Las buenas épocas del Coronel

El Coronel no siempre fue coronel. Hizo carrera rápido, eso si. A finales de los setenta todavía era teniente y por eso se salvó de estar en cana. Porque la democracia metió en cana generales, coroneles y mayores. Pero hay pocos capitanes y tenientes en la sombra. Porque obedecían órdenes, dicen, que se salvaron. Si obedecés órdenes no sos culpable, dicen los que saben, y los salvaron de la cana. Cuando se derogó esa ley el Coronel se cagó en las patas. Pero tuvo suerte, los que tenían que hacerse los boludos siguieron haciéndose los boludos. Y el Coronel siguió poniendo el gesto adusto cuando comentaba, políticamente correcto, que hubo excesos inadmisibles.

Pero lo que nadie sabe, porque el Coronel no lo cuenta, es que se le hinchaba el pecho cuando iba en el Falcon. Nadie sabe que se miraba al espejo y se acomodaba la corbata cuarenta minutos hasta que estaba derecha. Nadie sabe, porque el Coronel no lo cuenta, que se le paraba la pija cuando hundía la picana en la carne zurda.

«Qué buenas épocas» recuerda el Coronel y habla de seguridad, de previsibilidad, de progreso. «Qué buenas épocas» recuerda el coronel y no habla de lo otro. Y más veces extraña lo otro que la seguridad, la previsibilidad y el progreso.

Hay noches que su mujer lo descubre babeando con la pija parada en la cama en medio de un sueño de picana y paredón. La mujer no sabe. La mujer cree que piensa en otra. Pero el Coronel sueña con las buenas épocas y se babea.