La primera bala le silbó en la oreja. La segunda ya no tuvo la menor chance. El Jota se colgó por la ventana de Juan Cruz agradeciendo que fuese igual a la de la gringa. Cuando el Coronel se asomó por debajo del dintel, descargó la reglamentaria al oscuro. Rápido para la reglamentaria el Coronel. Pero no infalible. Y la última bala acabó a más de treinta metros de donde el Jota saltó la reja. Como un gato, saltó la reja. Puteando, saltó la reja. Con rabia de no haber podido terminar lo que había ido a hacer.
El Jota se perdió en la noche con la misma facilidad con la que desaparecía cuando quería hacerse el sota. Detrás de él, los gritos de la gringa. Después los de la madre de la gringa. Lejos ya, los gritos de las dos.