Clímax

Detrás de esa puerta, el pasillo. Detrás de esa puerta el Jota nunca había estado. Como su casa, la habitación de Mica. Pero detrás de esa puerta, el Coronel, el chetito del hermano y una o dos reglamentarias, quizás más. Pero las cosas que debían hacerse, se hacen. No hay vuelta. Se hacen porque sino se te aparecen una noche sin luna pidiendo factura.

El Jota se acercó a la cama de la gringa. Como un gato se acercó. Las nike de quinientos mangos sirven para eso. Las nike, y la cancha del Jota para ser invisible cuando quería. Se acercó a la cama de la gringa con el filo en la mano. A centímetros de la yugular de la gringa, el filo. A milímetros. El Jota pensó por primera vez en su vida en prioridades. La sangre se le aborbotonaba en los vasitos del cerebro, pero aún así pudo pensar en prioridades. Primero, el hijo de puta que limpió al Rana. Después, lo demás.

Detrás de esa puerta, el pasillo. Esa puerta se abrió sin un ruido y la cabeza del Jota se asomó apenas. Cara, la casa del Coronel. Vieja, la casa del Coronel. Cerró la puerta y miró a todos lados. Otras puertas en el pasillo. En alguna de ellas, el Coronel y su reglamentaria. En otra, el chetito hijo de mil puta que disparó al bulto cuando el otro chetito gritó «¡Esos son los negros de mierda que nos afanaron la semana pasada!». Y el bulto cayó con los ojos abiertos y rebotó en la calle con un ruido imposible de olvidar.

Tranquilo, el Jota. La sangre hervía en el cerebro, los músculos alertas, pero el Jota tranquilo. Caminó hasta la puerta contigua de la de la gringa. Cualquiera era igual de buena para empezar. Se quedó quieto tratando de escuchar. Nada. Silencio. El Jota esperó un momento más. Nada.

Detrás de la otra puerta, Juan Cruz. Vago y malcriado, pero cada vez menos inservible, Juan Cruz. Sintió el filo a centímetros del cogote y, sin abrir los ojos siquiera, de un salto quedó lejos del negro flaco de zapatillas sogueadas que venía a filetearlo como un pescado. Tranquilo, el Jota, sin embargo. Una contrariedad, eso era todo. Todavía tenía al puto que había limpiado al Rana en la misma habitación, al alcance del brazo flaco. El Jota con el filo, el chetito en calzones. Extrañamente, Juan Cruz no gritó pidiendo auxilio. Si hubiese abierto la boca la reglamentaria del papito estaría apuntando al Jota en este momento. Pero callado, Juan Cruz. Y a salvo, por ahora, el Jota. ¿Error de estrategia, Juan Cruz? Estaba cuidando a alguien, Juan Cruz. Y no era al Coronel.

Se miraron un rato largo. Juan Cruz reconoció al Jota de inmediato. Pero no lo relacionó con el negro blanco teta que quemó en el centro. No. Reconoció al Jota y creyó que el kilombo venía por lo de Juliette. Quizás por eso Juan Cruz falló en evaluar la peligrosidad de la situación. Juan Cruz creyó que este problema se arreglaba con plata. Así pensaba Juan Cruz. Y cuando abrió la boca para ofrecerle diez lucas para cerrar el orto, el Jota le quebró la rodilla de una patada y le abrió la garganta de oreja a oreja en un solo movimiento. Habilidoso el Jota con el filo. A Juan Cruz se le ahogó la oferta con su propia sangre y lo último que vio en este mundo fue la cara de asco del Jota. Después la moqueta verde. La moqueta verde que se hacía oscura en donde la sangre formaba un charco espeso. El ojo abierto de Juan Cruz miró su sangre sobre la moqueta y después, nada.

Al Jota le hubiese gustado que el hijo de puta que se desangraba en silencio sobre la moqueta verde hubiese sabido que era por el Rana. Al Jota le hubiese gustado gritarle en la cara que el Rana lo estaba esperando en donde sea que estuviese para partirle la cara. Y que él lo iba a mandar ahí. No quería nada de arrepentimiento, ni llanto, ni mariconadas. Al Jota no le importaban las redenciones. Pero le hubiese gustado que el chetito que quemó al Rana en el centro se fuera de esta vida sabiendo que fue por eso. El Jota, sin embargo, sabe que lo más importante es sobrevivir. Y la forma de sobrevivir es haciendo lo que fue a hacer, rápido y sin cháchara. El biri-biri es para las películas. El Rana había sido vengado y él estaba sin un rasguño. Suficiente.