Mica era una pendeja histérica. Malcriada e histérica. Pero tenía unos berrinches divinos. Y al Jota lo volvían loco. Le explotaba la entrepierna del pantalón cada vez que a la gringa se le arrugaba la pera por los pucheros. Y Mica hacía berrinches por cualquier cosa.
—Cuando te digo que vengás, venís. ¿Me entendés?
—No podía venir, loca, te lo juro por dio. Estaba ocupado.
—¿En qué carajo estabas ocupado, si se puede saber?
—Era el día de la bandera, tenía un acto en el cole… —mintió descaradamente el Jota, rápido para salir del paso.
—¿El mismo feriado a la noche era el acto?
El Jota asintió con la cabeza y le sobó las tetas por sobre la remera del pijama.
—¿Vamos a coger o no? —preguntó el Jota, que era bueno para ir a los bifes.
—Seguro estabas tomando con esos imbéciles que tenés de amigos… ¡o en la cancha! —pero mientras decía esto, Mica ya estaba desabrochando el cinto del Jota.
Todos los berrinches de la gringa terminaban de la misma forma, con el culo roto y leche en la boca.
—¿Me extrañaste? —preguntó el Jota, sabiendo que la gringa iba a decir que no.
—Tuve que arreglármelas sola. —No mintió Mica.
La única noche que el Jota no fue a cogérsela cuando ella lo llamó, Mica tuvo que ingeniárselas. Y no le fue tan mal. Lencería, vibrador, lubricante y pija de silicona rosa. Improvisado el show, pero todo un éxito.