Como en las películas yanquis II

De noche, sin luna, volvió el Coronel a su casa. Puteando volvió. En la otra punta de Córdoba una casucha se quemaba hasta los cimientos. En esta punta, el portón automático fallaba por primera vez. Y el Coronel con el dedo en el control remoto. Cómo puteaba el Coronel. El Coronel no sabía lo del fierro atravesado. No tenía cómo saberlo. Pero podría haberlo intuido si no hubiese estado tan ocupado repasando en la cabeza, una y otra vez, los tiros y las llamas de esa noche.

Si hubiese sospechado lo del fierro atravesado, jamás hubiese abierto la puerta de la chata. Si no hubiese estado repasando una y otra vez en la cabeza las llamas y los tiros, jamás hubiese bajado de la chata en la calle oscura. Solo, ya, el Coronel con un pie en la calle oscura. Con el control remoto en la mano, el Coronel, tendría que haberlo sospechado.

El primer tajo sobre el codo y el control remoto rebotó en el suelo partiéndose en dos. El Jota pensó que era la reglamentaria, por eso el primer tajo. El segundo tajo casi separa la cabeza del Coronel de los hombros, tan profundo fue. Profundo y certero, digno del Jota. El Coronel debería haber tenido más cuidado, pero así era el Coronel. Un negro de zapatillas sogueadas solo podía estar frente al caño de su reglamentaria, no cortándole el cogote una noche sin luna. Hasta el último segundo de su vida, un prejuicioso de mierda el Coronel.