LA MAYORÍA DE LAS VECES, la regularidad de la marcha es más importante que la velocidad. Siempre que haya una progresión regular de estímulos que atraigan tu mente, habrá sitio para el movimiento lateral. Una vez que esto comienza, su velocidad es una cuestión de libre elección.
Por lo tanto yo avanzaba lentamente, pero a un ritmo continuo, sin excesos. No tenía ningún sentido cansar a Star innecesariamente. Los cambios rápidos resultan agotadores incluso para la gente. Los animales, que saben engañarse tan bien a sí mismos, lo pasan peor, y a veces enloquecen completamente.
Crucé el río por un pequeño puente de madera y avancé paralelamente a él durante un tiempo. Mi intención era rodear la ciudad, pero siguiendo la dirección general de la corriente hasta llegar a las proximidades de la costa. Era por la tarde. Mi camino estaba bañado por las sombras, era fresco. Grayswandir colgaba del cinto.
Continué hacia el oeste, llegando al fin a las colinas que se alzaban allí. No quise comenzar el cambio hasta que hubiera alcanzado una posición que abarcara toda la ciudad, donde se daba la mayor concentración de gente en este reino tan parecido a mi Avalón. La ciudad llevaba el mismo nombre, y varios miles de personas vivían y trabajaban allí. Faltaban varias de las torres de plata, y el río la atravesaba en un ángulo diferente, más hacia el sur. Era ocho veces más ancho que antes. De las herrerías y los edificios públicos se elevaban columnas de humo, ligeramente agitadas por la brisa proveniente del sur; la gente, montada, a pie, conduciendo carros y coches, circulaba por las estrechas calles, entrando y saliendo de tiendas, hostales, residencias; bandadas de pájaros revoloteaban, descendiendo y elevándose, en las plazas, donde estaban amarrados los caballos; unas pocas banderas brillantes y algunos estandartes se agitaban incansablemente; el agua brillaba y había neblina en el aire. Yo estaba demasiado lejos para oír el sonido de las voces, o el repiquetear y martillear de los trabajadores, o los zumbidos y crujidos de la actividad humana, sólo me llegaba un murmullo confuso. Y aunque no podía distinguir ningún olor particular, de haber estado todavía ciego sólo con oler el aire hubiera sabido que había una ciudad cerca.
Viéndola desde allí arriba, me invadió una cierta nostalgia, como la melancolía de un sueño que se desvanece al despertar, acompañada de una ligera añoranza por el lugar que había inspirado el nombre de este sitio. Una tierra de sombras desaparecida mucho tiempo atrás, donde la vida era simple, y yo más feliz que ahora.
Pero quien vive tanto como yo he vivido llega a tener un control consciente que descarta los sentimientos ingenuos en cuanto aparecen, y que generalmente detesta participar en la creación sentimental.
Aquellos tiempos habían pasado y ahora era Ámbar la que me absorbía por completo. Me volví y continué hacia el sur, firme en mi deseo de éxito. Ámbar, no te olvido…
El sol se convirtió en una ampolla brillante y deslumbradora por encima de mi cabeza y los vientos comenzaron a aullar a mi alrededor. El cielo se volvió más y más amarillo y brillante conforme yo avanzaba, hasta que fue como un desierto que se extendía por el horizonte allí arriba. Las colinas se hicieron más rocosas al descender hasta las tierras bajas, y exhibían formas esculpidas por el viento, de grotesco aspecto y sombríos colores. Cuando salí de las colinas se desató una tormenta de polvo, por lo que tuve que protegerme el rostro con la capa y cerrar los ojos hasta convertirlos en ranuras. Star relinchó, estornudando repetidamente, y continuó. Arena, roca, vientos, luego un cielo más anaranjado, y una acumulación de nubes con forma de láminas hacia las cuales se dirigía el sol…
Luego sombras largas, la muerte del viento, quietud… Sólo el ruido de los cascos sobre las rocas y los sonidos de la respiración… Oscurecimientos, cuando las nubes se agrupan para tapar al sol… Los muros del día sacudidos por el trueno… Una claridad antinatural de objetos distantes… Una sensación fría, azul y eléctrica en el aire… Trueno de nuevo…
Una cortina vidriosa ondeaba a mi derecha: avanza la lluvia… Grietas azules dentro de las nubes… La temperatura desciende vertiginosamente, nuestro paso es continuo, el mundo ahora es un telón de fondo monocromático…
El trueno retumba, blanco centelleante, la cortina se acerca brillante hacia nosotros… Doscientos metros… Ciento cincuenta…
Su extremo inferior se quiebra, espumea, se arruga… Olor de la tierra húmeda… Star relincha… Una explosión de velocidad…
Delante nuestro hay un terreno alto, y debajo de mí los músculos de Star hinchándose y relajándose, hinchándose y relajándose: salta los arroyuelos y los charcos, se mete en una corriente turbia y veloz, y llega a la pendiente. Sus cascos sacan chispas de las rocas mientras ascendemos, y allí abajo la voz del burbujeante y arremolinado fluir se convierte en un rugido constante…
Terreno más alto, y seco. Me detengo a desenredar los bordes de la capa… Abajo, detrás, y hacia la derecha hay un mar gris, sacudido por la tormenta, que rompe al pie del risco donde estamos…
Tierra adentro ahora, hacia los campos de tréboles y el anochecer, con el retumbar de las olas a mi espalda…
Persiguiendo estrellas fugaces hacia el este que se oscurece, hacia el silencio y la noche más tarde…
Cielo claro y estrellas brillantes, pero unos pocos atisbos de nubes…
Una manada de seres de ojos rojos aullaban y se retorcían a los lados del camino… Sombra… Ojos verdes… Sombra… Amarillos… Sombra… Desaparecieron…
Pero oscuras cimas con franjas nevadas se apretujaban a mi alrededor… Nieve helada, tan seca como el polvo, alzada en olas por las frías ventiscas de las alturas… Copos de nieve, como de harina… Me vienen recuerdos de los Alpes italianos, cuando esquiaba… Olas de nieve azotando rostros de piedra… Un fuego blanco en el aire nocturno… Mis pies pierden rápidamente la sensibilidad dentro de las botas húmedas… Star, relinchando y furioso, tiene que mirar dónde pone la pezuña, y menea la cabeza como si no lo creyera…
Ahora, más allá de la roca, sombras, una pendiente más suave, un viento seco, menos nieve…
Un sendero sinuoso, en espiral, nos da acceso al calor… Bajando, bajando, bajando por la noche, bajo cambiantes estrellas…
Lejanas quedan las nieves de una hora atrás que ahora son escuálidas plantas y una llanura… Lejos, las aves nocturnas se elevan en el aire, volando en círculos sobre el banquete de carroña, lanzando roncas notas de protesta mientras pasamos…
De nuevo avanzamos despacio, al lugar donde las hierbas se ondulan, mecidas por una brisa menos fresca… El ronroneo de un felino predador… La huida a saltos, entre sombras, de una bestia parecida a un ciervo… Estrellas que se deslizan hacia su lugar y sensaciones en mis pies otra vez…
Star se encabrita, relincha, se aleja a toda velocidad de alguna cosa oculta… Dedico mucho tiempo a calmarle, y aún más tiempo para que se le pasen los escalofríos…
Luego surgen carámbanos de una luna parcial que caen sobre las copas de distantes árboles… La tierra húmeda exhala una neblina luminiscente… Polillas danzando a la luz de la noche…
La tierra oscila y se encoge momentáneamente como si las montañas estuvieran alzando sus pies… Cada estrella se duplica… Un halo alrededor de la doble luna… La llanura, el aire, llenos de escurridizas figuras…
La tierra, como a un reloj al que se le acabara la cuerda, hace tic y se detiene… Estabilidad… Inercia… Las estrellas y la luna se vuelven a unir con sus espíritus…
Bordeamos en dirección oeste la linde cada vez más extensa del bosque…
… Impresiones de una jungla dormida; delirio de serpientes bajo un hule…
Al Oeste… En algún lugar un río de anchas y limpias orillas para facilitar mi paso hacia el mar…
Retumbar de cascos, movimiento de sombras… Aire nocturno en el rostro… Una visión momentánea de seres brillantes sobre murallas altas y oscuras y torres resplandecientes… El aire se hace más suave… La visión se desvanece… Sombras…
Estamos unidos como un centauro, Star y yo, bajo una misma piel de sudor… Aspiramos el aire y lo exhalamos en mutuas explosiones… Lleva el cuello cubierto de trueno, y es terrible la gloria de sus aletas nasales… Se traga la tierra.
Riendo, envueltos en el olor de las aguas, con los árboles muy cerca a nuestra izquierda…
Luego por entre ellos… cortezas suaves, helechos colgantes, anchas hojas, gotas de humedad… La araña teje a la luz de la luna; dentro de la tela figuras que forcejean… Hierba esponjosa… Hongos fosforescentes sobre árboles caídos…
Un espacio abierto… el susurro de altas hierbas…
Más árboles…
Nuevamente el olor del río…
Más tarde, sonidos… Sonidos… La risa herbosa del agua…
Más cerca, más fuerte, al fin a su lado… Los cielos se doblan en su estómago, y los árboles… Límpida corriente, de gusto frío y húmedo… Hacia la izquierda, a su lado, pisándola… Fluye sin esfuerzo, seguimos por ella…
Beber… Chapoteamos en aguas poco profundas, y Star, cubiertas sus pezuñas, agachada la cabeza, bebe como una bomba, rocía con las narices… Río arriba, el río se me enrosca por las botas… Gotea de mi cabello, baja por mis brazos… Star vuelve la cabeza al oír mi carcajada.
Seguimos camino acompañando la corriente. Baja el río limpio, lento, sinuoso… Luego recto, ensanchándose, más lento…
Los árboles se espesan, más adelante pierden densidad…
Camino largo, continuo, lento…
Una tenue luminosidad en el este…
Descendemos ahora por una pendiente, hay menos árboles… Más rocas, y la oscuridad otra vez es total…
La primera percepción débil del mar, un olor fugaz… Paso ligero, ligero, en el frío de la noche… De nuevo, un instante salado…
Rocas, y una ausencia de árboles… Terreno duro, empinado, desolado. Abajo… la pendiente es cada vez más pronunciada.
Como una centella entre muros de piedra… Los guijarros que desaloja Star desaparecen en la corriente, ahora impetuosa. El ruido de su caída es ahogado por los ecos del rugido… Más profundo el desfiladero, ensanchándose…
Hacia abajo, hacia abajo…
Más lejos aún…
Ahora el este vuelve a palidecer, y la pendiente es más suave… De nuevo, el toque salino, más penetrante…
Esquisto y granos de arena… Girando por un recodo, hacia abajo, encontramos más luz…
Pisadas regulares y suaves, sueltas…
La brisa y la luz, la brisa y la luz… Doblamos un saliente de piedra…
Tiro de las riendas.
Debajo mío yace la desolada playa, donde serie tras serie de ondulantes dunas, acosadas por los vientos del sudeste, arrojan arenas espumosas que borran parcialmente los distantes perfiles del hosco mar de la mañana.
Contemplé cómo se extendía la capa rosada a través del agua por el este. Aquí y allí, las oscilantes arenas revelaban oscuras vetas de grava. Escarpadas masas de rocas se alzaban por encima del movimiento de las olas. Entre las enormes dunas —de más de cien metros de altura— y yo, muy por encima de aquella maléfica costa, se extiende una llanura de rocas ampulosas y de grava. Esa planicie llena de agujeros está emergiendo ahora mismo del infierno o la noche al primer resplandor del amanecer. Las sombras le dan vida.
Sí, exacto.
Desmonté y observé cómo el sol forzaba un frío y brillante día sobre el paisaje. Era la blanca y dura luz que yo había buscado. No había seres humanos: este era el lugar necesario tal como yo lo había visto décadas antes en mi exilio en la Sombra Tierra. Sin bulldozers, tamices, ni negros con escoltas; sin ninguna ciudad de Oranjemund bajo máxima seguridad. Sin máquinas de rayos X, alambradas ni guardias armados. No había nada de esto, aquí. No. Porque esta sombra nunca había conocido a un Sir Ernest Oppenheimer, y nunca había existido una Unión Minera de Diamantes del África del Sudoeste, ni un gobierno que aprobara esa gran compañía de intereses de la costa. Aquí estaba el desierto llamado Namib, a unos setecientos kilómetros al noreste de Ciudad del Cabo: una granja de dunas y rocas cuyo ancho oscila entre tres y veinte kilómetros, a lo largo de la olvidada playa. Un pasillo de quinientos kilómetros ente el mar y las Montañas Richtersveld, que me estaban dando sombra.
Aquí, a diferencia de cualquier mina normal, los diamantes estaban desparramados a la buena de dios, como excrementos de pájaros por la arena. Yo, por supuesto, me había traído un rastrillo y un tamiz.
Extraje los víveres y me preparé el desayuno. Iba a ser un día caluroso y polvoriento.
Mientras trabajaba en las dunas, pensé en Doyle, el pequeño joyero de cabello fino, tez rojo-ladrillo y mejillas llenas de espinillas, allí en Avalón. ¿Polvo rojo de joyeros? ¿Por qué quería yo tal cantidad de polvo, suficiente para proveer a un ejército de joyeros durante trescientos años? Me encogí de hombros. ¿Qué le importaba a él con tal de que tuviera dinero para pagarlo? Bien, si se había descubierto otro uso de aquel material y se podía ganar un dinero, tonto… En otras palabras, ¿no podría darme aquella cantidad en una semana? Se le escapó la risita por las fisuras de la sonrisa. ¿Una semana? ¡Oh, no! ¡Por supuesto que no! Era ridículo, ni hablar… Ya veía. Bien, le di rápidamente las gracias: quizá su competidor de la misma calle podría conseguirme el material, y quizá estuviera interesado en unos pocos diamantes en bruto que yo esperaba recibir a los pocos días… ¿Había dicho diamantes? Esperad. Si se trataba de diamantes, él tenía mucho interés… Sí, pero lamentablemente su departamento de polvo de joyeros era deficiente. Una mano alzada. Podría ser que hubiera hablado apresuradamente con respecto a sus posibilidades de producir el material de pulir. Era la cantidad lo que le había turbado. Pero le sobraban los ingredientes y la fórmula era muy simple. Sí, no era una razón para que no se pudiera encontrar la forma de hacerlo. En una semana lo tendría. Con respecto a los diamantes…
Antes de abandonar su tienda habíamos llegado a un acuerdo.
He encontrado a mucha gente que cree que la pólvora explota, lo cual, por supuesto, es incorrecto. Arde rápidamente, formando el gas que a presión lanza la bala por la boca del cartucho y la empuja por el cañón del arma, después de haber sido encendida por el detonador, que es el que realmente explota cuando la clavija detonadora se introduce en él. Bien, con nuestra típica visión familiar, yo había experimentado durante años con una gran variedad de combustibles. Mi decepción al descubrir que la pólvora no se activaba en Ámbar, y que todos los detonantes que había probado eran inertes, sólo quedaba mitigado por la certeza de que ninguno de mis parientes podía introducir tampoco armas de fuego en Ámbar. Mucho más tarde, durante una visita a Ámbar, después de lustrar un brazalete que le había traído a Deirdre, descubrí la maravillosa propiedad que tenía el polvo de los joyeros de Avalón cuando me deshice del trapo de lustrar en una chimenea.
Afortunadamente la cantidad era mínima, y yo estaba solo en aquel momento.
Tal como venía en las cajas era ya un excelente detonador. Y combinándolo con una cantidad suficiente de material inerte, también podía arder apropiadamente.
Me guardé el secreto, presintiendo que un día me sería útil para decidir ciertos asuntos básicos en Ámbar. Por desgracia, Eric y yo tuvimos el encontronazo antes de que llegara ese día, y el secreto quedó almacenado junto al resto de mis recuerdos. Cuando al fin las cosas se aclararon en mi mente, mi suerte quedó rápidamente emparejada con la de Bleys, que estaba preparando un asalto a Ámbar. La verdad es que no me necesitaba, y creo que me incorporó a su bando para poder vigilarme. Si yo le hubiera proporcionado armas de fuego, él hubiera sido invencible y yo innecesario. Más importante: si hubiéramos tenido éxito en tomar Ámbar de acuerdo con sus planes, la situación se hubiera vuelto realmente tensa, pues él habría contado con el grueso de ocupación y la lealtad de los oficiales. Entonces yo hubiera necesitado algo para equilibrar la balanza de poder más equitativamente. Unas pocas bombas y armas automáticas, digamos.
Con sólo haber recuperado la memoria un mes antes, las cosas hubieran sido bastante diferentes. Podría haber permanecido en Ámbar, en vez de sentir el hierro candente, quedar reducido a una pingajo y ahora tener por delante otra cabalgada infernal y un sin fin de problemas que resolver todavía.
Recuerdo aquel día, Eric. Estaba encadenado y me obligaron a arrodillarme ante el trono. Ya me había coronado a mí mismo, para burlarme de ti, y me habían apaleado por ello. La segunda vez que tuve la corona en mis manos, te la arrojé. Pero tú la cogiste y sonreíste. Quedé contento de que no saliera dañada cuando no pudo dañarte a ti. Algo tan hermoso… Toda de plata, con sus siete puntas, y engarzada con esmeraldas que se reflejaban en todos los diamantes. Dos grandes rubíes a cada lado… tú te coronaste aquel día, todo arrogancia y apresurada pomposidad. Las primeras palabras que pronunciaste entonces me las murmuraste a mí antes de que se apagasen en la sala los ecos del «¡Viva el Rey!». Recuerdo cada palabra. «Tus ojos nunca verán una visión más agradable que esta», dijiste. Y luego, «¡Guardias!», ordenaste. «¡Llevaos a Corwin a la fragua y quemadle los ojos! ¡Para que recuerde lo que ha visto este día como su última visión! ¡Luego arrojadlo a las sombras de la mazmorra más profunda de Ámbar, y que su nombre sea olvidado!».
—Ahora tú reinas en Ámbar —dije en voz alta—. Pero yo aún tengo mis ojos, y no he olvidado ni he sido olvidado.
No, pensé. Cúbrete con la realeza, Eric. Las murallas de Ámbar son altas y gruesas. Permanece tras ellas. Rodéate con el fútil acero de las espadas. Como las hormigas, fortificas tu casa con polvo. Ahora sabes que nunca estarás a salvo mientras yo viva, y te he dicho que volveré. Estoy en camino, Eric. Llevaré conmigo armas de fuego desde Avalón, y haré caer tus puertas, aplastando a tus defensores. Entonces ocurrirá lo que ocurrió otra vez por un instante, antes de que llegaran tus hombres y te salvaran. Aquel día en que sólo hice brotar unas pocas gotas de tu sangre. Esta vez la tendré toda.
Cogí otro diamante en bruto, el decimosexto o algo así, y lo dejé caer en el saco que llevaba en la cintura.
Mientras contemplaba el sol poniente, me pregunté acerca de Benedict, Julián y Gérard. ¿Qué conexión había entre ellos? Fuera la que fuese, no me gustaba ninguna combinación de intereses en la que estuviera Julián. Con Gérard no había problemas. Aquella noche, en el campamento, pude dormir tras pensar que era con él con quien Benedict se estaba comunicando. Aunque si ahora estaba aliado con Julián, sería un nuevo motivo de preocupación. Si alguien me odiaba más incluso que Eric, era Julián. Si sabía dónde me encontraba, entonces el peligro que corría era grande. Yo todavía no estaba preparado para un enfrentamiento. Supuse que Benedict podría encontrar una justificación moral para venderme en este momento.
Al fin y al cabo, él sabía que cualquier cosa que yo hiciera —y sabía que yo iba a hacer algo— tendría como resultado una lucha en Ámbar. Podía entenderle, e incluso simpatizar con sus sentimientos. Su misión era la preservación del reino. A diferencia de Julián, era hombre de principios, y lamentaba tener que estar en desacuerdo con él. Mi esperanza era que mi plan fuera tan rápido e indoloro como la extracción de una muela bajo los efectos de la anestesia, y que poco después volviéramos a estar del mismo lado. Después de conocer a Dará, también lo deseaba por ella.
Me había dicho demasiado poco como para que pudiera sentirme cómodo. No había modo de saber si realmente tenía la intención de permanecer toda la semana en el campo, o si incluso en ese mismo momento no estaba cooperando con las fuerzas de Ámbar para tenderme una trampa, construirme una prisión o cavarme una tumba. Aunque anhelaba permanecer más tiempo en Avalón, tenía que apresurarme.
Envidiaba a Ganelón, que estaría bebiendo, fornicando o peleando en cualquier taberna o burdel, o cazando, en cualquier monte. Él había regresado a casa. ¿Debería permitir que lo disfrutase, a pesar de su oferta de acompañarme a Ámbar? No, después de mi partida sería interrogado y si Julián intervenía en el asunto le torturarían y luego le marginarían por completo en lo que parecía su propia tierra, si es que le dejaban libre. Entonces se convertiría en un fuera de la ley de nuevo, y la tercera vez probablemente sería su ruina. No, mantendría mi promesa. Vendría conmigo, si eso era todavía lo que quería. Si había cambiado de pensamiento, bien: incluso le envidiaba la idea de ser un fuera de la ley en Avalón. Hubiera querido quedarme más tiempo, cabalgar con Dará por las colinas, correr por los campos, navegar los ríos…
Pensé en la muchacha. El conocimiento de su existencia de algún modo cambiaba las cosas. No estaba seguro de qué manera. A pesar de nuestros grandes odios y nuestras estúpidas animosidades, nosotros, los de Ámbar, somos un grupo con una gran conciencia de familia, siempre ansiosos por tener noticias de los otros, deseosos de conocer la posición de cada uno en el cambiante cuadro. Las pausas que de vez en cuando nos concedemos para el chismorreo indudablemente han evitado unas cuantas muertes entre nosotros. A veces nos veo como un grupo de mezquinas damas viejas en una combinación de hogar de descanso y carrera de obstáculos.
Todavía no podía situar a Dará en el juego porque ella misma no sabía dónde estaba situada. Oh, tendría que aprender. Recibiría una enseñanza excelente una vez que se conociera su existencia. Ahora que yo había despertado en ella la conciencia de su posición única, sólo era cuestión de tiempo que esto ocurriera y ella se incorporara al juego. Me sentí un poco como una serpiente en algunos momentos de nuestra conversación en el campo; pero infiernos, ella tenía derecho a saberlo. Estaba predestinada a averiguarlo tarde o temprano, y cuanto antes se enterara más pronto podría comenzar a levantar sus defensas. Era en su propio beneficio.
Por supuesto, era posible —incluso probable— que su madre y su abuela hubieran vivido y muerto ignorando su herencia…
¿Y de qué les había servido? Habían muerto violentamente, dijo ella.
¿Era posible, me pregunté, que el largo brazo de Ámbar hubiera surgido en la sombra para abatirlos? ¿Y que pudiera golpear de nuevo?
Benedict podía ser tan duro, mezquino y desagradable como cualquiera de nosotros cuando lo deseaba. Incluso más duro que nadie. Lucharía para proteger lo suyo, hasta mataría a uno de nosotros si lo creyera necesario. Debió pensar que manteniendo su existencia en secreto y manteniéndola a ella ignorante la protegería. Se pondría furioso conmigo cuando se enterara de lo que había hecho, lo cual era otro motivo para largarme rápidamente. Pero yo no le había revelado secretos a Dará por simple perversidad. Quería que ella sobreviviera, y no creía que él llevara el caso adecuadamente. Cuando volviera, ella ya habría tenido tiempo para pensar bien las cosas. Tendría muchas preguntas que hacer y yo aprovecharía la oportunidad para precaverla y entrar en detalles.
Me rechinaron los dientes.
Nada de esto sería necesario. Cuando gobernara en Ámbar las cosas serían diferentes. Tenían que serlo…
¿Por qué nunca nadie había hallado un modo de cambiar la estructura básica del hombre? Incluso la pérdida de todos mis recuerdos y una vida nueva en un mundo nuevo habían desembocado en el mismo viejo Corwin. Si yo no fuese feliz con lo que era sería desesperante.
En un rincón tranquilo del río me quité el polvo y el sudor, preguntándome todo el tiempo acerca del camino negro que había herido a mis hermanos. Había muchas cosas que yo necesitaba saber.
Mientras me bañaba, conservé a Grayswandir al alcance de la mano. Cualquiera de nosotros es capaz de seguir las huellas de otro a través por la sombra, cuando el camino aún está cálido. En realidad tuve un baño tranquilo, aunque en el camino de regreso empleé a Grayswandir tres veces en cosas menos mundanas que mis hermanos.
Pero esto era previsible, ya que había acelerado el paso considerablemente…
Todavía estaba oscuro, aunque no faltaba mucho para el amanecer, cuando entré en las cuadras de la casa de campo de mi hermano. Atendí a Star, que andaba un poco desquiciado, hablando y tranquilizándolo mientras lo cepillaba, preparándole luego una gran cantidad de agua y comida. El caballo de Ganelón, Firedrake, me saludó desde la caballeriza de enfrente. Me lavé, en la bomba de agua que había en la parte trasera de la cuadra, tratando de decidir dónde dormiría un poco.
Necesitaba algo de descanso. Unas pocas horas de sueño me mantendrían en forma durante un tiempo, pero me negué a tomarlas bajo el techo de Benedict. No me iba a dejar pillar tan fácilmente, y aunque muchas veces había dicho que querría morir en la cama, lo que realmente quería decir era que cuando fuese un anciano deseaba ser aplastado por un elefante mientras hacía el amor.
Pero no me desagradaba beber su alcohol, y ahora necesitaba algo fuerte. La casa estaba a oscuras; entré silenciosamente y encontré el armario de los licores.
Me serví un copazo, lo bebí, me serví otro y lo llevé hasta la ventana. Podía ver una vasta panorámica. La casa se erigía sobre una colina y Benedict había cuidado muy bien el paisaje.
—«Blanco bajo la luna yace el largo camino» —recité, sorprendido ante el sonido de mi voz—. «En lo alto, la luna permanece ausente…».
—Eso es. Eso es, Corwin, muchacho —oí que decía Ganelón.
—No vi que estuvieras ahí sentado —dije en voz baja, sin volverme de la ventana.
—Es que estoy inmóvil —dijo.
—Oh —repliqué—. ¿Estás muy borracho?
—Apenas —dijo—, ahora. Si te molestaras en ser un buen camarada y me sirvieras una copa…
Me volví.
—¿Por qué no te lo puedes servir tú?
—Me duele cuando me muevo.
—De acuerdo.
Fui a servirle una, y se la llevé. La alzó lentamente, me dio las gracias con un movimiento de cabeza, y bebió un sorbo.
—¡Ah, excelente! —suspiró—. Ojalá me insensibilice un poco.
—Anduviste en una pelea —decidí.
—Sí —dijo—. En varias.
—Entonces aguanta las heridas como un buen soldado y déjame guardar mi simpatía.
—¡Pero gané yo!
—¡Dios! ¿Dónde dejaste los cuerpos?
—Oh, no quedaron tan mal. La que me hizo esto, fue una muchacha.
—Entonces diría que pagaste un precio justo.
—No fue esa clase de asunto. Creo que nos he comprometido.
—¿A nosotros? ¿Cómo?
—No sabía que se tratara de la señora de la casa. Llegué muy alegre, y pensé que ella era alguna criada…
—¿Dará? —dije, poniéndome tenso.
—Sí, la misma. Le palmeé el trasero y me acerqué para darle un par de besos… —gimió—. De repente ella me alzó. Me levantó del suelo y me sostuvo por encima de su cabeza. Entonces me dijo que era la señora de la casa. Luego me dejó caer… Peso ciento quince kilos, Corwin, y caí desde gran altura.
Tomó otro sorbo, y yo me reí entre dientes.
—Ella también se rio —dijo tristemente—. Entonces me ayudó a incorporarme amablemente y, por supuesto, yo me disculpé… ese hermano tuyo debe ser todo un nombre. Nunca había conocido a una chica tan fuerte. Lo que sería capaz de hacerle a un hombre. —Su voz denotaba un gran respeto. Meneó lentamente la cabeza y se tragó el resto de la bebida—. Fue terrible, y, por supuesto, muy embarazoso —concluyó.
—¿Aceptó tus disculpas?
—Oh, sí. Se portó muy bien. Me dijo que lo olvidara, diciendo que ella también lo haría.
—¿Entonces por qué no estás en la cama durmiendo?
—Estaba esperando, por si llegabas a las tantas. Quería hablarte inmediatamente.
—Bien, aquí me tienes.
Se incorporó lentamente y tomó su vaso.
—Salgamos fuera —dijo.
Buena idea.
Al salir cogió la botella de brandy, lo cual me pareció también una buena idea, y seguimos por un sendero que atravesaba el jardín posterior de la casa. Finalmente, se acomodó en un viejo banco de piedra al pie de un gran roble, donde llenó nuevamente nuestros vasos y tomó un trago del suyo.
—Ah, tu hermano también tiene buen gusto para los licores —dijo.
Me senté a su lado y llené la pipa.
—Después de decirle que lo sentía y de presentarme, nos pusimos a charlar un rato —dijo—. Tan pronto como se enteró de que yo estaba contigo, quiso saber toda clase de cosas acerca de Ámbar y las sombras, de ti y del resto de la familia.
—¿Le dijiste algo? —pregunté, encendiendo una cerilla.
—Aunque hubiese querido, no habría podido —dijo—. No sabía ninguna de las respuestas.
—Bien.
—Aunque me hizo pensar. No creo que Benedict le cuente muchas cosas, y comprendo el motivo. Yo llevaría cuidado con lo que digo delante de ella, Corwin. Parece demasiado curiosa.
Asentí, inhalando.
—Tiene una razón para serlo —dije—. Una razón de peso. Pero me alegra ver que mantienes tu prudencia incluso cuando has bebido. Gracias por decírmelo.
Se encogió de hombros y bebió otro trago.
—Un buen golpe te pone sobrio. Y además, tu bienestar es mi bienestar también.
—Cierto. ¿Merece tu aprobación esta versión de Avalón?
—¿Versión? Si es mi Avalón, —dijo—. Hoy visité el Campo de las Espinas, donde derroté a la banda de Jack Hailey por orden tuya. Era el mismo lugar.
—El Campo de Espinas… —dije, recordándolo.
—Sí, esta es mi Avalón —continuó—, y cuando sea viejo volveré aquí, si es que sobrevivimos a lo de Ámbar.
—¿Todavía quieres acompañarme?
—Toda mi vida he querido ver Ámbar… bueno, desde que oí hablar de ella. Tú me hablaste, en tiempos más felices.
—Realmente no recuerdo lo que dije. Debió ser una buena narración.
—Aquella noche ambos estábamos maravillosamente borrachos, y todo pasó como en un suspiro, parecía como si hubieses hablado durante apenas unos instantes —a veces llorando— contándome de la imponente montaña Kolvir y de los capiteles verdes y dorados de la ciudad, de los paseos, las plataformas, las terrazas, las flores, las fuentes… Parecía que había pasado muy poco tiempo, pero la narración te llevó toda la noche: porque amaneció antes de que nos fuéramos tambaleantes a la cama. ¡Dios! ¡Casi podría dibujarte un mapa del lugar! Debo verla antes de morir.
—No recuerdo aquella noche —dije lentamente—. Debía estar muy borracho.
Se rio entre dientes.
—Pasamos buenos ratos aquí en aquellos tiempos —dijo—. Y la gente nos recuerda. Pero como personajes que vivieron mucho tiempo atrás… y cuentan muchas historias equivocadas. ¡Qué demonios! ¿A quién no le deforman la historia con el tiempo?
Permanecí callado, fumando, pensando en aquellos días.
—… Todo lo cual me lleva a hacerte un par de preguntas —dijo.
—Hazlas.
—¿Tu ataque a Ámbar te enemistará mucho con tu hermano Benedict?
—Realmente desearía conocer la respuesta —dije—. Inicialmente creo que sí. Pero mi operación debería consumarse antes de que él pueda llegar a Ámbar desde aquí, en respuesta a cualquier petición de socorro que reciba. Quiero decir llegar a Ámbar con refuerzos. Podría trasladarse personalmente hasta allí casi al instante, si alguien de Ámbar le ayudara. Pero eso no serviría de mucho. No. En vez de dividir a Ámbar, él ayudaría a cualquiera que la pudiera mantener unida, estoy seguro. Una vez que yo eche a Eric, él querrá que la lucha se detenga inmediatamente y aceptará que yo detente el trono, simplemente para que no se produzcan más disputas. Aunque es claro que al principio no aprobará el derrocamiento.
—A eso es a lo que quería llegar. ¿Quedaréis enemistados con todo eso?
—No lo creo. Esto es puramente un asunto de política, y ambos nos hemos tratado la mayor parte de nuestras vidas, y siempre mejor que cualquiera de nosotros con Eric.
—Ya veo. Es que como tú y yo vamos juntos en esto, y Avalón parece ser de Benedict ahora, me preguntaba cuáles serían sus sentimientos con respecto a mi retorno aquí algún día. ¿Me odiará por haberte ayudado?
—Lo dudo mucho. Nunca ha sido una persona así.
—Entonces déjame ir un paso más allá. Dios sabe que soy un militar de experiencia, y si tenemos éxito en la toma de Ámbar él tendrá una buena prueba de mi capacidad. Teniendo el brazo derecho mutilado como lo tiene, ¿crees que podría pensar en tomarme como comandante de campo de su milicia? Conozco muy bien la región. Podría llevarlo al Campo de las Espinas y describirle la batalla. ¡Infiernos! Le serviría bien: tan bien como te serví a ti.
Entonces rio.
—Perdóname. Mejor de lo que te serví a ti.
Me reí entre dientes, bebiendo.
—Sería difícil —dije—. Por supuesto, me gusta la idea. Pero no estoy demasiado seguro de que puedas llegar a ser su hombre de confianza. Parecería un truco muy obvio de mi parte.
—¡Maldita política! ¡Eso no es lo que yo quería decir! ¡Lo único que sé hacer es luchar, y amo Avalón!
—Te creo. ¿Te creerá él?
—Con un solo brazo necesitará un hombre capaz a su lado. Podría…
Comencé a reír y me contuve rápidamente, ya que el sonido de la risa parece que se expande a gran distancia. Además, podía herir los sentimientos de Ganelón.
—Lo siento —dije—. Discúlpame, por favor. No entiendes. Realmente no comprendes con quién hablamos en la tienda aquella noche. Te pudo parecer un hombre ordinario… y disminuido encima. Pero no lo es. Yo temo a Benedict. No se parece a ninguna otra criatura de la Sombra o la realidad. Él es el Maestro de Armas de Ámbar ¿Puedes pensar en un milenio? ¿En mil años? ¿En varios? ¿Puedes imaginar a un hombre que, casi todos los días de una vida tan larga, ha dedicado algún tiempo a manejar armas, tácticas, estrategias? Aunque lo veas en un reino diminuto, comandando a una milicia pequeña, con un jardín bien cuidado en su patio trasero, no te engañes. Todo lo que se conoce de la ciencia militar bulle en su cabeza. A menudo ha viajado de sombra en sombra presenciando variante tras variante de la misma batalla, bajo circunstancias sólo ligeramente alteradas, con la intención de verificar sus teorías de guerra. Ha mandado ejércitos tan vastos que los podías ver desfilar durante varios días sin alcanzar a ver el fin de las columnas. Aunque lo veas entorpecido por la pérdida de su brazo, yo no querría luchar contra él ni con armas ni sin ellas. Es una suerte que no tenga ambiciones sobre el trono, pues de lo contrario ya lo estaría ocupando. Si las tuviera, creo que yo renunciaría totalmente y le rendiría honores al momento.
Le tengo miedo a Benedict.
Ganelón permaneció silencioso un largo rato, y yo bebí otro sorbo, porque la garganta se me había secado.
—No me había dado cuenta de esto, por supuesto —dijo entonces—. Me daré por satisfecho sólo con que me deje volver a Avalón.
—Te lo permitirá. Lo sé.
—Dará me dijo que hoy había recibido un mensaje de él. Ha decidido acortar su estancia en el campo. Probablemente vuelva mañana.
—¡Maldición! —dije, incorporándome—. Entonces tendremos que actuar pronto. Espero que Doyle tenga el material listo. Tenemos que ir a verlo por la mañana y acelerar todo. ¡Quiero estar lejos de aquí antes de que venga Benedict!
—¿Entonces ya tienes las joyas?
—Sí.
—¿Puedo verlas?
Desaté el saco que llevaba al cinto y se lo entregué. Lo abrió y extrajo varias piedras, sosteniéndolas en la palma de la mano izquierda y girándolas lentamente con la punta de los dedos.
—No parecen valer mucho —dijo— por lo que puedo ver con esta luz. ¡Espera! ¡Hay un resplandor! No…
—Son diamantes en bruto, por supuesto. Tienes en tus manos una fortuna.
—Sorprendente —dijo, guardándolos nuevamente en el saco y atándolo—. Te resultó muy fácil.
—No resultó tan fácil.
—Sin embargo, acumular una fortuna en tan poco tiempo parece injusto.
Me las devolvió.
—Cuidaré de que tengas una fortuna cuando terminemos con esto —dijo—. Será una especie de compensación, en caso de que Benedict no te ofrezca un puesto de mando.
—Ahora que sé quién es, estoy más decidido que nunca a trabajar para él algún día.
—Veremos qué se puede hacer.
—Sí. Gracias, Corwin. ¿Cuándo nos marcharemos?
—Quiero que vayas a descansar un poco, porque te despertaré temprano. Me temo que a Star y a Firedrake no les guste ser bestias de tiro, pero nos llevaremos prestado uno de los carros de Benedict y nos encaminaremos hacia la ciudad. Antes, trataré de levantar aquí una buena cortina de humo para cubrir una retirada ordenada. Entonces apuraremos a Doyle en su tarea, conseguiremos el cargamento, y nos marcharemos hacia la Sombra lo más rápido posible. Cuanto más velozmente nos marchemos, más difícil será para Benedict seguirnos la pista. Si puedo conseguir medio día de ventaja en la Sombra, prácticamente será imposible que lo logre.
—¿En primer lugar por qué supones que tendrá tanto empeño en perseguirnos?
—No confía nada en mí… y con motivo. Está esperando a que yo juegue. Sabe que aquí hay algo que necesito, pero no sabe qué. Quiere averiguarlo, para poder anular otra amenaza contra Ámbar. Tan pronto como averigüe que nos hemos marchado definitivamente, sabrá que lo tenemos y vendrá a inspeccionar.
Ganelón bostezó, desperezándose, y acabó su bebida.
—Sí —dijo entonces—. Será mejor que descansemos, así estaremos en condiciones para correr. Ahora que sé más acerca de Benedict, estoy menos sorprendido por la otra cosa que quería decirte; aunque no menos desconcertado.
—¿Y es…?
Se puso en pie, cogió la botella cuidadosamente, y luego señaló hacia el sendero.
—Si continuas por esa dirección —dijo—, cruzas el seto que delimita la casa y entras en el bosque que hay más abajo —y si luego continúas unos doscientos pasos más— llegarás a un lugar donde hay un pequeño grupo de árboles jóvenes a la izquierda, al borde mismo de un súbito declive de algo más de un metro por debajo del sendero. Ahí abajo, vi tierra apisonada cubierta con hojas y ramas, es una tumba reciente. La encontré antes, cuando tomaba el aire tratando de aliviar el dolor.
—¿Cómo sabes que es una tumba?
Se rio entre dientes.
—Cuando los hoyos conservan cuerpos en su interior generalmente se los llama así. Es poco profunda, y la removí un poco con un palo. Hay cuatro cuerpos: tres hombres y una mujer.
—¿Cuánto hace que están muertos?
—Poco tiempo. Creo que unos días.
—¿Lo dejaste tal como lo encontraste?
—No soy tonto, Corwin.
—Lo siento. Pero esto me preocupa bastante, porque no entiendo nada.
—Obviamente molestaron a Benedict y él les devolvió el favor.
—Tal vez. ¿Qué aspecto tenían? ¿Cómo murieron?
—No había nada especial en ellos. Tenían una edad media, y les habían cortado el cuello, excepto a uno, que recibió el golpe en las tripas.
—Es extraño. Sí, mejor que nos marchemos pronto. Ya tenemos suficientes problemas propios como para vernos liados en los locales.
—Cierto. Así que vayámonos a la cama.
—Ve delante. Yo todavía no estoy listo.
—Sigue tu propio consejo y descansa un poco —dijo, volviéndose hacia la casa—. No te quedes aquí meditando.
—No lo haré.
—Buenas noches, entonces.
—Te veré por la mañana.
Lo vi volver por el sendero. Tenía razón, por supuesto, pero yo aún no estaba listo para rendir mi conciencia. Estudié mis planes otra vez, para asegurarme de que no descuidaba nada, acabé la bebida y dejé el vaso sobre el banco. Entonces me puse de pie y paseé, dejando estelas de humo en el aire. Caía un rayo de luna sobre mi hombro, y el amanecer aún se encontraba a unas horas de distancia, según mis cálculos. Tenía la firme intención de pasar el resto de la noche fuera de la casa, y pensé en encontrar un buen lugar donde acostarme.
Por supuesto, descendí por el sendero y me dirigí hacia el grupo de arbolillos. Examinando un poco los alrededores pude comprobar que había tierra removida recientemente, pero no tenía humor para desenterrar los cuerpos a la luz de la luna y acepté sin ningún reparo la palabra de Ganelón respecto a lo que había encontrado allí. Ni siquiera sé con certeza por qué me dirigí allí. Una veta morbosa, supongo. Aunque decidí no dormir en los alrededores.
Me dirigí hacia la parte noroeste del jardín, y encontré un área que no se veía desde la casa. Había grandes arbustos y la hierba era alta, suave y de olor dulce. Extendí la capa, me senté sobre ella, y me quité las botas. Puse los pies sobre la fría hierba y suspiré.
Ya no faltaba mucho tiempo, decidí. Sombras por diamantes, por armas, por Ámbar. Estaba en camino. Un año atrás estaba pudriéndome en una celda, cruzando tantas veces la línea entre la cordura y la locura que ya la había borrado. Ahora me sentía libre, fuerte, veía y tenía un plan. Ahora volvía a ser una amenaza que buscaba cumplirse, una amenaza más mortal que antes. Esta vez mi suerte no estaba atada a los planes de otra persona, ahora yo era responsable de mi propio éxito o fracaso.
La sensación era buena, como la hierba, como el alcohol que se había filtrado a través de mi sistema energético y me daba calor con una agradable llama. Limpié la pipa y la hice a un lado. Me desperecé, bostecé y estaba a punto de tenderme.
Detecté un movimiento lejano, me apoyé en los codos y observé para ver si aparecía de nuevo. No tuve que esperar mucho. Una figura pasaba lentamente por el sendero, deteniéndose frecuentemente, avanzando con sigilo. Desapareció debajo del árbol donde Ganelón y yo habíamos estado sentados, y no volvió a aparecer en mucho rato. Luego continuó un trecho, se detuvo y pareció mirar en mi dirección. Entonces vino hacia mí.
Al bordear un matorral emergió de las sombras, y su rostro quedó repentinamente iluminado por la luna. Aparentemente consciente de esto, ella sonrió en mi dirección, caminando más lentamente al aproximarse, deteniéndose cuando estuvo ante mí.
—Presumo que no te gustan tus habitaciones, Lord Corwin —dijo.
—En absoluto —repliqué—. Es una noche tan hermosa que atrajo al enamorado del campo que hay en mí.
—Algo debió atraerte también la noche anterior —dijo—, a pesar de la lluvia, —y se sentó a mi lado sobre la capa—. ¿Dormiste dentro de la casa o fuera?
—Pasé la noche fuera —dije—. Pero no dormí. De hecho, no he dormido desde la última vez que te vi.
—¿Dónde has estado?
—En la costa, cribando la arena.
—Parece deprimente.
—Lo fue.
—He estado pensando mucho desde que caminamos por la Sombra.
—Lo imagino.
—Yo tampoco he dormido mucho. Por eso oí que llegabas y que hablabas con Ganelón; cuando él entró solo pensé que estabas por aquí.
—Estabas en lo cierto.
—Debo ir a Ámbar. Y recorrer el Patrón.
—Lo sé. Y lo harás.
—Pronto, Corwin, ¡pronto!
—Eres joven, Dará. Hay mucho tiempo.
—¡Maldita sea! ¡Toda la vida he estado esperando… incluso sin saberlo! ¿No hay ningún modo de que pueda ir ahora?
—No.
—¿Por qué no? Podrías llevarme deprisa a través de las sombras. Llévame a Ámbar, déjame recorrer el Patrón…
—Si no nos matan inmediatamente, quizá tengamos la suerte de que nos den celdas contiguas por un tiempo —si no nos meten en el potro— antes de ser ejecutados.
—¿Por qué?, tú eres un Príncipe de la Ciudad. Tienes derecho a hacer lo que quieras.
Reí.
—Soy un fuera de la ley, cariño. Si vuelvo a Ámbar, y tengo suerte, sería ejecutado. Si no la tengo sería mucho peor. Pero viendo como terminaron las cosas la última vez, creo que me mataría inmediatamente. Y esta cortesía sin duda sería extensible a mis acompañantes.
—Oberon no haría eso.
—Si se le provoca lo suficiente creo que lo haría. Pero no importa. Ya no hay Oberon, y mi hermano Eric se sienta en el trono y se llama a sí mismo soberano.
—¿Cuándo sucedió esto?
—Varios años atrás, según se mide el tiempo de Ámbar.
—¿Por qué iba a querer matarte?
—Para evitar que yo lo mate a él, por supuesto.
—¿Lo harías?
—Sí, y lo haré. Pronto, creo.
Entonces ella se volvió para contemplarme.
—¿Por qué?
—Para que yo pueda ocupar el trono. Por derecho es mío, ¿sabes? Eric lo ha usurpado. Y yo acabo de escapar de su tortura y de varios años de encarcelamiento a manos de él. Sin embargo, cometió el error de mantenerme vivo para poder contemplar mi desgracia. Nunca pensó que podría escaparme y volver para desafiarle otra vez. Tampoco lo pensaba yo. Pero ya que he sido lo suficientemente afortunado para conseguir una segunda oportunidad, tendré buen cuidado en no cometer el mismo error que él.
—Pero es tu hermano.
—Te aseguro que muy pocos están más al tanto de ese hecho que él y yo.
—¿En cuánto tiempo crees que lograrás… tus objetivos?
—Como dije el otro día, si puedes conseguir los Triunfos, toma contacto conmigo dentro de unos tres meses. Si no los consigues, y todo sale según mis planes, yo me pondré en contacto contigo apenas comience mi reinado. Tendrás ocasión de recorrer el Patrón antes de un año.
—¿Y si fracasas?
—Entonces tendrás una espera más prolongada. Hasta que Eric haya asegurado la permanencia de su reinado, y hasta que Benedict lo haya reconocido rey. Y Benedict no desea hacerlo. Ha permanecido mucho tiempo fuera de Ámbar, y por lo que Eric sabe, ya no pertenece al mundo de los vivos… Si apareciese ahora, tendría que tomar posición, o a favor o en contra de Eric. Si le apoyase, entonces la continuidad el reinado de Eric estaría asegurada y Benedict no quiere ser responsable de ello. Si se le enfrentase, habría lucha y tampoco quiere ser responsable de ello. El no ambiciona la corona. Sólo permaneciendo completamente fuera de escena puede asegurar la tranquilidad relativa que prevalece ahora. En caso de aparecer y negarse a tomar posición, posiblemente pudiese hacerse respetar, pero equivaldría a negarle a Eric la realeza y eso conduciría también a enfrentamientos. Si apareciera contigo, estaría rindiendo su voluntad, ya que Eric lo presionaría a través tuyo.
—¡Entonces si pierdes quizá nunca pueda llegar a Ámbar!
—Tan sólo estoy describiendo la situación tal como la veo. Indudablemente hay muchos factores de los que no estoy al tanto. He estado largo tiempo fuera de circulación.
—¡Debes ganar! —dijo. Luego, repentinamente—: ¿Te apoyará el abuelo?
—Lo dudo. Pero la situación sería bastante diferente. Yo estoy al tanto de su existencia, y de la tuya, pero no le pediré que me apoye. Me contentaré con que no se oponga a mí. Y si soy veloz, eficiente, y tengo éxito, no se me opondrá. No le gustará que me haya enterado de tu existencia, pero cuando comprenda que no deseo dañarte, en ese aspecto todo quedará solucionado.
—¿Por qué no me utilizas? Parecería lo más lógico.
—Lo es. Pero he descubierto que me gustas —dije—, así que eso queda descartado.
Rio.
—¡Te he encandilado! —dijo.
Me reí entre dientes.
—A tu propia y delicada manera, a punta de espada, sí.
Abruptamente, comenzó a llorar.
—El abuelo volverá mañana —comentó—. ¿Te lo dijo Ganelón?
—Sí.
—¿Cómo afecta eso lo que estás haciendo?
—Pienso estar muy lejos para cuando vuelva.
—¿Y qué hará él?
—Lo primero que hará será ponerse furioso contigo por estar aquí. Luego querrá saber cómo lograste volver y qué me has dicho acerca de ti.
—¿Qué debo decirle?
—Dile la verdad de cómo llegaste aquí. Eso le dará que pensar. Con respecto a tu condición, tu intuición femenina te precavió y no quisiste fiarte, o sea que actuaste como con Julián y Gérard. Y acerca de mi paradero, explicarás que Ganelón y yo nos llevamos prestado un carro y nos dirigimos a la ciudad, diciendo que no volveríamos hasta muy tarde.
—¿A dónde vas en realidad?
—A la ciudad, por poco tiempo. Pero no regresaremos. Quiero irme tan rápido como pueda, ganar ventaja ya que él, hasta cierto punto, puede seguirme por la Sombra.
—Le entretendré tanto como pueda por ti. ¿No ibas a verme antes de marcharte?
—Pensaba mantener esta conversación contigo por la mañana. Tu impaciencia la adelantó.
—Entonces estoy contenta de mi impaciencia. ¿Cómo vas a conquistar Ámbar?
Negué con la cabeza.
—No, querida Dará. Todos los príncipes que hacen planes deben guardar unos pocos secretos. Y este es uno de los míos.
—Me sorprende que haya tantas intrigas y desconfianza en Ámbar.
—¿Por qué? Los mismos conflictos existen en todas partes, bajo diversas formas. Siempre están a tu alrededor, ya que todos los lugares toman su forma de Ámbar.
—Es difícil entenderlo…
—Algún día lo comprenderás. Por ahora déjalo así.
—Entonces dime otra cosa. Ya que soy capaz de manipular de algún modo las sombras, incluso sin haber caminado por el Patrón, cuéntame más detalladamente cómo las atraviesas tú. Quiero conocerlo mejor.
—¡No! —dije—. No te enseñaré a jugar con la Sombra mientras no estés preparada. Es peligroso incluso después de haber recorrido el Patrón. Intentarlo antes sería una temeridad. Tuviste suerte, pero no lo intentes de nuevo. La mejor forma de ayudarte es no decirte nada más del asunto.
—¡De acuerdo! —dijo—. Lo siento. Creo que puedo esperar.
—Creo que sí. ¿Sin rencores?
—Sí. Bien… —rio—. De poco me servirían, creo. Tú debes saber de qué estas hablando. Estoy contenta de que te preocupes por lo que me pueda suceder.
Gruñí, y ella extendió la mano y tocó mi mejilla. Al sentirla, volví nuevamente la cabeza. Su rostro se estaba moviendo lentamente hacia el mío, desvanecida ya la sonrisa y abriendo los labios, con los ojos casi cerrados. Al besarnos, sentí que sus brazos se deslizaban alrededor de mi cuello, sobre los hombros, y los míos se abrieron camino hasta abrazarla en forma similar. Mi sorpresa se perdió en la dulzura, dando paso al calor y a una excitación peculiar. Si Benedict se enteraba alguna vez, se sentiría más que simplemente irritado conmigo…