La primera vez que vio su imagen en la pantalla se sintió sexy. Se le pusieron como piedra los pezones y mojó la bombacha. Esa primera vez el show fue privado y Juliette lo sabía. En la otra habitación, totalmente solo, Juan Cruz miraba el monitor. Con la mano derecha en el mouse, Juan Cruz ajustaba las cámaras. La mano izquierda, más abajo. Juliette sabía que en la otra habitación Juan Cruz la estaba mirando. Privado, entonces, el primer show.
Juliette comenzó a menearse con la mirada clavada en la cámara. Los ojos de Juliette en la cámara. Los ojos de Juan Cruz en el monitor. Juliette tomó su remera y comenzó a subirla lentamente. Al aire las tetas jóvenes y paradas. Duros los pezones de esas tetas. Se mojó los dedos en la boca, Juliette, y se acarició los pezones en pequeños círculos. La mirada clavada en la cámara, Juliette.
Del otro lado, mirando el monitor, a Juan Cruz le costaba respirar. La mano derecha en el mouse. La otra más abajo.
Juliette se dio vueltas, de rodillas sobre la cama, y dejó caer sus hombros sobre el colchón. El culo perfecto de Juliette hacia la cámara. La bombacha empapada. Los dedos inexpertos pero atrevidos. Levantó apenas la cabeza y clavó la mirada en la otra cámara. Sabía que el único espectador de ese primer show no se perdería detalle de cómo su índice y mayor se perdían en sus cavidades. Totalmente húmedas, esas cavidades.
Juan Cruz con la mirada en el monitor. La mano derecha en el mouse. La izquierda en la erección a punto de reventar.
Juliette, como si hubiese sabido, desapareció media pija de silicona rosa en su culo voraz. Intuyó el orgasmo de su hermano y acabó sobre la cama con una interminable catarata de fluidos.
A la mañana siguiente Juliette volvió a ser Mica. En el desayuno ninguno de los dos intercambió palabra. Solo al terminar su licuado, Juan Cruz se acercó y en el oído le murmuró un «todo está listo». Lo único que faltaba ahora era un perejil que creyera en los Reyes Magos.