DESPUÉS DE VISITAR LAS COCINAS, donde reuní gran cantidad de comida que devoré, me dirigí a los establos y elegí un hermoso alazán que una vez perteneció a Eric. A pesar de ello, me hice amigo suyo, y un rato después descendíamos por el sendero de Kolvir que nos llevaría directamente hasta el campamento donde se encontraba alojado el ejército que recluté en la Sombra. A medida que cabalgaba, digiriendo la comida, ordené los acontecimientos y revelaciones de lo que, para mí, habían sido las últimas horas. Si de verdad Ámbar se había levantado debido al acto de rebelión de Dworkin dentro de las Cortes del Caos, esto indicaba que todos nosotros estábamos relacionados con las mismas fuerzas que ahora nos amenazaban. Por supuesto, era bastante difícil saber hasta dónde se podía confiar en las palabras de Dworkin. Sin embargo, el camino negro llegaba hasta las Cortes del Caos, aparentemente como consecuencia directa del ritual realizado por Brand, basado en los principios que aprendió de Dworkin. Afortunadamente hasta ahora, las partes de la narración de Dworkin que requerían la máxima aceptación para ser creídas, eran aquellas que carecían de importancia desde un punto de vista inmediato y práctico. Aun así, mis sentimientos no estaban del todo reconciliados al saber que descendíamos de un unicornio…

—¡Corwin!

Tiré de las riendas. Abrí mi mente a la llamada y apareció la imagen de Ganelón.

—Estoy aquí —le dije—. ¿.Dónde conseguiste un mazo de Triunfos? ¿Y cómo aprendiste a usarlos?

—Cogí uno hace poco de la biblioteca. Pensé que sería una buena idea disponer del medio para entrar en contacto contigo en caso de necesidad. Y con respecto a su manejo, puse en práctica lo que tú y los otros parecéis hacer… Estudio el Triunfo, pienso en él y me concentro en establecer contacto con la persona.

—Debí haberte conseguido uno hace tiempo —comenté—. Fue un olvido por mi parte que me alegra que hayas remediado. ¿Estás simplemente probándolos o ha ocurrido algo?

—Lo segundo —contestó—. ¿Dónde te encuentras?

—Si creemos en las coincidencia, me dirijo a verte.

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

—Estupendo. Continúa tu camino. Todavía no me atrevo a traerte hasta donde yo me encuentro de la manera que lo hacéis vosotros. Te veré dentro de un rato.

—De acuerdo.

Rompió el contacto y yo solté las riendas y continué la marcha. Durante un momento, me irritó que él simplemente no me hubiera pedido un mazo de Triunfos. Luego recordé que había estado fuera durante una semana, tiempo de Ámbar. Probablemente se había preocupado por mi ausencia, y no confiaba en ninguno de los demás para que se lo dieran. Tal vez tenía razón.

El descenso fue rápido, al igual que el balance del viaje al campamento. El caballo —cuyo nombre, de paso, era Drum— parecía feliz de ir a alguna parte y tenía la tendencia de desviarse con cualquier excusa. En un momento lo hice galopar para cansarlo un poco y poco después divisé el campo. En ese instante me di cuenta de que echaba de menos a Star.

Cuando entré en el campamento fui el centro de las miradas y los saludos. El silencio me seguía y toda actividad cesó a mi paso. Me pregunté si pensaban que había ido para dar la orden de batalla.

Ganelón surgió de su tienda antes de que yo hubiera desmontado.

—Has sido rápido —observó, estrechando mi mano cuando bajé del caballo—. Llevas un bonito caballo.

—Sí —acordé, entregándole las riendas a su ordenanza—. ¿Qué noticias tienes?

—Bueno… —comenzó—. He estado hablando con Benedict…

—¿Algún movimiento en el camino negro?

—No, no. Nada de eso. Vino a verme después de visitar a sus amigos —los Tecy— para decirme que Random se encontraba bien, que estaba siguiendo una pista que podría conducirle hasta Martin. Después conversamos de otros asuntos, y finalmente me pidió que le contara todo lo que supiera sobre Dará. Random le dijo cómo había atravesado el Patrón, y entonces él llegó a la conclusión de que había demasiado gente, aparte de ti, que conocía su existencia.

—¿Y qué le dijiste?

—Todo.

—¿Incluyendo las hipótesis, las especulaciones… después de la noche en Tir-na Nog’th?

—Así es.

—Ya veo. ¿Cómo lo tomó?

—Pareció excitado. Incluso me atrevería a decir que feliz. Ven y habla tú mismo con él.

Asentí y él se dirigió hacia la tienda. Retiró la cortina y se hizo a un lado. Entré.

Benedict estaba sentado en un banco bajo al lado de un baúl sobre el cual había un mapa extendido. Trazaba algo en el mapa con el largo dedo metálico de la esquelética y reluciente mano unida al mecánico brazo forjado a fuego, mortal y de cables plateados, que yo había traído desde la ciudad en el cielo; todo el aparato ahora estaba unido al muñón de su brazo derecho justo por debajo del punto donde la manga había sido cortada en su camisa marrón. Esta transformación me paró en seco con un escalofrío repentino, ya que se parecía mucho al fantasma que yo había encontrado allí arriba. Sus ojos se alzaron hasta posarse en los míos y levantó la mano en señal de saludo, fue un gesto casual y perfectamente ejecutado, esbozando la sonrisa más amplia que yo hubiera visto jamás cruzar su cara.

—¡Corwin! —exclamó, poniéndose de pie y extendiendo aquella mano.

Me obligué a estrechar ese aparato que casi me mata. Pero Benedict parecía más favorablemente dispuesto hacia mí de lo que lo había estado en mucho tiempo. Apreté la mano nueva y la presión que ejerció fue perfecta. Traté de quitarme de la mente su frialdad y sus angulosidades, casi lográndolo ante la sorpresa que me produjo ver el dominio que había adquirido sobre ella en tan poco tiempo.

—Te debo un disculpa —me dijo—. He sido injusto contigo. Lo siento mucho.

—No te preocupes —comenté—. Lo entiendo.

Apoyó durante un momento la mano en mi hombro, y mi creencia de que nuestras diferencias aparentemente habían sido solventadas se vio oscurecida sólo por el tacto de aquellos eficaces y mortales dedos en mi espalda.

Ganelón se rio entre dientes y trajo otro banco, que colocó en el otro extremo del baúl. Mi irritación porque hubiera contado los detalles que yo no quería divulgar, sin importar las circunstancias, se vio mitigada ante la vista de sus efectos: no recordaba a Benedict de tan buen humor; obviamente, Ganelón estaba feliz de haber eliminado nuestras diferencias.

Yo mismo sonreí y acepté el banco, desabrochándome el cinturón de la espada y colgando a Grayswandir del mástil de la tienda. Ganelón sacó tres copas y una botella de vino. Cuando colocó las copas delante nuestro y servía el vino, comentó:

—Para devolverte la hospitalidad que mostraste en tu tienda, aquella noche en Avalón.

Benedict cogió la copa, sin producir apenas ningún sonido al hacerlo.

—Estamos más relajados en esta tienda —observó—. ¿No es así, Corwin?

Asentí y alcé mi copa.

—Por esta tranquilidad. Que siempre siga así.

—He tenido mi primera oportunidad en mucho tiempo —dijo— de hablar con Random en profundidad. Ha cambiado bastante.

—Sí —acordé.

—Ahora me siento más inclinado a confiar en él que en tiempos pasados. Tuvimos tiempo de conversar cuando dejamos a los Tecy.

—¿Hacia dónde os dirigíais?

—Según algunos comentarios que Martin les había hecho, parecía encaminarse a un lugar que yo conozco y que está bastante alejado en la Sombra… la ciudad de piedra de Heerat. Fuimos hasta allí y comprobamos que nos encontrábamos en la pista correcta. Había pasado por aquel sitio.

—No conozco Heerat —comenté.

—Es un lugar de adobe y piedra… una ciudad que está en el cruce de varias rutas comerciales. Una vez allí, Random descubrió noticias que le conducían hacia el este, y se internó más en la Sombra. Nos despedimos en Heerat, ya que yo no quería permanecer demasiado tiempo fuera de Ámbar. También tenía un asunto personal que quería investigar. Me contó que vio a Dará atravesando el Patrón el día de la batalla.

—Es verdad —corroboré—. Lo hizo. Yo también me encontraba allí.

Asintió.

—Como te dije, Random me impresionó. Le creí cuando me lo contó. Y si esto era así, también es posible que tú dijeras la verdad. Dándolo por sentado, tenía que investigar las afirmaciones de la muchacha. Tú no estabas a mano, así que vine a ver a Ganelón —esto fue hace varios días— e hice que me contara todo lo que supiera acerca de Dará.

Miré a Ganelón, quien inclinó ligeramente la cabeza.

—Así que ahora crees que has descubierto a un pariente nuevo —expresé—, un pariente mentiroso y casi con toda certeza un enemigo… pero, a pesar de todo, de la familia. ¿Cuál será tu próximo paso?

Bebió un sorbo de vino.

—Me gustaría que esa relación fuera verdadera —comenzó—. La idea, de alguna manera, me agrada. Por lo que deseo averiguar con total certeza si es real o ficticia. Si descubro que de verdad estamos relacionados, entonces querría entender los motivos que hay detrás de sus acciones. Y también me gustaría que me dijera por qué nunca me reveló a mí directamente su existencia. —Depositó su copa en el baúl, alzó su nueva mano y flexionó los dedos—. Así que quiero comenzar —continuó— sabiendo todas las cosas que experimentaste en Tir-na Nog’th y que incidan directamente en mí y en Dará. También siento una profunda curiosidad sobre esta mano, que actúa como si hubiera sido hecha especialmente para mí. Nunca supe que se pudiera obtener un objeto físico en la Ciudad en el Cielo. —Cerró la mano en un puño, abriéndola luego, giró la muñeca, extendió el brazo, lo alzó, bajándolo suavemente hasta apoyarlo en su rodilla—. Random realizó una perfecta operación quirúrgica, ¿no crees? —concluyó.

—Totalmente —acordé.

—Bien, ¿me contarás la historia?

Asentí y bebí un poco de vino.

—Ocurrió en el Palacio en el Cielo —comencé—. El lugar estaba bañado por sombras cambiantes y oscuras como la tinta. Sentí el impulso de visitar el salón del trono.

Lo hice, y cuando las sombras se abrieron, te vi a ti de pie a la derecha del trono, y llevabas ese brazo. Cuando la atmósfera se aclaró más, vi a Dará sentada sobre el trono. Avancé y la toqué con Grayswandir, lo que me hizo visible a ella. Declaró que yo estaba muerto desde hacía varios siglos, ordenándome regresar a la tumba. Cuando le exigí que me diera su ascendencia, dijo que descendía de ti y de la doncella del infierno, Lintra.

Benedict respiró profundamente pero no dijo nada. Yo continué:

—El tiempo, explicó ella, transcurría de manera tan diferente en el lugar de su nacimiento, que allí habían pasado varias generaciones. Ella era la primera de su especie que poseía los atributos humanos regulares. De nuevo ordenó que me marchara. Durante todo ese tiempo tú estudiabas a Grayswandir. Entonces atacaste para alejarla del peligro, y los dos luchamos. Mi espada podía tocarte y tu brazo podía tocarme. Eso fue todo. Con respecto a nosotros, fue un enfrentamiento entre fantasmas. Cuando el sol ascendió y la ciudad desaparecía, tú me atrapaste por el hombro con esa mano. La separé de tu brazo con Grayswandir y escapé. Retornó conmigo debido a que todavía estaba aferrada mi hombro.

—Es curioso —dijo Benedict—. Tenía entendido que ese lugar mostraba profecías falsas… los miedos y deseos ocultos del visitante en vez del cuadro real de lo que ocurrirá. Pero también a veces revela verdades desconocidas. Y como en la mayoría de los casos, es difícil separar lo verdadero de lo falso. ¿Cómo lo interpretaste tú?

—Benedict —declaré—, yo me inclino a creer la historia de su origen. Tú nunca la has visto, pero yo sí. En algunos aspectos se parece a ti. Y con respecto a lo demás… sin duda es como tú lo has expresado.

Lentamente asintió, y comprendí que no estaba convencido pero no quería insistir en el asunto. Sabía tan bien como yo lo que implicaba el resto. Si él decidiera reclamar el trono, y lo conseguía, era posible que algún día abdicara en favor de su única descendiente.

—¿Qué harás? —le pregunté.

—¿Hacer? —respondió—. ¿Qué es lo que está haciendo Random respecto a su hijo? La buscaré y la encontraré, y escucharé su historia de sus propios labios, y luego tomaré una decisión. Sin embargo, esto puede esperar, por lo menos hasta que se solucione el problema del camino negro. Ese es otro asunto que quiero que discutamos.

—¿Sí?

—Si el tiempo transcurre de una manera tan diferente en su fortaleza, han tenido más tiempo del que necesitaban para montar otro ataque. No deseo que esperemos hasta enfrentarnos con ellos sin la completa seguridad de que ganaremos. Estoy pensando en recorrer el camino negro hasta su origen y atacarlos en su propio terreno. Desearía hacerlo con tu aprobación.

—Benedict —pregunté—, ¿has contemplado alguna vez las Cortes del Caos?

Alzó la cabeza y contempló una de las vacías paredes de la tienda.

—Eras atrás, en mi juventud —dijo—. Cabalgué hasta el fin de mi resistencia, donde todo acaba. Y allí, bajo un cielo dividido, posé mis ojos sobre un horrible abismo. No sé si el lugar permanece allí o si el camino llega hasta tan lejos, pero, si ese fuera el caso, estoy dispuesto a recorrerlo otra vez.

—Ese es el caso —declaré.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—He regresado de esa tierra. Una ciudadela oscura flota en el abismo. El camino llega hasta ella.

—¿Fue muy duro el trayecto?

—Toma —dije, extrayendo el Triunfo y pasándoselo—. Era de Dworkin. Lo encontré entre sus cosas. Acabo de probarlo; y me llevó allí. El tiempo, una vez que llegas, pasa muy rápido. Fui atacado por un jinete que recorría un camino de niebla, este camino no aparece en la carta. El contacto con los Triunfos es difícil estando allí; tal vez se deba a la diferencia temporal. Gérard me trajo de vuelta.

Estudió la carta.

—Parece el lugar que vi entonces —dijo por fin—. Esto soluciona nuestros problemas logísticos. Con uno de nosotros en cada extremo y manteniendo contacto con los Triunfos, podemos transportar las tropas directamente, como lo hicimos aquella vez desde Kolvir a Garnath.

Asentí.

—Ese es uno de los motivos por el que te lo enseñé, para mostrarte mi buena fe. Tal vez exista otra manera que implique menos riesgos que llevar a nuestras tropas hacia lo desconocido. Quisiera que retrasaras tu intento hasta que yo compruebe más detalladamente mi plan.

—De todas las formas tendré que posponerlo, ya que primero quiero establecer un servicio de inteligencia que me consiga más datos sobre ese lugar. Ni siquiera sabemos si tus armas automáticas funcionan allí, ¿verdad?

—No. No tenía ninguna conmigo para probarla.

Frunció los labios.

—Tendrías que haberte llevado una contigo.

—Las circunstancias de mi partida no me lo permitieron.

—¿Circunstancias?

—En otro momento te lo contaré. Aquí no tiene ninguna relevancia. Hablaste de seguir el camino negro hasta su origen…

—¿Si?

—Ese no es su verdadero origen. Su verdadero origen está en la verdadera Ámbar, en el defecto del Patrón original.

—Sí, lo sé. Tanto Random como Ganelón me describieron vuestro viaje al lugar donde yace el verdadero Patrón, y el daño que tiene. Veo la analogía, la posible conexión…

—¿Recuerdas mi huida de Avalen y tu persecución?

Como respuesta, sólo sonrió levemente.

—Hubo un punto en el que atravesamos el camino negro —dije—. ¿Lo recuerdas?

Entrecerró los ojos.

—Sí —contestó—. Abriste un sendero a través de él. Y donde lo hiciste el mundo volvió a la normalidad. Lo había olvidado.

—Fue el efecto del Patrón sobre el camino —expliqué—, y creo que este efecto puede usarse en una escala mucho mayor.

—¿Cómo de grande?

—Algo que nos permita eliminar todo el camino.

Se echó hacia atrás y estudió mi rostro.

—¿Entonces por qué no lo intentas ya?

—Primero tengo que concretar ciertas cosas.

—¿Cuánto tiempo te tomará hacerlo?

—No mucho. Posiblemente sólo unos pocos días. Tal vez unas semanas.

—¿Por qué no lo mencionaste antes?

—Yo mismo lo descubrí hace muy poco tiempo.

—¿Cómo se hace?

—Básicamente, se reduce a reparar el Patrón.

—De acuerdo —dijo—. Supongamos que tienes éxito. El enemigo todavía estará ahí —hizo un gesto hacia Garnath y el camino negro—. Alguien una vez les abrió un pasaje.

—El enemigo siempre ha estado ahí —dije yo—. Y dependerá de nosotros que nunca más se les brinde una entrada… encargándonos adecuadamente de aquellos que en primer lugar se la proporcionaron.

—Estoy de acuerdo contigo en ese punto —aceptó—, pero eso no es lo que quería decir. Necesitan una lección, Corwin. Quiero enseñarles el respeto apropiado para Ámbar, un respeto tal que incluso si el camino se abre otra vez, teman usarlo. Eso es lo que quise decirte. Es necesario.

—No tienes idea de lo que sería llevar una batalla hasta aquel lugar, Benedict. Es —literalmente— indescriptible.

Sonrió y se incorporó.

—Entonces creo que lo mejor será que lo vea por mí mismo —dijo—. Me quedaré con esta carta durante un tiempo, si no te importa.

—No me importa.

—Bien. Entonces prepara tu estrategia acerca del Patrón, Corwin, mientras yo inspecciono el camino. Supongo que esto tomará cierto tiempo. Ahora debo irme para dar las órdenes pertinentes a mis comandantes mientras yo esté ausente. Establezcamos que ninguno de los dos dará un paso decisivo sin consultar primero con el otro.

—De acuerdo —acepté.

Acabamos nuestro vino.

—Pronto me pondré en marcha —comenté—. Que tengas buena suerte.

—Tú también —sonrió otra vez—. Todo está mejor entre nosotros —dijo, y me apretó el hombro al salir.

Le seguimos fuera.

—Trae el caballo de Benedict —le ordenó Ganelón al ordenanza que estaba al lado de un árbol próximo; volviéndose, le ofreció la mano a Benedict—. Yo también quiero desearte suerte —comentó.

Benedict asintió, estrechándosela.

—Gracias, Ganelón. Por muchas cosas.

Benedict sacó sus Triunfos.

—Pondré a Gérard al tanto —dijo— antes de que me traigan el caballo.

Buscó entre las cartas y sacó una, estudiándola.

—¿Qué es lo que tienes que hacer para reparar el Patrón? —me preguntó Ganelón.

—Tengo que conseguir una vez más la Joya del Juicio —contesté—. Con ella, puedo volver a trazar la zona dañada.

—¿Es peligroso?

—Sí.

—¿Dónde está la Joya?

—En la Tierra de Sombra, donde la dejé.

—¿Y por qué la abandonaste?

—Temí que estuviera matándome.

Sus facciones cobraron una cualidad casi imposible cuando hizo una mueca.

—No me gusta como suena esto, Corwin. Tiene que haber otra manera de hacerlo.

—Si la conociera, la usaría.

—¿Supón que sigues el plan de Benedict y los atacamos en su fortaleza? Una vez me dijiste que él es capaz de reunir legiones casi infinitas en la Sombra. También comentaste que es el mejor de todos en el campo de batalla.

—Pero el daño todavía seguiría en el Patrón, y surgiría cualquier otro peligro que llenaría ese hueco. Siempre. El enemigo del momento no es tan importante como nuestras debilidades internas. Si no arreglamos esto estamos perdidos, aunque en nuestra tierra no haya ningún conquistador extranjero.

Se dio la vuelta.

—No puedo discutir contigo. Tú conoces tu propio reino —dijo—. Pero todavía tengo el presentimiento de que tal vez cometes un grave error al arriesgarte tú mismo en algo que quizás sea innecesario en un momento en que se te necesita tanto.

Me reí entre dientes, ya que era la palabra que había utilizado Vialle y que yo no quise reconocer como mía cuando la usó.

—Es mi deber —le dije.

No replicó.

Benedict, a unos doce pasos de distancia, aparentemente había establecido contacto con Gérard, ya que murmuró algo y luego se detuvo, escuchando. Nosotros permanecimos allí de pie, esperando que él concluyera su conversación para despedirnos.

—… Sí, está aquí ahora —le escuché comentar—. No, lo dudo mucho. Pero…

Benedict miró en mi dirección varias veces y sacudió la cabeza.

—No, no lo creo —dijo. Luego añadió—: De acuerdo, ven.

Extendió su brazo nuevo y Gérard se materializó, aferrado a él. Gérard volvió la cabeza, me vio, e inmediatamente se aproximó hasta donde yo me encontraba.

Me inspeccionó de arriba a abajo, como si buscara algo.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Brand —replicó—. Ya no está en sus habitaciones. Y ha dejado un rastro de sangre. Todo el lugar está revuelto, como si se hubiera producido una pelea.

Bajé la vista a la parte frontal de mi camisa y mis pantalones.

—¿Y buscas manchas de sangre? Como puedes ver, llevo la misma ropa que antes. Puede que esté sucia y arrugada, pero eso es todo.

—Eso en realidad no prueba nada —dijo.

—Fue idea tuya mirar. No mía. ¿Por qué crees…?

—Tú fuiste el último en verle —comentó.

—Salvo la persona con la que luchó… si es que hubo alguna.

—¿Qué quieres decir?

—Ya conoces sus arranques de ira, sus estados de ánimo. Tuvimos una pequeña discusión. Tal vez cuando me marché comenzó a romper cosas, incluso tal vez se cortó el mismo y, disgustado, se marchó a través de un Triunfo a otro lugar… ¡Espera! ¡Su alfombra! ¿Había alguna mancha de sangre en esa pequeña alfombra que hay ante su puerta?

—No estoy seguro… no, no lo creo. ¿Por qué?

—Es una evidencia circunstancial de que lo hizo él mismo. Está muy apegado a esa alfombra. Evita ensuciarla.

—No me trago eso —comentó Gérard—, y la muerte de Caine todavía no está aclarada… y aún están las muertes de los sirvientes de Benedict, que quizás descubrieran que buscabas pólvora. Y ahora Brand…

—Este bien podría ser otro intento de culparme a mí —observé—, y Benedict y yo hemos mejorado nuestras relaciones.

Se volvió hacia Benedict, que no se había movido de donde estaba a doce pasos de distancia, y que nos contemplaba, escuchando.

—¿Te ha presentado alguna coartada para esas muertes? —le preguntó Gérard.

—No directamente —contestó Benedict—, pero gran parte de la historia ahora aparece bajo una luz más clara. Tanto es así, que estoy inclinado a creerlo todo.

Gérard sacudió la cabeza y volvió a mirarme con furia.

—Todavía no está aclarado —dijo—. ¿Sobre qué discutíais tú y Brand?

—Gérard —comenté—, eso es asunto nuestro, hasta que Brand y yo decidamos lo contrario.

—Lo arrastré de vuelta a la vida y velé por él, Corwin. Y no lo hice simplemente para ver cómo lo mataban por una discusión.

—Usa tu cerebro —le pedí—. ¿De quién fue la idea de buscarlo de la manera en que lo hicimos? ¿De traerlo de vuelta?

—Querías algo de él —observó—. Y ya lo obtuviste. Entonces se convirtió en un estorbo.

—No. Pero incluso si ese fuera el caso, ¿crees que lo hubiera hecho de una manera tan estúpidamente obvia? Si lo han matado, entonces es con el mismo propósito que mataron a Caine… para culparme.

—También utilizaste la excusa de lo obvio con la muerte de Caine. Me parece que puede ser una especie de sutileza… algo en lo que tú eres un maestro.

—Ya hemos pasado por esto antes, Gérard…

—… Y tú sabes lo que te dije entonces.

—Sería difícil olvidarlo.

Alargó un brazo y me cogió el hombro derecho. Inmediamente le hundí mi puño izquierdo en el estómago y me aparté. Entonces se me ocurrió que tal vez debería haberle dicho lo que Brand y yo habíamos hablado.

Pero no me gustó la manera en que me lo pidió.

Nuevamente se abalanzó sobre mí. Lo esquivé, dándole un golpe flojo cerca del ojo derecho. Continué fintando y lanzando golpes, principalmente para mantenerle la cabeza hacia atrás. Yo no me encontraba en condiciones de volver a luchar con él, y Grayswandir estaba en el interior de la tienda. Me encontraba completamente desarmado.

No dejaba de bailar a su alrededor. Si lanzaba una patada con mi pierna izquierda me dolía el costado. Una vez le di en el muslo con mi pie derecho, pero fui lento y estaba un poco desequilibrado, por lo que la patada no causó mucho daño. Continué fintando.

Finalmente logró bloquear mi puño izquierdo, cogiéndome el bíceps con la mano. Debí apartarme entonces, pero tenía su guardia abierta. Me acerqué y le di un fuerte puñetazo en el estómago con toda la fuerza que fui capaz de concentrar. El golpe lo dobló, quitándole el aire, pero su mano se cerró aún más en mi brazo. Con su mano izquierda bloqueó el gancho que le lancé, a la vez que continuaba su movimiento ascendente hasta que el canto de su mano chocó contra mi pecho, al mismo tiempo que doblaba mi brazo izquierdo hacia atrás con tal fuerza que me arrojó al suelo. Si conseguía lanzarse encima mío, aquel sería el final.

Se apoyó en el suelo sobre una rodilla y extendió su mano hacia mi garganta.