INTENTÉ BLOQUEAR SU MANO, pero esta se detuvo a mitad de trayecto. Volví la cabeza y vi que otra mano sujetaba el brazo de Gérard, frenándolo.
Rodé por el suelo, apartándome de él. Cuando alcé la vista de nuevo, vi que Ganelón lo tenía sujeto. Gérard tiró de su brazo, sin conseguir liberarlo.
—Mantente al margen de esto, Ganelón —le dijo.
—¡Lárgate, Corwin! —gritó Ganelón—. ¡Ve a recuperar la Joya!
Al tiempo que gritaba, Gérard comenzaba a incorporarse. Ganelón cruzó su puño izquierdo y conectó con la mandíbula de Gérard. Este se derrumbó a sus pies. Ganelón se acercó y le lanzó una patada a los riñones, pero Gérard le cogió el pie y lo arrojó de espaldas. Yo logré incorporarme apoyándome con una mano.
Gérard se puso de pie y se abalanzó sobre Ganelón, que también se ponía de pie entonces. Casi cuando ya estaba sobre él, Ganelón le conectó dos golpes seguidos al estómago, parándolo en seco. Inmediatamente los puños de Ganelón comenzaron a moverse como pistones sobre el abdomen de Gérard. Durante varios segundos, Gérard pareció demasiado atontado como para protegerse, y cuando finalmente se agachó, cruzando los brazos sobre su cuerpo, Ganelón le propinó un derechazo a la mandíbula que le hizo trastabillar hacia atrás. Al instante se lanzó sobre él, bloqueando a Gérard entre sus brazos y enganchando su pierna derecha detrás de la suya. Este se cayó con Ganelón encima suyo. Entonces se sentó a horcajadas sobre Gérard y le lanzó su puño derecho a la mandíbula. Cuando la cabeza de Gérard cayó inerme, volvió a darle con el izquierdo.
Repentinamente, Benedict intervino en la pelea, pero Ganelón eligió ese momento para ponerse de pie. Gérard yacía inconsciente y sangraba por la boca y la nariz.
Temblando, yo mismo me puse de pie, limpiándome el polvo.
Ganelón me sonrió.
—No te quedes mucho tiempo —me comentó—. No sé cómo me iría en una segunda pelea. Ve a buscar la piedra.
Miré a Benedict y este asintió. Regresé a la tienda en busca de Grayswandir. Cuando salí, Gérard todavía no se había movido, pero Benedict permaneció delante de mí.
—Recuerda —comentó—, tú tienes mi Triunfo y yo tengo el tuyo. No se dará ningún paso importante sin consultar con el otro.
Asentí. Iba a preguntarle por qué ayudó a Gérard y no a mí. Pero lo pensé, y preferí no estropear nuestra nueva y reciente amistad.
—De acuerdo.
Me dirigí hacia donde estaban los caballos. Ganelón me dio una palmada en el hombro cuando se me acercó.
—Buena suerte —me deseó—. Iría contigo, pero hago falta aquí… especialmente ahora que Benedict quiere ir al Caos.
—Buena pelea —dije—. No creo que tenga ningún problema. No te preocupes.
Me encaminé hacia las caballerizas. Poco después ya estaba montado y en marcha. Ganelón me saludó cuando pasé cerca y yo le devolví el gesto. Benedict se encontraba de rodillas al lado de Gérard.
Me dirigí hacia el sendero más cercano, que me llevaría a Arden. El mar estaba a mi espalda, Garnath y el camino negro a mi izquierda, Kolvir a la derecha. Tenía que alejarme un poco antes de poder manipular el material de la Sombra. El día quedó claro una vez que perdí de vista Garnath. Me metí en el sendero y seguí su amplia curva que se introducía en el bosque, donde las húmedas sombras y el distante trinar de los pájaros me recordaron los largos períodos de paz que habíamos conocido tanto tiempo atrás junto con la sedosa y resplandeciente presencia del maternal unicornio.
Mis dolores desaparecieron con el rítmico andar del caballo, y otra vez pensé en el combate que había sostenido. No era difícil entender la actitud de Gérard, ya que claramente me había hablado de sus sospechas, advirtiéndome de lo que sucedería. Aun así, fue tan poco oportuno lo que ocurrió con Brand, fuera lo que fuere, que no podía dejar de verlo como otro acto para retrasarme o frenarme por completo. Tuve suerte al tener a Ganelón a mano y en buena forma física para que colocara sus puños en los sitios adecuados en el momento preciso. Me pregunté qué hubiera hecho Benedict si sólo hubiéramos estado los tres. Tenía la sensación de que habría esperado, para intervenir en el último momento, evitando así que Gérard me matara. Todavía no me sentía feliz con nuestro acuerdo, aunque ciertamente era una mejora en nuestra relación.
Todo lo cual hizo que me preguntara otra vez qué había ocurrido con Brand. ¿Habían conseguido Fiona o Bleys, por fin, liquidarlo? ¿Había intentado él asesinarlos solo, encontrándose con una respuesta inesperada? ¿Le sacaron de palacio con los Triunfos de los que iban a ser sus víctimas? ¿Habían conseguido, de alguna manera, sus aliados de las Cortes del Caos llegar hasta él? ¿Pudo uno de sus guardianes de la torre, esos seres con espolones en las manos, descubrirlo? ¿O todo ocurrió como le sugerí a Gérard… unas heridas autoinfligidas accidentalmente en un arranque de furia, seguido de una huida colérica de Ámbar para planear sus próximos pasos en otra parte?
Cuando surgen muchas preguntas acerca de un sólo evento la respuesta muy raramente se consigue por lógica pura. Sin embargo, tenía que pensar en todas las posibilidades, tenía que contar con algo cuando aparecieran más hechos. Mientras tanto, pensé detenidamente en todas las cosas que me dijo, analizando sus propuestas y defensas bajo la luz de todo lo que yo sabía en ese momento. Salvo por una excepción, no dudaba del desarrollo de los acontecimientos. Él había construido los hechos con mucho cuidado como para dejar que se derrumbaran así de fácilmente… pero también tuvo tiempo más que suficiente para pensar en todo con sumo cuidado. No, fue en la manera en que planteó la historia donde había algo oculto. Su reciente propuesta prácticamente me lo confirmaba.
El viejo sendero giró, ensanchándose y volviendo a estrecharse, siguiendo rumbo al noroeste y descendiendo ligeramente hacia la tupida arboleda.
El bosque había cambiado muy poco. Casi parecía el mismo sendero que un joven había recorrido siglos antes, cabalgando por el simple placer de hacerlo, para explorar el vasto reino verde que se extendía por casi todo el continente, si antes no se perdía en la Sombra.
Habría sido agradable volver a hacerlo sólo por esos motivos.
Después de lo que me pareció una hora, ya me había adentrado lo suficiente en el bosque: sus árboles eran grandes torres oscuras que hacían que la poca luz que podía captar pareciera nidos de aves Fénix en sus ramas más altas, siempre húmedas, con la suavidad crepuscular confundiendo los contornos de las ramas y los troncos, la madera caída y las mohosas rocas. Un ciervo atravesó de un salto el sendero, desconfiando del escondite que le brindaban unos excelentes matorrales a la derecha del camino. Las canciones de los pájaros sonaban a mi alrededor, nunca muy cerca. Esporádicamente vi las huellas de otros jinetes. Algunas eran bastante frescas, pero no permanecieron mucho tiempo en el sendero. Kolvir ya no se veía; de hecho, hacía un buen rato que había desaparecido.
El sendero ascendió de nuevo, y supe que pronto llegaría hasta la cima de una pequeña cresta y que luego tendría que atravesar unas rocas, descendiendo una vez más. Los árboles se espaciaron un poco a medida que subíamos, hasta que finalmente tuve una vista parcial del cielo. Dicha vista se agrandó al seguir avanzando, y cuando llegué a la cima escuché el distante grito de un ave de presa.
Alcé la vista y vi una gran forma oscura que giraba y giraba muy alta en el cielo. Me apresuré a dejar atrás las rocas, sacudiendo las riendas para que el caballo galopara tan pronto como el camino quedó sin obstáculos. Nos lanzamos a toda velocidad hacia abajo, con la intención de conseguir refugio bajo los grandes árboles una vez más.
El pájaro lanzó un grito cuando aceleramos la marcha, pero logramos ocultarnos en la penumbra sin ningún incidente. Entonces frené gradualmente al caballo y seguí escuchando, pero no oí ningún sonido que viniera del cielo. Esta parte del bosque era casi igual a la que habíamos dejado detrás de la cresta, salvo por una pequeña corriente que durante un trayecto seguía el curso del sendero, que luego atravesaba por un vado poco profundo. Más allá, el camino se ensanchaba y se filtraba un poco más de luz por entre el ramaje, iluminando nuestro paso más o menos durante una legua. Casi habíamos recorrido la distancia suficiente para que yo pudiera comenzar las primeras manipulaciones de la Sombra que me conducirían de vuelta hasta el sendero de la Tierra, lugar de mi antiguo exilio. Sin embargo, era difícil hacerlo desde ahí. Decidí ahorrarme la presión a mí mismo y al caballo y continué un poco más. Realmente no había ocurrido nada que fuera amenazador. El ave podría ser un cazador salvaje… y probablemente lo fuera.
Sólo un pensamiento me molestaba.
Julián…
Arden era territorio de Julián y estaba permanentemente patrullado por sus guardabosques desde varios campamentos diseminados por la zona, donde sus tropas siempre permanecían preparadas para cualquier eventualidad… eran los guardias de la frontera interior de Ámbar, vigilantes tanto contra las incursiones naturales como contra aquellas que pudieran aparecer desde los límites de la Sombra.
¿A dónde se había dirigido Julián cuando abandonó el palacio tan abruptamente la noche que apuñalaron a Brand? Si sólo deseaba ocultarse, no tenía ninguna necesidad de hacerlo en otra parte que no fuera Arden. Aquí era fuerte, y estaba respaldado por sus hombres, libre en un reino que conocía mejor que ninguno de nosotros. Era muy posible que ahora estuviera bastante cerca. Además, también le gustaba la caza. Tenía a sus perros infernales, tenía sus aves…
Medio kilómetro, un kilómetro…
Y justo en ese momento, escuché el sonido que más temía. Atravesando el verdor y la penumbra, aparecieron las notas de un cuerno de caza. Surgieron a cierta distancia a mi espalda, y creo que desde la izquierda del sendero.
Hice que el caballo galopara, y los árboles no fueron más que contornos borrosos a ambos lados. El sendero aquí era recto y llano. Tomamos ventaja de ello.
Entonces, desde mi retaguardia, escuché un rugido… una especie de tos que surgiera desde las profundidades del pecho, un gruñido que nacía y resonaba en un amplio espacio pulmonar. No sabía qué era lo que podía haberlo emitido, pero no era ningún perro. Ni siquiera un perro del infierno hacía ese ruido. Miré atrás, pero no vi signos de ninguna persecución. Así que me mantuve agazapado y le hablé un poco a Drum para tranquilizarlo.
Después de un rato, escuché un sonido de ramas aplastadas lejos a mi derecha, pero el rugido no se repitió más. Varias veces volví a mirar, pero no pude discernir qué era lo que causaba ese estruendo. Poco después, oí nuevamente el cuerno, mucho más cerca, y esta vez fue respondido por unos gruñidos y ladridos que eran inconfundibles. Los perros del infierno se aproximaban… bestias veloces y poderosas, crueles, que Julián había encontrado en alguna sombra y a las que entrenó para la caza.
Decidí que ya era momento para que comenzara la manipulación de la Sombra. La presencia de Ámbar todavía era fuerte a mi alrededor, pero ya no podía postergarlo.
El sendero comenzó a curvarse hacia la izquierda, y a medida que galopábamos por él los árboles a ambos lados disminuyeron de tamaño, quedando atrás. Otra curva, y el camino nos llevó hasta un claro de unos doscientos metros de diámetro. Entonces alcé la vista y vi que ese maldito pájaro todavía daba vueltas encima nuestro, ahora mucho más cerca: lo suficientemente próximo como para que lo arrastrara conmigo a la Sombra.
Resultó más complicado de lo que yo había esperado. Quería un espacio abierto en el cual pudiera maniobrar con mi caballo y golpear con mi espada libremente en caso de que fuera necesario. Sin embargo, la aparición de este espacio dejaba mi posición completamente a la vista del pájaro, al que no había podido despistar.
Muy bien. Llegamos hasta una colina baja, la subimos y luego comenzamos el descenso, pasando al lado de un árbol solitario que había sido calcinado por un rayo. En su rama más próxima había un halcón de color gris, plata y negro. Mientras nos acercábamos, le silbé, lo que hizo que emprendiera el vuelo, lanzando un salvaje y penetrante grito de batalla.
Apresurándome, escuché claramente los ladridos de los perros y el retumbar de los cascos de los caballos. Mezclado con estos sonidos había algo más, se parecía a una vibración, a una sacudida del terreno. Volví a mirar hacia atrás, pero ninguno de mis perseguidores había alcanzado aún la cima de la colina. Concentré mi mente en que desapareciera el camino y las nubes ocultaron el sol. Flores extrañas aparecieron a lo largo del sendero —verdes y amarillas y púrpuras— y se escuchó el ruido sordo de truenos distantes. El claro se ensanchó, alargándose. Se hizo completamente llano.
Nuevamente escuché el sonido del cuerno. Me volví otra vez.
Entonces apareció a la vista, y en ese instante me di cuenta de que yo no era el objeto de la persecución, que los jinetes, los perros, el ave, iban detrás de la cosa que corría tras de mí. Por supuesto, esta era una distinción más bien académica, ya que yo iba delante, y posiblemente fuera el objeto de su persecución. Me incliné sobre Drum, gritándole y clavando mis rodillas en sus flancos, percatándome al hacerlo de que esa abominación avanzaba más deprisa que nosotros. Fue una reacción surgida del pánico.
Me perseguía una mantícora.
La última vez que vi una fue el día anterior a la batalla en la que Eric murió. Apareció cuando conducía a mis tropas por las pendientes ocultas de Kolvir y abrió por la mitad a un nombre llamado Rail. La eliminamos con armas automáticas. La cosa medía tres metros y medio de largo y, al igual que esta, tenía rostro humano y hombros de león; además tenía unas alas como de águila plegadas a sus costados y un aguijón de escorpión que se curvaba por encima de su cuerpo. Por aquel entonces un cierto número de ellas había logrado filtrarse desde la Sombra, acosándonos en nuestro camino a la batalla. No existía ningún motivo para creer que habíamos matado a todas, salvo por el hecho de que no se había visto a ninguna desde esa época, y no volvió a detectarse ninguna evidencia de su existencia en las cercanías de Ámbar. Aparentemente, esta había vagado hasta Arden, viviendo en el bosque desde entonces.
Una última mirada hacia atrás me indicó que en cualquier momento me podría desmontar si no me enfrentaba a ella. También me mostró una oscura avalancha de perros que bajaban por la colina.
Desconocía la inteligencia o la psicología de la mantícora. La mayoría de las bestias que huyen no se detendrían a atacar salvo que se las moleste directamente. Generalmente la supervivencia es el instinto que predomina sobre cualquier otro. Pero, por otro lado, no estaba seguro de que la mantícora se diera cuenta de que la perseguían. Tal vez comenzó a seguir mi pista y después descubrieron la de ella. Quizás sólo tuviera una acción en la mente. No era ese el momento de reflexionar en todas las posibilidades.
Desenvainé a Grayswandir y giré mi montura hacia la izquierda, tirando inmediatamente de las riendas cuando ya había dado la vuelta.
Drum relinchó y se incorporó sobre sus patas traseras. Sentí que me deslizaba hacia atrás, así que salté al suelo y me hice a un lado.
Pero había olvidado en ese momento la velocidad de los perros de presa, de la misma manera que olvidé con cuánta facilidad nos habían alcanzado una vez a Random y a mí cuando íbamos en el Mercedes de Flora; también olvidé que, a diferencia de los perros normales, comenzaron a despedazar el coche.
Súbitamente aparecieron encima de la mantícora, eran unos doce o más perros que saltaban y mordían. La bestia echó la cabeza hacia atrás y lanzó otro grito cuando la atacaron. Pasó el brutal aguijón entre sus filas, lanzando a uno por los aires y atontando o matando a otros dos. Entonces se alzó y dio la vuelta, golpeando con sus patas traseras a medida que descendía.
Pero mientras realizaba ese movimiento, un perro hincó los dientes en su pata trasera izquierda y dos más ya atacaban sus ancas, a la vez que otro se había encaramado a su espalda, mordiéndole en el hombro y en el cuello. Los restantes daban vueltas a su alrededor. Tan pronto como se desembarazaba de uno, los demás se lanzaban encima, desgarrándole la carne.
Finalmente eliminó al que tenía sobre la espalda con su aguijón de escorpión y le sacó las entrañas al que le despedazaba la pata. Sin embargo, ya perdía sangre por una docena de heridas. Poco después se hizo evidente que tenía problemas con esa pata, porque apenas podía golpear con ella y menos aún mantener su peso cuando atacaba con las otras. Mientras tanto, otro perro se había subido a su lomo y le mordía el cuello. Parecía que le costaba mucho más quitarse a este de encima. Otro se aproximó por su derecha y le desgarró la oreja. Dos más le abrieron las ancas, y cuando se incorporó otra vez sobre sus patas traseras uno se lanzó al ataque y le abrió el estómago. Sus ladridos y gruñidos parecía que también la confundían, y comenzó a atacar desesperadamente a las formas grises que no paraban de moverse.
Yo había cogido las riendas de Drum y trataba de calmarlo lo suficiente para montar otra vez y largarme de allí. Él se encabritaba y quería alejarse, y hube de emplear una considerable dosis de persuasión para mantenerlo en el lugar.
Mientras tanto, la mantícora emitió un amargo y angustiado grito. Había atacado frenéticamente al perro que tenía en la espalda y se había clavado su propio aguijón en el hombro. Los perros aprovecharon esta distracción y se lanzaron sobre cualquier parte que estuviera desguarnecida, mordiendo y desgarrando.
Estoy convencido de que los perros la hubieran matado, pero en ese momento los jinetes llegaron a la cima, y empezaron a descender. Eran cinco, con Julián a la cabeza. Vestía su armadura blanca y su cuerno de caza colgaba de su cuello. Montaba su gigantesco corcel, Morgenstern, una bestia que siempre me odió. Alzó la larga lanza que llevaba y saludó con ella en mi dirección. Luego la bajó y le gritó unas órdenes a los perros. A regañadientes se apartaron de su presa. Incluso el perro que se encontraba en el lomo de la mantícora aflojó la mandíbula y saltó al suelo. Todos se echaron atrás cuando Julián preparó la lanza y tocó los costados de Morgenstern con sus espuelas.
La bestia volvió la cabeza hacia él, lanzó un último grito de desafío, y saltó hacia adelante, mostrando los colmillos. Atacaron al unísono, y por un momento mi visión se vio bloqueada por Morgenstern. Pero después al cabo de unos instantes me di cuenta, por el comportamiento del caballo, de que el golpe había sido certero.
Entonces vi a la bestia completamente extendida, con grandes manchas de sangre sobre su pecho, que fluía alrededor de la lanza clavada.
Julián desmontó. Le dijo algo a los otros jinetes que no pude escuchar. Permanecieron montados. Contempló a la mantícora que aún se retorcía, luego me miró y sonrió. Dio unos pasos y plantó su pie sobre la bestia, cogiendo la lanza con una mano y arrancándola de su cuerpo. Entonces la clavó en el suelo y ató las riendas de Morgenstern en ella. Extendió la mano y palmeó la grupa del caballo, me miró otra vez y se volvió, dirigiéndose hacia mí.
Cuando me tuvo en frente, dijo:
—Desearía que no hubieras matado a Bela.
—¿Bela? —repetí.
Miró al cielo. Yo seguí su mirada. No había ningún pájaro a la vista.
—Era uno de mis favoritos.
—Lo siento —comenté—. Interpreté mal lo que ocurría.
Asintió.
—De acuerdo. He hecho algo por ti. Ahora puedes devolverme el favor contándome qué ocurrió después de irme del palacio. ¿Se recuperó Brand?
—Sí —contesté—, y tú estás fuera de toda sospecha con respecto a él. Dijo que fue Fiona quien le apuñaló. Y ella tampoco estaba allí para ser interrogada. También se marchó aquella noche. Es una sorpresa que no coincidierais el uno con el otro.
Sonrió.
—Lo imaginé —observó.
—¿Por qué huiste en circunstancias tan sospechosas? —pregunté—. No quedaste en una buena posición.
Se encogió de hombros.
—No sería la primera vez que se me acusa falsamente, que se sospecha de mí. Y si la intención cuenta para algo, soy tan culpable como nuestra pequeña hermana. Lo hubiera hecho yo mismo de haber podido. De hecho, tenía un puñal preparado la noche que lo rescatamos. Lo malo es que no estuve lo suficientemente cerca en ningún momento.
—¿Pero por qué? —inquirí.
Se rio.
—¿Por qué? Porque le tengo miedo a ese bastardo, esa es la razón. Durante mucho tiempo pensé que estaba muerto, y así lo esperaba… deseé que finalmente lo hubieran matado los poderes oscuros con los que mantenía tratos. ¿Cuánto sabes, de verdad, sobre él, Corwin?
—Mantuvimos una larga charla.
—¿Y…?
—Admitió que él, Bleys y Fiona habían formado un plan para hacerse con el trono. Harían que Bleys fuera coronado, pero los tres compartirían el verdadero poder. Utilizaron las fuerzas a las que te refieres para garantizar la ausencia de Papá. Brand dijo que intentó ganarse a Caine para su causa, pero que este prefirió irse contigo y con Eric. Entonces vosotros tres planeasteis una cábala similar para apoderaros del poder antes que ellos, colocando a Eric en el trono.
Asintió.
—Los hechos están situados en el orden correcto, pero no el motivo. Nosotros no queríamos el trono, al menos no tan desesperadamente ni en ese momento. Formamos nuestro grupo para oponernos al suyo, ya que había que oponerse a ellos para proteger el trono. Al principio, sólo pudimos convencer a Eric para que asumiera un Protectorado. Lo que él temía era que alguien lo matara si se coronaba bajo esas condiciones. Entonces apareciste tú con la legítima reclamación de la corona. En ese momento no podíamos permitir que tu causa prosperara, ya que el grupo de Brand amenazaba con una guerra abierta. Pensamos que frenarían sus acciones si se encontraban con el trono ya ocupado. No podíamos sentarte a ti en él, porque tú te habrías negado a ser una marioneta, papel que tendrías que desempeñar debido a que el juego ya había empezado e ignorabas muchas cosas. Así que persuadimos a Eric para que asumiera el riesgo y fuera coronado. Es así como ocurrió.
—De manera que cuando yo llegué, me quemó los ojos y me arrojó a una mazmorra por diversión.
Julián dio media vuelta y volvió a contemplar a la mantícora.
—Eres tonto —dijo finalmente—. Desde el principio fuiste un instrumento. Te usaron para obligarnos a precipitar nuestra acción y, sin importar lo que ocurriera, tú perdías. Si ese estúpido ataque de Bleys hubiera tenido éxito, tú no habrías sobrevivido lo suficiente ni siquiera para descansar de la batalla. Si fracasaba, como ocurrió, Bleys desaparecería, como lo hizo, dejándote a ti con tu vida en peligro acusado de intento de usurpación. Tú habías cumplido su propósito y tenías que morir. Nos dejaron muy poca elección al respecto. Por derecho, tendríamos que haberte matado… y tú lo sabes bien.
Me mordí los labios. Podría haber dicho muchas cosas. Pero si lo que me contaba se aproximaba algo a la verdad, en parte tenía razón. Además, quería escucharlo todo.
—Eric —continuó— supuso que eventualmente recuperarías la vista… teniendo en cuenta la forma en que nuestro cuerpo se regenera. Era una situación muy delicada. Si Papá regresaba, Eric podría devolver la corona justificando todos sus actos satisfactoriamente… excepto si te mataba. Ese hubiera sido un movimiento demasiado obvio para garantizar su continuidad en el trono más allá de los problemas del momento. Y con toda franqueza, te diré que lo que él quería era encerrarte y olvidarse de ti.
—¿Entonces de quién fue la idea de quemarme los ojos?
De nuevo permaneció en silencio durante un buen rato. Luego habló muy bajo, casi en un susurro:
—Escucha todo lo que voy a decirte, por favor. Fue mía, y tal vez te salvó la vida. Cualquier castigo que se te infligiera tenía que ser casi tan importante como una pena de muerte, de lo contrario te habrían matado ellos. Ya no tenías ninguna utilidad para su grupo, pero si seguías vivo y en Ámbar, existía potencialmente la posibilidad de que te convirtieras en un peligro en el futuro. Utilizarían tu Triunfo y, una vez establecido el contacto, te matarían; o te liberaban, sacrificándote posteriormente en una acción contra Eric. Sin embargo, si estabas ciego, desaparecía la necesidad de eliminarte y ya no les servirías para nada que pudieran tener en mente. Esto te salvó quitándote de la escena durante un tiempo, y nos salvó a nosotros evitando que cometiéramos un acto más contundente que algún día podría ser utilizado en contra nuestra. Tal como lo vimos, no nos quedaba ninguna otra elección. Era lo único que podíamos hacer. No podíamos ser tolerantes, porque entonces sospecharían que te reservábamos para usarte luego. Y en el momento que hubieras adquirido la más mínima perspectiva de valor, habrías sido un hombre muerto. Lo más que podíamos hacer era pasar por alto cada visita que realizara Lord Rein. Eso era lo único.
—Ya veo —comenté.
—Sí —acordó él—. Recuperaste la vista demasiado pronto. Nadie imaginó que la recobrarías tan rápidamente, ni que serías capaz de escapar como lo hiciste. ¿Cómo lo conseguiste?
—¿Acaso Macy’s comenta su estrategia comercial con Gimbel’s?
—¿Perdón?
—He dicho…, no importa. ¿Qué sabes del encarcelamiento de Brand?
De nuevo me observó.
—Todo lo que sé es que hubo una especie de escisión en su grupo. Desconozco los detalles. Por algún motivo, Bleys y Fiona temían matarlo y a la vez temían dejarlo en libertad. Cuando lo liberamos del compromiso con ellos —el confinamiento—, Fiona, aparentemente, demostró más miedo de verlo libre.
—Y tú comentaste que le temías lo suficiente como para eliminarlo. ¿Por qué, después de todo el tiempo transcurrido, cuando todo ese asunto era historia y la esfera de poder nuevamente cambió de manos? Estaba débil, casi incapacitado. ¿Qué daño podía hacer?
Suspiró.
—No entiendo el poder que posee —dijo—, pero es muy considerable. Sé que puede viajar a través de la Sombra con su mente; puede sentarse en una silla y localizar lo que busca en la Sombra, trayéndolo hasta él con un simple acto de voluntad, sin moverse de ella; también viaja por la Sombra de manera muy similar. Abre su mente al lugar que quiere visitar, forma una especie de portal mental y luego, simplemente, lo cruza. Incluso creo que a veces sabe lo que la gente piensa. Es como si él mismo se hubiera convertido en una especie de Triunfo viviente. Conozco esto porque he visto cómo lo hacía. Casi al final, cuando lo teníamos bajo vigilancia en el palacio, se libró de nosotros de este modo. Fue la vez que viajó a la Tierra de sombra e hizo que te ingresaran en Bedlam. Una vez que conseguimos apresarlo de nuevo, uno de nosotros permaneció con él todo el tiempo. Sin embargo, todavía no sabíamos que podía atraer objetos de la Sombra. Cuando él se dio cuenta de que tú habías escapado, trajo a una bestia espantosa que atacó a Caine, quien entonces era su guardaespaldas. Y nuevamente fue en tu busca. Creo que después de eso Bleys y Fiona lo capturaron, antes de que pudiéramos hacerlo nosotros, y no volví a verlo hasta aquella noche en la biblioteca cuando lo liberamos. Le tengo miedo porque posee poderes mortíferos que yo no entiendo.
—En ese caso, me pregunto cómo consiguieron encerrarlo.
—Fiona tiene poderes muy parecidos, y creo que Bleys también los tenía. Entre ellos dos parece que anularon la mayor parte de los poderes de Brand a la vez que creaban un lugar donde estos fueran inoperantes.
—No del todo —observé—. Pudo enviarle un mensaje a Random. De hecho, una vez contactó conmigo, aunque débilmente.
—Por lo que dices, es obvio que no del todo —comentó—. Pero sí lo suficiente. Hasta que nosotros atravesamos esas defensas.
—¿Qué sabes de la actitud de ellos hacia mí… primero me encierran, luego intentan matarme… luego salvarme?
—Eso no lo entiendo —contestó—, salvo que formaba parte de la lucha de poder que había estallado dentro de su propio grupo. Sé que se dividieron, e imagino que uno u otro lado tenía en mente usarte para su beneficio. Por lo que, naturalmente, un lado quería matarte mientras que el otro luchaba por mantenerte con vida. Al final, Bleys fue el primero en llegar hasta ti, momento que aprovechó para lanzar el ataque sobre Ámbar.
—Pero él fue quien intentó matarme en la Tierra de sombra —comenté—. Él fue quien disparó a las ruedas de mi coche.
—¿Oh?
—Bueno, eso es lo que me dijo Brand…, aunque hay muchos puntos nebulosos.
—Ahí no puedo ayudarte —replicó—. Desconozco lo que ocurría dentro de su grupo por aquel entonces.
—Sin embargo, te veías con Fiona en Ámbar —indiqué—. De hecho, eras más que cordial con ella siempre que os encontrabais.
—Por supuesto —dijo, sonriendo—. Siempre he sentido predilección por Fiona. Ciertamente es la más adorable y civilizada de todos nosotros. Es una pena que Papá fuera intransigente con respecto al matrimonio entre hermanos, como bien sabes. Me molestó que tuviéramos que ser adversarios durante tanto tiempo. Pero, después de la muerte de Bleys, de tu encarcelamiento y la coronación de Eric, todo volvió a ser normal entre nosotros dos. Ella aceptó su derrota con elegancia, y ahí acabó todo. Obviamente, estaba tan asustada como yo ante el posible retorno de Brand.
—Brand contó los hechos de manera diferente —comenté—, pero, una vez más, es lo que haría él. Dijo que Bleys todavía vive, que lo localizó con su Triunfo y sabe que está en la Sombra, entrenando otro ejército para un nuevo ataque contra Ámbar.
—Supongo que es posible —dijo Julián—. Pero ahora nos encontramos adecuadamente preparados para enfrentarnos a él, ¿no es cierto?
—Comentó que ese sería una ataque de distracción —continué—, que el verdadero vendría desde las Cortes del Caos, a través del camino negro. Dice que Fiona está oculta, preparando el acceso para este ataque.
Frunció el ceño.
—Espero que estuviera mintiendo —observó—. Me perturbaría ver su grupo reorganizado contra nosotros nuevamente, y esta vez con ayuda de las fuerzas oscuras. Además, odiaría que Fiona estuviera involucrada en ello.
—Brand aseguró que él ya no pertenecía al grupo, que había visto el error de su alianza… y demás aseveraciones por el estilo.
—¡Ja! Antes confiaría en esta bestia que acabo de matar que en la palabra de Brand. Espero que hayas tenido el sentido común de mantenerlo vigilado…, aunque de poco serviría si recuperó sus poderes.
—¿Pero qué puede estar planeando ahora?
—O ha resucitado al viejo triunvirato, pensamiento que no me gusta nada, o tiene un plan nuevo en el que sólo está involucrado él. Pero recuerda esto, tiene un plan. Nunca ha estado satisfecho de ser únicamente un espectador. Siempre está maquinando algo. Juraría que incluso intriga mientras duerme.
—Tal vez tengas razón —dije—. ¿Sabes? Algo nuevo ha ocurrido, y todavía no sé si para bien o para mal. Acabo de pelearme con Gérard. Piensa que le hice algún daño a Brand. Esto no es así, pero no me encontraba en posición de demostrar mi inocencia. Soy la última persona, que yo sepa, que vio a Brand hoy. Gérard visitó sus habitaciones hace muy poco. Dice que están totalmente revueltas, con manchas de sangre aquí y allí, y que Brand no está. No sé qué pensar.
—Yo tampoco. Pero espero que eso signifique que alguien ha hecho el trabajo bien esta vez.
—Señor —repliqué—, todo está tan confuso. Ojalá hubiera sabido todo esto antes.
—Nunca se dio la oportunidad adecuada para contártelo —comentó—, hasta ahora. Ciertamente, no cuando estabas prisionero y a mano, y después tú desapareciste durante una buena temporada. Cuando volviste con tus tropas y tus armas nuevas, no sabía cuáles eran tus intenciones. Luego todo sucedió demasiado deprisa y Brand regresó. Era demasiado tarde. Tuve que largarme para salvar mi vida. Aquí en Arden soy fuerte. Aquí, puedo repeler cualquier ataque suyo. Tengo a mis patrullas en alerta constante y a la espera de que se sepa la muerte de Brand. Quería preguntaros a uno de vosotros si aún vivía. Pero no me decidía sobre con quién hablar; pensé que todavía sería sospechoso si hubiera muerto. Pero tan pronto como contactara con alguien, y si aún estaba vivo, pensaba matarlo yo mismo. Y ahora esto… ¿Qué piensas hacer, Corwin?
—Voy a buscar la Joya del Juicio a un lugar donde la guardé en la Sombra. Hay una manera de utilizarla en la destrucción del camino negro. Lo intentaré.
—¿Cómo?
—Es una historia demasiado larga, y me ha venido a la cabeza un pensamiento terrible.
—¿Cuál?
—Brand quiere la Joya. Me preguntó sobre ella, y ahora que sé la habilidad que tiene para encontrar lo que desea en la Sombra, trayéndolo sin moverse… ¿Hasta dónde tiene dominado este poder?
Julián quedó pensativo.
—No es omnisciente, si eso es lo que quieres saber. Nosotros encontramos lo que deseamos en la Sombra de la manera habitual… o sea, yendo hacia ello. De acuerdo con Fiona, él se evita el trayecto. Por lo tanto, es un objeto, y no un objeto en particular, lo que él atrae. Además, por lo que Eric me contó, la Joya es un elemento muy peculiar. Creo que Brand, una vez que encuentre el lugar en el que se halla, tendrá que ir él mismo en su busca.
—Será mejor que me apresure. Tengo que llegar antes que él.
—Veo que montas a Drum —observó Julián—. Es un buen animal, y resistente. Ha pasado por muchas cabalgadas terribles.
—Es bueno saberlo —dije—. ¿Qué harás tú ahora?
—Contactar con alguien en Ámbar para que me ponga al día de todo lo que tú y yo hemos dejado en el aire. Probablemente con Benedict.
—No lo intentes —comenté—. Te resultará imposible, ya que se ha marchado hacia las Cortes del Caos. Trata con Gérard, y mientras hablas con él convéncelo de que soy un hombre honorable.
—Los pelirrojos son los únicos magos de esta familia, pero trataré… ¿Has dicho las Cortes del Caos?
—Sí, pero no hay tiempo para explicártelo.
—Por supuesto. Vete ya. Confío en que más adelante lo tengamos.
Alargó la mano y me apretó el brazo. Miré a la mantícora y a los perros sentados a su alrededor.
—Gracias, Julián. Yo… Eres un hombre difícil de entender.
—No tanto. Creo que el Corwin al que odié murió hace siglos. ¡Emprende la marcha! Si Brand aparece por aquí, colgaré su pellejo de un árbol.
Mientras yo montaba le gritó unas órdenes a los perros, y estos se lanzaron sobre el cadáver de la mantícora, arrancando enormes trozos de carne de él. Cuando pasé al lado de esa extraña, inmensa y humana cara, vi que todavía sus ojos permanecían abiertos, aunque estaban vidriosos. Eran azules, y la muerte no les había robado una cierta inocencia preternatural. O tal vez fuera el regalo final de la muerte… una insensata manera de distribuir las ironías.
Conduje a Drum hasta el sendero y comencé mi cabalgada hacia el infierno.