La otra mitad de las veces

Lo mismo de siempre. El Jota en el medio y a cada lado el Rana y el Pelusa. Cuarenta metros adelante, dos chetitos que se creen gángsters porque venden porros caros. Y junto a esos chetitos, otro que era demasiado vivo para vender. Jefe, seguro, ese otro.

Detrás de los chetitos que se creían gángsters, el Jota y sus hermanos. Los filos listos. Las piernas alertas. Cortar, chorear, salir corriendo. Lo que hacían siempre. Y desde hace unas semanas, a estos chetitos que le venden porros caros a los del Monserrat. Fáciles estos chetitos. Más fáciles que los peruanos de las despensas o los chinos de los super. Fáciles estos chetitos porque se cagan todo cuando ven el filo. Y ni que hablar si el filo corta un brazo, justo arriba del codo. Se cagan todo y sueltan la guita. Por eso el Jota y sus dos hermanos agarraron este currito.

Pero lo que el Rana y el Pelusa no saben y el Jota no advierte, es que el chetito que caminaba cuarenta metros adelante era Juan Cruz. Vago y malcriado Juan Cruz. ¿Pero inservible? Al Jota le resulta conocido, pero no sabe de dónde. ¿Será que ya lo chorearon alguna vez? Al Jota le resulta conocido pero no sabe de dónde, todavía.

—Mi vieja dice que vayan a comer milanesas esta noche —comenta el Rana, ajeno al hecho de que ya había comido su última comida.

—Dale —contesta el Pelusa.

Pero el Jota está en otra. No contesta porque sigue pensando de dónde conocía a ese chetito que camina delante. No era del laburo. Era de otro lado. Él sabe que al chetito lo conocía de algún lado. Y la mitad de las veces el Jota tenía razón. En ese momento el Jota recuerda la mañana fría en que volvió a la casa de Mica a buscar el pulóver. Y recuerda, claramente, al chetito que estaba con ella en la pieza. El hermano de la gringa.

—¡La puta madre! —y se para en seco.

El Rana y el Pelusa se paran tres pasos más adelante. Uno de los chetitos chilla. Y la bala que venía para el Jota perfora el pecho flaco y blanco teta del Rana. Y el Pelusa se hace humo, al igual que los chetitos. El Jota no. Se queda mirando ese agujero negro del que salen borbotones colorados.