ESTÁBAMOS SENTADOS EN SILENCIO. Random había terminado de hablar y Benedict miraba hacia el cielo por encima de Garnath. Su rostro permanecía inexpresivo. Hace mucho que aprendí a respetar su silencio.
Después de un rato, asintió con determinación, volviendo el rostro para mirar a Random.
—Hace tiempo que sospecho algo parecido —declaró— por frases que Papá y Dworkin dejaron caer a lo largo de los años. Deduje que había un Patrón original que habían conseguido localizar o que fue creado por ellos, colocando a nuestra Ámbar sólo a una sombra de distancia para que se alimentara de su fuerza. Sin embargo, nunca averigüé cómo se llegaba a ese lugar —se volvió nuevamente hacia Garnath y lo señaló con su barbilla—. ¿Y eso, me contáis, corresponde a lo que se hizo allí?
—Así parece —replicó Random.
—¿… Por el derramamiento de la sangre de Martin?
—Creo que sí.
Benedict alzó el Triunfo que Random le pasó durante su narración. Desde entonces no había hecho sobre él ningún comentario.
—Sí —asintió en ese momento—, este es Martin. Vino a mí cuando abandonó Rabma. Permaneció conmigo bastante tiempo.
—¿Por qué se dirigió a ti? —preguntó Random.
Benedict esbozó una sonrisa.
—Tenía que ir a algún sitio —contestó—. Estaba cansado de su situación en Rabma, era ambivalente con respecto a Ámbar, joven, libre, y acababa de conseguir su poder mediante el Patrón. Quería marcharse, ver cosas nuevas, viajar por la Sombra… de la misma manera que lo hicimos todos nosotros. Una vez, cuando era niño, lo llevé conmigo a Avalón para que paseara por la tierra reseca de su verano, para enseñarle a montar a caballo y que viera la recogida de una cosecha. Cuando repentinamente se encontró en la posición de ir al lugar que quisiera en un instante, sus elecciones todavía estaban limitadas a los pocos sitios que conocía. Cierto que podría haber imaginado un lugar en ese momento y transportarse allí… creándolo de esa manera. Pero también era consciente de que aún tenía mucho que aprender para garantizar su seguridad en la Sombra. Así que me pidió que fuera su maestro. Y lo fui. Pasó casi todo un año en mi casa. Yo le enseñé a luchar, le enseñé a manejar los Triunfos y los caminos de la Sombra; le instruí en todo aquello que un amberita debe conocer si quiere sobrevivir.
—¿Por qué lo hiciste? —inquirió Random.
—Alguien tenía que hacerlo. Fue a mí a quien recurrió, por lo tanto fui yo el que lo hizo —replicó Benedict—. Y, además, le tenía cariño al muchacho —añadió.
Random asintió.
—Has dicho que permaneció contigo casi un año. ¿Qué ocurrió después?
—Le poseyó ese ansia de viajar que tan bien conocemos. Cuando ya tuvo la suficiente confianza en sus habilidades, quiso ponerlas en práctica. Como parte de la enseñanza, yo le había llevado conmigo en viajes por la Sombra, presentándole a gente que conocía en diferentes lugares. Pero llegó el día en que quiso emprender su propio camino. Y así, una mañana se despidió de mí y se marchó.
—¿Le has vuelto a ver desde entonces? —preguntó Random.
—Sí. Cada cierto tiempo regresaba y permanecía conmigo una temporada, contándome sus aventuras, sus descubrimientos. Siempre quedaba claro que sólo se trataba de una visita. Pasado dicho período, volvía a sentir la inquietud y se marchaba otra vez.
—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
—Hace unos años, tiempo de Avalen, bajo las mismas circunstancias. Apareció una mañana, se quedó unas dos semanas, me contó las cosas que había visto y hecho, y me habló de todo lo que quería hacer. Luego emprendió la marcha una vez más.
—¿Y nunca más supiste de él?
—Todo lo contrario. Cada vez que pasaba por algún lugar donde hubiera amigos mutuos, me dejaba mensajes. Incluso en algunas ocasiones se puso en contacto conmigo a través de mi Triunfo…
—¿Poseía un juego de Triunfos? —interrumpí yo.
—Sí, yo le regalé uno de mis mazos.
—¿Tenías un Triunfo suyo?
Sacudió la cabeza.
—Ni siquiera sabía que existiera hasta que vi este —indicó, alzando la carta, contemplándola y devolviéndosela otra vez a Random—. No poseo el arte para crear uno. Random, ¿has intentado ponerte en contacto con él con este Triunfo?
—Sí, varias veces desde que lo encontramos. De hecho, hace unos minutos. Sin ningún resultado.
—Por supuesto, eso no prueba nada. Si todo sucedió tal como tú piensas y él sobrevivió, tal vez tomó la determinación de bloquear cualquier intento posterior. Sabe cómo hacerlo.
—¿Si ocurrió tal como yo pienso? ¿Acaso tú sabes algo más sobre el asunto?
—Tengo una idea —dijo Benedict—. Hace unos años apareció herido en la casa de unos amigos… en un lugar de la Sombra. Era una herida física producida por la hoja de una espada. Me contaron que llegó hasta su casa en muy malas condiciones y que no les explicó lo ocurrido. Se quedó unos días —hasta que pudo moverse por sus propios medios— y se marchó antes de estar completamente recuperado. Eso fue lo último que supieron de él. También fue lo último que yo supe.
—¿No sentiste curiosidad? —preguntó Random—. ¿No saliste a buscarlo?
—Por supuesto que sentí curiosidad. Y todavía la tengo. Pero un hombre tiene el derecho de llevar su propia vida sin la intromisión de sus familiares, no importa lo bien intencionados que estas sean. Salió de la crisis y no intentó ponerse en contacto conmigo. Aparentemente sabía lo que quería. Me dejó un mensaje con los Tecy, donde me decía que cuando me enterara de lo ocurrido no me preocupara, que sabía lo que estaba haciendo.
—¿Los Tecy? —pregunté.
—Así es. Amigos míos de la Sombra.
Me contuve para no hablar. Creí que ellos eran otro invento de Dará, ya que en muchos casos había distorsionado la verdad. Me mencionó a los Tecy como si los conociera, como si hubiera estado un tiempo con ellos… con el beneplácito de Benedict. Sin embargo, el momento no parecía ser el apropiado para hablarle de la visión que tuve la otra noche en Tir-na Nog’th y lo que esta me indicó sobre la relación que tenía con la muchacha. Yo todavía no había tenido el tiempo suficiente para meditar sobre ello y las implicaciones que aportaba.
Random se incorporó y se acercó hasta el borde de la plataforma, donde se detuvo, dándonos la espalda con las manos entrelazadas detrás. Después de un momento, dio media vuelta y regresó.
—¿Cómo podemos ponernos en contacto con los Tecy? —le preguntó a Benedict.
—De ninguna manera —subrayó Benedict—, a no ser viajando.
Random se volvió hacia mí.
—Corwin, necesito un caballo. Me has dicho que Star ya ha pasado por varias cabalgadas infernales…
—Ha tenido una mañana bastante pesada.
—No fue tan agotadora. Casi todo quedó en un susto, y ahora parece estar bien. ¿Me lo dejas?
Antes de que pudiera responderle, se encaró con Benedict.
—Me llevarás, ¿no es así? —pidió.
Benedict dudó.
—No sé qué más puedes descubrir… —comenzó.
—¡Cualquier cosa! Lo que sea que recuerden… posiblemente algo que en su momento no pareció importante pero que en este momento, con lo que sabemos, sí lo es.
Benedict me miró. Yo asentí.
—Puede montar a Star si tú lo llevas.
—De acuerdo —aceptó Benedict, poniéndose de pie—. Iré a coger mi caballo.
Dio la vuelta y se encaminó al lugar donde estaba amarrado el enorme animal.
—Gracias, Corwin —dijo Random.
—Hazme un favor a cambio.
—¿Qué?
—Déjame el Triunfo de Martin.
—¿Para qué?
—Se me acaba de ocurrir una idea. Es demasiado complicada para que te la cuente si lo que deseas es marcharte lo antes posible. Pero quédate tranquilo, no le ocurrirá nada.
Se mordió el labio.
—De acuerdo. Quiero que me la devuelvas cuando acabes.
—Por supuesto.
—¿Ayudará a que lo encontremos?
—Tal vez.
Me pasó la carta.
—¿Regresarás al palacio? —me preguntó.
—¿Le dirás a Vialle lo que ha ocurrido y a dónde me dirijo? Estará preocupada.
—Seguro. Lo haré.
—Cuidaré bien a Star.
—Lo sé. Buena suerte.
—Gracias.
‡ ‡ ‡
Yo montaba a Firedrake. Ganelón caminaba. Él había insistido en ello. Seguimos la ruta que tomé cuando perseguí a Dará el día de la batalla. Junto con otros acontecimientos recientes, eso fue probablemente lo que me hizo pensar en ella de nuevo. Desempolvé mis sentimientos y los examiné cuidadosamente. Me di cuenta entonces que a pesar de cómo había jugado conmigo, de los asesinatos en los que había tomado parte, y de los planes que tenía para el reino, todavía me sentía atraído hacia ella por algo más que simple curiosidad. No quedé sorprendido al descubrirlo. La última vez que inspeccioné por sorpresa mis barracones emocionales, los encontré igual. Entonces me pregunté cuánta verdad habría en aquella última visión que contemplara la noche anterior, cuando me expuso que descendía de Benedict. Sí, existía el parecido físico, y yo estaba convencido de que era verdad su declaración. Además, en la ciudad fantasma, la sombra de Benedict lo había aceptado, alzando su nuevo y extraño brazo en su defensa…
—¿Qué es lo que te hace gracia? —preguntó Ganelón mientras caminaba a mi izquierda.
—El brazo —repliqué— que vino conmigo desde Tir-na Nog’th… me preocupaba que tuviera algún designio escondido, alguna fuerza del destino no prevista… de la manera en que entró en nuestro mundo desde ese lugar de misterio y sueños. Y sin embargo, no duró ni un día. No quedó nada cuando el Patrón aniquiló a Iago. Todas las visiones de la noche se desvanecieron.
Ganelón se aclaró la garganta.
—Bueno… no ocurrió exactamente de la manera que tú crees —indicó.
—¿Qué quieres decir?
—El brazo metálico no se encontraba en las alforjas de Iago. Random lo guardó en las tuyas. Iago cargaba con la comida, y cuando terminamos de comer guardó los utensilios en el mismo lugar de antes: sus alforjas. Pero no hizo lo mismo con el brazo. No había sitio.
—Oh —murmuré—. Entonces…
Ganelón asintió.
—… Ahora lo tiene él —concluyó.
—Malditos sean los dos, el brazo y Benedict. No me gusta nada esa situación. Trató de matarme. Nadie fue atacado antes en Tir-na Nog’th.
—Pero Benedict está de nuestro lado, a pesar de que ahora mantengas algunas diferencias con él. ¿Correcto?
No le contesté.
Alargó el brazo y cogió las riendas de Firedrake, deteniéndolo. Entonces alzó la vista y estudió mi rostro.
—Corwin, ¿qué ocurrió ahí arriba? ¿Qué descubriste?
Dudé. En realidad, ¿qué había descubierto en la ciudad en el cielo? Nadie conocía con certeza los mecanismos que se esconden detrás de las visiones de Tir-na Nog’th. Bien podría ser, como a veces hemos sospechado, que el lugar simplemente sirviera para dar solidez a los miedos y deseos ocultos del que la visita, tal vez mezclándolos con hipótesis inconscientes. Compartir conclusiones y conjeturas razonablemente sólidas difiere de contar las sospechas creadas por un factor desconocido. Sin embargo, ese brazo era lo suficientemente real…
—Ya te dije —expuse— que le quité el brazo al fantasma de Benedict. Obviamente, luchamos.
—¿Y lo ves como un presagio de que eventualmente tú y Benedict entraréis en conflicto?
—Quizás.
—Observaste algo que te hace pensar en ello, ¿verdad?
—De acuerdo —dije, suspirando sin querer—. Sí. Se me indicó que Dará estaba emparentada de verdad con Benedict… lo que puede ser cierto. También es muy posible, si esto es verdad, que él no lo sepa. Por lo tanto, no lo divulgaremos hasta que lo podamos verificar o descartar. ¿Entendido?
—Por supuesto. ¿Pero cómo es posible?
—Tal como lo dijo ella.
—¿Es su biznieta?
Asentí.
—¿Con quién la tuvo?
—Con la doncella infernal que sólo conocimos por su reputación: Lintra, la dama culpable de que perdiera el brazo.
—Pero esa batalla tuvo lugar hace muy poco tiempo.
—El tiempo fluye de muchas maneras en los diferentes reinos de la Sombra, Ganelón. En las regiones más alejadas… no sería imposible.
Sacudió la cabeza y relajó su mano sobre las riendas.
—Corwin, creo que Benedict tendría que saberlo —comentó—. Si es verdad, deberías darle una oportunidad para que se acostumbre a ello en vez de descubrirlo súbitamente. Vosotros sois un grupo tan poco fértil que la paternidad parece afectaros más seriamente que a los demás. Mira a Random. Durante años renegó de su hijo, y ahora… tengo el presentimiento de que arriesgaría su vida por él.
—Estoy de acuerdo contigo —observé—. Ahora olvida la primera parte pero desarrolla la segunda un paso más lejos en el caso de Benedict.
—¿Crees que se pondría del lado de Dará contra Ámbar?
—Preferiría no darle la posibilidad de una elección manteniéndolo en la ignorancia de que esta existe… si es que existe.
—Creo que lo subestimas. Dudo que emocionalmente sea un niño. Ponte en contacto con él a través del Triunfo y cuéntale tus sospechas. Al menos de esa manera podrá meditarlo, en vez de dejar que se arriesgue a una confrontación repentina sin estar preparado.
—No me creería. Ya has visto cómo se pone cada vez que menciono a Dará.
—Eso en sí mismo podría ser revelador. Posiblemente sospecha la verdad y la rechaza con tanta vehemencia porque querría que fuera de otra manera.
—En este momento eso ensancharía una grieta que trato de cerrar.
—No compartir tus sospechas con él ahora puede ser la causa para que se abra definitivamente cuando lo averigüe.
—No. Creo que conozco a mi hermano mejor que tú.
Soltó las riendas.
—Muy bien —dijo—. Espero que tengas razón.
No respondí, haciendo que Firedrake emprendiera una vez más la marcha. Había un acuerdo tácito entre nosotros por el cual Ganelón podía pedirme lo que fuera… y estaba claro que yo escucharía cualquier consejo suyo. Esto, en parte, se debía a que su posición era única. No estábamos unidos por ningún lazo de sangre. Él no era de Ámbar. Las luchas y los problemas del reino le afectaban porque él así lo había elegido. Hacía mucho tiempo habíamos sido amigos y luego enemigos, y después, más recientemente, de nuevo amigos y aliados en la batalla de su tierra de adopción. Cuando esta concluyó, me pidió que le dejara venir conmigo para ayudarme en mis propios asuntos y en los de Ámbar. Tal como yo lo veía, ya no me debía nada, ni yo a él… siempre que uno lleve la cuenta de estas cosas. Por lo tanto, sólo la amistad nos unía, algo más fuerte que deudas pasadas y asuntos de honor: en otras palabras, algo que le daba el derecho a incordiarme en cuestiones como esas, donde tal vez le hubiera dicho al mismo Random que se fuera al infierno una vez que hubiera tomado una determinación. Me di cuenta que no tenía que irritarme, ya que todo lo que decía era de buena fe. Posiblemente se debía a una vieja costumbre militar, que se remontaba a nuestra antigua relación, así como a la situación imperante entonces: no me gusta que se cuestionen mis decisiones y mis órdenes. Probablemente me encontraba más que irritado por el hecho de que últimamente había manifestado algunos análisis agudos, y ciertos consejos bastante buenos basados en ellos… que tendría que haber percibido yo. A nadie le gusta reconocer un resentimiento que surge de algo así. Sin embargo… ¿era eso todo? ¿Una simple proyección de insatisfacción por unos pocos ejemplos de ineficacia? ¿Un viejo reflejo adquirido en el ejército con respecto a la infalibilidad de mis decisiones? ¿O era algo más profundo que llevaba tiempo molestándome y que en ese momento salía a la superficie?
—Corwin —dijo Ganelón—, pienso…
Suspiré.
—¿Qué?
—… en el hijo de Random. Por la manera en que vuestras heridas curan, supongo que es posible que haya sobrevivido y que se encuentre oculto en algún lugar.
—Eso me gustaría creer.
—No te apresures tanto.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que ha tenido muy poco contacto con Ámbar y el resto de la familia, ya que creció en Rabma.
—Así es.
—De hecho, quitando a Benedict —y a Llewella en Rabma—, la única otra persona de la familia con la que aparentemente tuvo contacto sería la que le apuñaló… Bleys, Brand, o Fiona. Se me ocurre que probablemente tenga una visión bastante distorsionada de la familia.
—Distorsionada —corroboré—, pero no injustificada, si capto tu mensaje.
—Creo que sí. Es factible que no sólo tema a la familia, sino que haya jurado vengarse.
—Es posible —señalé.
—¿Crees que se pasó al bando del enemigo?
Sacudí la cabeza.
—No si está al tanto de que son los instrumentos de los que intentaron matarle.
—¿Pero lo son de verdad? Dijiste que Brand se asustó y trató de salir del pacto que hicieron con la gente del camino negro. Si son tan poderosos, me pregunto si Fiona y Bleys no se han convertido en sus instrumentos. Si este fuera el caso, sí me imagino a Martin recurriendo a alguien que le concediera algún poder sobre ellos.
—Es una hipótesis demasiado elaborada —indiqué.
—El enemigo parece saber demasiado sobre vosotros.
—Cierto, pero han contado con la ayuda de un par de traidores.
—¿Podrían conocer todo lo que me contaste que sabía Dará?
—Esa es una buena pregunta —dije—, pero difícil de contestar.
Salvo por el asunto de los Tecy, pensé enseguida. Aunque por el momento me guardé esa información y averigüé a dónde quería llegar. Así que añadí:
—Martin no se encontraba en una posición en la que les pudiera contar mucho sobre Ámbar.
Ganelón permaneció en silencio durante un momento. Luego dijo:
—¿Has tenido la oportunidad de comprobar aquel asunto del que te hablé la noche que estuvimos en tu tumba?
—¿Qué asunto?
—Si los Triunfos podían ser intervenidos —comentó—. Ahora que sabemos que Martin posee un mazo…
Fue mi turno de permanecer en silencio mientras que un pequeño grupo de recuerdos cruzó por mi mente, en fila india, desde la izquierda, sacándome la lengua en señal de burla.
—No —repliqué al fin—. No tuve la oportunidad.
Continuamos la marcha un largo trecho antes de que dijera:
—Corwin, la noche que trajisteis de vuelta a Brand…
—¿Sí?
—Me contaste que más tarde analizaste los motivos que podía tener cada uno, pensando en el que te apuñaló, y que para cualquiera de ellos hubiera resultado casi imposible hacerlo, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido.
—Ya veo lo que quieres decir.
Asintió.
—Ahora tienes otro pariente en quien pensar. Tal vez carezca de la sutileza de la familia sólo porque es joven y le falta práctica.
Sentado allí, inmerso en mi interior, saludé con la mano al silencioso desfile de recuerdos que cruzó entre Ámbar y nosotros.