El límite del Pelusa

La bala que volteó al Rana podría haber acabado en el pecho del Pelusa con la misma facilidad que fue a parar al pecho flaco y blanco teta. Centímetros. Pocos. Estaban a centímetros de distancia cuando el sonido sordo y húmedo del metal atravesando la carne se dejó oír bajo la reverberancia del estruendo de la nueve milímetros. Quien escuchó ese sonido, pocas veces tiene la suerte de contarlo. Pero el Pelusa puede, porque no fue su pecho el agujereado. Fue el pecho de al lado. Estaba tan cerca que pudo escuchar claramente cómo la bala atravesaba el esternón. Clarito se escuchó.

El Pelusa cerró la puerta con llave y fue directo a su pieza. Casi nunca andaba por su casa; y cuando iba llegaba bien tarde, cuando todos dormían. Pero esa tarde llegó y se encerró en su pieza. Temblaba como una hoja. La adrenalina. El cagazo. El segundo ruido. El segundo ruido fue aún peor que el primero. A ese si que el Pelusa no se lo saca de la cabeza nunca más. El segundo ruido le dijo que el Rana estaba muerto. Y que él había sido un cagón por salir corriendo en cuanto escuchó el primero. Salió corriendo como un endemoniado. Como un poseído. Tan rápido salió corriendo que no vio cuando el Rana rebotaba sobre la vereda de la Entre Ríos. No vio la cabeza del Rana rebotar con los ojos abiertos y blancos. Blanco hielo, como nunca. Pero escuchó ese segundo ruido con la claridad con la que escuchó el primero. Y supo que su hermano estaba muerto.

Todavía temblaba cuando la puerta se abrió y entró la Ramona. Entró y cerró la puerta. No dijo una palabra, solo se quedó mirándolo. El Pelusa aprovechó para odiarla más que nunca. Aprovechó para descargarse con ella. No aguantaba su propia cobardía y se desquitó con la Ramona.

La tipa no terminó de sacarse el buzo y dejar las tetas peludas al aire cuando el Pelusa se le fue encima y le clavó el filo en la garganta.

—¡Puta! ¡Gorda puta de mierda! ¡Nunca más me toqués! ¿Me entendés? ¿Me entendés?

El Pelusa ya tenía medio puño dentro del cogote de la Ramona y seguía gritándole a la cara. Haciendo lo que tantas veces había tenido ganas de hacer. Pero haciéndolo tarde.

Cuando aflojó la fuerza y desenterró el filo, la Ramona se desplomó entre borbotones que le salían del tajo y de la boca por igual. El Pelusa se quedó mirando un buen rato cómo su tía se moría ahogada en sangre. Por fin tenía la pija parada.