Sobredosis

Linda la gringa.

Cómo chupaba la gringa.

Un culo y unas tetas que ponían los huevos como manzanas, la gringa.

Y para un negro flaco de zapatillas sogueadas como el Jota, ese combo podía ser una droga.

En esa cama limpita y con la luz prendida, el Jota se sentía poco menos que un dios. Y la gringa no se cansaba de alabar la forma en que el Jota podía estar de pija parada por horas. Acabarle en la boca, seguir empalmado. Llenarle el culo de leche y seguir empalmado. Era todo un hallazgo para Juliette.com, el Jota. Todo este tiempo había sido una estrella sin saberlo. Porque el Jota no sabía que detrás de los libros de matemáticas había una cámara. Planos cortos esa cámara, para la cama. El Jota tampoco sabía que al lado de la virgencita de Lujan había otra. Plano general esa, casi toda la pieza. Y mucho menos que una tercera le encuadraba el culo y las bolas cuando montaba a la gringa. O a Juliette, como la conocían los pajeros chinos, japoneses y rusos que pagaban fangotes por verla tener sexo con un «latino».

Pero el Jota no sabía nada de eso. El Jota solo sabía cómo se veían los pezones duros de la gringa cuando le acababa sobre las tetas. El Jota solo sabía cómo se veían los cachetes del culo rosado de la gringa cuando le hundía los dedos para sostenerla fuerte y entrarle hasta el fondo.

Rica la gringa, no se podía tomar poco de esa.