12
Feral
Verano del 333 d. R.
Renna aguardó pacientemente hasta que el demonio de las rocas se materializó. Se había apostado en lo alto de un árbol solitario que había en la cima de una colina, donde una gran extensión de roca emergía de la tierra como un hueso roto a través de la carne.
El rastro de huellas le había mostrado que el abismal gigante, de unos cuatro metros de altura, se materializaba en el mismo punto casi todas las noches. Durante las últimas seis semanas, Arlen le había enseñado muchas cosas, incluido el hecho de que los demonios de las rocas eran criaturas de hábitos adquiridos y que los demonios menores habían aprendido a mantenerse lejos de los lugares reclamados por un demonio de las rocas.
Cuando la niebla fétida comenzó a filtrarse a través del suelo y a coagularse en formas demoníacas, Renna cerró los ojos y respiró hondo mientras abrazaba su miedo y se refugiaba en el interior de su mente.
Era sorprendente lo bien que funcionaba la técnica krasiana. Al principio había sido todo un reto para ella, pero luego sólo tardaba un momento en cambiar de perspectiva y evadirse a un lugar donde no había dolor, miedo, enemigos o fracaso.
El mundo tenía un aspecto distinto cuando abrió los ojos. Lo contempló de pie sobre la rama, sujetándose sólo con los dedos desnudos de los pies, en perfecto equilibrio. Con la mano izquierda aferraba el cuchillo de Harl y pasaba, de manera inconsciente, el pulgar por encima de los grafos que había tallado en la empuñadura de hueso. En la derecha sujetaba una castaña.
Una brisa fresca alborotó las hojas amarillentas a su alrededor y Renna volvió a inhalar profundamente mientras dejaba que el aire acariciara su piel desnuda. En ese momento se sentía parte del mundo nocturno, mientras el demonio desprevenido se materializaba debajo de ella.
El cambio también había afectado a su largo cabello castaño, que ahora llevaba corto y de punta, con sólo una larga trenza que recordaba su anterior longitud. Se había deshecho del vestido y había cortado las enaguas en dos partes: con una se había hecho un chaleco muy ajustado para mantener los pechos sujetos, pero abierto en la parte inferior para dejar al descubierto el vientre protegido; y con la otra, una falda abierta hasta los muslos para poder mover las piernas cubiertas de grafos con libertad.
Arlen se había negado a protegerle la carne pero Renna había ignorado su advertencia, y ella misma había triturado la roya para obtener la tinta que teñía su piel de marrón oscuro y que duraba varios días antes de desvanecerse.
La muchacha bajó la mirada y, al ver cómo el demonio se solidificaba, le arrojó la castaña. Antes de comprobar si había alcanzado su objetivo, se soltó de la rama y se dejó caer con ligereza y en silencio.
La castaña impactó en el hombro del demonio y el grafo de calor que Renna había grabado en su suave superficie relumbró en la oscuridad cuando absorbió magia del poderoso abismal. El fruto se calentó al momento y explosionó con un estampido.
El demonio de las rocas no sufrió daño alguno, pero el relámpago y el ruido le hicieron volver la cabeza en la dirección contraria, justo en el momento en que la chica aterrizaba sobre su amplio hombro acorazado. Renna agarró uno de los cuernos con la mano libre para afianzarse y dirigió el cuchillo al gaznate del monstruo. Los grafos de la hoja relucieron y Renna se vio recompensada con un estallido de magia a la vez que un chorro caliente de icor negro le cubría la mano.
La joven gruñó y echó el brazo hacia atrás para propinar otro tajo, pero el demonio inclinó la cabeza hacia atrás con un aullido y lo único que Renna pudo hacer fue sujetarse al cuerno para no caerse.
Renna tuvo que contorsionarse violentamente para evitar los zarpazos del demonio, que llegó incluso a golpearse su propia cabeza en su afán de deshacerse de ella. Aun así, la chica no dejó de clavarle el cuchillo donde pudo y de patear todo lo que encontraron sus pies protegidos. La magia fluía por todo su cuerpo tras cada golpe, una descarga eléctrica que la hacía más rápida, más fuerte y más resistente a cada impacto. Los grafos en torno a sus ojos se activaron y la noche se iluminó con el resplandor de la magia.
Los golpes sólo sirvieron para distraer al demonio. Renna no podía acceder a los ojos y la garganta, las zonas más vulnerables y no tenía punto de apoyo para poder atravesarle el cráneo. Se echó a reír ante el desafío.
Guardó el cuchillo y rebuscó en el cinturón hasta encontrar el largo collar de guijarros que le había regalado Cobie Fisher en lo que ahora le parecía otra vida. Pasó el collar en torno al gaznate del demonio y se soltó del cuerno para sujetarse por ambos extremos del mismo. Luego cruzó los brazos y se deslizó a lo largo del surco que se abría entre las dos grandes placas acorazadas que protegían los hombros del demonio, hasta quedar colgada de los dos extremos de cuero del collar, fuera del alcance del abismal.
El monstruo se sacudió con fuerza pero Renna no se soltó y usó todo su peso para estrangular al demonio con el collar de guijarros protegidos. Había pintado las suaves piedras con grafos de bloqueo y estos llameaban repeliendo al abismal, de modo que la magia le golpeaba desde todas partes.
Los furiosos pisotones y sacudidas del gigantesco demonio de las rocas pronto disminuyeron hasta convertirse en pasos tambaleantes. El collar se calentaba conforme la magia crecía en intensidad e iluminaba la noche.
Al final, hubo un chasquido y un fulgor repentino antes de que la magia se desvaneciera. La cabeza con cuernos del abismal cayó y Renna tuvo que apartarse precipitadamente de su camino con un salto. Se hizo a un lado con agilidad antes de que el demonio se derrumbara pesadamente junto a ella. Aún sentía hormiguear la magia robada en la piel, mientras le curaba los arañazos y cardenales que le había provocado el combate. Contempló el negro icor que le manchaba las manos y se echó a reír de nuevo; luego hizo ondear el collar sobre su cabeza y partió a la carrera a continuar la caza.
Jamás se había sentido tan libre.
Un demonio del fuego se acercó a ella. Era un abismal solitario que cazaba entre la maleza que cubría el espacio entre árbol y árbol. Renna afirmó los pies cuando la atacó, a la espera de que revelara sus intenciones.
Los demonios del fuego siempre lanzaban un escupitajo de fuego tan pronto como tenían la presa al alcance. Dicho ataque podía incendiar cualquier cosa y generalmente aturdía a la víctima, y la dejaba indefensa mientras el abismal continuaba su ataque con las garras y los dientes. Pero si se evitaba el escupitajo inicial, el demonio necesitaba un breve período de tiempo antes de volver a lanzar otro.
Renna se agachó, con la cara casi pegada al suelo, de modo que ofrecía un objetivo claro. El demonio se paró frente a ella e inhaló. Luego, cerró los ojos al comenzar a soplar, un reflejo no muy distinto al de un humano al estornudar, y, en ese momento, Renna saltó hacia la izquierda, de modo que el brillante escupitajo de fuego trazó un arco en el aire vacío.
Para cuando el abismal abrió los ojos y comprobó que la chica había desaparecido, ella estaba a su espalda. Renna lo cogió de los cuernos, tiró hacia atrás de la cabeza y le cortó el cuello igual que a las liebres que capturaba en el campo de su padre.
El icor del demonio la salpicó y le quemó la piel como si fueran las brasas de un fuego, pero estaba más allá del dolor. Se frotó barro en los lugares donde la habían alcanzado las gotas para enfriar la piel y luego se puso en pie.
Un rumor sordo le indicó que los escasos momentos que había durado el combate habían sido suficientes para que la rodearan. Se volvió y vio a un demonio del bosque agazapado tras ella, que pese a estar encorvado, medía casi dos metros hasta los hombros. Un poco más allá y aguardando entre los árboles, sus ojos protegidos captaron dos abismales más, con la recia coraza disimulada entre la maleza que les rodeaba, aunque no podían enmascarar la magia. Cuando se enzarzó en un combate con el primero, el más fuerte, los otros la flanquearon.
Renna había matado muchas veces demonios del bosque, pero jamás se había enfrentado con tres a la vez sin que Arlen la acompañara.
«¿Serán más de lo que puedo asumir?», pensó, pero en seguida apartó aquel pensamiento de su mente. Los demonios no huían; una vez te habían localizado no había donde esconderse. Sólo quedaba matar o morir.
—Vamos allá —gruñó y apuntó al demonio que tenía delante con el cuchillo.
El Protegido vio a Renna desde los árboles al otro lado del camino y sacudió la cabeza. Le había llevado un buen rato rastrearla. Había salido a recolectar hierbas y leña, y le había hecho prometer que lo esperaría en la torre hasta su regreso, para salir luego juntos de caza. No era la primera vez que la muchacha había perdido la paciencia o, simplemente, había ignorado sus deseos y se había marchado por su cuenta.
Viéndola salir del punto ciego del demonio y abrirlo en canal con el cuchillo de su padre, tuvo que admitir que aprendía rápido. Renna se había entregado al arte de la caza de demonios en cuerpo y alma, con más dedicación aún que Wonda y su habilidad después de unas pocas semanas de instrucción era prueba de ello.
El Protegido se preguntó si había hecho bien en enseñarle a abrazar sus miedos. Renna había alcanzado rápidamente el punto de la temeridad; se había convertido en un peligro para sí misma tanto como para los demonios.
Él comprendía mejor que nadie por lo que estaba pasando, más de lo que ella llegaría a sospechar jamás. La noche no tenía piedad, incluso para los que la abrazaban, como mostraba la caterva de demonios del bosque que la acechaban mientras ella se ocupaba del demonio del fuego. Como en el dicho de los árboles que no dejan ver el bosque, Renna había visto al que se le había acercado abiertamente, pero serían las ramas las que acabarían con ella.
El Protegido colocó una flecha en su arco largo y se preparó para disparar. Esperaría hasta que ella viera a los tres y se diera cuenta de que estaba perdida antes de matarlos. A lo mejor así escarmentaba y empezaba a ser más cautelosa.
El demonio del bosque rugió, una exhibición de poder destinada a aterrorizarla y aturdiría, al igual que el escupitajo del demonio del fuego. Sus compañeros se acercaron agazapados y se colocaron en posición de ataque.
Pero Renna no estaba dispuesta a concederles ninguna oportunidad y cayó sobre ellos en lo que a primera vista parecía un ataque suicida. El demonio del bosque exhibió varias filas de dientes y las garras curvadas, y adelantó el pecho para encajar su golpe. Sólo los demonios de las rocas aventajaban a los del bosque en fuerza, motivo por el cual la bestia probablemente jamás había visto que nada atravesase su coraza parecida a la corteza.
Renna giró sobre sí misma y usó el impulso para dar fuerza a su patada circular. El empeine y la espinilla protegidos se estamparon en el pecho del demonio, que fue rechazado hacia atrás por un estallido de magia y cayó aturdido.
Los otros demonios rugieron mientras emergían de entre los árboles y Renna cogió a uno de la muñeca y clavó los pies en el suelo para girar las caderas y volver la fuerza del ataque del demonio contra sí mismo. Lo hizo casi sin esfuerzo, del mismo modo que lanzó al pesado demonio del bosque a través del aire contra el tercer miembro de la cuadrilla. Después corrió hacia los dos demonios derribados y clavó el cuchillo de Harl en todos los lugares que le parecieron vulnerables, mientras los abismales luchaban por desenredarse y ponerse en pie de nuevo.
Uno de ellos lanzó una de sus largas extremidades en forma de rama hacia Renna, que en ese momento estaba a su alcance. Ella se echó hacia atrás y sintió silbar el aire cuando las garras pasaron de largo por encima de su pecho. Todavía no había sido capaz de proteger la tela de su chaleco y las garras habrían penetrado profundamente allí donde hubieran impactado. En ese momento envidió la capacidad de Arlen de luchar desnudo.
Renna se enderezó ilesa, pero había perdido impulso y los tres demonios habían recuperado su posición erguida. Tenían heridas chamuscadas allí donde ella les había clavado el cuchillo, pero aunque sanaba con rapidez gracias a la magia que les había robado, ellos también se recuperaban rápidamente, de modo que en escasos momentos estarían curados por completo.
En el momento en que cargaron contra ella, Renna metió la mano en el bolsito que llevaba colgado de la cintura y les arrojó un puñado de castañas protegidas. Los demonios chillaron y alzaron los brazos para defenderse cuando los grafos de calor explotaron y las castañas se consumieron entre intensas llamaradas y chasquidos.
Los dos abismales que se encontraban más alejados escaparon sin sufrir daño, pero el que estaba en el centro se llevó lo peor de la salva y su hombro comenzó a arder. Poco después, el fuego había prendido en todo su cuerpo y la criatura chillaba y se agitaba enloquecida.
Al ver estallar en llamas a su compañero, los otros demonios se alejaron de él y se separaron entre sí, dándole a Renna la oportunidad que estaba esperando. Atacó a uno de ellos y le clavó el cuchillo en el punto vulnerable que había entre la tercera y cuarta costillas del costado derecho. La larga hoja atravesó el negro corazón del abismal.
Se agachó bajo el abismal agonizante y lo sujetó por el hombro con la mano izquierda mientras arremetía contra él. El grafo pintado en la palma de su mano liberó calor con un estallido y quemó la piel acorazada y nudosa del demonio. Una parte de su magia salió disparada trazando un arco en el aire hacia ella, y el impacto la hizo sentir llena de fuerza y poder. Después giró sobre sí misma y hundió el cuchillo más profundamente, y lo usó como punto de apoyo para alzar al demonio de cien kilos sobre la cabeza. Chilló, y su grito sonó como el de un demonio, mientras lo arrojaba contra su compañero en llamas.
El cuchillo de Harl, aún hundido en el cuerpo del demonio, debería haberse liberado en ese momento, pero la pieza que unía la empuñadura con la hoja quedó enganchada en la costilla inferior. Renna gritó cuando el arma se le escapó de la mano.
Al verla desarmada, el último demonio cargó contra ella con un rugido y la aplastó contra el suelo con su peso.
Los grafos relampaguearon por el cuerpo de Renna, pero el demonio, enloquecido por el dolor y la cólera, mordió y arañó frenéticamente hasta que sus garras alcanzaron su objetivo. Renna aulló cuando las garras se clavaron en su carne y la sangre cálida empapó el suelo.
Se oyó un ruido entre los árboles y ella comprendió que eran más demonios del bosque, que se dirigían hacia allí atraídos por la luz y el ajetreo. No tardarían en llegar, aunque eso poco importaría si no se libraba en seguida del demonio que tenía encima.
El abismal rugió de nuevo y ella le devolvió el rugido mientras lo empujaba con fuerza e invertía la posición. Era un movimiento sharusahk básico, uno que cualquier novicio hubiera previsto, pero los abismales sólo tenían un conocimiento instintivo del principio de la palanca. Renna movía las rodillas sin descanso para golpear los muslos del demonio y evitar así que alzara las patas hacia arriba y le clavara las garras inferiores. Había tenido suficientes gatos como para saber que la lucha acabaría bien pronto si le dejaba esa ventaja.
Se las apañó para liberar una mano, agarró el collar de las cuentas y envolvió con él el cuello del abismal. Después se apretó con fuerza contra él para minimizar el alcance de las garras y cruzó los extremos del collar para tirar de ellos en direcciones opuestas. Las garras la hirieron, pero ella se abrazó al dolor y mantuvo el collar tenso hasta que los grafos flamearon. La enorme cabeza cornada cayó sesgada con un chasquido y la roció de humeante icor negro.
El Protegido había aflojado de manera inconsciente la tensión del arco cuando Renna arrojó las castañas. Conocía los grafos de calor; ya eran comunes en Arroyo Tibbet donde sus padres los habían usado a menudo en el invierno para pintar con ellos grandes piedras alrededor de la casa y el establo. Solían absorber el calor y mantenerlo. Había intentado hacer armas con ellos en el pasado, pero aunque eran útiles para las puntas de flecha, siempre estropeaban las armas de mano o bien le quemaban la palma a través de las envolturas de la empuñadura. Incluso los diminutos grafos de calor de su piel le quemaban de forma espantosa cuando se activaban.
Jamás se le había ocurrido pintarlos sobre castañas. Renna llevaba apenas unas semanas luchando durante la noche y ya protegía las cosas de manera creativa, usando cosas en las que él no había pensado nunca.
Observó el brillo salvaje en sus ojos cuando alzó el demonio sobre su cabeza y se preguntó si él habría tenido el mismo aspecto las primeras veces que había sentido la excitación producida por la magia abismal. Supuso que sí. Era un pensamiento embriagador y le daba a uno una falsa sensación de invencibilidad.
Pero Renna no lo era y eso quedó bien claro al momento siguiente, cuando se vio desarmada y el demonio del bosque la tiró al suelo. El Protegido lanzó un grito y el miedo le heló la sangre mientras forcejeaba con el arco para ponerlo en posición. Intentó apuntar mientras luchaban en el suelo, pero era imposible obtener un buen blanco y no quería correr el riesgo de herir a Renna. Dejó caer el arma y salió de su escondite en estampida para rescatarla.
Sólo para descubrir que su ayuda no era necesaria.
Permaneció en pie con el corazón aún golpeándole el interior del pecho ante la visión de Renna, la hermosa Renna, con cuyos dulces besos infantiles había soñado tantas veces en su soledad, ensangrentada y magullada sobre el cadáver de un demonio.
La mujer se volvió hacia él con un rugido hasta que el reconocimiento iluminó su mirada. Entonces le sonrió, como un gato que deposita una rata muerta a los pies de su amo.
Renna se dejó caer junto al cadáver y luchó para ponerse en pie antes de que otros demonios pudieran atacarla. Estaba cubierta por su propia sangre, aunque notaba como menguaba el flujo conforme la magia recién adquirida iba cerrando las heridas. Aun así, ya no estaba en situación de seguir peleando.
Gruñó, sin deseos de rendirse, pero cuando alzó los ojos, sólo quedaba ya Arlen, que relucía con fuerza debido a la magia como uno de los serafines del Creador. Sólo llevaba puesto el taparrabos y era hermoso ver cómo sus pálidos músculos ondeaban bajo los grafos que pulsaban sobre su piel. No era tan alto como Harl o tan corpulento como Cobie, pero exudaba una fuerza de la que carecía el resto de los hombres. Ella le dedicó una sonrisa deslumbrante, inflamada por el orgullo de su victoria. ¡Tres demonios del bosque!
—¿Te encuentras bien? —le preguntó él, y no había orgullo en su voz, sino severidad.
—Sí, claro —repuso ella—. Sólo necesito descansar un momento.
Él asintió.
—Siéntate e inspira con fuerza. Deja que la magia te cure.
Ella hizo lo que le había dicho y percibió cómo los profundos cortes que tenía por todo el cuerpo se cerraban. Pronto no quedaría de ellos más que unas finas cicatrices e incluso estas terminarían por desaparecer.
Arlen señaló los restos chamuscados de las castañas.
—Muy astuta —gruñó.
—Gracias —repuso ella. Aquel sencillo cumplido la hizo estremecerse.
—Pero sea una protección astuta o no, esto ha sido una estupidez, Ren —continuó él—. Podrías haberle prendido fuego al bosque, por no mencionar la estupidez de atraer a tres demonios del bosque a la vez.
Ella sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
—No les pedí que me acecharan.
—Pero ignoraste lo que te dije y te fuiste a cazar a ese maldito demonio de las rocas tú sola —le reprochó él—. Y te dejaste la capa en la torre.
—La capa me estorba para luchar.
—Me da igual. El último demonio casi consigue matarte, Ren.
La presa que le hiciste en el suelo fue espantosa. Un nie’Sharum la habría roto sin problemas.
—¿Y eso qué importa? —replicó ella con brusquedad, enfadada, aunque sabía que él tenía razón—. He ganado.
—Claro que importa porque antes o después fallarás. Incluso un demonio del bosque puede tener suerte un día y romper una presa, Renna. Por muy fuerte que te sientas cuando la magia circula por tu cuerpo, no eres ni la mitad de fuerte que ellos. Olvida eso, deja de respetarlos sólo por un instante y te vencerán. Eso significa que debes aprovechar todas las ventajas que tengas y la mayor de ellas consiste en ser invisible para ellos.
—Entonces, ¿por qué no la usas tú?
—Porque te la he dado a ti.
—Mierda de demonio —escupió ella—. Estuviste rebuscando en las alforjas como si no la hubieras visto en semanas. Apuesto a que no te la has puesto jamás.
—Esto no tiene nada que ver conmigo. Llevo en esto mucho más tiempo que tú, Ren. Te estás emborrachando de magia y eso no es seguro. Lo sé.
—¡Y eso no es la noche llamando negra a la oscuridad! —gritó ella—. Tú lo haces y estás bien.
—¡Por los engendros del Abismo, Renna, qué voy a estar bien! —bramó él en respuesta—. Pero si siento cómo me cambia mientras hablamos. La agresividad, el desprecio por la gente común… Así es como la magia me habla, la magia de los demonios. Un poco te hace fuerte, pero demasiado te convierte en feral. —El Protegido alzó una mano cubierta de cientos de diminutos grafos—. Lo que yo he hecho no es natural. Me da el aspecto de estar loco, pero lo cierto es que ya no creo que esté cuerdo. —Puso las manos sobre los hombros de Renna—. No quiero que te pase lo mismo que a mí.
Renna le cogió el rostro entre las manos.
—Gracias por preocuparte —le dijo. Él sonrió e intentó bajar la mirada, pero ella le sostuvo el rostro y lo miró a los ojos—. Pero tú no eres ni mi padre ni mi marido y aunque lo fueras, mi cuerpo me pertenece y haré con él lo que desee. Ya no voy a vivir mi vida como les parezca bien a los demás. Seguiré mi propio camino de ahora en adelante.
Arlen frunció el ceño.
—¿Estás siguiendo tu propio camino o simplemente me acompañas en el mío?
Los ojos de Renna casi se le salieron de las órbitas y todos sus músculos clamaron por saltar sobre él, patearle, arañarle y morderle hasta que él… Pero sacudió la cabeza y respiró hondo.
—Déjame sola.
—Vuelve conmigo a la torre.
—¡Maldita sea tu estúpida torre! —chilló ella—. ¡Déjame sola, hijo del Abismo!
Arlen la miró durante un momento.
—De acuerdo.
Renna apretó los dientes y se negó a llorar hasta que él se marchó. Entonces se agachó y arrancó el cuchillo de los restos chamuscados del demonio. A pesar del enfrentamiento, el arma no estaba dañada y su piel todavía hormigueaba a su tacto con los restos de la magia mientras la limpiaba y la devolvía a su vaina sobre la cadera.
Permaneció allí un buen rato después de que Arlen se fuera mientras dos partes encontradas de sí misma luchaban en su interior. Una quería gritar y atacar durante la noche, buscar demonios para desahogar sobre ellos su rabia. La otra se preguntaba si él tenía razón y amenazaba con hacerla caer al suelo cubierta de lágrimas en cualquier momento.
Cerró los ojos y abrazó tanto la pena como la ira para alejarse a continuación de ambos sentimientos. La sorprendió lo poco que tardó en calmarse.
Arlen sólo estaba sobreprotegiéndola. A pesar de todo lo que había hecho, aún no confiaba en ella.
Más allá de sus sentimientos, algo en su interior la impulsó a afirmarse sobre sus pies y comenzar el primer sharukin y, a partir de ahí, fluir de un movimiento hacia el siguiente. Forzó sus músculos a memorizar las posturas con el fin de que pudiera realizarlas sin pensarlo siquiera. Mientras las adoptaba, repasó los combates de esa noche, buscando mejoras que podía introducir.
Él podría ser el admirado Protegido para otros, pero Renna sabía que él era sólo Arlen Bales de Arroyo Tibbet y dejaría que el Abismo se la llevara si había algo que él pudiera hacer y ella no.
«Pues sí que lo he hecho bien», pensó el Protegido con sarcasmo mientras se alejaba de ella. No se fue muy lejos y se sentó contra un árbol, donde apoyó la espalda, y cerró los ojos. Sus oídos podían percibir el rasgueo que producían las orugas al comerse las hojas. Si ella le necesitaba, la oiría y acudiría.
Maldijo la ingenuidad infantil que le impidió ver a Harl como lo que era. Cuando Ilain se había ofrecido a su padre, había pensado que era malvada, pero ella sólo estaba haciendo lo que podía para sobrevivir, como él mismo había hecho en el desierto krasiano.
Y Renna… si él hubiera regresado con su padre en vez de huir cuando murió su madre, ella habría ido a la granja con ellos. De ese modo habría estado a salvo de Harl y hubiera evitado una sentencia de muerte. Los hijos de ambos ya serían mayores.
Pero él le había dado la espalda a Renna, desperdiciando otra oportunidad de ser feliz, el resultado había sido, además, que la vida de la chica se había convertido en un infierno.
Se había equivocado al llevarla con él. Había sido egoísta por su parte. La había condenado a llevar aquella vida sólo para mantener su propia cordura. Renna había escogido ese camino porque pensaba que no tenía nada que perder, pero aún no era demasiado tarde para ella. Jamás podría regresar a Arroyo, pero podía llevarla a Hoya del Liberador y allí vería que aún quedaba buena gente en el mundo, gente que deseaba luchar sin perder a cambio las cosas que los hacían humanos.
Pero Hoya, aun tomando la ruta más directa, estaba a más de una semana de viaje desde la torre. Tenía que llevar a Renna a la civilización de forma inmediata, antes de que aquel ser salvaje en el que se estaba convirtiendo la poseyera por completo.
Pontón estaba a menos de dos días de viaje. Desde allí podrían ir a Paseo del Grillo, Angiers o Tocón del Granjero antes de llegar a Hoya. La obligaría a relacionarse con gente en cualquier ocasión que se le presentase y permanecerían despiertos durante el día, en vez de pasarse las mañanas durmiendo y las noches rastreando demonios, como venían haciendo desde hacía un tiempo.
Odiaba la idea de pasar tanto tiempo entre la gente, pero no había otra cosa que pudiera hacer. Renna era lo más importante. Si la gente veía sus grafos tatuados y comenzaba a hablar, que así fuera.
Euchor había mantenido su palabra de permitir que los refugiados cruzaran el Entretierras, pero con toda la cosecha de Rizón perdida y pasado el solsticio del verano, eran malos tiempos para todos. Pontón estaba cubierta a ambos lados del río por una creciente ciudad formada por las tiendas de los refugiados que se habían establecido al exterior de la ciudad propiamente dicha. Esta ciudad improvisada estaba mal protegida, y marcada por la miseria y la pobreza. Renna arrugó la nariz, disgustada, cuando la atravesaron a caballo y él se dio cuenta de que la escena no ayudaba mucho a convencerla de lo equivocada que estaba al rechazar la civilización.
El número de guardias se había incrementado y contemplaron al Protegido y a Renna con desprecio cuando se acercaron a las puertas. No era sorprendente. El aspecto de Arlen jamás pasaba desapercibido pues iba siempre cubierto de la cabeza a los pies, incluso bajo el sol ardiente, y Renna, vestida de manera escandalosa con aquellos harapos y manchada con la tintura emborronada de la roya, ayudó poco a mejorar aquella impresión.
Sin embargo, el Protegido aún no había encontrado a ningún guardia que no se volviera hospitalario a la vista de una moneda de oro, y llevaba un buen montón de ellas en las alforjas. No tardaron en estar al resguardo de las murallas y ataron la montura en el exterior de una bulliciosa taberna. Eran las primeras horas de la tarde y la gente de Pontón regresaba a sus casas tras el día de trabajo.
—No me gusta estar aquí —dijo Renna y echó una ojeada a los cientos de personas que andaban por allí—. La mitad de la gente se muere de hambre y la otra mitad tiene cara de estar esperando que les robemos.
—No te preocupes —repuso él—. Necesito noticias y no podemos obtenerlas en mitad del monte. Nos adaptaremos a la ciudad durante una temporada. —La chica no pareció complacida ante la noticia, pero mantuvo la boca cerrada y asintió.
La posada estaba atestada a esa hora del día, pero buena parte de la actividad se centraba en la barra, de modo que el Protegido encontró una mesa pequeña en la parte de atrás. Ambos se sentaron y una camarera se les acercó tras un momento. Era joven y guapa, aunque sus ojos mostraban una mirada triste y cansada. Llevaba el vestido bastante limpio, pero se veía usado. Por el color de su piel y sus rasgos se veía con claridad que era rizoniana, probablemente una de las primeras refugiadas que habían llegado a Pontón, por lo que había tenido la suerte de encontrar trabajo.
Al lado tenían una mesa muy ruidosa donde sólo se sentaban hombres.
—¡Oye, Milly, trae otra ronda! —gritó uno de ellos y le dio una sonora palmada en el trasero. Ella dio un saltito, cerró los ojos y respiró hondo antes de fingir una sonrisa y volverse a medias hacia los clientes.
—Tan seguro como es de día, chicos —les dijo, risueña.
Su sonrisa se esfumó cuando se volvió hacia ellos.
—¿Qué vais a tomar?
—Dos cervezas y la cena —pidió el Protegido—. Y una habitación, si os queda alguna.
—Sí hay —repuso la chica—, pero con tanta gente como pasa por aquí los precios son altos.
Arlen asintió y dejó una moneda de oro sobre la mesa. Los ojos de la chica casi se abrieron por la sorpresa. Probablemente no había visto oro de verdad en toda su vida.
—Esto cubrirá la comida y las bebidas de esta noche. Puedes quedarte con el cambio. Y ahora, ¿con quién tenemos que hablar para reservar una habitación?
La camarera recogió la moneda antes de que alguno de los clientes que les rodeaban la viese.
—Hablad con Mich, es el propietario —les dijo y señaló a un hombre grande, con las mangas de la camisa remangadas y un delantal blanco, que sudaba tras la barra mientras intentaba servir todas las jarras de cerveza que le pedían. Cuando el Protegido se volvió, vio de reojo cómo la chica se metía la moneda en la parte delantera del vestido.
—Gracias.
La camarera asintió.
—En seguida os traeré las cervezas, Pastor. —Luego se inclinó y salió disparada.
—Quédate aquí y no te muevas mientras consigo una habitación —le dijo a Renna—. No tardaré mucho. —Ella asintió y Arlen se marchó.
Había bastante barullo en la barra, pues los hombres iban a la búsqueda de las últimas cervezas antes de retirarse tras sus grafos para pasar la noche. Tuvo que esperar detrás de toda la gente hasta poder atraer la atención del posadero, pero cuando el hombre miró en su dirección y el Protegido le mostró el brillo de una de sus monedas de oro, él acudió con rapidez.
Mich tenía el aspecto de haber sido corpulento en el pasado, pero ahora estaba gordo. Aun así, impresionaba lo suficiente como para meter en cintura a un cliente revoltoso, pero el éxito y la madurez parecían haberse llevado consigo la fuerza de su juventud.
—Una habitación —pidió el Protegido y le ofreció la moneda. Sacó otra del monedero y se la ofreció también—. Y noticias del sur, si las tenéis. Venimos de Arroyo Tibbet.
Mich asintió pero sus ojos se entrecerraron.
—No hay noticias de interés procedentes de ese lugar —admitió, inclinándose ligeramente para atisbar en el interior de la capucha del Protegido.
Este dio un paso atrás y el tabernero inmediatamente se retiró a su vez, tras lo cual le echó una ojeada nerviosa a la moneda, temiendo que desapareciera.
—En estos días sólo se habla del sur, Pastor —comentó—, desde que las ratas del desierto se llevaron a la Herborista de Hoya para casarla con su líder, el demonio del desierto.
—Jardir —gruñó Arlen y cerró el puño. Debería haberse deslizado a hurtadillas en el campamento krasiano y haberlo matado en el momento en que salieron del desierto. Una vez lo consideró un hombre de honor, pero había comprobado que sólo era una fachada para ocultar su ansia de poder.
—Lo que se dice por ahí es —continuó el hombre—, que fue por allí con la idea de matar al Protegido, pero que el Liberador se había largado y anda desaparecido.
La cólera hirvió en su interior y le quemó por dentro como si fuera bilis. Si Jardir le había hecho algún daño a Leesha, si había llegado a tocarla siquiera, lo mataría y mandaría a sus ejércitos de vuelta al desierto.
—¿Os encontráis bien, Pastor? —preguntó Mich. El Protegido le entregó la moneda que sostenía en su puño cerrado, retorcida por la presión, y se volvió sin esperar la llave de la habitación. Necesitaba regresar cuanto antes a Hoya.
En ese momento oyó a Renna gritar y después, un gemido de dolor.
Renna se quedó sin aliento cuando entraron en la posada. Jamás había visto un lugar en el que la gente se apretara de un modo tan incómodo. El barullo era sobrecogedor y el aire, fétido y caliente, estaba cargado del humo de las pipas y el sudor. Sintió que el corazón se le disparaba, pero cuando miró a Arlen, vio que él se mantenía erguido y con el paso firme y recordó quién era él. Quiénes eran ellos. Se enderezó a su vez y acogió las miradas de la gente con una fría indiferencia.
Oyó silbidos y abucheos de algunos de los hombres cuando la descubrieron, pero ella les devolvió una mirada airada y la mayoría apartaron los ojos con rapidez. Mientras se abrían paso a través de la multitud, sintió que una mano le daba una palmada en el trasero, pero cuando se volvió, aferrando el cuchillo con fuerza en la mano, no vio señal alguna del ofensor. Podría haber sido cualquiera entre una docena de hombres, todos los que simulaban en ese momento ignorarla de forma ostensible. Apretó los dientes y se apresuró a seguir a Arlen, pero escuchó una risa a su espalda.
Cuando el hombre de la mesa de al lado le dio la palmada en el trasero a la camarera, Renna sintió un violento acceso de cólera fluir por su interior como jamás lo había sentido antes. El Protegido simuló no verlo, pero ella le conocía bien. Como Renna, probablemente luchaba con el deseo de romperle el brazo al hombre.
Cuando Arlen se marchó para hablar con el tabernero, el hombre giró la silla para encararla.
—Creí que ese Pastor no se marcharía nunca —le dijo con una amplia sonrisa. Era un milnés alto, de espaldas anchas, con una hirsuta barba rubia y el pelo largo y dorado. Sus compañeros de la mesa se volvieron a mirar a Renna, sobando su piel desnuda con la mirada.
—¿Pastor? —inquirió ella, confusa.
—Esa carabina tuya con faldones —aclaró el hombre—. Me imagino que una chica tan guapa como tú necesita a un Hombre Santo que la escolte por ahí, ya que ningún otro hombre podría quitarte las manos de encima. —Entonces rebuscó por debajo de la mesa hasta hallar su muslo desnudo y lo acarició. Renna se envaró, aturdida por su audacia—. Me imagino también que eres mujer suficiente para nosotros tres. Apuesto a que te has mojado sólo de pensarlo. —Y su mano subió por el interior de su falda.
Pero Renna ya había tenido suficiente. Metió las manos debajo la mesa y agarró su pulgar con la mano izquierda mientras presionaba con el nudillo de la derecha en la articulación entre el pulgar y el índice. La fuerza del hombretón se desvaneció mientras se le escapaba un jadeo de dolor; luego, con un giro sharusahk, le torció la muñeca y la colocó con firmeza sobre la mesa.
Donde le cortó la mano con el cuchillo.
Los ojos del hombre se abrieron de par en par y durante un momento el tiempo pareció detenerse, pues ni él ni ninguno de sus compañeros reaccionaron. Entonces, de pronto, la sangre comenzó a manar de la herida y el hombre gritó mientras sus amigos se ponían en pie de un salto y las sillas caían hacia atrás.
La chica estaba preparada. De una formidable patada, mandó al hombre que aún gritaba contra uno de sus amigos y luego se subió de un salto a la mesa. Se agazapó con los pies bien separados y el cuchillo de su padre sujeto bajo el antebrazo, escondido a la vista de los mirones, pero preparado para rajar de arriba abajo a quien se atreviera a acercársele.
—¡¿Renna?! —gritó Arlen mientras la cogía por la espalda. Ella le dio una patada y se retorció mientras la bajaba de la mesa.
—¿Qué está pasando aquí? —inquirió Mich con voz exigente mientras avanzaba a empujones con un pesado garrote en la mano a través de la gente que se iba arremolinando.
—¡La bruja me ha cortado una mano! —chilló el milnés rubio.
—¡Suerte has tenido de que sólo te cortara eso! —bramó Renna sobre el hombro de Arlen—. ¡No tienes derecho a tocarme así! ¡No soy tu prometida!
El tabernero se volvió hacia ella, pero cuando captó la mirada de Arlen quedó mudo por la sorpresa. La capucha se le había caído hacia atrás mientras luchaba para sujetar a Renna y su piel tatuada había quedado al descubierto.
—El Protegido —susurró el hombre y el apelativo se repetía por todos lados conforme se extendía por la multitud.
—¡Liberador! —gritó uno.
—Es hora de irse —murmuró Arlen, cogiéndola del brazo. Ella mantuvo su paso mientras él empujaba para abrirse camino a los que no le cedían el paso por su propia voluntad. Se colocó de nuevo la capucha, pero una turba de tamaño considerable los siguió desde la taberna.
El Protegido aceleró el paso y la arrastró hasta los establos donde lanzó otra moneda de oro al cuidador y se dirigió hacia Rondador Nocturno.
Uno momento más tarde se dirigían al galope hacia el exterior de la ciudad. Los guardias de la puerta intentaron detenerlos cuando la multitud que salía de la posada apareció a la carrera tras ellos, pero caía el sol y nadie osó seguirles hacia el ocaso.
—Por todos los engendros del Abismo, Ren, ¡no puedes ir por ahí cortándole las manos a la gente! —la reprendió Arlen cuando se detuvieron a pasar la noche en un claro no muy lejos de la ciudad.
—Se lo merecía —replicó ella—. Ningún hombre volverá a tocarme así a menos que yo quiera que lo haga.
El Protegido puso mala cara, pero no la volvió a recriminar.
—La próxima vez, rómpele el pulgar —contestó en su lugar—. Nadie te mirará dos veces por eso, pero después de lo que has hecho no podremos volver a Pontón en un tiempo.
—De todas formas me pareció odioso —repuso ella—. Este —y abrió los brazos como si quisiera encerrar la noche entre ellos—, este es el lugar adonde pertenecemos.
Pero él sacudió la cabeza.
—Hoya del Liberador es adonde pertenezco y, debido a lo que me dijo el posadero antes de que tú cometieras esa estupidez, tengo que llegar allí en seguida.
Renna se encogió de hombros.
—Pues vayamos entonces.
—No sé cómo vamos a hacerlo cuando tú nos has impedido el acceso al único maldito puente que hay en Thesa —gritó Arlen—. El Entretierras es demasiado profundo para vadearlo y demasiado ancho para que Rondador pueda atravesarlo nadando.
La muchacha se miró los pies.
—Lo siento. No lo sabía.
Él suspiró.
—Ya está hecho, Ren. Ya se nos ocurrirá algo, pero vas a tener que cubrirte un poco cuando entremos en una ciudad. Está bien que lleves los grafos al descubierto durante la noche, pero tanta carne desnuda pone malas ideas en la cabeza de los hombres que te miran a la luz del día.
—En todas las cabezas menos la tuya, según parece —masculló ella entre dientes.
—Todo lo que ellos ven es piernas desnudas y escote —replicó él—. Yo veo a una chica borracha de sangre que piensa más con el cuchillo que con la cabeza.
Los ojos de Renna se abrieron como platos.
—¡Hijo del Abismo! —chilló y se arrojó contra él, con el arma en la mano. Arlen se deslizó hacia un lado sin esfuerzo, la agarró de la muñeca y se la torció hasta que soltó el cuchillo. Luego le puso la mano en el codo y usó su propio impulso para derribarla de espaldas al suelo.
Renna intentó ponerse en pie, pero él cayó sobre ella y la sujetó por las muñecas. Renna intentó darle una patada en la entrepierna, pero Arlen adivinó el movimiento y colocó las rodillas sobre sus muslos, después se dejó caer con todo su peso. La fuerza mágica que había adquirido durante la noche se había disipado, como sucedía siempre, y no podía sacárselo de encima. Chilló y se debatió salvajemente.
—¡He dicho lo que tenía que decir! —rugió—. ¡Para de una vez!
—¿No era esto lo que querías? —gritó ella en respuesta—. ¿Alguien que no te retrasara? ¿Alguien que no tuviera miedo de la noche? —Tiró con fuerza para soltarse, pero los brazos de Arlen parecían de hierro. Tenían los rostros a apenas unos centímetros el uno del otro.
—Yo no quería nada, Ren —repuso él—, sólo sacarte de la situación en la que estabas. No quería hacer que… te gustara.
Ella dejó de luchar.
—Sólo has hecho que me vea a mí misma tal como soy. Todo lo demás lo he hecho porque yo he querido. Si mañana me dejas, seguiré pintándome la piel. No voy a volver a una prisión ahora que sé lo que es la libertad.
El Protegido aflojó la presión, de manera que ella podría haberse liberado de un tirón si hubiera querido, pero había algo en los ojos de Arlen, un destello de comprensión que no había visto antes.
—Me acuerdo de la noche en que jugamos a los besos en el pajar cuando yo era niña. Creí que ese beso era una promesa y lo sentí en mis labios durante muchos años después, mientras esperaba a que regresaras. Siempre pensé que lo harías. No besé a otro hombre salvo a Cobie Fisher y eso sólo fue para huir de mi padre. Cobie era un buen hombre, pero no lo amaba más que él a mí. Apenas nos conocíamos el uno al otro.
—Tampoco me conocías a mí cuando éramos niños —replicó Arlen.
Ella asintió.
—Tampoco sabía entonces lo que era prometerse o que lo que hacían Lainie y papá estaba mal. No entendía muchas cosas que ahora sí entiendo. —Renna sintió cómo asomaban las lágrimas a sus ojos y no tuvo otra alternativa que dejarlas correr—. Ya he visto lo que eres y cómo vives. No me hago falsas ilusiones. Pero puedo ser una buena esposa para ti. Quiero hacerlo, quiero ser tuya.
Él la miró sin decir nada, pero sus ojos hablaban por sí solos. Se inclinó aún más y sus narices se tocaron suavemente. Ella sintió un estremecimiento bajarle por la espalda.
—Algunas veces aún siento ese beso —susurró ella, cerró los ojos y entreabrió los labios. Durante un momento estuvo segura de que Arlen la besaría, pero entonces él la soltó y se apartó de ella. Renna abrió los ojos, confundida, y lo vio de pie y dándole la espalda.
—No sabes tanto como crees, Ren.
Ella quería gritar de pura frustración, pero la tristeza del tono de su voz la calmó. De repente, soltó un jadeo de asombro y se puso de rodillas.
—¡Por el Creador! ¡Ya estás casado!
Sentía que no podía respirar.
Pero el Protegido se volvió a mirarla y se echó a reír. No las risotadas educadas con las que solía responder a una broma, o ese sonido cruel que emitía cuando quería hacer daño, sino una risa plena que sacudía su cuerpo de tal modo que tuvo que poner una mano sobre Rondador para sostenerse. Renna sintió cómo desaparecería la opresión en su pecho al comprender que aquel sonido era una negación a sus miedos. Algo se liberó también en su interior y pronto se unió a él en su incontrolable ataque de risa. Estuvieron así un buen rato y la tensión entre ellos se desvaneció cuando finalmente todo quedó en algunas risitas esporádicas antes de quedar callados.
Renna se puso en pie y puso una mano en el brazo de Arlen.
—Si hay algo que no sepa, cuéntamelo.
Él la miró y asintió. Una vez más se apartó de su contacto y se alejó unos cuantos pasos con los ojos fijos en el suelo.
—Aquí —dijo al cabo del rato, dando una patada en el suelo— hay un camino que lleva directo al Abismo.
Ella se acercó y miró con sus ojos protegidos. Efectivamente, una neblina surgía de aquel lugar como el humo de una pipa y se arremolinaba en torno a sus pies.
—Puedo sentirlo, tira de mí hacia el Abismo. Me llama, Ren. Como mi madre a la hora de cenar, me llama y si yo quisiera… —Comenzó a disiparse como si fuera un fantasma… o un abismal.
—¡No! —gritó Renna, intentando sujetarle, pero sus manos lo atravesaban.
El Protegido se solidificó después de un momento y Renna dejó escapar un suspiro de alivio, aunque los ojos de él aún estaban llenos de tristeza.
—Los tatuajes no son el motivo por el cual no puedo llevar una vida normal, Ren. A esto es a lo que lleva absorber demasiada magia. Ahora soy más demonio que humano y, siendo sincero, cada mañana me pregunto si ese va a ser el día en que el sol me prenda fuego por fin.
Renna sacudió la cabeza.
—No eres ningún demonio. Los demonios no se preocuparían por Hoya del Liberador, o por Arroyo Tibbet. A un demonio no le importaría que vaciaran a una chica, ni abandonaría su vida anterior durante meses para intentar ayudarla.
—Quizá. Pero sólo un demonio le pediría a esa chica que se convirtiera en uno.
—Tú no me has pedido nada —afirmó ella—. Ahora tomo mis propias decisiones.
—Entonces, tómate tu tiempo y hazlo con cuidado porque este es un camino que no tiene vuelta atrás.