EN LA CRESTA MÁS ALTA DE KOLVIR hay una formación rocosa que se asemeja a tres escalones. Me senté en el más bajo y esperé hasta que la ciudad surgiera encima mío. Para que esto ocurra son necesarias la noche y la luz lunar, y la mitad de estos requisitos ya había hecho su aparición.
Se veían nubes hacia el oeste y el noreste. Yo las vigilaba. Si se agrupaban lo suficiente como para ocultar la luz de la luna, Tir-na Nog’th se desvanecería en la nada. Esa es una de las razones por las que es aconsejable mantener a alguien sobre Kolvir en contacto contigo: para que te ponga a salvo con el Triunfo en caso de que la ciudad se esfume a tu alrededor.
Pero el cielo estaba despejado y lleno de estrellas conocidas. Cuando la luna apareciera y su luz cayera sobre la piedra en la que yo descansaba, la escalera en el cielo se volvería tangible, ascendiendo en un gran arco que conduciría hasta Tir-na Nog’th, aquella imagen de Ámbar que se desliza por el aire de la noche.
Me hallaba agotado. Demasiados acontecimientos en muy poco tiempo. Estar de repente descansando, con las botas a mi lado y masajeando los pies, con la cabeza reclinada, aunque fuera contra una roca, parecía un lujo, un placer puramente animal. Me arrebujé en mi capa para resguardarme del frío. Me hubiera encantado tomar un baño caliente, una comida completa, estar en una cama. Pero en el lugar donde me encontraba estos pensamientos adquirían una cualidad casi mítica. Ya era suficiente descansar como lo hacía en ese momento, dejando que las ideas fluyeran lentamente en mi cabeza, a la deriva, como si fueran meros espectadores que analizaran los acontecimientos del día.
Tanto… pero al menos había recibido respuestas a algunas de mis, preguntas. Ciertamente, no a todas. Pero las suficientes para mitigar momentáneamente la sed de mi mente… Ya tenía cierta idea de lo ocurrido durante mi ausencia, y entendía mejor lo que ocurría ahora, lo que me brindaba seguridad sobre mis actos, sobre lo que de bía hacer… Y tenía la sensación de saber más de lo que percibía conscientemente, de que poseía las piezas que encajaban en el rompecabezas; sólo tenía que rotarlas, colocándolas en su sitio adecuado. El ritmo de los acontecimientos recientes, particularmente los del día pasado, no me habían concedido tiempo para reflexionar. Sin embargo, en este momento, algunas de las piezas tomaban extraños derroteros…
Mi atención captó una oscilación por encima de mi hombro, un diminuto efecto en el que el aire se aclaró encima mío. Me volví, poniéndome de pie. Contemplé el horizonte. Había surgido un resplandor sobre el mar en el punto donde ascendería la luna. Las nubes también se habían movido ligeramente, pero no lo suficiente como para preocuparme. Entonces alcé la vista, pero la configuración de la ciudad aún no había comenzado. Extraje mis Triunfos y busqué entre ellos para sacar el de Benedict.
Con el letargo olvidado miré al cielo, contemplando cómo la luna se expandía por encima del agua y proyectaba un sendero luminoso sobre las olas. Una forma casi imperceptible flotó repentinamente en el umbral de la visibilidad en el cielo. A medida que la luz aumentaba, unas chispas la recorrieron aquí y allí. Las primeras líneas, tenues como una tela de araña, aparecieron sobre la roca. Me concentré en la carta de Benedict, buscando el contacto…
Su fría imagen cobró vida. Estaba en la cámara del Patrón, de pie en el centro del diseño. Una linterna encendida brillaba al lado de su pie izquierdo. Notó mi presencia.
—Corwin —dijo—, ¿ha llegado el momento?
—Todavía no —le contesté—. La luna está saliendo. Y la ciudad se hace sólida. En muy poco tiempo cobrará forma. Quería asegurarme de que tú estabas preparado.
—Lo estoy —aseguró.
—Fue una suerte que regresaras en estos momentos. ¿Descubriste algo interesante?
—Ganelón me llamó —observó— tan pronto como se enteró de lo que había ocurrido. Su plan pareció bueno, razón por la que me encuentro aquí. Con respecto a las Cortes del Caos…, sí, creo que descubrí algunas cosas…
—Espera un momento —interrumpí.
Los filamentos de la luz de la luna habían asumido una apariencia tangible. El perfil de la ciudad era claro. La escalera se hizo visible completamente, aunque en algunos lugares era más borrosa que en otros. Extendí mi mano y toqué el segundo escalón, el tercero-Suave y frío, palpé el cuarto. Pero ante mi presión pareció ceder un poco.
—Casi —le dije a Benedict—. Probaré las escaleras. Prepárate.
Asintió.
Subí los escalones de piedra, uno, dos, tres. Entonces alcé mi pie y lo posé sobre el cuarto. Cedió ligeramente bajo mi peso. Temí levantar el otro pie, así que aguardé, contemplando la luna. Respiré el aire frío a medida que aumentaba el brillo y el sendero sobre las aguas se ensanchaba. Mirando hacia arriba, vi que Tir-na Nog’th perdía parte de su transparencia. Las estrellas se desvanecían detrás de su contorno. En aquel preciso instante, los escalones se hicieron sólidos bajo mi pie. Toda su elasticidad desapareció. Resistirían mi peso. Siguiendo su extensión con la mirada, pude ver la escalera en su totalidad, aquí translúcida, allí transparente, soltando chispas, pero completa, llegando hasta la ciudad silenciosa que flotaba por encima del mar. Alcé mi otro pie y me apoyé en el cuarto escalón. Si quisiera, unos pocos escalones más me llevarían por aquella escalera celestial hacia el lugar donde los sueños son reales, donde las neurosis caminan y las profecías son dudosas, hacia una ciudad iluminada por la luna llena de deseos y pálida belleza, donde el tiempo se retuerce en sí mismo. Bajé la escalera y contemplé la luna, que se balanceaba sobre el borde húmedo del mundo. Bajo el brillo plateado me concentré en el Triunfo de Benedict.
—La escalera es sólida, la luna se ha alzado —dije.
—De acuerdo. Me pondré en marcha.
Le observé allí de pie, en el centro del Patrón. Alzó la linterna con su mano izquierda y por un momento permaneció inmóvil. Un instante después desapareció, lo mismo que el Patrón. Un segundo más tarde, y estaba dentro de una cámara similar, esta vez fuera del Patrón, al lado del lugar donde comienza. Levantó la linterna por encima de su cabeza y contempló toda la sala. Estaba solo.
Dio media vuelta y caminó hacia la pared, dejando la linterna en el suelo. Su sombra se extendió hasta llegar al Patrón, cambiando cuando él giró y volviendo a su primera posición.
Noté que este Patrón brillaba con una luz más pálida que el de Ámbar…, era de un blanco plateado, sin ese destello azulado que a mí me resultaba tan familiar. Su configuración era la misma, pero la ciudad fantasma proyectaba perspectivas engañosas. Generaba distorsiones —se estrechaba, se agrandaba— que parecían cambiar sin ningún motivo en especial sobre su superficie, como si lo estuviera viendo en su totalidad a través de una lente irregular y no con el Triunfo de Benedict.
Descendí los escalones y volví a sentarme en el más bajo. Seguí observando.
Benedict liberó el seguro de su espada.
—¿Sabes las posibles consecuencias que puede tener el derramamiento de sangre sobre el Patrón? —le pregunté.
—Sí. Ganelón me lo dijo.
—¿Sospechaste alguna vez… esto?
—Nunca confié en Brand —me contestó.
—¿Qué hay sobre tu viaje a las Cortes del Caos? ¿Qué descubriste?
—Este no es el momento, Corwin. Puede aparecer en cualquier instante.
—Espero que no aparezca ninguna visión que te distraiga —le dije, recordando mi propio viaje a Tir-na Nog’th y el papel que desempeñó Benedict en mi última aventura allí.
Se encogió de hombros.
—Uno les da poder prestándoles atención. Mi atención se concentra en un sólo asunto esta noche.
Giró, dando una vuelta completa, contemplando cada rincón de la cámara, y luego se detuvo.
—Me pregunto si sabe que estás ahí.
—Tal vez. Importa poco.
Asentí. Si Brand no aparecía, habríamos ganado un día. Los guardias vigilarían los otros Patrones, y Fiona tendría la posibilidad de demostrar sus propias habilidades en asuntos arcanos, localizando para nosotros a Brand. Entonces lo perseguiríamos. Ella y Bleys ya lo habían detenido una vez. ¿Podría hacerlo sola ahora que Bleys no estaba disponible? ¿Habría encontrado Brand a Bleys? De todas formas, ¿para qué demonios quería Brand ese poder? Entendía su deseo por el trono. Sin embargo…, estaba loco, dejémoslo ahí. Era una desgracia, pero así estaban las cosas. ¿Fue hereditario o se debió a las circunstancias? Todos nosotros, hasta cierto punto, estábamos locos en lo que implicaba al trono. Para ser honesto, tenía que ser una especie de locura, ya que aún teniendo tanto luchábamos tan amargamente por conseguir una mínima ventaja sobre los demás. Lo que ocurría es que él llevaba esta tendencia a su extremo, y eso era todo. Él parecía una caricatura de esta manía que albergábamos en nuestro interior. Desde este punto de vista, ¿importaba algo quién de nosotros fuera el traidor?
Sí, sí importaba. Él fue el quien actuó. Loco o no, había ido demasiado lejos. Eric, Julián o yo nunca habríamos hecho lo que él hizo. Incluso Bleys y Fiona se habían retirado de sus planes cada vez más peligrosos. Gérard y Benedict estaban por encima nuestro —moral-mente, en madurez, en lo que fuera—, ya que ellos se habían automarginado de la lucha por el poder. Random cambió mucho en estos años. ¿Sería que los hijos del unicornio necesitaban eras para madurar? ¿Acaso todos maduramos pero, por alguna razón, Brand quedó a un lado? ¿O con sus actos Brand nos ayudaba a madurar? Como sucede con la mayoría de las preguntas, el único beneficio radicaba en formularlas, y no en la respuesta. Todos éramos tan parecidos a Brand que este hecho me provocaba un miedo que ningún otro pensamiento conseguía. Pero sí, importaba. Fueran cuales fueren las razones, él fue él quien actuó.
La luna estaba más alta, y su visión se superponía a mi contemplación interior de la cámara del Patrón. Las nubes seguían cambiando, remolineando alrededor de la luna. Pensé en decírselo a Benedict, pero sólo lo distraería. Por encima mío, Tir-na Nog’th se deslizaba como un arca supernatural sobre los mares de la noche.
… Y repentinamente apareció Brand.
Instintivamente, mi mano se dirigió a la empuñadura de Grayswandir, a pesar del hecho de que una parte de mí se dio cuenta desde el principio de que él se encontraba enfrente del Patrón donde estaba Benedict en una oscura cámara que flotaba en el cielo.
Mi mano cayó de nuevo. Benedict se había dado cuenta de la presencia intrusa enseguida, y se volvió para enfrentarla. No tocó su arma, sólo miró más allá del Patrón hacia nuestro hermano.
Uno de mis miedos fue que Brand apareciera directamente detrás de Benedict y lo apuñalara por la espalda. Yo no lo hubiera intentado, ya que incluso en la muerte los reflejos de Benedict hubieran podido acabar con su atacante. En apariencia, Brand tampoco estaba tan loco.
Brand sonrió.
—Benedict —dijo—. Qué extraño… Tú…, aquí.
La Joya del Juicio colgaba de su cuello como un fuego.
Todavía sonriendo, Brand desabrochó la hebilla del cinturón de su espada y dejó que su arma cayera al suelo. Cuando los ecos murieron, comentó:
—No soy estúpido, Benedict. Todavía no ha nacido ningún hombre que te pueda batir con la espada.
—No la necesito, Brand.
Brand empezó a caminar, lentamente, alrededor del contorno del Patrón.
—Y sin embargo la llevas como un sirviente del trono, cuando podrías haber sido rey.
—Eso nunca tuvo prioridad en la lista de mis ambiciones.
—Es verdad —se detuvo, a mitad de camino del Patrón—. Leal, automarginado. No has cambiado nada. Es una lástima que Papá te condicionara tan bien. Podrías haber llegado muy lejos.
—Tengo todo lo que quiero —dijo Benedict.
—… Fuiste apartado demasiado pronto.
—Brand, no podrás abrirte camino con tus palabras. No hagas que te lastime.
Con la sonrisa todavía en su rostro, Brand lentamente avanzó otra vez. ¿Qué intentaba? No veía clara su estrategia.
—Sabes que puedo hacer lo que otros no pueden —comentó Brand—. Si hay algo que desees y piensas que no puedes conseguir, esta es tu oportunidad de alcanzarlo. He aprendido cosas que no creerías.
Benedict esbozó una de sus contadas sonrisas.
—Has elegido el camino equivocado —observó—. Puedo caminar hacia lo que desee.
—¡Sombras! —se burló Brand, deteniéndose nuevamente—. ¡Cualquiera de los otros puede atrapar un fantasma! ¡Hablo de la realidad! ¡De Ámbar! ¡Del poder! ¡Del Caos! ¡No de un sueño hecho realidad, de un sucedáneo!
—Si hubiera querido más de lo que tengo, sabía lo que tenía que hacer. No lo hice.
Brand se rio, y avanzó de nuevo. Había adelantado un cuarto del camino alrededor de la periferia del Patrón. La Joya ardía más brillante. Su voz sonó metálica.
—Eres un tonto. ¡Llevas tus cadenas porque quieres! Pero si no deseas poseer nada y el poder no te atrae, ¿qué me dices del conocimiento? He aprendido el último saber de Dworkin. Y continué solo desde ahí y pagué oscuros precios para penetrar en los secretos del universo. Puede ser tuyo sin pagar nada.
—Habría un precio —contestó Benedict—, uno que yo no querría pagar.
Brand movió la cabeza y se sacudió el pelo. La imagen del Patrón entonces se hizo borrosa cuando la franja de una nube pasó por delante de la luna. Tir-na Nog’th se-desvaneció ligeramente, retornando luego a la solidez.
—Es verdad…, lo dices de verdad —observó Brand, sin notar la momentánea transparencia—. No te tentaré más. Pero tenía que intentarlo —se detuvo otra vez, contemplándolo—. Eres una persona demasiado competente para que desperdicies tu vida en el caos de Ámbar, defendiendo algo que obviamente se desmorona. Ganaré, Benedict. Borraré Ámbar y la construiré de nuevo. El viejo Patrón desaparecerá y yo trazaré el mío propio. Puedes estar conmigo. Te quiero a mi lado. Construiré un mundo perfecto, uno que tenga un acceso más directo a/y desde la Sombra. Unificaré Ámbar con las Cortes del Caos. Haré que ese reino se extienda directamente a través de toda la Sombra. Tú mandarás nuestras legiones, las fuerzas militares más poderosas jamás reunidas. Tú…
—Si tu nuevo mundo va a ser tan perfecto como dices, Brand, no habrá necesidad de legiones. Si, por otro lado, refleja la mente de su creador, entonces creo que será peor que el que tenemos ahora. Gracias por el ofrecimiento, pero me quedo con el reino que ya existe.
—Eres un tonto, Benedict. Uno con buenas intenciones, pero igualmente tonto.
Avanzó otra vez como al descuido. Se encontraba a quince metros de Benedict. A diez… Siguió avanzando. Finalmente se detuvo a unos siete metros, enganchando sus pulgares dentro del cinturón para mirarle. Benedict clavó sus ojos en él. Yo comprobé de nuevo la situación de las nubes. Una gran masa se deslizaba hacia la luna. No me preocupé, ya que si era necesario podría sacar a Benedict de allí. No valía la pena molestarlo en ese momento por las nubes.
—¿Por qué no te acercas y me partes en dos? —preguntó al fin Brand—. Desarmado como estoy, no te resultaría difícil. Y el hecho de que por nuestras venas corra la misma sangre no cambia nada, ¿verdad? ¿Qué esperas?
—Ya te dije que no deseo lastimarte —replicó Benedict.
—Y sin embargo lo harás si intento pasar a tu lado.
Benedict sólo asintió.
—Admite que me tienes miedo, Benedict. Todos me teméis. Incluso cuando me acerco desarmado, algo se te retuerce en las entrañas. Ves la confianza que tengo y no lo entiendes. Debes tener miedo.
Benedict no contestó.
—… Y temes mi sangre en tus manos —continuó Brand—, temes mi maldición de muerte.
—¿Temiste tú la sangre de Martin en las tuyas? —preguntó Benedict.
—¡Esa marioneta bastarda! —exclamó Brand—. No es uno de nosotros verdaderamente. Sólo fue un instrumento.
—Brand, no deseo matar a un hermano. Dame ese adorno que llevas alrededor del cuello y regresa conmigo a Ámbar. Todavía no es demasiado tarde para arreglar la situación.
Brand echó atrás la cabeza y se rio.
—¡Oh, qué palabras tan nobles! ¡Qué nobleza, Benedict! ¡Cómo un verdadero Señor del Reino! ¡Haces que me avergüence con tu exquisita virtud! ¿Y todo a causa de qué? —tocó la Joya del Juicio—. ¿Esto? —volvió a reírse y se adelantó—. ¿Esta baratija? ¿Si te la entrego nos podrá dar paz, amistad, orden? ¿Redimirá mi vida?
Se detuvo de nuevo, ya estaba a tres metros de Benedict. Alzó la Joya entre sus dedos y la contempló.
—¿Sabes el verdadero poder que tiene esto? —dijo.
—Basta de… —comenzó Benedict, y la voz se le ahogó en la garganta.
Brand rápidamente dio otro paso. La Joya brillaba intensamente. La mano de Benedict había comenzado a dirigirse a su espada, pero no la alcanzó. Estaba rígido, como si repentinamente se hubiera transformado en una estatua. Entonces comprendí, pero ya era demasiado tarde.
Nada de lo que dijo Brand tenía la menor importancia. Sólo fue una distracción mientras buscaba cautamente la frecuencia adecuada. Sí, estaba parcialmente sintonizado con la Joya, y el control limitado que esta le daba le permitió paralizar a Benedict. Eran efectos que yo desconocía, pero de los que él estuvo al tanto en todo momento. Brand, premeditadamente, arribó a cierta distancia de Benedict, probando la Joya, acercándose, probándola de nuevo, hasta que encontró el lugar desde el cual pudo afectar al sistema nervioso de Benedict.
—Benedict —dije—, será mejor que vengas conmigo inmediatamente.
Y concentré mi voluntad, pero él no se movió ni replicó. Su Triunfo aún funcionaba, yo sentía su presencia, y podía observar los acontecimientos, pero no llegaba hasta él. La Joya obviamente estaba afectando a algo más que su sistema motriz.
Observé de nuevo las nubes. Crecían, dirigiéndose hacia la luna. Parecía que pronto la ocultarían. Si cuando esto ocurriera yo no sacaba a Benedict de allí, caería al mar tan pronto como la luz quedara bloqueada y la ciudad se desvaneciera. ¡Brand! Si se daba cuenta de esto, usaría la Joya y disiparía las nubes. Pero si lo hacía, probablemente tendría que soltar a Benedict. No creí que lo hiciera. Pero… Las nubes parecieron detenerse. Posiblemente no podría ponerlo en práctica, pero de todas formas saqué el Triunfo de Brand.
—Benedict, Benedict —dijo Brand—, ¿para qué sirve el mejor espadachín vivo si no puede empuñar la espada? Te dije que eras un tonto. ¿Pensaste que me dirigiría gustoso a mi muerte? Tendrías que haber confiado en el miedo que seguro sentiste. Tendrías que haber sabido que no entraría aquí sin alguna garantía. No te mentí cuando te dije que ganaría. Pero te eligieron bien, ya que eres el mejor. Ojalá hubieras aceptado mi oferta. Pero ya no importa. No me podéis detener. Ninguno de los otros tiene alguna posibilidad, y una vez que tú hayas muerto todo será más fácil.
Metió la mano en su capa y sacó una daga.
—¡Benedict, súbeme! —grité, pero fue en vano. No obtuve ninguna respuesta, no le quedaba fuerza para transportarme allí.
Cogí el Triunfo de Brand. Recordé la batalla mental que sostuve con Eric. Si pudiera atacar a Brand a través de su Triunfo, tal vez rompiera lo suficiente su concentración y Benedict quedaría libre. Concentré todas mis facultades en la carta, preparándome para un masivo asalto mental.
No ocurrió nada. El camino estaba helado y oscuro.
Su concentración ahí arriba, la unión mental con-la Joya, debía ser tan completa que yo no podía atravesarla. Todas mis posibilidades estaban bloqueadas.
Súbitamente la escalera se hizo más pálida y rápidamente miré a la luna. Un grupo de nubes había cubierto una parte de su cara. ¡Maldición!
Devolví mi atención al Triunfo de Benedict. Recuperé el contacto, aunque despacio, lo que me indicó que en algún lugar, muy en su interior, Benedict todavía era consciente. Brand se había acercado un paso más y todavía se burlaba. La Joya, en su pesada cadena, ardía con la luz que evidenciaba su uso. Se encontraban a unos tres pasos de distancia. Brand jugaba con la daga.
—… Sí, Benedict —decía—, seguramente habrías preferido caer en la batalla. Pero, por otro lado, míralo como una especie de honor… un honor iniciático. En ciertos aspectos, tu muerte permitirá el nacimiento de un orden nuevo…
Por un instante, el Patrón desapareció detrás de ellos. No podía apartar mis ojos de aquella escena como para examinar la luna. Allí, dentro de las sombras y la parpadeante luz, mientras le daba la espalda al Patrón, Brand no lo notó. Avanzó otro paso.
—Pero acabemos con esto —comentó—. Me espera una ardua tarea, y la noche envejece.
Se acercó más y bajó el puñal.
—Buenas noches, dulce Príncipe —dijo, aproximándose para asestarle el golpe.
En aquel momento, el extraño brazo metálico de Benedict, traído de aquel lugar de sombra y plata y luz de luna, se movió con la velocidad de una serpiente atacando. Esa cosa resplandeciente —de planos metálicos como las facetas de una gema, y su muñeca construida con un maravilloso conglomerado de cables de plata, salpicada de pecas de fuego, estilizada, esquelética, un juguete suizo, un insecto mecánico, funcional, mortal, hermosa a su manera— se lanzó hacia adelante con una velocidad que no pude seguir, mientras que el resto de su cuerpo permaneció inmóvil, como una estatua.
Los dedos mecánicos cogieron la cadena de la Joya alrededor del cuello de Brand. Inmediatamente el brazo tiró hacia arriba, alzando a Brand a una buena distancia del suelo. Brand soltó la daga y se cogió el cuello con las dos manos.
Detrás suyo, el Patrón se desvaneció una vez más. Retornó con un brillo mucho más pálido. El rostro de Brand a la luz de la linterna era una aparición horrible y retorcida. Benedict seguía congelado, manteniéndolo en alto, inmóvil: un palo de horca humano.
El Patrón se hizo más tenue. Encima mío, los escalones comenzaron a desaparecer. La luna estaba oculta a medias.
Contorsionándose, Brand alzó los brazos por encima de su cabeza, cogiendo la cadena por cada extremo de la mano de metal que la sostenía. Él era fuerte, como lo somos todos nosotros. Vi que sus músculos se hinchaban, endureciéndose. Por ese entonces su cara se había oscurecido y su cuello era una masa de cables en tensión. Se mordió el labio; la sangre chorreó por su barba mientras tiraba de la cadena.
Con un agudo chasquido la cadena se partió y Brand cayó al suelo jadeando. Giró una vez, agarrándose el cuello otra vez con las dos manos.
Lenta, muy lentamente, Benedict bajó el extraño brazo. Todavía sostenía la cadena y la Joya. Dobló su otro brazo. Suspiró profundamente.
—¡Benedict! —grité—. ¿Me oyes?
—Sí —murmuró, y comenzó a hundirse en el suelo.
—¡La ciudad está desapareciendo! ¡Tienes que salir de ahí inmediatamente!
Extendí mi mano.
—Brand… —dijo, dando media vuelta.
Pero Brand también se hundía, y vi que Benedict no lo alcanzaría. Agarré la mano izquierda de Benedict y tiré. Ambos caímos al suelo en la elevada cresta de Kolvir.
Le ayudé a ponerse de pie. Luego los dos nos sentamos sobre la piedra, en silencio. Volví a mirar al cielo, Tir-na Nog’th había desaparecido.
Pensé en todo lo que había ocurrido aquel día de manera tan repentina. Me sentí dominado por el cansancio, y comprendí que mis energías estaban a punto de agotarse por completo, que necesitaba dormir. Apenas podía pensar. Recliné una vez más la cabeza contra la piedra, contemplando las nubes y las estrellas. Las piezas…, las piezas que deberían encajar si sólo se las colocaba de manera adecuada, presionando lo justo, en ese momento se retorcían y movían arbitrariamente, casi por propia voluntad…
—¿Crees que ha muerto? —preguntó Benedict, sacándome del ensueño parcial en el que estaba sumido, donde las formas comenzaban a cobrar solidez.
—Probablemente —contesté—. Físicamente no se encontraba bien cuando la ciudad se desmoronó.
—Era una larga caída. Tal vez logró escapar de la misma manera en que llegó.
—Ahora mismo apenas importa —comenté—. Le has arrancado los colmillos.
Benedict gruñó. Todavía sostenía la Joya, que en ese momento era de un rojo mucho más apagado que antes.
—Cierto —dijo finalmente—. El Patrón ahora está a salvo. Desearía… Desearía que en algún momento, hace mucho tiempo, algo que se dijo no hubiera sido dicho, algo que se hizo no hubiera sido hecho. Algo que, si lo hubiéramos sabido, le habría permitido crecer de otra manera, ayudándole a convertirse en otro hombre y no en la cosa amargada y retorcida que vi ahí arriba. Siento que se ha desperdiciado una persona que pudo ser diferente.
No le contesté. Lo que dijo podía ser cierto, o no. Tampoco importaba. Brand tal vez se encontrara en un estado casi psicótico, sea cual fuere el significado de eso, pero, una vez más, quizás no. Siempre hay un motivo. Cuando algo se arruina, cuando un acontecimiento terrible ocurre, hay una razón para ello. Sin embargo, todavía tienes en tus manos una situación arruinada y terrible, y explicarla no la remediará en nada. Si alguien comete un acto realmente atroz, hay una razón para que lo haga. Descúbrela si te interesa, y así descubrirás porqué es un hijo de perra. Pero lo importante es el hecho que queda.
Y ese hecho no lo cambiará ningún psicoanálisis póstumo. La gente nos juzga por los actos que hacemos y sus consecuencias. Cualquier otra interpretación que busques, sólo te ayudará a tener un sentimiento gratuito de superioridad moral, pensando cómo tú no lo habrías hecho de haber estado en su lugar. Por lo que creo que es mejor dejárselo al cielo. Yo no estoy cualificado.
—Deberíamos regresar a Ámbar —comentó Benedict—. Queda mucho por hacer.
—Espera —pedí.
—¿Por qué?
—He estado pensando.
Como no continué, finalmente me preguntó:
—¿Y…?
Jugué lentamente con mis Triunfos, guardando el suyo y el de Brand.
—¿No te has hecho ninguna pregunta acerca de ese nuevo brazo que llevas? —pregunté.
—Por supuesto. Lo trajiste tú de Tir-na Nog’th en circunstancias inusuales. Me encaja bien. Funciona. Y esta noche demostró su valor.
—Exactamente. ¿Pero no parece demasiado creer que esto último ha sido una mera coincidencia? Era la única arma que te daba una oportunidad contra la Joya ahí arriba. ¿Y dio la casualidad que era parte de ti… y justo tú fuiste la persona que estaba allí para usarla? Retrocede y piensa, y avanza de nuevo. ¿No hay por medio una extraordinaria —no, ridícula— cadena de coincidencias?
—Si lo explicas de esa manera… —observó él.
—Lo hago. Y tú te das cuenta, igual que yo, que hay algo oculto en este asunto.
—De acuerdo. Te lo concedo. ¿Pero cómo? ¿Cómo se hizo?
—No tengo ni idea —contesté, sacando la carta que hacía mucho, mucho tiempo que no miraba, sintiendo su frialdad bajo la yema de mis dedos—, pero el método no es importante. Has formulado la pregunta equivocada.
—¿Qué tendría que haber preguntado?
—No «¿Cómo?», sino «¿Quién?».
—¿Crees que un ser humano arregló toda esta serie de sucesos, desde el principio hasta la recuperación de la Joya?
—No lo sé. ¿Qué es humano? Pero estoy convencido de que alguien que los dos conocemos ha regresado y está detrás de todo.
—Muy bien. ¿Quién?
Le mostré el Triunfo que tenía en la mano.
—¿Papá? ¡Eso es ridículo! Tiene que estar muerto. Ha pasado tanto tiempo.
—Sabes que él posee la capacidad para planearlo. Es así de retorcido. Y nunca entendimos todos sus poderes.
Benedict se puso de pie. Se estiró, sacudiendo la cabeza.
—Creo que se te han enfriado las ideas, Corwin. Volvamos a casa.
—¿Sin comprobar mi presentimiento? ¡Vamos! Eso es muy poco deportivo. Siéntate y concédeme un minuto. Probemos con su Triunfo.
—Ya se habría puesto en contacto con alguien.
—No lo creo. De hecho… Ven. Concédeme ese placer. ¿Qué perdemos?
—De acuerdo. ¿Por qué no?
Se sentó a mi lado. Sostuve el Triunfo donde los dos pudiéramos verlo. Concentramos nuestras miradas. Lancé mi mente en busca del contacto. Se produjo casi inmediatamente.
Cuando nos miró, sonreía.
—Buenas noches. Ha sido un buen trabajo —dijo Ganelón—. Estoy satisfecho de que hayáis recuperado mi colgante. Pronto me hará falta.
FIN