Talleres

El Chateau estaba hasta el moño. Hasta el orto, como siempre que juega Talleres. Y en los pechos enfundados en la rayada azul y blanca, mucho más que humo de choripán. Una sensación que no se explica. Que todos fracasan al intentar describir con palabras. Simplemente Talleres.

Los culiados de River venían a dar la vuelta a Córdoba. Sí, cómo no. Justo acá. Contra la T. Con el culo roto se iban a volver, no con la copa.

El Jota, el Rana y el Pelusa saltaban abrazados. Si afuera son hermanos, en la popu de Talleres son trillizos. Y tienen treinta, cuarenta mil hermanos más. «El que no salta es un porteño, el que no salta es un porteño». Y los tres saltaban para que no queden dudas. Pitazo inicial.

Gol en contra el primero. Piriz Alves al primer palo, después. Y golazo de Osorio. Tres a cero. Baile. Cargadas. River no sabía lo que pasaba. Talleres, pasaba. El Rana ya estaba mudo. El Pelusa ronco. El Jota sacado. Tres a cero al que venía a dar la vuelta. Sí, como no. «Despacito, despacito, despacitooooo…» comenzaba a bajar de las cuatro esquinas del Chateau. Si el celular del Jota no hubiese estado en vibrar, nunca se hubiese enterado del mensajito.

«Venite ahora antes de las once. mica»

El Jota terminó de leer el mensajito pero no llegó a pensarlo diez segundos. El culo rosado y tibio de la gringa. La lengua hábil e impúdica de la gringa. O el tres a cero a los putos porteños que venían a dar la vuelta a Córdoba. Justo acá. Si, como no. El Jota guardó el celular en el bolsillo y se abrazó a sus dos hermanos. Y de vuelta el salto. Y de vuelta el canto: «… les rompeeeemos, el culitooooo».

Esa fue la única vez que el Jota no fue a cogerse a la gringa cuando ella se lo ordenó. Aunque al final del partido River haya metido dos goles. Aunque al final del campeonato Talleres se haya ido al descenso. Aunque ese haya sido el penúltimo partido de la T en primera. Talleres era lo único por lo que el Jota podía dejar de correr a los brazos de la gringa con los huevos como manzanas.