Snuff

Juan Cruz hizo una fiesta vip para sus dieciocho. Solo cinco o seis «hijos de» como él, en una habitación de un hotel del centro. El más caro, el hotel del centro. Whisky del bueno. Merca de la buena. Y una modelito de las malas. De esas que salen en la tele de Buenos Aires, la piba. Un fangote pagaron los amigos de Juan Cruz para poner ese culo divino en un avión. Y ese culo divino atendió a todos en la habitación del hotel del centro donde Juan Cruz festejaba sus dieciocho. A todos, menos a Juan Cruz. Juan Cruz solo grababa con su cámara digital cómo sus amigos la enfiestaban.

—Prometeme que después la borrás… —le dijo la modelito de Buenos Aires, pasada de merca, con una pija cordobesa en cada agujero.

Juan Cruz no contestó. Ni siquiera tenía la necesidad de mentirle.

La minita era buena para atender pijas, pero era malísima tomando. Y Juan Cruz grabó el momento exacto en el que el cerebro se le fritó y cayó redonda sobre la alfombra. En medio de vómito y espuma que le salía por la nariz cayó.

Los amigos de Juan Cruz se pusieron de la nuca. Unos boludos, los amigos de Juan Cruz. Pero no el hijo vago e inútil del Coronel. Juan Cruz grabó hasta el último segundo de pataleo de la pendeja. Ni se inmutó. Y cuando los amigos boludos del hijo vago e inútil del Coronel se agarraban la cabeza, Juan Cruz sacó su celular y marcó el número.

Al otro día el titular de La Voz del Interior no decía nada de la fiesta de Juan Cruz. Ni una palabra. Pero la noticia de la sobredosis de la modelito era noticia nacional. Sola, decía el diario, había estado en su propia habitación cuando murió. La droga es la desgracia de nuestra juventud, decía el diario. Qué se le va a hacer.