¿Querés cojer?

Miraba como si quisiera. Pero no quería. O por lo menos decía que no quería. Pero después quería. Y mucho. Mica era, con todas las letras, una pendeja histérica. El Jota estaba aprendiendo a aceptar eso. No tenía otra. No, si quería seguir acabando dentro de ese culo de colección.

El Jota sabía que no iban a caminar de la mano por la peatonal. Ni mucho menos compartir un asado con la familia del Coronel en la quinta de Capilla del Monte. El Jota sabía eso. Pero le importaba un carajo.

Le bastaba con saber que más noches sí que no, terminaba enredado en las piernas de Mica, con un dedo en el culo y una lengua en la pija. El Jota sabía lo que quería. Y un fulbito con el Coronel no era.

Pero a veces al Jota le hubiese gustado que Mica no fuera tan vueltera. Que te llamo, que no te llamo, que vengás, que hoy no aparezcás. Las conchetas son así, pensaba. Y se hacía el que tenía idea de como eran «todas» las conchetas. Como si alguna vez hubiera soñado siquiera con voltearse alguna. Como si toda la vida no hubiese odiado a las conchetas por resentido. Toda la vida.

Pero la gringa le dijo «¿Querés coger?», a la salida del baile de La Barra. Así, de prepo. El Jota, que hasta ese momento ni había soñado siquiera con voltearse una concheta, le contestó con una mano en el culo para saber si estaba jodiendo. Y como la gringa no estaba jodiendo, terminaron cogiendo de parados bajo el puente Santa Fe.

Esa fue la primera vez. Y la única que no lo hicieron en la pieza de Mica. Porque a Mica le encantaba hacerlo en su pieza. En las narices del Coronel.

Orejas aguzadas el Coronel. Pero no infalible.