CABALGANDO, CABALGANDO POR lugares salvajes y extraños que conducían a Avalón, íbamos Ganelón y yo, por callejones de ensueño y de pesadilla, bajo los cobrizos rayos del sol y las calientes y blancas islas de la noche; hasta que estas fueron placas de oro y diamantes y la luna nadó como un cisne. El día trajo el verde de la primavera, cruzamos un caudaloso río y las montañas que había delante nuestro por la noche nos sorprendieron heladas. A la medianoche lancé una flecha de mi deseo que ardió en las alturas, abriéndose un camino de fuego, como un meteoro, hacia el norte. El único dragón con el que nos encontramos estaba lisiado, y se alejó rápidamente cojeando para esconderse, chamuscando flores mientras jadeaba y resollaba. Las migraciones de brillantes aves señalaban nuestra dirección, y voces cristalinas que venían de los lagos eran el eco de nuestras palabras al pasar. Yo cabalgaba cantando, y después de un tiempo, Ganelón empezó a corear. Habíamos estado viajando más de una semana, y ahora la tierra y el cielo y las brisas me decían que estábamos cerca de Avalón.

Cuando el sol se deslizó detrás de las rocas y el día murió, acampamos en un bosque que había cerca de un lago. Mientras Ganelón deshacía nuestros bártulos, fui a bañarme al lago. El agua estaba fría y era tonificante. Permanecí allí largo tiempo.

Creí oír varios gritos mientras me bañaba, pero no estaba seguro. Era un bosque de aspecto misterioso y yo no me sentía especialmente preocupado. Sin embargo, me vestí rápidamente y me apresuré a regresar al campamento.

Mientras caminaba, lo oí de nuevo; un gemido implorante. Al acercarme, comprendí que se trataba de una conversación.

Entonces entré en el pequeño claro que habíamos elegido. Nuestras cosas estaban esparcidas y se veían los primeros preparativos de un fuego de campamento. Ganelón estaba acuclillado bajo un roble. El hombre colgaba de él.

Era joven y tenía un aspecto y un cabello agradables. Más allá de eso era muy difícil decir algo más a primera vista. Descubrí que no es fácil obtener una clara impresión inicial de los rasgos y tamaño de un hombre cuando este cuelga de los pies a varios palmos de altura del suelo.

Tenía las manos atadas a la espalda y colgaba de una rama baja por medio de una cuerda anudada al tobillo derecho.

Estaba hablando —respuestas breves y rápidas a las preguntas de Ganelón— y su rostro aparecía húmedo por el sudor y la saliva. No colgaba quieto, sino que se balanceaba. Tenía una magulladura en la mejilla y varios puntos de sangre en la parte delantera de la camisa.

Deteniéndome, me contuve para no interrumpir de momento y observé. Ganelón no lo hubiera atado donde estaba si no tuviera una razón, por lo que no me sentí inmediatamente invadido por simpatía hacia el tipo. Fuera cual fuera el motivo de Ganelón para interrogarlo de esta manera, yo también estaría interesado en la información. También estaba interesado en lo que la sesión pudiese mostrarme con respecto a Ganelón, quien ahora era algo así como un aliado. Y unos pocos minutos más cabeza abajo no le harían mucho más daño…

Cuando su cuerpo se iba a quedar quieto, Ganelón lo empujó con la punta de la espada en el esternón para que se tambaleara de nuevo violentamente. Esto rasgó ligeramente su piel y apareció otro punto rojo. El muchacho gritó. Por su constitución deduje que era joven. Ganelón extendió la espada y mantuvo su punta varios centímetros más allá del lugar que ocuparía la garganta del muchacho cuando oscilara hacia este lado. En el último momento la quitó y se rio entre dientes mientras el muchacho babeaba y gritaba:

—¡Por favor!

—El resto —dijo Ganelón—. Dime todo.

—¡Eso es todo! —dijo el otro—. ¡No sé nada más!

—¿Por qué no?

—¡Porque entonces me dejaron atrás! ¡No lo pude ver!

—¿Por qué no los seguiste?

—Ellos iban a caballo: y yo iba a pie.

—En ese caso, ¿por qué no los seguiste a pie?

—Estaba confundido.

—¿Confundido? ¡Asustado estabas! ¡Desertaste!

—¡No!

Ganelón extendió la espada y de nuevo la quitó en el último momento.

—¡No! —gritó el joven.

Ganelón movió nuevamente la espada.

—¡Sí! —gritó el muchacho—. ¡Tenía miedo!

—¿Y entonces huiste?

—¡Sí! ¡Corrí todo el tiempo! He estado huyendo desde…

—¿Y no sabes qué ocurrió después de eso?

—No.

—¡Mientes!

Tendió la espada nuevamente.

—¡No! —dijo el muchacho—. Por favor…

Entonces yo avancé.

—Ganelón —dije.

Me miró y sonrió, bajando la espada. El muchacho buscó mis ojos.

—¿Qué tenemos aquí?

—¡Ja! —dijo, golpeando la parte interna del muslo del muchacho y haciéndole gritar—. Un ladrón, un desertor con una interesante historia que contar.

—Entonces bájalo y deja que la oiga —dije.

Ganelón se volvió y cortó la cuerda con un sólo movimiento de la espada. El muchacho cayó al suelo y comenzó a sollozar.

—Lo cogí tratando de robarnos las provisiones y pensé en interrogarlo acerca de la zona —dijo Ganelón—. Ha venido de Avalón rápidamente.

—¿Qué quieres decir?

—Era un soldado de infantería en una batalla que tuvo lugar allí hace dos noches. Durante la lucha se acobardó y desertó.

El muchacho comenzó a negarlo y Ganelón le dio una patada.

—¡Silencio! —dijo—. Lo estoy contando tal como tú me lo contaste.

El muchacho se hizo a un lado como un cangrejo y me miró con ojos abiertos e implorantes.

—¿Una batalla? ¿Quién estaba luchando? —pregunté.

Ganelón sonrió sombríamente.

—Suena un poco familiar —dijo—. Las fuerzas de Avalón estaban ocupadas en la que parece haber sido la más larga —y tal vez la última— de una extensa serie de confrontaciones con seres que no eran naturales.

—¿Ah?

Estudié al muchacho y este bajó la mirada, pero antes pude ver el miedo que expresaban aquellos ojos.

—… Mujeres —dijo Ganelón—. Pálidas furias salidas de algún infierno, adorables y frías. Con armas y armaduras. De cabello largo y claro. Ojos como el hielo. Cabalgan monturas blancas que lanzan fuego, y que se alimentan de carne humana. Salían por la noche de sus cuevas del monte, que se abrieron con un terremoto hace varios años. Hacían incursiones y se llevaban cautivos a los hombres jóvenes, matando a los otros. Muchos de ellos aparecieron más tarde como una infantería de zombies, siguiendo a su vanguardia. Parece algo muy similar a los hombres del Círculo que conocimos.

—Pero muchos de ellos vivieron cuando se los liberó —dije—. Parece que no eran seres sin alma, sólo estaban como yo en una época: amnésicos. Es extraño —continué—, que no tapasen la boca de esas cuevas durante el día, si los jinetes sólo aparecían de noche…

—El desertor dice que lo intentaron —dijo Ganelón—, pero que al cabo de un tiempo volvían a salir, más fuertes que antes.

El muchacho tenía un color ceniciento, pero cuando lo miré con gesto inquisitivo asintió.

—Su General, a quien él llama el Protector, logró derrotarlos varias veces —continuó Ganelón—. Incluso pasó parte de una noche con su jefa, una zorra pálida llamada Lintra, aunque no sé con certeza si fue una charla frívola o una conferencia, pero de esto no salió nada positivo. Los asaltos continuaban y esas hordas se hacían más fuertes. El Protector finalmente decidió reunir fuerzas para lanzar un ataque decisivo, con la esperanza de destruirlas completamente. Fue durante esta batalla cuando él huyó —dijo, indicando al joven con un gesto de su espada—, razón por la cual no conocemos el final de la historia.

—¿Ocurrió así? —le pregunté.

El muchacho apartó la vista de la punta del arma, miró mis ojos por un momento y luego asintió lentamente.

—Es interesante —le dije a Ganelón—. Muy interesante. Tengo la sensación de que su problema está encadenado con el que acabamos de resolver. Desearía saber cómo terminó la batalla.

Ganelón asintió y cambió el arma de mano.

—Bien, si hemos terminado con él ya… —dijo.

—Espera. ¿Supongo que trataba de robar algo para comer?

—Sí.

—Desátale las manos. Lo alimentaremos.

—Pero trató de robarnos.

—¿No dijiste que una vez habías matado a un hombre por un par de zapatos?

—Sí, pero aquello fue diferente.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque lo conseguí.

Reí. Me desarmó completamente y no podía dejar de reír. Él pareció irritado, y luego desconcertado. Al fin también se echó a reír.

El muchacho nos contemplaba como si fuéramos un par de lunáticos.

—De acuerdo —aceptó Ganelón finalmente—, de acuerdo —y se inclinó, dio vuelta al muchacho de un sólo empujón y cortó la cuerda que le ataba las muñecas.

—Ven, amigo —dijo—. Te traeré algo que comer, —y se dirigió hacia donde estaban nuestras cosas y abrió varios paquetes de comida.

El zagal se incorporó y lo siguió lentamente, cojeando. Cogió la comida que le ofrecían y comenzó a comer rápida y ruidosamente, sin apartar la vista de Ganelón. Su información, de ser verdadera, me planteaba varias complicaciones, la más seria era que probablemente me resultaría más difícil obtener lo que quería en una tierra asolada por la guerra. También le daba más peso a mis miedos con respecto a la naturaleza y extensión del esquema de disolución.

Ayudé a Ganelón a encender un pequeño fuego.

—¿De qué modo influye esto en nuestros planes? —dijo.

Yo no veía ninguna otra opción. Todas las sombras cercanas a lo que yo deseaba estarían afectadas por la misma plaga. Podría poner rumbo a una sombra que no tuviera estos problemas, pero habría tomado un camino equivocado. Lo que deseaba no lo conseguiría allí. Si las incursiones del caos interferían una y otra vez con el trayecto de mi deseo a través de las sombras, era señal de que estaban vinculadas a la naturaleza de mi deseo y tendría que enfrentarme a ellas, de un modo u otro, tarde o temprano. No habría manera de evitarlas. Tal era la naturaleza del juego, y yo no podía quejarme ya que era yo quien había estipulado las reglas.

—Continuamos —dije—. Es el lugar de mi deseo.

El muchacho dejó escapar un grito corto y entonces —quizá por algún sentimiento de deuda por haber impedido yo que Ganelón lo pinchara— me advirtió:

—¡No vayáis a Avalen, Señor! ¡Allí no hay nada que podáis desear! ¡Os matarán!

Le sonreí, agradeciéndoselo. Entonces Ganelón sonrió entre dientes y dijo:

—Llevémoslo con nosotros para que le juzguen por desertar.

Ante esto, el joven se puso en pie de un salto y echó a correr.

Aún riendo Ganelón sacó la daga y echó el brazo hacia atrás con la intención de lanzarla. Le golpeé el brazo y el lanzamiento dio muy lejos del blanco. El muchacho desapareció en el interior del bosque y Ganelón continuó riendo.

Recogió la daga de donde había caído y dijo:

—Sabes que deberías haber permitido que lo matara.

—Decidí no hacerlo.

Él se encogió de hombros.

—Si vuelve y nos corta el cuello por la noche quizá cambies de opinión.

—Tal vez. Pero no vendrá, lo sabes.

Se encogió de hombros nuevamente, cortando un trozo de carne y calentándolo sobre el fuego.

—Bien, la guerra le ha enseñado a tener un buen par de pies —reconoció—. Quizá despertemos por la mañana.

Mordió un trozo y comenzó a masticar. Parecía una buena idea, por lo que corté un poco para mí.

Mucho más tarde, me desperté de un sueño agitado para contemplar las estrellas a través de una pantalla de hojas. Alguna parte de mi mente, forjadora de profecías, se había fijado en el muchacho y nos maltrataba a los dos con saña. Pasó mucho tiempo antes de dormirme.

Por la mañana tapamos las cenizas con tierra y continuamos nuestro camino. A la tarde entramos en las montañas y las dejamos atrás al día siguiente. Se veían recientes huellas en el sendero que seguíamos pero no nos encontramos con nadie.

Al día siguiente pasamos ante varias granjas y cabañas sin detenernos en ninguna. Había decidido no seguir el demoníaco camino agreste que ya utilizara para exiliar a Ganelón. Aún siendo muy corto, sabía que él lo encontraría tremendamente desconcertante. Esta vez había querido tener tiempo para pensar; de ahí que emprendiera un largo viaje innecesario. Ahora, sin embargo, el camino estaba llegando a su fin. Aquella tarde, llegamos al cielo de Ámbar y yo lo admiré en silencio. Casi parecía que cabalgábamos por el Bosque de Arden. Pero no se oían las notas del cuerno, ni tampoco estaba Julián, ni Morgersten, ni perros infernales que nos hostigasen, como había en Arden la última vez que pasé por allí. Sólo se escuchaban las notas de los pájaros en los árboles de grandes troncos, la queja de una ardilla, el aullido de un zorro, el fragor de una catarata, los blancos y azules y rosas de las flores en la sombra.

Las brisas de la tarde resultaban dulces y frías; me adormecieron de tal manera que no estaba preparado para ver la hilera de tumbas recientes que apareció al lado del camino cuando doblamos un recodo. Cerca había un pequeño valle destrozado y pisoteado. Nos detuvimos allí brevemente, pero no nos enteramos de nada más que lo que se veía con la primera ojeada.

Más adelante pasamos por un lugar parecido, con varias tumbas calcinadas. En esa zona el camino estaba lleno de huellas y los arbustos que había a los lados pisoteados y rotos, como si hubieran pasado muchos hombres y bestias. Ocasionalmente aparecía en el aire el olor a cenizas, y nos apuramos en dejar atrás el cadáver de un caballo parcialmente devorado en estado de adelantada descomposición.

El cielo de Ámbar ya no me alentaba, aunque a partir de aquí el camino no presentó nuevos sobresaltos durante un buen trecho.

El día estaba acercándose ya a la noche y el bosque era considerablemente menos espeso cuando Ganelón notó las señales de humo hacia el sudoeste. Cogimos el primer sendero que parecía conducir hacia allí, aunque fuera tangente al que nos hubiera llevado a Avalón. Era difícil estimar la distancia, pero podíamos calcular que no llegaríamos hasta después del anochecer.

—¿Será el ejército todavía acampado? —preguntó Ganelón.

—O el del conquistador.

Meneó la cabeza y dejó la espada suelta en la vaina.

Hacia el crepúsculo dejé el camino para seguir un sonido de agua. Era una corriente limpia y clara que se había abierto camino desde las montañas y que todavía conservaba algo del frío de aquellas. Allí me bañé, recorté mi nueva barba y quité el polvo del camino de mis ropas. Estábamos culminando esta etapa de nuestro viaje, era mi deseo llegar con el poco esplendor que pudiera lograr. Apreciando esto, incluso Ganelón se remojó el rostro y se sonó ruidosamente.

De pie en la orilla, parpadeando, levanté al cielo los ojos recién lavados, y vi a la luna que se destacaba netamente, sin que sus bordes me resultasen ya borrosos. Era la primera vez que sucedía. Mi respiración se detuvo súbitamente y continué mirando. Entonces escudriñé el cielo buscando las estrellas tempraneras, escruté los bordes de las nubes, las distantes montañas, los árboles más lejanos. Miré de nuevo a la luna, y todavía se mantenía clara y firme. Mi visión volvía a ser normal.

Ganelón retrocedió ante el sonido de mi risa, y nunca preguntó lo que la había motivado.

Conteniendo las ganas de cantar, volví a montar y me encaminé nuevamente hacia el sendero. Mientras cabalgábamos las sombras se intensificaron, y a puñados resplandecían las estrellas entre las ramas que nos cubrían. Inhalé un gran trozo de noche, lo retuve un momento, y luego lo liberé. Volvía a ser yo mismo, era una sensación magnífica.

Ganelón se acercó y en voz baja dijo:

—Sin duda habrá centinelas.

—Sí —dije.

—¿Entonces no sería mejor que abandonáramos el sendero?

—No. Preferiría que no pareciéramos furtivos. No me importa que lleguemos si entramos escoltados. Somos simplemente dos viajeros.

—Quizá pregunten la razón de nuestro viaje.

—Pues somos mercenarios que oyeron hablar de una lucha en el reino y vienen a buscar empleo.

—Sí. Lo parecemos. Esperemos que se detengan lo suficiente para preguntar.

—Si no nos pueden ver bien, entonces tampoco seremos un buen blanco.

—Cierto, pero esto no me tranquiliza del todo.

Escuché los sonidos de los cascos de los caballos en el sendero. Que no era precisamente recto. Se retorcía y curvaba, luego se apartaba un poco, y entonces giraba hacia arriba. Al subir, los árboles se hicieron más escasos aún.

Llegamos a la cima de una colina, la zona estaba completamente despejada. Tiramos de las riendas ante un abrupto precipicio de diez o quince metros que luego se convertía en una pendiente más suave, extendiéndose hacia una amplia pradera tal vez a un kilómetro y medio de distancia y más allá había un área accidentada y esporádicamente boscosa. La pradera estaba moteada de hogueras y había unas pocas tiendas en el centro del campamento. Un gran número de caballos pastaba cerca, y calculé que habría varios cientos de hombres al lado de los fuegos o en los alrededores.

Ganelón suspiró.

—Al menos parecen hombres normales —dijo.

—Sí.

—… Y si son soldados normales, ahora mismo probablemente estemos siendo vigilados. Este es un punto de observación demasiado bueno para que lo dejen desguarnecido.

—Sí.

De atrás nuestro vino un ruido. Comenzábamos a volvernos cuando una voz cercana dijo:

—¡No os mováis!

Continué girando la cabeza y vi a cuatro hombres. Dos de ellos tenían arcos apuntándonos y los otros dos empuñaban espadas. Uno de estos avanzó dos pasos.

—¡Desmontad! —ordenó—. ¡Por este lado! ¡Despacio!

Nos apeamos de los caballos y quedamos enfrente de él, con las manos apartadas de las armas.

—¿Quién sois? ¿De dónde venís? —preguntó.

—Somos mercenarios —repliqué—, de Lorraine. Oímos que se estaba luchando aquí y vinimos en busca de empleo. Nos dirigíamos hacia aquel campamento de allí abajo. Es vuestro, ¿no?

—… ¿Y si os digo que no, que somos un patrulla de una fuerza que va a invadir el campamento?

Me encogí de hombros.

—En ese caso, ¿está vuestro bando interesado en contratar a un par de hombres?

Él escupió.

—El Protector no necesita hombres de vuestra especie —dijo—. ¿De qué dirección venís?

—Del este —contesté.

—¿Os habéis encontrado con alguna… dificultad… recientemente?

—No —dije—. ¿Deberíamos haber tenido tropiezos?

—No lo sé —replicó—. Dejad vuestras armas. Voy a enviaros al campamento. Querrán interrogaros acerca de cualquier cosa que podáis haber visto en el este, cualquier cosa inusual.

—No hemos visto nada extraño —aseguré.

—Pase lo que pase, probablemente os den de comer. Aunque dudo que seáis contratados. Habéis llegado un poco tarde para la lucha. Ahora quitaos las armas.

Mientras nos desabrochábamos los cinturones llamó a dos hombres más que permanecían escondidos entre los árboles. Les ordenó que nos escoltaran hasta abajo, a pie. Teníamos que llevar nuestros caballos. Los hombres cogieron nuestras armas, y mientras nos volvíamos para marchar, nuestro interrogador gritó:

—¡Esperad! —Di media vuelta.

—Tú. ¿Cuál es tu nombre? —me preguntó.

—Corey —dije.

—Estáte quieto.

Se aproximó, acercándose mucho. Me miró quizá durante diez segundos.

—¿Qué sucede? —le pregunté.

En vez de contestarme, metió la mano en una bolsa que llevaba en el cinturón. Extrajo un puñado de monedas y las acercó a sus ojos.

—¡Maldición! Está demasiado oscuro —exclamó—, y no podemos encender una luz.

—¿Para qué? —dije.

—Oh, no tiene mucha importancia —contestó—. Pero tu cara me pareció familiar, y estaba tratando de saber por qué. Te pareces a la cabeza que hay estampada en nuestras viejas monedas. Unas pocas de ellas todavía están en circulación.

—¿No se parece? —le preguntó al arquero más próximo.

El hombre bajó su arco y avanzó. Me observó desde unos pasos de distancia.

—Sí, —dijo entonces—, se parece.

—¿Quién era aquel en el que estamos pensando?

—Uno de los antiguos. Vivió mucho antes de mi nacimiento. No lo recuerdo.

—Yo tampoco. Bien… —se encogió de hombros—. No importa. Vete, Corey. Contesta a las preguntas sinceramente y no se te hará daño.

Me volví y lo dejé allí a la luz de la luna, mirándome y rascándose la cabeza.

Los hombres que nos escoltaban no eran habladores. Lo mismo daba.

Durante todo el trayecto me pregunté acerca de la historia contada por el muchacho y del final del conflicto que había descrito, ya que había llegado a la analogía física del mundo de mi deseo, y ahora tendría que operar teniendo en cuenta la situación existente.

El campamento tenía el agradable olor de hombres y bestias, humo de leños, carne asándose, cuero y aceite, todos entremezclados con la luz de las fogatas donde los hombres hablaban, afilaban armas, reparaban artefactos, comían, jugaban, dormían, bebían y nos miraban mientras conducíamos a nuestros caballos por entre ellos, escoltados, hacia un trío de ajadas tiendas situadas casi en el centro. Conforme avanzábamos, se formaba en torno nuestro una esfera de silencio.

Nos detuvieron ante la segunda tienda en tamaño y uno de nuestros guardias habló con un hombre que estaba vigilando la zona. El hombre meneó la cabeza varias veces y señaló hacia la tienda más grande. El intercambio duró varios minutos, entonces nuestro guardia volvió y habló con el otro guardia que estaba a nuestra izquierda. Finalmente, nuestro hombre asintió y se aproximó a mí mientras el otro llamaba a un hombre de la fogata más cercana.

—Los oficiales están todos reunidos en la tienda del Protector —dijo—. Vamos a llevarnos vuestros caballos a pastar. Coged nuestras cosas y colocadlas aquí. Tendréis que esperar para ver al capitán.

Asentí y nos pusimos a descargar nuestras pertenencias, luego cepillamos a los caballos. Palmeé a Star en el cuello y vi como un hombre que cojeaba conducía mi caballo y el de Ganelón, Firedrake, hacia donde se hallaban los otros. Entonces nos sentamos sobre nuestros bártulos y esperamos. Uno de los guardias nos trajo algo de té caliente y aceptó un poco de mi tabaco. Luego se apartaron, colocándose a nuestra espalda a cierta distancia.

Contemplé la tienda grande, sorbí el té y pensé en Ámbar y en un pequeño night club de la Rué de Char et Pain, en Bruselas, allí en la Sombra Tierra en la cual había vivido durante tanto tiempo. Una vez que obtuviera el colcótar de los joyeros que necesitaba, me dirigiría a Bruselas para tratar de nuevo con los traficantes de armas de la Gun Bourse. Mi pedido sería caro y complicado, me daba cuenta, ya que habría que convencer a algún fabricante de municiones para que instalase una línea de producción especial. Conocía a otros fabricantes terrestres además de los de Interamco, debido a mi historial militar itinerante, y estimé que tan sólo me llevaría unos pocos meses el conseguir mi pedido. Comencé a considerar los detalles y el tiempo pasó rápidamente y de forma agradable.

Probablemente transcurrió cosa de media hora. Entonces las sombras de dentro de la gran tienda se movieron. Varios minutos después la cortina de entrada se hizo a un lado y comenzaron a salir hombres, lentamente, hablando entre ellos, mirando hacia la tienda. Los dos últimos se detuvieron a la entrada, todavía hablando con alguien que permanecía en el interior. El resto se metió en las demás tiendas.

Los dos de la entrada salieron al exterior, mirando hacia dentro. Pude oír el sonido de sus voces, aunque no discernir lo que decían. Al salir ellos más afuera, el hombre con el que estaban hablando también se movió y pude entreverle. A contraluz y medio tapado por los dos oficiales, pero pude ver que era delgado y muy alto.

Nuestros guardias aún no se habían movido, lo que indicaba que uno de esos dos oficiales era el capitán antes mencionado. Yo continué mirando, deseando que se apartaran para que me dejaran ver mejor a su superior.

Al cabo de un tiempo lo hicieron, y unos momentos después él dio un paso hacia adelante.

Al principio no pude estar seguro de si era una ilusión causada por el juego de la luz y las sombras… ¡Pero no! Se movió nuevamente y por un momento le vi con claridad. Le faltaba el antebrazo, desde un punto un poco por debajo del codo. Iba tan lleno de vendajes que supuse que la pérdida era muy reciente.

Entonces su larga mano izquierda descendió con gesto enérgico y quedó suspendida a una buena distancia de su cuerpo. El muñón dio un brinco al mismo tiempo, y lo mismo hizo algo en mi mente. Su cabello era largo, lacio y castaño, y vi el modo en que su mandíbula se proyectaba…

Entonces salió fuera, y la brisa hizo temblar la capa hacia su derecha. Vi que llevaba camisa amarilla y calzas pardas. La capa era de un color naranja fuego, y él cogió el borde con un movimiento insólitamente rápido de la mano izquierda y se la enroscó inmediatamente cubriendo el muñón. Me puse en pie con rapidez y su cabeza se volvió velozmente.

Nuestras miradas se encontraron, y ninguno de los dos se movió durante varios latidos de corazón.

Los dos oficiales se volvieron a contemplar, y entonces él los hizo a un lado y con largos pasos se encaminó hacia mí. Escuché que Ganelón mascullaba algo y se ponía rápidamente de pie. Nuestros guardias también se vieron sorprendidos.

Se detuvo a varios pasos de mí y sus ojos castaño claros me recorrieron. El raramente sonreía, pero esta vez logró hacerlo ligeramente.

—Ven conmigo —dijo, y se volvió hacia la tienda.

Lo seguimos, dejando nuestras cosas donde estaban.

Con una mirada despidió a los dos oficiales, se detuvo ante la entrada de la tienda y nos indicó que entráramos. Nos siguió, dejando que la cortina se cerrara detrás suyo. Mis ojos recorrieron su camastro, una pequeña mesa, bancos, armas y un cofre de campaña. Sobre la mesa había una lámpara de aceite, y también libros, mapas, una botella y algunas tazas. Sobre el cofre titilaba otra lámpara.

Estrechó mi mano y sonrió nuevamente.

—Corwin —dijo—, y todavía vivo.

—Benedict —agregué yo, con una sonrisa—, y aún respirando. Han pasado siglos.

—Realmente. ¿Quién es tu amigo?

—Su nombre es Ganelón.

—Ganelón —dijo, saludándole con la cabeza pero sin ofrecerle la mano.

Entonces se dirigió a la mesa y sirvió tres copas de vino. Me alcanzó una, otra a Ganelón, y alzó la tercera.

—A tu salud, hermano —dijo.

—A la tuya.

Bebimos.

Entonces, señalando el banco más cercano, y sentándose él a la mesa, nos dijo:

—Sentaos, y bienvenidos a Avalón.

—Gracias… Protector.

Sonrió con una mueca.

—El título me lo he ganado —dijo llanamente, aún estudiando mi rostro—. ¿Me pregunto si su anterior protector podría decir lo mismo?

—No era este lugar —repliqué—, y estoy seguro de que podría.

Se encogió de hombros.

—Por supuesto —dijo—. ¡Basta de eso! ¿Dónde has estado? ¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué has venido aquí? Cuéntame algo de ti. Ha pasado mucho tiempo.

Asentí. Era una lastima, pero tanto la etiqueta familiar como el equilibrio del poder requerían que yo contestara a sus preguntas antes de preguntar a mi vez. Él era mayor que yo, y yo —aunque sin saberlo— había entrado dentro de su esfera de influencia. No es que yo no quisiese brindarle esta cortesía. Él era uno de los pocos de entre mis parientes a quien yo respetaba e incluso apreciaba. Sólo que me estaba muriendo por interrogarlo. Había pasado, tal como él había dicho, demasiado tiempo.

¿Y cuánto debía decirle ahora? No tenía ninguna idea del lado en que podrían estar sus simpatías. No deseaba descubrir las razones de su auto-impuesto exilio de Ámbar mencionándole cosas que sería mejor callar. Tendría que comenzar con algo relativamente neutral y sondearlo mientras yo hablaba.

—Por algún lado hay que comenzar —dijo—. Tú mismo puedes elegir.

—Hay muchos comienzos —dije—. Es difícil… supongo que debería remontarme hasta el comienzo de todo y seguir los hechos.

Bebí otro sorbo de vino.

—Sí —decidí—. Parece lo más sencillo aunque hace relativamente poco que recordé muchas de las cosas ocurridas.

»Varios años después de la victoria sobre los jinetes Lunares de Ghenesh y de tu partida, Eric y yo tuvimos una seria disputa —comencé—. Sí, fue una pelea por la sucesión. Papá había comenzado a especular nuevamente con la abdicación, y todavía se seguía negando a nombrar sucesor. Naturalmente, volvieron a encenderse las viejas discusiones sobre quién era el más legítimo para ocupar el trono. Por supuesto, tú y Eric sois mayores que yo, pero mientras que Faiella, madre de Eric y mía, fue su esposa después de la muerte de Clymnea, ellos…

—¡Basta! —gritó Benedict, pegando tal puñetazo en la mesa que esta crujió.

La lámpara osciló y escupió fuego, pero por algún milagro no cayó. Inmediatamente se abrió la cortina de entrada de la tienda, y se asomó un preocupado guardia. Una mirada de Benedict le hizo retroceder al instante.

—No deseo retornar al tema de nuestros respectivos orígenes bastardos —dijo Benedict suavemente—. Ese pasatiempo obsceno fue una de las razones por las cuales inicialmente me aparté de la felicidad. Por favor, continúa con tu historia sin añadir comentarios al margen.

—Bien… Sí —dije, tosiendo ligeramente—. Como iba diciendo, tuvimos algunas discusiones más bien ásperas concernientes a todo ese asunto. Entonces, una tarde, fue más allá de simples palabras. Luchamos.

—¿Un duelo?

—No fue tan formal. Lo más idóneo sería decir que fue una decisión simultánea de matarnos mutuamente. De cualquier modo, luchamos bastante tiempo y finalmente Eric me venció y procedió a pulverizarme. Con riesgo de adelantarme a mi historia, debo añadir que todo esto sólo lo recordé hace unos cinco años.

Benedict asintió, como si entendiera.

—Sólo puedo hacer conjeturas con respecto a lo que sucedió inmediatamente después de que perdiera la conciencia —continué—. Pero Eric estuvo a punto de matarme él mismo. Cuando desperté, me encontraba en un sombra, la Tierra, en un sitio llamado Londres. La plaga hacía estragos en ese tiempo, y yo la había cogido. Me recuperé sin recordar nada de mi vida anterior; nada antes de Londres. Viví en aquella sombra durante siglos, buscando alguna pista que me ayudara a recordar mi identidad. Recorrí todo aquel mundo, a menudo participando en campañas, militares. Fui a sus universidades, hablé con algunos de sus hombres más sabios, consulté a médicos famosos. Pero en ningún sitio pude encontrar la clave de mi pasado. Me resultaba obvio que no era igual a los otros hombres, y me resultó muy difícil ocultarlo. Estaba furioso porque podía tener cualquier cosa que deseara excepto lo que más quería: mi identidad, mis recuerdos.

»Pasaron los años, pero esta ira y añoranza no cesaron. Tuvo que ser un accidente que me fracturó el cráneo lo que puso en movimiento los cambios que condujeran al retorno de mis antiguos recuerdos. Esto ocurrió hace aproximadamente cinco años, y la ironía del caso es que tengo buenos motivos para creer que Eric fue el responsable de tal accidente. Al parecer, Flora había estado residiendo en aquella Sombra Tierra todo el tiempo, vigilándome.

»Volviendo a las conjeturas, Eric debió detener su mano en el último instante, deseando mi muerte pero sin querer que todas las sospechas recayeran sobre él. Así que me transportó a través de la Sombra a un lugar donde obtendría una muerte casi segura y repentina, indudablemente para regresar y decir que habíamos discutido y que yo me había largado en un arrebato de cólera, murmurando algo de que me marchaba otra vez. Aquel día habíamos estado cazando en el bosque de Arden juntos, los dos solos.

—Me resulta extraño —interrumpió Benedict— que a dos rivales como vosotros os diera por cazar juntos en tales circunstancias.

Bebí un sorbo de vino y sonreí.

—Quizá fuera un juego algo más planeado de lo que he dado a entender —dije—. Tal vez ambos nos alegrábamos de tener la oportunidad de cazar juntos, los dos solos.

—Ya veo —replicó—. ¿O sea que nuestros papeles podrían haberse invertido?

—Bien —dije—, es difícil de decir. No creo que yo hubiera ido tan lejos. Por supuesto, lo digo ahora. La gente cambia, ya sabes. ¿En aquel entonces…? Sí, quizá le hubiera hecho lo mismo que él hizo. No lo puedo asegurar, pero es posible.

Asintió nuevamente, y yo sentí una ráfaga de ira que rápidamente se transformó en diversión.

—Afortunadamente, no me encuentro aquí para justificar mis motivos en nada —continué—. Siguiendo con mis especulaciones, creo que Eric a partir de entonces me mantuvo vigilado, sin duda primero disgustado porque hubiera sobrevivido, pero satisfecho de mi desvalimiento. Dispuso que Flora me siguiera los pasos, y el mundo permaneció en paz por un tiempo. Entonces, presumiblemente, Papá abdicó y desapareció sin que el asunto de la sucesión quedara zanjado…

—¡Qué diablos! —dijo Benedict—. No hubo ninguna abdicación. Simplemente, desapareció. Una mañana resultó que no se encontraba en sus aposentos. Su cama ni siquiera había sido deshecha. No había ningún mensaje. Le habían visto entrar en sus habitaciones la noche anterior, pero nadie le vio salir. Durante mucho tiempo esto no fue considerado como algo extraño. Al principio simplemente se pensó que se había ido nuevamente a vagar por la sombra, quizá para buscar otra esposa. Pasó largo tiempo antes de que nadie se atreviera a pensar en un juego sucio ni nadie quisiese ver en lo ocurrido una nueva forma de abdicación.

—No estaba al tanto de esto —dije—. Tus fuentes de información parecen haber estado más cerca del meollo que las mías.

Se limitó a asentir con la cabeza, dejando que me devanase los sesos para adivinar sus contactos en Ámbar. Por lo que sabía, él podría estar a favor de Eric actualmente.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste allí? —me arriesgué a preguntar.

—Hace unos veinte años —replicó—, pero me mantengo en contacto.

¡Mas no con nadie que pudiera habérmelo dicho! Él debía ser consciente de esto, o sea que me estaba dando un aviso ¿o una amenaza? Mi mente funcionaba a gran velocidad. Por supuesto, él poseía un mazo de los Triunfos Mayores. Los extendí mentalmente, recorriéndolos frenético. Random había reconocido que desconocía el paradero de Benedict. Brand había desaparecido hacía mucho. Tenía pruebas de que se hallaba vivo, prisionero en algún lugar desagradable y sin ninguna posibilidad de informar de lo que ocurría en Ámbar. Flora no pudo haber sido su contacto, ya que ella misma había estado virtualmente exiliada en la Sombra hasta muy recientemente. Llewella estaba en Rabma. Deirdre también estaba en Rabma, y había caído en desgracia en Ámbar la última vez que la vi. ¿Piona? Julián me había dicho que se encontraba «en algún lugar del sur». No estaba seguro del lugar. ¿Quién quedaba?

El mismo Eric, Julián, Gérard o Caine. Tachemos a Eric. Él no hubiera dado los detalles de la no-abdicación de Papá de un modo que permitiera que Benedict se tomara el asunto como lo había hecho. Julián apoyaba a Eric, pero no estaba exento de ambiciones personales del más alto nivel. Podría dar información si le beneficiaba. Lo mismo Caine. Gérard, por otro lado, siempre me había parecido más interesado en el bienestar de Ámbar que en saber quién se sentaría en el trono. No estaba muy a favor de Eric, y una vez había estado dispuesto a ayudarnos a Bleys o a mí. Estaba seguro de que él habría considerado el que Benedict estuviera al tanto de los acontecimientos como algo parecido a una póliza de seguro para el reino. Sí, tenía que ser uno de estos tres. Julián me odiaba. Caine no me quería ni me odiaba particularmente, y Gérard y yo compartíamos recuerdos agradables que se remontaban a mi infancia. Tendría que averiguar rápidamente quién era… y él todavía no estaba dispuesto a decírmelo, por supuesto, sin saber nada de mis actuales proyectos. Cualquier enlace con Ámbar podría ser utilizado rápidamente para dañarme o en mi beneficio, dependiendo de su deseo y la persona que estuviera al otro lado. Por lo tanto, le servía tanto de espada como de escudo, y yo de algún modo me sentía herido porque hubiera elegido mostrar estos recursos tan pronto. Preferí pensar que su reciente mutilación le había vuelto anormalmente cauto, ya que yo jamás le había dado motivos de preocupación. Sin embargo también esto me hacía sentir especialmente prudente, algo realmente triste cuando uno se encuentra de nuevo con un hermano después de tantos años.

—Es interesante —dije, agitando la copa de vino—. Visto así, es como si todos hubiesen obrado prematuramente.

—No todos —dijo.

Sentí que mi rostro enrojecía.

—Discúlpame —dije.

Asintió con cortesía.

—Por favor, continúa tu historia.

—Bien, para continuar con mi cadena de suposiciones —dije—, cuando Eric decidió que el trono había estado vacante bastante tiempo y que había llegado el momento de que él actuara, también debió decidir que mi amnesia no era suficiente y que sería mejor hacer desaparecer completamente mi pleito. En aquel momento planeó que yo tuviera un accidente en la Sombra Tierra, un accidente que debió haber sido fatal pero que falló.

—¿Cómo lo sabes? ¿A dónde llegan los datos y dónde empiezan las suposiciones?

—Flora vino a reconocerlo todo, incluida su propia complicidad en el asunto, cuando más tarde la interrogué.

—Muy interesante. Continúa.

—El golpe en la cabeza me proporcionó lo que incluso Sigmund Freud fue incapaz de darme antes —dije—. Me volvieron recuerdos fragmentados que crecieron y crecieron en intensidad, especialmente después de encontrar a Flora y verme expuesto a muchas cosas que estimularon mi memoria. Fui capaz de convencerla de que estaba completamente recuperado, por lo que su conversación fue abierta con respecto a la gente y los hechos. Entonces apareció Random, que huía de algo…

—¿Huía? ¿De qué? ¿Por qué?

—De unas criaturas extrañas salidas de la Sombra. Nunca averigüé por qué.

—Interesante —dijo, y tuve que estar de acuerdo. Yo había pensado en ello a menudo, allí en mi celda, preguntándome en primer lugar por qué Random se escabullía del acoso de aquellas furias. Desde el momento en que nos encontramos hasta que nos separamos, siempre estuvimos en algún peligro; yo estaba preocupado por mis propios problemas y él no había comentado nada concerniente a su repentina aparición. Por supuesto, pensé en ello desde que lo vi, pero no sabía si se trataba de algo que yo debería saber, por lo que lo dejé pasar. Luego los acontecimientos me obligaron a olvidarlo hasta que volví a pensar en ello más tarde en la celda y ahora otra vez. ¿Interesante? Realmente. También preocupante.

—Logré engañar a Random con respecto a mi condición —continué—. Él creyó que perseguía el trono, cuando lo único que conscientemente buscaba era mi memoria. Estuvo de acuerdo en ayudarme a volver a Ámbar, y lo hizo con éxito. Bueno, casi —corregí—. Terminamos en Rabma. Para entonces le había expuesto a Random mi verdadera situación, y él me propuso que recorriera nuevamente el Patrón como medio de recuperar completamente la memoria. Era mi oportunidad, y la aproveché. Resultó efectivo, y utilicé el poder del Patrón para transportarme a Ámbar.

Él sonrió.

—En ese momento, Random debía de ser un hombre muy desdichado.

—Ciertamente, no estaba como unas castañuelas —dije—. Había aceptado el veredicto de Moire, de que se casara con una mujer elegida por ella —una muchacha ciega llamada Vialle— y que permaneciera allí a su lado por lo menos un año. Yo lo dejé atrás, y más tarde me enteré de que lo había hecho. Deirdre también se encontraba allí. Nos la habíamos encontrado en el camino, cuando huía de Ámbar, y los tres entramos en Rabma juntos. Ella también se quedó allí.

Terminé el vino y Benedict me señaló la botella con la cabeza. Como estaba vacía, sacó otra botella del cofre y llenamos nuestras copas. Tomé un trago largo. Era un vino mejor que el anterior. Debía ser de su bodega privada.

—En el palacio —continué—, me abrí camino hasta la biblioteca, donde conseguí un mazo del Tarot. Este fue el motivo principal por el que me arriesgué a ir allí. Pero antes de poder hacer mucho más fui sorprendido por Eric y luchamos. Logré herirlo y creo que podría haber acabado con él si no hubiera sido porque llegaron refuerzos, y me vi obligado a huir. Entonces me puse en contacto con Bleys, quien me abrió un paso hacia él en la Sombra. Ya te habrás enterado del resto por tus propias fuentes. Que Bleys y yo nos aliamos, asaltamos Ámbar y perdimos. Él cayó desde los escarpados de Kolvir. Yo le arrojé mis Tarots y él los cogió. Por lo que tengo entendido, su cuerpo nunca fue hallado. Pero cayó desde una gran altura, aunque creo que entonces la marea estaba alta. No sé si aquel día murió o no.

—Yo tampoco —dijo Benedict.

—Luego fui hecho prisionero y Eric fue coronado. Se me obligó a asistir a la coronación, a pesar de mi resistencia. Yo logré coronarme antes de que ese bastardo —genealógicamente hablando— me arrebatara la corona y se la colocara. A continuación me destrozó los ojos y me arrojó a las mazmorras.

Se inclinó hacia adelante y estudió mi rostro.

—Sí —dijo—, lo sabía. ¿Cómo lo hicieron?

—Con hierros al rojo vivo —dije, sobresaltándome involuntariamente y reprimiendo el impulso de tocarme los ojos—. En algún momento del tormento me desmayé.

—¿Hubo realmente contacto con las esferas oculares?

—Sí —dije—. Creo que sí.

—¿Y cuánto tiempo tardaron en regenerar?

—Pasaron alrededor de cuatro años antes de que pudiera ver de nuevo —dije—, y la vista sólo ahora está volviendo a la normalidad. En total serían unos cinco años.

Se apoyó en el respaldo, suspiró, y sonrió levemente.

—Bien —dijo—. Me das una pequeña esperanza. Otros de nosotros han perdido antes porciones de su anatomía y también experimentaron la regeneración, por supuesto, pero yo nunca perdí nada significativo… hasta ahora.

—Oh, sí —dije—. Es un récord de lo más impresionante. Lo seguí regularmente durante años. Hemos recuperado una auténtica colección de trozos y piezas, muchas de las cuales me atrevería a decir que ya están olvidadas. Las principales mías son: articulaciones de los dedos, dedos de los pies, lóbulos de las orejas. Diría que hay esperanza para tu brazo. Aunque no en lo inmediato, por supuesto. Es una gran ventaja que seas ambidextro —añadí.

Su sonrisa aparecía y desaparecía y bebió un sorbo de vino. No, no estaba dispuesto a decirme lo que le había ocurrido.

Yo bebí un trago del mío. No quería mencionarle lo de Dworkin. Quería reservármelo como una especie de as en la manga. Ninguno de nosotros entendía toda la extensión del poder de aquel hombre, y era obvio que estaba loco. Pero podía ser manipulado. Incluso Papá había llegado al parecer a temerle con el tiempo, y le hizo encerrar. ¿Qué me había dicho allí en mi celda? Que Papá lo había confinado después de que le dijera que había descubierto un modo de destruir toda Ámbar. Si esto no era una divagación de una mente psicópata y era la verdadera razón por la que estaba donde se hallaba, entonces Papá había sido más generoso de lo que yo habría sido. El hombre era demasiado peligroso para que se le permitiera vivir. Aunque por otro lado, Papá había intentado curarle. Dworkin me habló de doctores, a los que había aterrorizado o destruido descargando sobre ellos su poder. La mayoría de los recuerdos que yo guardaba de él me lo presentaban como un anciano sabio y amable, muy devoto de Papá y del resto de la Familia. Sería muy difícil destruir a alguien así mientras hubiese alguna esperanza. Había sido confinado a un lugar del que se suponía era imposible escapar. Sin embargo, llegó un día que se aburrió, y simplemente salió de allí. Ningún hombre podía caminar por la Sombra en Ámbar, el único lugar donde esta no existía, por lo que realizó algo que yo no entendía, algo que tenía que ver con los principios en que se basan los Triunfos, y así abandonó su calabozo. Antes de que volviese a él pude persuadirlo de que me suministrara una salida similar de mi propia celda, y me transportó al faro de Cabra, donde logré recuperarme un poco para emprender el viaje que me llevó hasta Lorraine. Lo más probable es que aún no le hubieran descubierto. A mi entender, nuestra familia siempre había poseído poderes especiales, pero fue él quien los analizó, y formalizó sus funciones por medio del Patrón y los Tarots. A menudo había tratado él de discutir sobre el tema, pero a la mayoría de nosotros nos parecía terriblemente abstracto y aburrido. ¡Maldición, somos una familia demasiado pragmática! Brand fue el único que pareció mostrar algún interés en el tema. Y Piona. Casi lo había olvidado. A veces Piona escuchaba. Y Papá. Papá conocía una cantidad increíble de cosas de las que jamás hablaba. El nunca tuvo mucho tiempo para nosotros, y nosotros desconocíamos muchas cosas sobre él. Pero probablemente él estaba tan al tanto de los principios como Dworkin. Su principal diferencia era la de la aplicación. Dworkin era un artista. Realmente no sé lo que era Papá. Nunca fomentó la intimidad, aunque no era un padre indiferente. Siempre que se acordaba de nosotros, era muy pródigo en regalos y diversiones. Pero dejó nuestra educación a cargo de varios miembros de su corte. Creo que nos toleraba como consecuencias casuales e inevitables de la pasión. En realidad, estoy bastante sorprendido de que la familia no sea mucho más amplia. Nosotros trece, más dos hermanos y una hermana que conocí y están muertos, representan cerca de mil quinientos años de producción paternal. Según oí contar, hubo algunos más, mucho antes que nosotros, que no habían sobrevivido. No representábamos ninguna media de campeonato para un monarca tan licencioso, pero tampoco ninguno de nosotros había demostrado ser excesivamente fértil. Tan pronto como fuimos capaces de defendernos y de caminar por la Sombra, Papá nos alentó a hacerlo, para encontrar lugares donde fuésemos felices y establecernos. Esto era lo que me había llevado a la Avalón que ya no existía. Que yo supiese, los orígenes de Papá tan sólo eran conocidos por él. Nunca me había encontrado con nadie cuya memoria se remontara hacia un pasado en que no existiera Oberon. ¿Extraño? ¿No conocer de dónde viene el propio padre, especialmente cuando uno ha tenido siglos para ejercitar la curiosidad? Sí. Pero él era reservado, poderoso, astuto… cualidades que todos poseemos hasta cierto punto. Él quería que estuviéramos bien situados y satisfechos: pero nunca tanto como para poder ser una amenaza para su propio reinado. Creo que en él existía un elemento de incomodidad, un sentimiento no injustificable de precaución para que no supiésemos demasiado acerca de él y de los tiempos remotos. Realmente no creo que él previese nunca un futuro en que no reinara sobre Ámbar. Esporádicamente hablaba, en broma o rezongando, de la abdicación. Pero siempre tuve la sensación de que se trataba de algo calculado para ver qué reacciones provocaba. Debía darse cuenta del estado de cosas que su marcha produciría, pero siempre se negó a creer que esa situación pudiera ocurrir. Y ninguno de nosotros conocía completamente sus deberes y responsabilidades, sus alianzas secretas. Por más que me molestase admitirlo, me estaba dando cuenta de que ninguno de nosotros estaba verdaderamente capacitado para ocupar el trono. Me hubiera gustado culpar a Papá por esta impericia, pero desafortunadamente había conocido a Freud demasiado tiempo como para no ser consciente del significado de tal hecho. También comenzaba a preguntarme acerca de la validez de cualquiera de nuestras pretensiones al trono. Si no había existido ninguna abdicación y él todavía estaba vivo, a lo más que podíamos aspirar era a la regencia. No me agradaría que retornara —especialmente si yo estaba en el trono— y se encontrara con un usurpador. Hay que reconocerlo, le tenía miedo, y no sin motivo. Sólo un tonto no teme a un poder genuino que no entiende. Pero ya fuese el título de rey o regente, mi derecho a él era mucho más sólido que el de Eric y seguía determinado a conquistarlo. Si un poder proveniente del oscuro pasado de Papá, incomprensible para todos nosotros, podía ayudarme, y si Dworkin era ese poder, entonces sería mejor ocultarlo hasta que pudiera ser utilizado a mi favor. Incluso, me pregunté a mi mismo, si su poder incluía el de destruir a la misma Ámbar, y con ello hacer añicos los mundos de sombra y eliminar toda existencia tal como yo la entendía.

Especialmente en ese caso, me respondí. ¿A quién sino se le podría confiar tal poder?

Somos una familia realmente pragmática.

Más vino; vacié la pipa, la limpié y la llené nuevamente.

—Esa es básicamente mi historia hasta hoy —dije contemplando mi trabajo e incorporándome para encender la pipa con la lámpara—. Después de recuperar la vista, logré escapar, huí de Ámbar, permanecí un tiempo en un sitio llamado Lorraine, donde hallé a Ganelón, y luego vine aquí.

—¿Por qué?

Me senté otra vez y le miré.

—Porque esta sombra es muy parecida a la Avalen que conocí en otro tiempo —dije.

Adrede había evitado mencionarle cualquier encuentro anterior con Ganelón, y esperaba que este lo entendiera. Esta sombra era lo suficientemente parecida a nuestra Avalón como para que Ganelón estuviera familiarizado con su topografía y sus principales costumbres. Por lo que pudiera ocurrir, parecía políticamente beneficioso ocultarle esta información a Benedict.

—¿Y tu fuga? —preguntó—. ¿Cómo lo lograste?

—Tuve ayuda, por supuesto —admití—, para salir de la celda. Una vez fuera… bueno, todavía hay algunos pasadizos que Eric desconoce.

—Ya veo —dijo, esperando naturalmente que continuara y le mencionara los nombres de los que me ayudaron, pero sabiendo que era mejor no preguntar.

Aspiré una bocanada de mi pipa y me eché atrás, sonriendo.

—Es bueno tener amigos —añadió, como si estuviera de acuerdo con algún pensamiento inexpresado que yo pudiera tener.

—Creo que todos tenemos algunos en Ámbar.

—Me gusta creerlo —dijo. Luego agregó—: Tengo entendido que al irte dejaste cerrada y parcialmente horadada la puerta de tu celda, que prendiste fuego a tu camastro y que había dibujos en la pared.

—Sí —dije—. Un confinamiento prolongado afecta a la mente humana. Por lo menos a la mía. Sé que durante largos períodos me comporté irracionalmente.

—No te envidio la experiencia, hermano —dijo—. Bajo ningún aspecto. ¿Cuáles son tus planes ahora?

—Todavía son inciertos.

—¿Crees que desearías quedarte aquí?

—No lo sé —contesté—. ¿Cuál es el estado de las cosas aquí?

—Gobierno yo —dijo. Fue la simple constatación de un hecho, no un alarde—. Creo que acabo de tener éxito en mi objetivo de destruir la única amenaza de peso para el reino. Si estoy en lo cierto, entonces se aproxima un período razonablemente tranquilo. El precio fue alto —contempló lo que quedaba de su brazo—, pero valió la pena, como pronto se comprobará cuando las cosas hayan retornado a la normalidad.

Entonces procedió a relatar lo que básicamente era la situación que había contado el muchacho, continuando hasta explicar cómo habían ganado la batalla. Una vez muerta la jefa de las Doncellas del Infierno, sus jinetes se habían desbandado, huyendo. Entonces mataron a la mayoría, y las cuevas quedaron selladas de nuevo. Benedict había decidido mantener una pequeña fuerza en el campo con el propósito de acabar con las tropas restantes, y sus destacamentos recorrían el área en busca de supervivientes.

No hizo ninguna mención de su encuentro con Lintra.

—¿Quién mató a su jefa? —le pregunté.

—Yo lo logré —dijo, haciendo un súbito movimiento con su muñón—. Aunque tardé un instante de más en decidirme a dar el primer golpe.

Aparté la vista y lo mismo hizo Ganelón. Cuando miré nuevamente su rostro había recuperado la normalidad y había bajado el brazo.

—Te buscamos. ¿Sabías eso, Corwin? —preguntó—. Brand te buscó en muchas sombras, al igual que Gérard. Adivinaste correctamente lo que dijo Eric después de tu desaparición. Sin embargo preferimos investigar sin contentarnos con su palabra. Repetidas veces probamos con tu Triunfo, pero no hubo ninguna respuesta. Debe ser que el daño cerebral lo bloquea. Eso es interesante. Al ver que no respondías al Triunfo, te dimos por muerto. Entonces se incorporaron a la búsqueda Julián, Caine y Random.

—¿Tantos? ¿De veras? Estoy sorprendido.

Sonrió.

—¡Ah! —dije entonces, y también sonreí.

Que se incorporasen a la búsqueda en ese punto significaba que no les preocupaba mi bienestar, sino la posibilidad de obtener pruebas de fratricidio que utilizar en contra de Eric, para deponerle o chantajearle.

—Yo te busqué por las cercanías de Avalón —continuó—, encontré este lugar y me encantó. Estaba en una situación lamentable, y durante generaciones trabajé para devolverle su antigua gloria. Al principio comencé esta tarea en recuerdo tuyo, pero luego les tomé cariño a la tierra y a sus habitantes. Llegaron a considerarme su Protector, cosa que acepté.

Estaba preocupado y a la vez conmovido. ¿Acaso estaba dando a entender que yo había arruinado aquella sombra y que él había ido a reparar por última vez los desastres de su hermano menor? ¿O quería decir que se daba cuenta de que yo había amado este lugar —o uno muy parecido— y había puesto manos a la obra para repararlo pensando que yo lo hubiera deseado? Quizá me estaba volviendo demasiado susceptible.

—Me alegra saber de vuestra búsqueda —dije—, y me alegra más aún saber que tú eres el defensor de esta tierra. Me gustaría ver este lugar, porque me recuerda a la Avalón que yo conocí. ¿Tienes algún inconveniente en que lo visite?

—¿Es eso lo único que deseas? ¿Visitarlo?

—Eso es todo lo que se me ocurre.

—Tienes que saber que el recuerdo que se guarda de la sombra tuya que una vez reinó aquí no es bueno. Nadie da a sus hijos el nombre de Corwin, ni yo soy aquí hermano de ningún Corwin.

—Comprendo —dije—. Mi nombre es Corey. ¿Podemos ser viejos amigos?

Asintió.

—Mis viejos amigos siempre son bienvenidos para visitar este lugar —dijo.

Sonreí, asintiendo con la cabeza. Me ofendía que pensara que tenía ambiciones sobre esta sombra de una sombra; yo, que —aunque fuera por un instante— había sentido el frío fuego de la corona de Ámbar sobre mis sienes.

Me pregunté cual hubiera sido su actitud si hubiera sabido que yo era responsable de la pérdida de su brazo. Sin embargo prefería remontarme un paso más allá y hacer responsable a Eric. En definitiva, fue su acción lo que me impulsó a lanzar la maldición.

Sin embargo, esperaba que Benedict nunca lo averiguara.

Necesitaba desesperadamente saber cuál era su posición respecto de Eric. ¿Le ayudaría, me apoyaría a mí, o simplemente se mantendría al margen cuando yo entrase en acción? Y viceversa, estaba seguro que él se preguntaba si mis ambiciones estaban muertas o aún bullían en mi interior, y si era así, qué planes las mantenían vivas. Así que…

¿Quién iba a sacar a colación el asunto?

Aspiré varias bocanadas de la pipa, terminé el vino, me serví un poco más, y fumé nuevamente. Escuché los ruidos del campamento, del viento, de mi estómago.

Benedict bebió un sorbo de vino.

Entonces, como quien no quiere la cosa, me preguntó:

—¿Cuáles son tus planes a largo plazo?

Pude contestarle que aún no lo había decidido, que simplemente era feliz estando vivo, libre, con vista… Le podía decir que eso era suficiente para mí, por ahora, que no tenía ningún plan en especial…

… Y él sabría que estaba mintiendo. Porque me conocía bien.

Así que le dije:

—Sabes bien cuáles son mis planes.

—Si me pidieses ayuda —dijo—, te la negaría, ya que Ámbar se encuentra en un estado lo suficientemente malo como para no poder soportar otra lucha por el poder.

—Eric es un usurpador.

—Decidí considerarlo sólo como un regente. Por ahora, cualquiera de nosotros que reclame el trono es culpable de usurpación.

—¿Entonces crees que Papá aún vive?

—Sí. Está vivo y es desgraciado. Varias veces ha intentado comunicarse.

Logré mantener el rostro impasible. Así que yo no era el único. Revelar mis experiencias en este momento parecería hipócrita, oportunista, o una llana mentira, ya que en nuestro aparente contacto de cinco años atrás él me había concedido el visto bueno para tomar el trono. Por supuesto, quizá se hubiera referido a una regencia…

—Tú no ayudaste a Eric cuando se apoderó del trono —dije—. Le darías tu ayuda ahora que lo tiene si yo se lo intentara arrebatar.

—Lo que te he dicho —recalcó—. Le miro como un regente. Yo no digo que lo apruebe, pero no quiero más luchas en Ámbar.

—¿Entonces le ayudarías?

—He dicho todo lo que tenía que decir sobre el asunto. Eres bienvenido a visitar mi Avalón, pero no para usarla como una rampa de lanzamiento para invadir Ámbar, ¿aclara eso todo con respecto a cualquier plan que puedas tener?

—Lo aclara —dije.

—Siendo así, ¿sigues deseando visitar el lugar?

—No lo sé —contesté—. Tu deseo de evitar una lucha en Ámbar, ¿vale en todos los sentidos?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que si me devolvieras a Ámbar en contra de mi voluntad ten por seguro que crearía tantos problemas como pudiera para evitar encontrarme de nuevo en una situación como la anterior.

Las arrugas desaparecieron de su rostro y lentamente bajó los ojos.

—No quise dar a entender que te traicionaría. ¿Crees que no tengo sentimientos, Corwin? No permitiría que se te encerrara nuevamente ni que te quitaran los ojos… o algo peor. Sigues siendo bienvenido en tu visita a este lugar, y puedes abandonar tus miedos y tus ambiciones en la frontera.

—Entonces aún deseo visitar la región —dijo—. No tengo ningún ejército, ni tampoco vine aquí a reclutar gente.

—Entonces sabes que eres más que bienvenido.

—Gracias, Benedict. No esperaba encontrarte aquí, pero me alegro de haberte hallado.

Se sonrojó ligeramente y asintió.

—A mí también me agrada —dijo—. ¿Soy el primero de nosotros que has visto después de tu fuga?

Asentí.

—Sí, y tengo curiosidad por saber cómo están los demás. ¿Tienes alguna noticia importante?

—Ninguna muerte nueva —dijo.

Ambos nos reímos, y supe que tendría que averiguar las noticias de la familia por mi cuenta. Aunque había valido la pena intentarlo.

—Tengo planeado permanecer en el campo por un tiempo —dijo— y continuar patrullando hasta cerciorarme de que no queda ningún invasor por aquí. Pasará otra semana antes de que volvamos.

—¿Ah? ¿Entonces no fue una victoria completa?

—Creo que sí, pero nunca corro riesgos innecesarios, bien vale la pena un poco más de tiempo para estar seguros.

—Prudente —dije, asintiendo.

—… Así que, a menos que tengas un gran deseo de permanecer en el campamento, no veo ningún motivo para que no te dirijas a la ciudad y te enteres de los últimos sucesos. Tengo varias residencias en la zona de Avalón. Se me ocurre que puedes usar una pequeña casa de campo que a mí me resulta agradable. No está muy lejos de la ciudad.

—Iré a verla.

—Por la mañana te entregaré un mapa y una carta para el encargado.

—Gracias, Benedict.

—Me reuniré contigo tan pronto como acabe aquí —dijo—, y mientras tanto, tengo mensajeros que pasan por allí todos los días. A través de ellos me mantendré en contacto contigo.

—Muy bien.

—Entonces buscaos un lugar cómodo —dijo—. Supongo que no se os pasará el toque de desayuno.

—Rara vez se me pasa —aseguré—. ¿Estamos bien en el lugar donde dejamos el equipaje?

—Sí, claro —dijo; terminamos el vino.

Al salir de la tienda, levanté mucho la cortina de entrada para apartarla y pude rasgarla dejando un agujero de varios centímetros a un lado. Benedict nos dio las buenas noches y se volvió dejándola caer, sin percatarse del agujero que le había hecho.

Me confeccioné la cama a una buena distancia a la derecha del equipaje, y de forma que mirase hacia la tienda de Benedict. Al revolver los bártulos los trasladé de lugar. Ganelón me lanzó una mirada de curiosidad, pero yo me limité a hacerle una señal con la cabeza y mirar hacia la tienda. Él miró en aquella dirección, me devolvió el gesto, y comenzó a extender sus propias mantas más hacia la derecha.

Calculé la distancia con la mirada, fui a donde él y le dije:

—Sabes, preferiría dormir aquí. ¿Te molestaría cambiar de lugar conmigo? —añadí un guiño para enfatizarlo más.

—Me da lo mismo —dijo, encogiéndose de hombros.

Las fogatas se apagaron o se estaban apagando, y la mayoría de la compañía parecía dormir. El guardia sólo nos observó un par de veces al pasar. El campamento estaba muy tranquilo y ninguna nube oscurecía el brillo de las estrellas. Yo me sentía cansado, y el agradable olor del humo y de la tierra húmeda me recordó otros tiempos y lugares como este invitándome al descanso del final del día.

Sin embargo, en vez de cerrar los ojos, cogí la mochila y me recosté sobre ella, llené otra vez la pipa y la encendí.

Cambié de posición dos veces, buscando la mejor visibilidad mientras él recorría la tienda. Una vez desapareció de mi campo de visión y permaneció oculto unos momentos. Pero la luz más lejana se movió, y deduje que había abierto el cofre. Entonces apareció otra vez, limpió la mesa, se echó hacia atrás un instante, y volvió a sentarse en su posición anterior. Me acomodé para poder ver su brazo izquierdo.

Estaba pasando las hojas de un libro, o manejando algo de ese tamaño.

¿Cartas tal vez?

Naturalmente.

No sé qué hubiera dado por poder echar un vistazo al Triunfo que al fin seleccionó y mantuvo a la vista. Hubiera dado mucho por tener a Grayswandir bajo mi mano, para el caso de que de repente apareciera en la tienda otra persona sin pasar por la entrada que yo vigilaba. Las palmas de las manos y de los pies me vibraron, como intuyendo una posible huida o un combate.

Pero él permaneció solo.

Estuvo allí sentado, inmóvil, aproximadamente un cuarto de hora, y cuando al fin se movió, fue solamente para guardar las cartas en algún lugar de su pecho y para apagar las lámparas.

El guardia continuó con sus monótonas rondas y Ganelón comenzó a roncar.

Vacié la pipa y me tumbé de lado.

Mañana, me dije a mí mismo. Si mañana me despierto aquí, todo va bien…