UNA MAÑANA ME PUSE A RECORDAR todo lo que hasta ahora había sucedido. Pensé en mis hermanos y hermanas como si estuvieran jugando a las cartas, lo cual sabía que no era cierto. Retrocedí mentalmente hasta el sanatorio donde había despertado, hasta la batalla por Ámbar, y cuando recorrí el Patrón en Rabma, y el tiempo que estuve con Moire, que ahora podría ser de Eric. Aquella mañana pensé en Bleys y en Random, Deirdre, Caine, Gérard y en Eric. Era la mañana de la batalla, por supuesto, y estábamos acampados en las colinas cercanas al Círculo. Mientras marchábamos habíamos sido atacados varias veces, pero fueron luchas breves, con tácticas de guerrilla. Nos habíamos librado de nuestros atacantes y continuado nuestra marcha. Cuando llegamos a la zona que habíamos elegido de antemano, levantamos nuestro campamento, apostamos guardias y nos retiramos a descansar. Dormimos sin ser molestados. Me levanté preguntándome si mis hermanos y hermanas pensaban de mí lo mismo que yo de ellos. Fue un pensamiento muy triste.

En un bosquecillo solitario, llené el yelmo de agua enjabonada y me afeité la barba. Luego me vestí lentamente con mis raídas prendas últimas. Estaba duro como una roca, moreno como la tierra y tenía de nuevo unos recursos demoníacos. Hoy sería el día. Me coloqué la visera, la cota de malla y abroché el cinturón, colgando a Grayswandir a mi lado. Luego sujeté la capa al cuello con una rosa de plata y fui descubierto por un mensajero que me estaba buscando para avisarme que todo estaba listo.

Besé a Lorraine, que había insistido en acompañarnos. Luego monté mi caballo, un ruano llamado Star, y me alejé hacia el frente.

Allí me encontré con Ganelón y con Lance. Ambos dijeron:

—Estamos preparados.

Llamé a los oficiales y les di instrucciones. Saludaron, dieron media vuelta y se alejaron.

—Pronto —dijo Lance, encendiendo la pipa.

—¿Cómo está tu brazo?

—Ahora bien —replicó—, después del entrenamiento que le diste ayer. Perfecto.

Abrí la visera y encendí la pipa.

—Te has afeitado la barba —dijo Lance—. No puedo imaginarte sin ella.

—El yelmo encaja mejor así —dije.

—Buena suerte a todos —intervino Ganelón—. No conozco dioses, pero si alguno quiere estar a nuestro lado, le doy la bienvenida.

—Sólo hay un Dios —dijo Lance—. Rezo para que El esté con nosotros.

—Amén —dijo Ganelón, encendiendo su pipa—. Por hoy.

—Ganaremos —aseguró Lance.

—Sí —dije yo mientras el sol llenaba el este y los pájaros de la mañana el aire—, da la sensación de que será así.

Cuando terminamos de fumar, vaciamos las pipas y las guardamos en los cinturones. Luego aseguramos con los últimos ajustes las armaduras y Ganelón dijo:

—Vamos allá.

Los oficiales me informaron de la realización de los preparativos. Mis batallones estaban listos.

Descendimos en fila por la ladera de la colina y nos agrupamos fuera del Círculo. Adentro no se movía nada, no se veían tropas.

—Me pregunto por Corwin —me dijo Ganelón.

—Está con nosotros —le dije, y él me miró extrañamente, pareciendo advertir la rosa por primera vez y luego asintió bruscamente.

—Lance —gritó, cuando nos hubimos agrupado—. Da la orden.

Y Lance desenvainó la espada. Su grito, «¡Carguen»!, encontró innumerables ecos.

Antes de que sucediera nada habíamos penetrado ya más de un kilómetro dentro del Círculo. A la cabeza íbamos quinientos, todos montados. Apareció una caballería oscura y nos enfrentamos a ella. A los cinco minutos se dispersaron y nosotros continuamos.

Entonces oímos el trueno.

Había relámpagos, y la lluvia comenzó a caer.

La masa de nubes finalmente se había desatado.

Una delgada línea de soldados de infantería, principalmente armados con picas, bloqueaba nuestro camino, aguardando estoicamente. Quizá todos olimos la trampa, pero nos lanzamos sobre ellos.

Entonces la caballería atacó nuestros flancos.

Giramos, y la lucha comenzó de verdad.

Quizá fuera veinte minutos más tarde…

Nos impusimos, y esperamos a que llegara el grueso de nuestras fuerzas.

Luego cabalgamos adelante. Éramos unos doscientos…

Hombres. Eran hombres los que matábamos, los que nos mataban con rostros grises, de aspecto sombrío. Yo quería algo más. Buscaba a otro…

El adversario debía tener un problema logístico semi-metafísico. ¿Cuántas fuerzas podía destinar a esta Puerta? No estaba seguro. Pronto…

Llegamos a un alto. Lejos, a nuestros pies, yacía una ciudadela oscura…

Alcé la espada.

Atacaron cuando descendíamos.

Producían ruidos sibilantes; graznaban y aleteaban. Esto significaba, para mí, que se estaba quedando sin gente. Grayswandir se convirtió en mi mano, en una llama, un trueno, en una silla eléctrica portátil. Los mataba tan pronto como se aproximaban, y al morir ardían. Hacia mi derecha, vi que Lance estaba trazando una línea similar de caos, y murmuraba para sí mismo. A mi izquierda, Ganelón dejaba muertos a su alrededor, y la huella de su caballo era una estela de fuego. A la luz de los relámpagos la ciudadela parecía imponente.

Los ciento y algo que quedábamos avanzamos como una tormenta, y las abominaciones caían a nuestro paso.

Cuando alcanzamos la puerta de entrada nos salió al paso una infantería de hombres y bestias. Cargamos.

Nos sobrepasaban en número, pero no nos quedaba otra opción. Quizá nos habíamos adelantado demasiado a nuestra infantería. Pero no lo creí así. Desde mi punto de vista, el tiempo era ahora de suma importancia.

—¡Tengo que pasar! —grité—. ¡Él está adentro!

—¡Es mío! —dijo Lance.

—¡Podéis cogerlo los dos! —exclamó Ganelón mientras dejaba cadáveres a su alrededor—. ¡Atravesad la puerta cuando podáis! ¡Os sigo!

Matamos y matamos y matamos, y luego la marea se volvió en favor de ellos. Nos presionaron, todos aquellos seres desagradables que estaban mezcladas con las tropas de hombres. Fuimos forzados a formar un círculo estrecho, defendiéndonos por todos los costados. Entonces apareció nuestra infantería, llena del polvo de diez batallas, y comenzó a cortar cuellos. Una vez más presionamos para llegar a la puerta y esta lo logramos, los cuarenta o cincuenta que quedábamos.

Cruzamos, y aparecieron en el patio tropas que matar.

La docena aproximadamente que logramos llegar hasta el pie de la oscura torre topamos con un último contingente de guardias.

—¡A la torre! —gritó Ganelón mientras desmontábamos y nos abalanzábamos sobre ellos.

—¡A la torre! —gritó Lance. Tal vez ambos se dirigían a mí. O el uno al otro.

Interpreté que era para mí, me aparté de la lucha y subí corriendo por las escaleras.

Sabía que él estaría allí, en la torre más alta; yo tendría que enfrentarme con él y matarlo. No estaba seguro de poder lograrlo, pero tenía que intentarlo, ya que yo era el único que realmente sabía cuál era su procedencia… y era yo quien lo había puesto ahí.

Llegué ante una pesada puerta de madera al final de las escaleras. Traté de abrirla, pero estaba trabada por dentro. Así que la golpeé tan fuerte como pude.

Cayó hacia atrás con estruendo.

Lo vi al lado de la ventana. Tenía cuerpo de hombre cubierto por una armadura ligera, y sobre sus enormes hombros se asentaba la cabeza de un macho cabrío.

Atravesé el umbral y me detuve.

Él se había girado cuando la puerta cayó, y ahora buscaba mis ojos a través del acero.

—Hombre mortal, has llegado demasiado lejos —dijo—. ¿O no eres un mortal?, —y apareció una espada en su mano.

—Pregúntale a Strygalldwir —dije.

—Tú eres el que lo mató —dijo—. ¿Te nombró?

—Quizá.

Oí pasos en la escalera detrás de mí. Me coloqué a la izquierda de la puerta.

Ganelón entró velozmente en la cámara y yo dije:

—¡Detente!

Se volvió hacia mí.

—Esta es la cosa —dijo—. ¿Qué es?

—Mi pecado contra algo que amaba —repliqué—. Mantente apartado. Es mío.

—Te lo regalo.

Permaneció completamente inmóvil.

—¿Lo dices en serio? —preguntó la criatura.

—Averígualo —dije, y salté hacia adelante.

Pero aquello no cruzó su espada con la mía. Hizo lo que cualquier espadachín consideraría una locura.

Lanzó la espada hacia mí como un rayo, de punta. Y el sonido de su trayectoria fue como un trueno. Los elementos, fuera de la torre, le hicieron eco, en estentórea respuesta.

Con Grayswandir bloqueé esa espada como si fuera una estocada ordinaria. Se empotró en el suelo y comenzó a arder. Afuera, los relámpagos respondían.

Por un instante, la luz fue tan cegadora como un fogonazo de magnesio, y en ese momento la criatura se echó sobre mí.

Me inmovilizó los brazos contra mis costados y sus cuernos golpearon mi visera, una vez, dos…

Concentré mi fuerza contra esos brazos, y su apretón comenzó a debilitarse.

Solté a Grayswandir, y con un movimiento final quebré su brazo.

Entonces ambos golpeamos y ambos retrocedimos.

—Señor de Ámbar —dijo—, ¿por qué lucháis conmigo? Fuisteis vos quien nos abrió este paso, este camino…

—Me arrepiento de un acto insensato y quiero repararlo.

—Demasiado tarde; y este es un extraño lugar para comenzar.

Atacó nuevamente, y con tanta velocidad que atravesó mi guardia. Me echó contra la pared. Su rapidez era mortal.

Y entonces alzó su mano e hizo un signo, y yo vi como venía hacia mí una visión de las Cortes del Caos: una visión que me heló el espinazo, y produjo un viento helado en mi alma, cuando comprendí lo que yo había hecho.

—… ¿Lo veis? —estaba diciendo—. Vos nos distéis esta Puerta. Ayudadnos ahora y os devolveremos lo que es vuestro.

Vacilé por un momento. Era posible que pudiera hacer lo que había ofrecido, si yo accedía.

Pero después se convertiría en una amenaza para siempre. Durante un breve tiempo seríamos aliados, pero luego una vez que hubiéramos conseguido lo que queríamos, nos lanzaríamos uno a la garganta del otro y para entonces esas oscuras fuerzas serían mucho más fuertes. Sin embargo, si yo tenía la ciudad en mi poder…

—¿Hacemos un trato? —vino la aguda y llana pregunta.

Pensé en las sombras, y en los lugares más allá de la Sombra…

Lentamente, alcé las manos y me desaté el yelmo…

Entonces lo arrojé, en el momento en que la criatura parecía relajarse. Creo que Ganelón estaba ya avanzado.

Atravesé la cámara de un salto y lo hice retroceder hasta la pared.

—¡No! —grité.

Sus manos de hombre encontraron mi cuello al mismo tiempo que las mías se cerraban sobre el suyo.

Apreté, con toda mi fuerza, y retorcí. Creo que él hizo lo mismo.

Oí el crujido de algo que se quebraba como un palo seco. Me pregunté qué garganta se había roto. La mía, ciertamente me dolía.

Abrí los ojos y vi el cielo. Estaba echado de espaldas sobre una manta, en el suelo.

—Me temo que va a vivir —dijo Ganelón, y yo giré la cabeza, lentamente, en la dirección de su voz.

Estaba sentado en el borde de la manta con la espalda sobre las rodillas; Lorraine a su lado.

—¿Cómo va? —pregunté.

—Hemos ganado —me dijo—. Has mantenido tu promesa. Cuando mataste a aquella cosa, todo acabó. Los hombres cayeron sin sentido, las criaturas comenzaron a arder.

—Bien.

—He permanecido sentado aquí preguntándome por qué ya no te odio.

—¿Has llegado a alguna conclusión?

—No, ciertamente. Quizá sea porque somos muy parecidos. No lo sé.

Sonreí a Lorraine.

—Me alegro de que no seas precisa haciendo profecías. La batalla ha terminado y tú todavía estás con vida.

—La muerte ya ha comenzado —dijo, sin devolverme la sonrisa.

—¿Qué quieres decir?

—Todavía cuentan historias de cómo Lord Corwin ejecutó a mi abuelo —arrestado y descuartizado públicamente— por dirigir uno de los primeros levantamientos contra él.

—No fui yo —dije—. Fue una de mis sombras.

Pero ella sacudió la cabeza y añadió:

—Corwin de Ámbar, yo soy lo que soy —y se levantó, y me dejó.

—¿Qué era eso? —preguntó Ganelón, ignorando su partida—. ¿Qué era la cosa de la torre?

—Era algo mío —dije—, una de las cosas que fueron liberadas cuando lancé mi maldición sobre Ámbar. Entonces abrí el camino para que lo que está más allá de la Sombra pudiera entrar al mundo verdadero. Siguen los senderos de menor resistencia, van por las sombras hacia Ámbar. Aquí, el sendero era el Círculo. En cualquier otro lugar, podría ser otra cosa diferente. Ahora les he cerrado el camino por este lugar. Podréis descansar en paz aquí.

—¿Viniste aquí para esto?

No —dije—. Realmente no. Simplemente estaba de camino hacia Avalón cuando topé con Lance. No podía dejarlo tendido allí, y después de llevártelo me vi implicado en este trozo de mi obra.

—¿Avalón? ¿Entonces mentiste cuando afirmaste que estaba destruida?

Negué con la cabeza.

—No. Nuestra Avalón cayó, pero en la Sombra podré encontrar otra vez algo parecido.

—Llévame contigo.

—¿Estás loco?

—No, deseo ver de nuevo la tierra donde nací, y no me importa el peligro.

—No voy allí a vivir —dije—, sino a armarme para una batalla. En Avalón hay un polvo rosa que utilizan los joyeros. Una vez encendí una muestra de ese polvo en Ámbar. Voy allí sólo a obtenerlo y —a construir rifles para poder sitiar Ámbar y conquistar el trono que me pertenece.

—¿Y que hay de esas cosas de más allá de la Sombra de las que hablaste?

—Me ocuparé de ellas después. Si esta vez pierdo, entonces serán problema de Eric.

—Dijiste que él te había dejado ciego, y te había arrojado a las mazmorras.

—Es cierto. Me crecieron ojos otra vez. Escapé.

—Eres un auténtico demonio.

—Me lo han dicho a menudo. Ya no lo niego.

—¿Me llevarás contigo?

—Si realmente deseas venir. Sin embargo será diferente de la Avalón que conociste.

—¡A Ámbar!

—¡Estás realmente loco!

—No. Durante mucho tiempo he deseado contemplar aquella ciudad de fábula. Después de haber visto Avalen de nuevo querré algo diferente. ¿No era un buen general?

—Sí.

—Entonces me enseñarás a manejar eso que llamas rifles, y te ayudaré en la mayor de tus batallas. Sé que no me quedan muchos años buenos. Llévame contigo.

—Tus huesos se pueden emblanquecer al pie de Kolvir, al lado de los míos.

—¿Qué batalla es segura? Me arriesgaré.

—Como quieras. Puedes venir.

—Gracias, Lord.

Aquella noche acampamos allí y retornamos a la fortaleza por la mañana. Entonces busqué a Lorraine. Me enteré de que se había marchado con uno de sus antiguos amantes, un oficial llamado Melkin. Aunque había quedado trastornada, me dolió el hecho de que no me hubiera dado una oportunidad para explicarle algo que ella sólo conocía por rumores. Decidí seguirlos.

Monté a Star, giré mi rígido cuello en la dirección que supuestamente habían tomado, y cabalgué tras ellos. En cierto modo, no podía reprocharle nada. De regreso en la fortaleza no fui recibido como cualquier otro que hubiera matado al de los cuernos. Las historias de su Corwin perduraban, y todos tenían la convicción de que era un demonio. Los nombres con los que había trabajado y luchado, me miraban ahora con ojos que a veces tenían algo más que miedo eran miradas muy breves, ya que inmediatamente bajaban la vista o contemplaban otra cosa. Quizá temieran que deseara quedarme y reinara sobre ellos. Sin duda se tranquilizaron, todos excepto Ganelón, cuando me vieron partir. Creo que Ganelón temía que no volviese a buscarle tal como le prometí. Pienso que por esto se ofreció a cabalgar conmigo. Pero este asunto tenía que resolverlo yo solo.

Me sorprendió descubrir que Lorraine había cobrado significado para mí, y me encontré muy herido por su acción. Sentía que por lo menos debía escucharme antes de marcharse. Luego, si seguía prefiriendo a su capitán mortal, podía contar con mi bendición. Si no… me di cuenta de que quería que se quedara conmigo. La agradable Avalón tendría que esperar todo el tiempo que me llevara resolver si esto continuaba o se había terminado.

Cabalgué siguiendo el sendero. A mi alrededor los pájaros cantaban en los árboles. El día era brillante y gozaba de un cielo azul, de una paz verde, ya que el país había quedado limpio de la plaga. En mi corazón sentía algo parecido a la alegría por haber deshecho una pequeña porción del mal que había provocado. ¿Mal? Infiernos, he hecho más daño que la mayoría de los hombres, pero en algún lugar del camino he cobrado también cierta conciencia, y ahora la dejaba gozar uno de sus escasos momentos de satisfacción. Una vez que Ámbar fuese mía, podía darle un poco más de solaz. ¡Ja!

Me dirigía hacia el norte y el terreno me resultaba desconocido. Seguía un sendero claramente marcado que tenía las huellas del paso reciente de dos jinetes. Continué todo aquel día, hasta el crepúsculo, hasta el anochecer, desmontando periódicamente para inspeccionar el camino. Finalmente, cuando la vista comenzó a engañarme demasiado, localicé una hondonada a varios cientos de metros a la izquierda del sendero y allí acampé para pasar la noche. Sin duda fueron los dolores del cuello los que me hicieron soñar con el de los cuernos, haciéndome revivir la batalla. «Ayúdanos ahora, y te devolveremos lo que es tuyo», dijo. En ese punto me desperté repentinamente con una maldición en los labios.

Cuando la mañana aclaró el cielo, monté a caballo y continué. Había sido una fría noche, y el día aún me sostenía con las manos del norte. Los pastos brillaban con una ligera capa de hielo y la capa estaba húmeda por haberla utilizado como manta.

Al mediodía, el mundo había recobrado algo de calor y las huellas estaban más frescas. Los estaba alcanzando.

Cuando la encontré, salté de mi montura y corrí hacia donde yacía bajo un rosal silvestre sin flores, cuyas espinas habían arañado sus mejillas y su hombro. Estaba muerta, y desde hacía poco, porque la sangre aún manaba del lugar por el que había penetrado la espada en el pecho, y su carne aún estaba cálida.

No había rocas con las que poder construirle una tumba, por lo que cavé una fosa con Grayswandir y en ella la dejé descansando. Él le había quitado los brazaletes, los pendientes y las enjoyadas diademas que constituían toda su fortuna. Tuve que cerrarle los ojos antes de cubrirla con mi capa, y al hacerlo la mano me tembló y los ojos se me nublaron. Me llevó mucho rato.

Continué cabalgando, y no tardé mucho tiempo en alcanzarlo. Cabalgaba como si le persiguiera el Diablo, como en realidad ocurría. No dije palabra cuando lo desmonté, ni luego; y no usé mi espada, aunque él desenvainó la suya. Arrojé su cuerpo roto a un alto roble, y cuando me volví a mirarlo estaba negro por las aves que lo cubrían.

Le coloqué nuevamente sus pendientes, brazaletes y joyas antes de cerrar la tumba, y ahí acabó Lorraine. Todo lo que ella había sido alguna vez o había deseado ser terminaba en esto, y esa es toda la historia de cómo nos conocimos y cómo nos separamos, Lorraine y yo, en la tierra llamada Lorraine; y así es cómo sucede todo en mi vida, creo, ya que un Príncipe de Ámbar es parte y partido de toda la podredumbre del mundo, y por eso siempre que hablo de mi conciencia, alguna otra cosa dentro de mí replica: «¡Ja!». En los espejos de muchos juicios mis manos tienen color de sangre. Yo soy una parte del mal que existe en el mundo y en la Sombra. A veces me engaño creyendo que soy un mal que existe para enfrentarse a otros males. Destruyo a los Melkies cuando los encuentro, y en el Gran Día del que los profetas hablan pero en el cual no creen, ese día en que el mundo sea completamente depurado del mal, entonces yo, también, desapareceré en la oscuridad, tragándome maldiciones. Quizá incluso antes de que llegue ese día, pienso ahora. Pero sea lo que… Hasta entonces no lavaré mis manos ni dejaré que cuelguen inútiles.

Dando media vuelta, cabalgué en dirección a la Fortaleza de Ganelón, que lo sabía pero nunca lo entendería.