En julio de 1995, Kevin Mitnick aceptó declararse culpable de una acusación de fraude en telefonía celular y, sin juicio, fue sentenciado a ocho meses de cárcel. Como consecuencia de su detención en Raleigh, los fiscales federales le habían adjudicado veintitrés cargos de fraude telefónico e informático, pero todos ellos menos uno fueron retirados como parte del acuerdo mencionado.
No obstante, los problemas legales de Mitnick no han concluido. Actualmente está preso en Los Ángeles esperando nuevos cargos, incluidos violaciones de libertad condicional, manipulación de los ordenadores del Departamento de Vehículos a Motor del Estado de California y acusaciones de fraude telefónico e informático que pueden presentar contra él más de media docena de distritos federales. A menos que consiga un nuevo acuerdo, tiene un juicio fijado para finales de noviembre, y es probable que pase más tiempo en prisión.
Hoy en día, al repasar los sucesos del año anterior, sigo preocupado. Aun después de su arresto en febrero, la leyenda de Mitnick continúa creciendo. Durante muchos meses tras la detención hubo acaloradas discusiones en Internet sobre su actividad. Algunas personas siguen argumentando que como Kevin Mitnick nunca le hizo físicamente daño a nadie, lo que hacía era inofensivo.
La cuestión es que ése es también el caso del hombre que ha tenido quince años y seis arrestos para averiguar lo que está bien y lo que está mal. A finales de la década de los ochenta, un juez federal hizo un esfuerzo especial para darle una segunda oportunidad.
Para mí, el verdadero delito de Kevin Mitnick es el haber violado el espíritu original de la ética del hacker. No está bien leer el correo de otras personas, y la creencia en que el software y otras tecnologías informáticas deben ser libremente compartidas, no es lo mismo que creer que está bien robarlas.
La red de ordenadores conocida como Internet empezó como un raro experimento de construcción de una comunidad de personas que compartían un conjunto de valores sobre la tecnología y el papel que los ordenadores podían desempeñar en el desarrollo de este mundo. Esa comunidad se basaba fundamentalmente en un compartido sentido de la confianza. Hoy en día, los muros electrónicos que se levantan por todas partes en la Red son la prueba más evidente de la pérdida de esa confianza y de aquel sentido de comunidad. Es una pérdida que nos afecta a todos.
Octubre de 1995.