que nos centráramos ahora en la muerte de mi pariente.
—Pues claro que nos importa, Legista Raddock —replicó Jeorje Watch, dando un golpe en el suelo con su pulido bastón negro—. No podemos abandonar nuestra educación y nuestras costumbres sólo porque ha muerto alguien. Estos son los tiempos de la Plaga y hay muertes a menudo. El Creador castiga a aquellos que han pecado a su debido tiempo. Juzgaremos a la chica Tanner cuando los asuntos pendientes de Arroyo estén resueltos.
El anciano habló con la autoridad de quien no es cuestionado nunca, pese a ser Selia la Portavoz. Jeorje solía infligirle ese tipo de desaires, pero esta vez ella lo aceptó porque le convenía. Cuantas más horas se perdieran mejor, pues la sentencia de Renna, si era de muerte, no podría tener lugar esa misma noche.
—Podemos comer algo —apoyó el Pastor Harral, aunque no solía estar de acuerdo con el anciano, con el cual había tenido serios enfrentamientos en otros momentos—. Como dice el Canon: «Un hombre con el estómago vacío no hace justicia».
Raddock paseó la mirada por los otros Portavoces en busca de apoyo, pero aparte del Jabalí, que siempre era el último en llegar y el primero en irse, todos estaban resueltos a que la reunión del concejo se desarrollase del modo tradicional. Frunció el ceño pero no protestó más. Garric comenzó a abrir la boca, pero Raddock lo silenció con una sacudida de cabeza.
Comieron y luego discutieron los asuntos de cada distrito interviniendo por turnos a lo largo del tiempo dedicado al café y los pasteles.
—Creo que ya es hora de que veamos a la chica —anunció Jeorje cuando finalizaron con los asuntos relativos a su distrito, que siempre era el último. La clausura de los temas pendientes era cosa del Portavoz, pero el anciano había suplido a Selia de nuevo, sustituyendo el mazo del Portavoz por un golpe de su bastón en el suelo. Selia envió a los testigos fuera del porche y después condujo a los nueve miembros del concejo a ver a Renna.
—¿No estará fingiendo? —preguntó Jeorje.
—Puede hacer que la examine su propia Herborista, si así lo desea —repuso la anciana y él asintió; llamó a su esposa Trena, la Herborista de Centinela Meridional, que estaba próxima a los noventa tinos de edad. La mujer abandonó la cocina y se acercó a la chica.
—Todos fuera —ordenó Jeorje y todos ellos regresaron a sus asientos en torno a la mesa. Selia se sentó en la cabecera y el anciano, como siempre, en el extremo opuesto.
Trena apareció un rato más tarde y miró a su marido, que asintió para indicarle que podía hablar.
—Sea lo que sea lo que haya hecho, el estado de shock de la chica es real —afirmó y luego, con un nuevo asentimiento, su marido la despidió.
—Ya habéis visto en qué estado se encuentra —dijo Selia, tomando el mazo entre sus manos antes de que el anciano intentara saltarse el protocolo—. Propongo que demoremos cualquier decisión hasta que la chica se recupere y pueda hablar en su propia defensa.
—¡Por el Abismo que no! —gritó Raddock. Comenzó a levantarse pero Jeorje dio un golpe con el bastón sobre la mesa y él se controló.
—No he recorrido todo este camino para ver a una chica dormida y luego marcharme, Selia. Será mejor que procedamos del modo adecuado y escuchemos a los testigos y los acusadores ahora.
La anciana torció el gesto, pero nadie osó mostrar su desacuerdo. Fuera Portavoz o no, estaba claro que si quería enfrentarse con Jeorje, tendría que hacerlo a solas. Así que llamó a Garric para que hiciera la acusación y a los testigos, uno por uno, para que el concejo pudiera interrogarlos.
—No pretendo adivinar lo que pasó esa tarde —dijo Selia—, pues no hay otro testigo que la chica misma. Quizá por eso deberíamos permitirle que hable en su propia defensa antes de que emitamos un juicio sobre ella.
—¿No hay testigos? —gritó Raddock—. Ya hemos oído a Stam Tailor, ¡la vio dirigirse hacia el lugar del asesinato un momento antes!
—Stam Tailor estaba completamente borracho esa noche, Raddock —replicó ella, mirando a Rusco, que mostró su acuerdo con un asentimiento.
—Se cayó en el almacén, así que lo eché y cerré poco después —aclaró el Jabalí.
—Digo yo que habría que culpar a quien puso la bebida en su mano —comentó Jeorje y el comerciante frunció el ceño, aunque fue listo y se mordió la lengua.
—Pero vio o no vio a la chica, Selia —intervino Coran Marsh y los demás asintieron.
—Se encontró con ella en las cercanías, cierto, pero no vio adonde fue o lo que hizo después.
—¿Estás sugiriendo que no tuvo nada que ver con este asunto? —preguntó el anciano con incredulidad.
—Claro que estuvo implicada —repuso ella con dureza—, cualquier idiota puede ver eso. Pero ninguno de nosotros puede jurar bajo la luz del sol que sabemos de qué manera. Podría ser que los dos hombres lucharan y se mataran el uno al otro. O podría ser que ella hubiera matado en legítima defensa. Tanto Coline como Trena pueden atestiguar que la habían golpeado con saña.
—El cómo importa poco, Selia —repuso Raddock—. Dos hombres no se pueden matar el uno al otro con el mismo cuchillo. ¿Saber a cuál de los dos mató cambia las cosas en algo?
Jeorje asintió.
—Y no olvidemos que es frecuente que los hombres sean instigados a un ataque de ira por la vileza femenina. La promiscuidad de la chica les llevó a tomar este camino y ella debe rendir cuentas por ello.
—¿Dos hombres luchan por ver a quién pertenece una chica y le echamos la culpa a ella? —irrumpió en la conversación Meara—. ¡Qué tontería!
—No eres quién para decir si es una tontería, Meara Boggin, porque tu juicio se ve oscurecido en este asunto para distinguir lo correcto, puesto que la acusada es pariente tuya —acusó Raddock.
—¡Eso es como si la noche acusara a alguien de ser oscuro! —replicó Meara—. Se puede decir lo mismo de ti.
Selia dio unos golpes con el mazo.
—Que debamos descalificar a los que tengan relación con un problema es de lo más discutible, Raddock Fisher, pues en ese caso lio habría nadie que pudiera opinar en toda la comarca. Todos tienen derecho a hablar. Esa es nuestra ley.
—La ley —susurró el hombre—. Yo he estado leyendo la ley —sacó un libro usado encuadernado en piel—, especialmente la referente a los asesinos. —Lo abrió por una página marcada y comenzó a leer:
»“Si el abyecto crimen fuera cometido en los confines de Arroyo Tibbet o su ámbito de influencia, se erigirá una estaca en Ciudad Central y se encadenarán a todos aquellos responsables del mismo a ella para que se enfrenten a un día de penitencia con su noche, sin grafos o refugio, con el fin de que todos puedan presenciar la ira del Creador sobre aquellos que violan la alianza”.
—¡No lo dirás en serio! —gritó Selia.
—¡Eso es de bárbaros! —exclamó Meara.
—Esa es la ley —apostilló el Legista con aire despectivo.
—Pero vamos a ver, Raddock —intervino el Pastor Harral—, esa ley debe de tener por lo menos trescientos años de antigüedad.
—El Canon también es bastante antiguo —dijo Jeorje—. ¿Eso será lo siguiente que se descarte? La justicia no tiene por qué ser agradable.
—No estamos aquí para rescribir la ley —replicó el Legista—. La ley es la ley, ¿no ha sido eso lo que has dicho antes, Selia?
Las aletas de la nariz de la anciana se agitaban, pero asintió.
—Todo lo que vamos a debatir aquí es si ella es responsable o no —aclaró el hombre, colocando el cuchillo ensangrentado sobre la mesa—, y yo digo que está claro como la luz del día que lo es.
—Ella pudo haberlo cogido después de los hechos, Raddock, y tú lo sabes —intervino el Pastor Harral—. Cobie quería la mano de Renna y Harl amenazó dos veces con cortarle las pelotas si lo intentaba.
Raddock dejó escapar una risotada que resonó como un ladrido.
—Podrás convencer a alguna gente de que dos hombres pueden matarse el uno al otro con el mismo cuchillo, pero no sólo fueron asesinados, también fueron mutilados. Mi sobrino nieto no pudo hacer pedazos a Harl habiendo perdido su hombría y con un cuchillo clavado en el corazón.
—El hombre tiene algo de razón —comentó el Jabalí.
El Legista gruñó.
—Así que votemos y acabemos de una vez.
—Lo apoyo —se apresuró el comerciante—. Ciudad Central jamás ha visto tantísima gente junta y tengo que volver al almacén.
—¿La vida de una chica está en juego y todo lo que te preocupa es cuántos créditos puedes sacarle a la gente que ha venido a curiosear y anda por ahí con la boca abierta? —preguntó la anciana.
—No me sermonees, Selia —replicó el hombre—. Fui yo el que tuvo que limpiar la sangre de la habitación trasera.
—¿Estamos todos a favor de votar? —inquirió Jeorje.
—¡Yo soy la Portavoz, Jeorje Watch! —le increpó la mujer al fin, y le señaló con el mazo. Pero ya había un montón de manos a favor de la votación que la contradijeron. El anciano aceptó la reprimenda con un ligero asentimiento—. Está bien. Yo digo que la chica es inocente hasta que se demuestre lo contrario y aquí no hay pruebas de nada. —Miró a su derecha para que el Pastor Harral emitiera su voto.
—Te equivocas, Selia. Sí hay pruebas de una cosa: de un amor juvenil. Yo hablé en nombre de Cobie y miré a Renna a los ojos. Ambos tenían edad suficiente y decidieron emparejarse por su propia voluntad, como era su derecho. Harl no lo tenía a impedirlo y yo sostendré bajo la luz del sol mi convencimiento de que fue él el que comenzó cualquier derramamiento de sangre que hubiera y que terminó con su propia vida. Inocente.
El siguiente era Brine Cutter, el gigante que hablaba con una voz característicamente suave.
—Me parece que sea lo que sea lo que la chica haya hecho, lo hizo para defenderse. Sé lo que se siente al sufrir tanto que tu mente huye y busca refugio donde puede. Yo pasé por lo mismo después de que los abismales se llevaran a mi familia. Selia me ayudó a superar aquello y creo que la chica se merece lo mismo. Inocente.
—No tiene nada de inocente —intervino Coran Marsh—. Toda la ciudad conocía a Renna Tanner como la pecadora que era, pues se ofreció para fornicar con Cobie Fisher. ¡Era capaz de volver a cualquier hombre loco de lujuria! Si ella ha estado dispuesta a comportarse como un abismal, debemos exponerla ante ellos con la conciencia tranquila. Los demonios de la ciénaga han vaciado a gente mucho mejor que esa chica y el sol sigue saliendo todas las mañanas. Culpable.
El siguiente era Jeorje Watch.
—Las hijas de Harl siempre fueron un padecimiento para él. Sólo la gracia del Creador ha impedido que esta escena no tuviera lugar hace casi quince años con su hermana. Culpable.
Raddock el Legista asintió.
—Todos sabemos que es culpable. —Se volvió hacia Rusco.
—Entregar a una chica atada a los abismales me parece una salvajada, con independencia de lo que haya hecho —explicó el Jabalí—, pero si así es como se hacen las cosas aquí… —Se encogió de hombros—. Simplemente no podemos dejar que la gente vaya por ahí matando a los demás. Digo que la pongamos en la estaca y acabemos con esto de una vez. Culpable.
—Ya veremos si te permito representar a Ciudad Central el año que viene —masculló Selia entre dientes.
—Lo siento, señora, pero estoy hablando por el pueblo —replicó él—. La gente necesita sentirse segura cuando vienen a comprar a la ciudad y nadie está tranquilo con un asesino rondando por ahí.
—Harl era un viejo cuervo amargado que jamás se preocupó lo más mínimo por nadie que no fuera él mismo —dijo Meara Boggin—. Yo misma intenté buscarle un chico a Renna una vez, pero él no quiso ni oír hablar de ello. No tengo duda alguna de que fue él quien mató al joven Cobie y Renna hizo lo que tenía que hacer para evitar que la matara a ella también. Inocente.
—Entonces, ¿por qué le acuchillaron las pelotas a Cobie? —preguntó Coline—. Yo creo que él la violó y ella vino a la ciudad a vengarse. Le clavó el cuchillo entre las piernas y lucharon hasta que ella remató el trabajo. Harl debió de ir tras ella y la chica lo atacó por la espalda. Tenía sangre en las manos, Selia. Pudo haber recurrido a uno de nosotros, o llamado para pedir ayuda, pero escogió resolver sus problemas con un cuchillo. Yo digo que es culpable.
Todos los ojos se volvieron hacia Mack Pasture. Con cuatro votos a favor de la inocencia y cinco de la culpabilidad, estaba en sus manos empatar la votación del concejo o pronunciarse a favor de la muerte de la acusada. Se quedó allí sentado tranquilamente un buen rato, con el ceño fruncido, mientras apoyaba el rostro en sus dedos ahusados.
—Todos decís «inocente» o «culpable» —dijo finalmente—. Pero la ley no dice eso. Todos lo hemos oído. Dice «responsable». Bueno, yo conocía a Harl Tanner. Lo conocí durante muchos años y nunca me gustó un pelo ese hijo de los abismales. —Escupió en el suelo—. Pero eso no quiere decir que se mereciera que le clavaran un cuchillo en la espalda. Ese es el modo en que yo lo veo. A esa chica no le importaba su padre y ahora dos hombres están muertos. Tanto si ella empuñó el cuchillo como si no, tan seguro como que el sol se alza en el cielo que es «responsable» de lo que ha sucedido.
La mano de Selia tembló violentamente y el mazo cayó sobre la mesa sin que ella lo golpeara contra esta, aunque la votación se había cerrado. Jeorje dio un golpe con su bastón en el suelo.
—Culpable por seis a cuatro.
—Entonces la haremos vaciar esta misma noche —gruñó Raddock.
—No haremos tal cosa —repuso Selia, recuperando al fin la voz—. La ley dice que ella tiene un día entero para ponerse en paz con el Creador y el día de hoy casi ha finalizado.
Jeorje volvió a golpear el suelo con su bastón.
—Selia lleva razón. Renna Tanner debe ser atada a la estaca mañana al amanecer para que todos la vean y sean testigos hasta que se cumpla la justicia del Creador.
—¡¿Esperas que la gente vaya a verlo?! —El Jabalí se mostró horrorizado ante la idea.
—Si la gente no va a la escuela, no hay forma de que aprenda la lección —explicó el anciano.
—¡No voy a quedarme allí para observar cómo los abismales hacen pedazos a nadie! —gritó Coline. Las voces de otros, como la de Coran Marsh, también se alzaron en protesta.
—Oh, sí, claro que lo haréis —les espetó Selia. Miró alrededor de la habitación con una mirada dura—. Si vamos a… asesinar a esa chica, todos vamos a contemplarlo para recordar siempre lo que hicimos, tanto hombres como mujeres y niños —rugió—. La ley es la ley.