La mitad de las veces

La mitad de las veces tenía razón. Y la mitad es un montón. El Jota es un tipo vivo, tiene esa viveza que aleja al rico de la miseria y al pobre del cementerio. Pero la mitad de las veces se equivocaba. Y cobraba. Palos, tiros, puteadas…

La mitad de las veces tenía razón. Y esta vez tenía razón al pensar que al chabón lo conocía de algún lado.

El Jota, el Pelusa y el Rana caminaban bien cerca uno del otro. Caminaban sin hacer ruido. Las nike de quinientos mangos sirven para eso.

Unos cuarenta metros adelante, los chetitos que se creen gangsters. Porque venden unos porros a otros chetitos que pagan el triple de lo que valen se creen gangsters… Ni se imaginan, los chetitos, que cuarenta metros detrás de ellos viene el filo que los va a abrir como un pescado. Guardado en una de las nike viene. Y por si el filo del Jota no alcanza, el filo del Rana y el del Pelusa. No tan hábiles esos filos, pero buenos para bacáp.

Al Pelusa no le gusta coger. Le da asco coger. Será porque en la casa se lo coge la Ramona. Y al Pelusa la Ramona le da asco. Se le escapa cuando puede el Pelusa. Pero a veces no puede y termina abajo de la gorda sucia que tiene de tía.

—Cagala a palos —le dice siempre el Jota—. Cagala a palos y te va a dejar tranquilo…

El Pelusa no puede, aunque quiera, cagarla a palos. Porque si la toca el viejo le quiebra el seso con un martillo. A los dos atiende la Ramona. Al viejo del Pelusa por casa y comida. Al Pelusa, por puro gusto.

La Ramona es hermana de la madre del Pelusa. Muerta, la madre del Pelusa. Muerta por el viejo del Pelusa, dicen en el barrio. Pero muerta al fin.

—La cagamos a palos nosotros —se ofrecen predispuestos el Jota y el Rana.

Pero el Pelusa no puede. Y de vez en cuando termina mordiendo los pezones peludos y mugrientos de la Ramona. Ya casi ni se le para del asco, al Pelusa. Qué se le va a hacer.

—¡La puta madre! —El Jota se paró de golpe. Se acordó dónde había visto al chabón que venía cuarenta metros adelante. El Pelusa y el Rana se pararon unos segundos después, sin entender qué carajo pasaba.

—¡Esos son los negros de mierda que nos afanaron la semana pasada! —chilló uno de los chetitos al ver al trío.

El Jota se dio cuenta muy rápido que había metido la gamba. Muy feo la había metido. Y muy rápido se dio cuenta.

Después del tiro todos salieron corriendo. Para todos lados salieron corriendo. Menos el Rana y el Jota, todos se hicieron humo. El Rana porque no pudo. El Jota porque no quiso.