Todavía tenía un armado en la boca cuando llegó a la casa de la gringa. Todavía le hacía frío cuando trepó la enredadera. Todavía tenía los huevos como manzanas cuando escuchó por la ventana que la gringa no estaba sola.
—Yo lo hago por vos, me importa un carajo los japoneses y los chinos… —escuchó que decía la gringa. El Jota no la conocía mucho, pero podía saber que estaba alterada.
—Pero ahí es donde está la guita, Mica. Y ahí, ya sabés… ahí podés ser quien quieras.
El Jota se asomó y pudo ver a Juan Cruz sosteniendo a la gringa por los brazos. La gringa parecía no querer soltarse. Al Jota le pareció eso, por lo menos. Le pareció que, sea quien fuera ese tipo, la gringa confiaba en él. Estaba en su pieza. Y estaba al mando. Se dio cuenta que él nunca había estado al mando en la pieza de la gringa. Y se puso celoso. El Jota se puso celoso no por la gringa, sino por el poder que ese tipo tenía sobre ella. El Jota era demasiado vivo para lo del macho alfa y esas boludeces. Pero, muy adentro suyo, sintió celos.
—Creo que es hora de que busquemos a otro. —Le escuchó decir a Juan Cruz.
La gringa asintió levemente con la cabeza. El Jota vio cuando la gringa asentía levemente con la cabeza, pero el Jota no entendía de lo que hablaban. Y solo descubrió quién era el tipo cuando salieron de la habitación.
—Vamos que mamá quiere que almorcemos con ella en el shopping.
Al volver a su casa sin el pulóver, el Jota no podía dejar de pensar en el hermano de la gringa. Y eso que el Jota no era de darle demasiadas vueltas a las cosas.
Linda la gringa.
Cómo chupaba la gringa.
Pero ahora no solo estaba la reglamentaria del Coronel esperándolo en el pasillo. Ahora también estaba el chetito ese, esperando enterarse de que un negro de zapatillas soguadas se empomaba a su hermana.
En eso estaba pensando el Jota cuando llegó el mensajito:
«J, venite esta noche más temprano. tipo diez. mica».