9. Sombras dementes

PROGRAMACIÓN DE LA RED/NOTICIAS: «Sol de hormigón», mayor nivel de audiencia en mayo.

(Imagen: varias explosiones, hombre con abrigo blanco corriendo). Voz en off: El último episodio de la serie «Sol de hormigón» alcanzó el máximo nivel de audiencia en las atracciones de la red durante el mes de mayo…

(Imagen: hombre con abrigo blanco besando a una mujer que tiene una sola pierna.)… con el sesenta por ciento de los hogares de todo el mundo.

(Imagen: hombre con abrigo blanco llevando un perro vendado por una alcantarilla). La historia de un doctor fugitivo que se oculta en la ciudad de okupas del túnel del puente N es la serie dramática lineal de mayor éxito en cuatro años…

Renie volvió la cabeza bruscamente y la plantilla de prueba, una serie interminable de parrillas virtuales colocadas como fichas de dominó en contraste de colores, se movió. Hizo una mueca de dolor. Tocó uno de los hoyuelos laterales para elevar la presión del relleno. Meneó la cabeza y la imagen quedó fija.

Levantó las manos y curvó el índice derecho. La primera parrilla virtual, una simple celosía amarillo brillante, permaneció donde estaba; todas las demás se separaron un poco unas de otras expandiéndose como olas en la distancia indeterminada, una marcha hombro con hombro hacia el infinito. Dobló el dedo un poco más y la distancia entre las parrillas disminuyó. Movió el dedo hacia la derecha y la disposición entera rotó; cada parte, una fracción de instante después que la anterior, formando una espiral de neón que desapareció cuando las parrillas se detuvieron otra vez.

—Ahora hazlo tú —le dijo a !Xabbu.

!Xabbu movió las manos describiendo una complicada serie de movimientos que marcaban cada uno un punto de distancia y actitud diferente respecto al sensor colocado ante el visor como un tercer ojo, La serie infinita de parrillas de colores respondió con giros concéntricos, encogiéndose y cambiando las relaciones como un universo de estrellas cuadradas en explosión. Renie asintió con un gesto de aprobación aunque !Xabbu no podía verla: las únicas imágenes visibles eran la de la prueba y la negrura que envolvía todo lo demás.

—Bien —dijo—. Veamos qué tal andas de memoria. Selecciona todas las parrillas que quieras, pero no las primeras, y haz un poliedro.

!Xabbu seleccionó unas partes y las demás quedaron llenando el espacio vacío; estiró las partes seleccionadas y las dobló por la mitad siguiendo la diagonal, luego unió rápidamente los triángulos emparejados hasta formar una esfera poliédrica.

—Lo haces cada vez mejor —comentó Renie satisfecha.

No es que tuviera mucho con que comparar porque nunca había enseñado a nadie que trabajara tanto, y además, !Xabbu poseía grandes aptitudes naturales. Muy poca gente se adaptaba a las reglas antinaturales del espacio de la red tan rápida y completamente como él.

—Entonces, ¿podemos dejar esto a un lado, Renie? —preguntó—. Por favor. Llevamos toda la mañana preparándonos.

Renie sacudió la mano y la plantilla de prueba desapareció. Al cabo de un momento, se encontraron uno frente a otro en un océano gris de 360 grados, un simuloide nada atractivo frente a otro igual. Renie reprimió una respuesta irritante. !Xabbu tenía razón: había alargado los preparativos repitiéndolos una y otra vez como si fueran en misión de combate, y no a dar una simple vuelta por el Circuito Selecto en busca de información.

Aunque, estrictamente hablando, una simple vuelta por el Circuito Selecto era algo imposible para foráneos. Tenían muchas posibilidades de encontrar barreras infranqueables, por muy bien preparados que estuvieran, y Renie no quería que los descubrieran y los expulsaran por un error tonto y evitable. Por otra parte, si en verdad se desarrollaba en Toytown alguna actividad ilegal y peligrosa y alguien descubría que estaba allí investigando, los culpables se pondrían en guardia y tal vez destruyeran pruebas vitales para la recuperación de Stephen.

—No pretendía ser grosero, Renie —dijo !Xabbu levantando las manos del simuloide en gesto de concordia; una sonrisa bastante mecánica se curvó en sus labios—. Pero creo que tú también te sentirás mejor en cuanto nos pongamos manos a la obra.

—Seguramente tienes razón. Desconexión y salir.

Todo desapareció. Renie levantó el visor del casco y el ambiente serio y sórdido de la sala de arneses de la Politécnica la rodeó de nuevo. El bosquimano levantó su visor y parpadeó sonriente.

Renie hizo un último repaso mental. Mientras !Xabbu terminaba los exámenes finales —que, según le dijo un pajarito, había superado con la facilidad que era de esperar—, ella había creado no sólo unas identidades falsas para entrar en el Circuito Selecto sino también varias copias de seguridad. Si las cosas se torcían, podrían despojarse de la primera identidad como si de una piel se tratara. Pero no había resultado fácil. Falsificar una identidad virtual era igual que falsificarla en el mundo real, y el proceso en sí también era semejante en muchos aspectos.

Durante los últimos días, Renie había pasado mucho tiempo merodeando por los bajos fondos de la red. Había mucha gente vagamente desagradable escondida en los callejones oscuros, las galerías Lambda de la marginalidad, cuyo trabajo diario consistía en configurar identidades falsas. Si las investigaciones en el Circuito Selecto la llevaban a algún descubrimiento importante, los implicados buscarían primero entre los tratantes de identidades de contrabando; ni uno de ellos custodiaría información privilegiada si su vida e incluso su salud dependieran de ello.

Así pues, cargada de cafeína con azúcar y fumando sin parar cigarrillos teóricamente no cancerígenos, se había puesto a hacer un poco de akisu, como lo llamaban los antiguos. Había navegado por cientos de infobancos semidesconocidos copiando de aquí y de allá a su antojo, Insertando datos falsos de información cruzada en los sistemas cuyas defensas estaban caducadas o eran débiles. Había creado dos personalidades falsas razonablemente sólidas, una para cada uno, y hasta un seguro, esperaba, por si las cosas se torcían.

Durante el proceso, descubrió también algunas cosas sobre Mister J’s, motivo por el cual había estado toda la mañana entrenando a !Xabbu. El club del Circuito Selecto tenía muy mala fama; el hecho de inmiscuirse en sus operaciones podía tener repercusiones desagradables en la vida real. A pesar de su impaciencia inicial, se alegró de que !Xabbu la hubiera convencido de que lo esperase. En realidad, no le habría venido nada mal disponer de una semana más de preparación…

Respiró hondo. Basta. Si no tenía cuidado, se convertiría en una obsesiva compulsiva de las que comprueban cinco veces si han cerrado la puerta.

—De acuerdo —dijo—. Pongámonos en marcha.

Comprobaron los arneses por última vez; ambos colgaban del techo mediante un sistema de correas y poleas que daba libertad de movimientos a los usuarios en la realidad virtual y evitaba que tropezaran con paredes de verdad o se hicieran daño al caer. Cuando las poleas los levantaron en el aire, quedaron suspendidos uno al lado del otro en medio de la sala acolchada, como dos marionetas en el día de descanso del titiritero.

—Haz lo que te diga y no preguntes. No podemos permitirnos errores… la vida de mi hermano está en juego. Después te contestaré lo que quieras. —Renie hizo las últimas comprobaciones en los cables para asegurarse de que no se desconectarían por la acción de las correas de los arneses y se bajó el visor; las imágenes desaparecieron y el destello gris de la red la envolvió—. Y recuerda: aunque la banda restringida la proporciona el Circuito Selecto, y no el club, en cuanto entremos allí, hazte a la idea de que nos están escuchando.

—Entendido, Renie —replicó animado, cosa sorprendente teniendo en cuenta que ya le había leído la cartilla sobre los espías dos veces esa mañana.

Renie movió las manos y partieron.

La muchedumbre que aguardaba a las puertas del Circuito Selecto era una mancha bulliciosa de brillantes colores. Cuando el clamor de las conversaciones en todas las lenguas resonó dolorosamente en sus oídos, se dio cuenta de que, por la obsesión de no perderse ninguna clave posible, había aumentado la capacidad sensorial de los inputs excesivamente. Con una sacudida de la muñeca y un círculo descrito con el dedo, bajó el volumen hasta un nivel soportable.

Tras una espera que mantuvo a Renie saltando de impaciencia, llegaron por fin al principio de la cola. La funcionaría era amable y parecía notablemente desinteresada en poner objeciones. Miró sus documentos de identificación falsos y les preguntó si el motivo de la visita, conformado y adjuntado a los documentos de identidad, seguía siendo el mismo.

—Sí. Hemos recibido quejas sobre una instalación y tenemos que revisarla.

Renie era un empleado de una gran compañía nigeriana de programadores y !Xabbu era su aprendiz: una compañía de proveedores poco estricta en sus registros, según había comprobado.

—¿Cuánto tiempo necesita, señor Otepi?

Renie se quedó asombrada: ¡cuánta amabilidad! No estaba acostumbrada a tratos amables por parte de los burócratas de la red. Observó al simuloide con atención y se preguntó si se trataría de un modelo nuevo e hiperactualizado de muñeco de servicio al público.

—Es difícil de decir. Si se trata de un problema sencillo, tal vez pueda arreglarlo yo solo, pero para descubrirlo tengo que comprobar la instalación paso a paso.

—¿Ocho horas?

¡Ocho horas! Sabía de gente que pagaría muchos miles de créditos por un período tan largo de acceso al Circuito Selecto: hasta se vio tentada, si le sobraba algo una vez hubieran terminado, a vendérselo a alguien. Se preguntó si sería conveniente pedir más —tal vez ese muñeco estuviera estropeado, como una máquina tragaperras que no para de dar premios—, pero optó por no forzar la suerte.

—Me parece adecuado.

Un momento después estaban al otro lado, flotando por encima del suelo en la monumental plaza de la entrada.

—No te has dado cuenta —le dijo a !Xabbu por la banda restringida—, pero acabas de presenciar un milagro.

—¿Qué es eso?

—Un sistema burocrático que funciona como debe funcionar.

!Xabbu se volvió hacia ella; media sonrisa iluminaba el rostro simuloide que Renie se había provisto para el viaje.

—¿Permitir la entrada a dos personas disfrazadas que fingen venir para un asunto legal?

—A nadie le gustan los comediantes —replicó; salió entonces de la banda restringida—. Estamos libres. Podemos ir a donde queramos excepto a los nodos particulares.

!Xabbu echó una mirada general a la plaza.

—La multitud parece diferente aquí que en las galerías Lambda. Y las estructuras son más extremadas.

—Es porque te encuentras más cerca del centro de poder. Aquí, la gente hace lo que quiere porque dispone de los medios necesarios. —Un pensamiento repentino se le presentó como una brizna de ceniza negra y ardiente—. Es gente que siempre se sale con la suya, o eso creen. —Stephen seguía en el hospital en estado comatoso mientras que los que le habían herido disfrutaban de libertad. La ira, que no llegaba a enfriarse nunca, se avivó—. Vamos a echar un vistazo por Toytown.

La calle Lullaby estaba mucho más concurrida que la última vez que la viera, prácticamente atestada de cuerpos virtuales. Sorprendida, Renie empujó a !Xabbu a un callejón para observar el panorama.

La gente pasaba ante la entrada del callejón en una misma dirección, gritando y cantando. Parecía una especie de desfile. Los simuloides tenían cuerpos raros y variados, de tallas enormes o muy pequeñas, con más brazos o piernas de lo normal e incluso divididos sus cuerpos en partes inconexas que se movían como un todo coherente. Algunos juerguistas se movían y cambiaban instantáneamente: una figura débil de cabellos violeta llevaba unas enormes alas de murciélago que se disolvieron en una sutil tracería de gasa plateada. Muchos variaban de forma a cada poco, producían nuevas extremidades, cambiaban de cabeza, se extendían y se rizaban en formas fantásticas como cera hirviente vertida en agua fría.

«Bienvenidos a Toytown —se dijo Renie—. Al parecer, hemos llegado justo a tiempo para la reunión de la sociedad Hieronymus Bosch».

Se llevó al bosquimano hasta el nivel de los tejados, desde donde podían ver mejor el panorama. Había muchos que llevaban pancartas luminosas con la palabra «¡Libertad!», o la portaban escrita en letras de fuego por encima de la cabeza; un grupo se había transformado en una fila de letras que andaban y que, juntas, decían: «Día de la mutación». Aunque la mayoría de los simuloides eran de diseño extremado, también parecían muy inestables. Algunos se descomponían en líneas y planos desestructurados de una forma que no parecía intencional. Otros dejaban de brillar a medio paso y a veces desaparecían por completo.

«Programación casera —pensó—. Productos de hágalo usted mismo».

—Debe de ser una manifestación de protesta —le dijo a !Xabbu.

—¿Contra qué o contra quién?

Flotaba en el aire, a su lado, una figura de cómic con una expresión seria en su cara sencilla.

—Diría que contra la ley de personificación. Pero no creo que sufran mucho si pueden permitirse el andar por aquí, me parece. —Hizo un sonido de desdén—. Hijos de gente rica que se quejan porque sus padres no les dejan disfrazarse. Vámonos.

Se teletransportaron al otro lado de la procesión, al fondo de la calle Lullaby, donde las calles estaban vacías. Sin la distracción del teatro callejero, el estado ruinoso del vecindario quedó en evidencia. Muchos nodos parecían haberse deteriorado más desde su última visita; la calle estaba flanqueada a ambos lados por edificios huecos y descoloridos.

Un revuelo de música volátil en la distancia los encaminó por fin hacia un estridente resplandor que procedía del final de la calle. En tan oscuros alrededores, la animación horrible y palpitante del Mister J’s parecía aún más siniestra.

!Xabbu se quedó mirando la hilera de dientes serrados y la mueca gigante y devoradora de la boca.

—Ahí lo tenemos, ¿no?

—Banda restringida —replicó Renie—. No la cambies a menos que tengas que responder a alguna pregunta. Y, en cuanto termines de contestar, vuelves a cambiarla. No te preocupes si tardas en contestar… estay segura de que aquí llega mucha gente de reflejos más lentos de lo recomendable.

Se desplazaron flotando despacio hacia delante, observando el brillo y la mueca de la fachada del club.

—¿Por qué no hay gente por aquí? —preguntó !Xabbu.

—Porque esta parte del Circuito Selecto no tiene un paisaje atractivo, Supongo que los habituales del Mister J’s se teletransportan directamente. ¿Estás preparado?

—Creo que sí. ¿Y tú?

Renie vaciló. La pregunta sonó impertinente, pero eso no era propio del bosquimano. Se dio cuenta de que estaba tensa, con los nervios a flor de piel. Respiró hondo varias veces para calmarse. La boca llena de dientes de la entrada movía los labios rojos como musitando una promesa. La Sonrisa de Mister Jingo, se llamaba antes el lugar. ¿Por qué le cambiarían el nombre pero le dejarían esa mueca horrenda?

—Éste sitio es malo —dijo !Xabbu bruscamente.

—Lo sé. Que no se te olvide ni un momento.

Hizo un gesto con los dedos y, al instante, se encontraron en una sombría, antesala, un recinto con espejos carnavalescos de marco dorado en vez de paredes. Al girarse para verlo todo, Renie observó que la latencia —el retardo ínfimo entre el inicio y la acción característico de los entornos complejos de realidad virtual— era muy baja, una imitación bastante pasable de la vida real, y que la definición de los detalles era impresionante también. Se encontraban solos en la antecámara, pero no en los espejos; los rodeaban mil fantasmas que estaban de fiesta: hombres, mujeres y seres más animales que humanos saltaban alrededor del reflejo distorsionado de sus simuloides. Al parecer, sus imágenes se divertían también.

Bienvenidos a Mister J’s.

La voz habló con un acento extraño. En los espejos no había imagen alguna que pudiera corresponderse a ella.

Renie se giró y vio junto a sí a un hombre alto, risueño y elegantemente vestido de blanco. El hombre levantó las manos, enfundadas en guantes, y los espejos desaparecieron; quedaron los tres a solas bajo un único haz de luz rodeado de negrura infinita.

Nos alegramos de contar con su presencia —dijo la voz, que se le coló como si le susurrara al oído—. ¿De dónde vienen?

—De Lagos —respondió Renie sin aire. Esperaba que su voz, procesada una octava más grave para adecuarla a su falsa identidad masculina, no le sonara tan temblorosa como a ella le parecía—. Nos… nos han hablado mucho de este sitio.

El hombre sonrió más ampliamente e hizo una breve inclinación.

—Nos sentimos orgullosos de nuestra fama mundial y con mucho gusto abrimos las puertas a nuestros amigos africanos. Naturalmente, los dos tienen la edad requerida, ¿no?

—Naturalmente. —Renie sabía que, mientras hablaban, unos dedos digitales hurgaban en su identidad… Pero no investigaron mucho: en sitios así sólo hacía falta negar el acceso—. Traigo a este amigo mío a dar una vuelta por el Circuito Selecto. Es la primera vez que entra.

—Espléndido. Lo ha traído al lugar adecuado. —El elegante anfitrión zanjó la charla, lo cual significaba que sus fichas habían pasado el control. Hizo una floritura exagerada y una puerta se abrió en la oscuridad, un rectángulo que derramaba una luz roja ahumada. También chorreaba ruido, música a gran volumen, risas y una algarabía de voces—. Que se diviertan —dijo—. Cuéntenselo a sus amigos.

Desapareció y ellos fluyeron hacia el brillo rojo.

La música se elevó hasta alcanzarlos como un pseudópodo de una inmensa e invisible criatura de energía. Era ensordecedora y sonaba a saltos como el swing jazz del siglo anterior, pero con hipos y ligaduras extraños, ritmos secretos que bullían en su interior como los latidos del corazón de un depredador al acecho. Cautivador: Renie empezó a tararear la música sin darse cuenta antes de haber entendido la letra siquiera, aunque enseguida empezó a oírla.

No llamamos a la consternación,

cantaba una voz apremiante mientras la orquesta se lamentaba y golpeaba en el fondo,

basta una cara sonriente…

¡Sinceramente!

Trae tu material a la celebración…

El salón era increíblemente grande, un octágono monstruoso iluminado de rojo. Las columnas que señalaban los ángulos, anchas como rascacielos, se elevaban hasta desaparecer en las sombras de arriba; las guías verticales de los focos que las iluminaban acortaban distancias entre sí hasta fundirse en líneas luminosas continuas que la distancia empequeñecía. Arriba, donde ni las luces alcanzaban, en las inenarrables alturas del techo, unos fuegos artificiales brillaban en zigzag y describían carambolas en medio de la negrura.

Unos reflectores móviles giraban en el aire lleno de humo formando veloces elipses de un rojo más intenso sobre las paredes aterciopeladas. Había cientos de reservados entre las columnas y en los palcos bulliciosos que asomaban al menos en una docena de pisos, sin tener en cuenta los que ya no podían contarse a causa de las nubes de humo. Un sinnúmero de mesas cubría el brillante piso principal como si de un Interminable bosque de setas se tratara; entre las mesas, se movían velozmente unas siluetas vestidas de plata como bolas de máquinas del millón descontroladas… mil camareros y camareras, dos mil más, circulando con rapidez, sin fricción, como perlas de mercurio.

En el centro de la enorme sala, tocaba la orquesta sobre una plataforma flotante que destellaba y giraba como la rueda de un transbordador. Los músicos iban formalmente trajeados de blanco y negro, pero no tenían nada de formales. Eran bidimensionales y atenuados como personajes de dibujos animados. Mientras la música chirriaba, sus siluetas ondeaban y fulguraban como sombras dementes; algunas aumentaban hasta asomar sus ojos en blanco directamente a los palcos más elevados. Unos dientes lustrosos como losas sepulcrales sonreían de pronto a los clientes provocando aspavientos, carcajadas y fugas hacia terrenos más seguros.

Sólo la cantante, colgada en el extremo más lejano del escenario circular, con un vestido blanco y sutil, no cambiaba de tamaño. Mientras los anónimos músicos aullaban a su alrededor, ella resplandecía como un lingote de radio.

Olvida la agitación,

cantaba, con una voz ronca pero atractiva al mismo tiempo y un gorjeo como el de un niño obligado a quedarse por la noche entre adultos que van enrareciéndose y emborrachándose.

Deslízate en la síncopa… ¡sin complicación!

El transmisor

nos propulsa a la parada Fiesta…

La cantante no era más que un punto de luz en medio del ciclópeo vestíbulo y la creciente orquesta, que parecía estirarse locamente, pero durante unos largos momentos Renie sólo la veía a ella. La mujer parecía casi un esqueleto, con unos enormes ojos negros en una cara blanca. La cascada de pelo blanco, tan largo como la mitad de su estatura, se confundía con el vestido blanco que se fruncía en las axilas, de modo que parecía un ave exótica.

¡Siéntate ahí mismo… desfrunce el ceño!

¡Brinda con Toytown!

Escoge una canción,

canta con nosotros,

todo lo que esté de pie saldrá mal…

La cantante se balanceaba hacia delante y hacia atrás entre las sacudidas de la música aporreante como una paloma en pleno temporal. Cerró sus grandes ojos negros en un gesto que podría haber sido de gozo pero no lo parecía: Renie nunca había visto un ser humano tan aparentemente atrapado, y sin embargo la cantante relumbraba, ardía. Se le antojó como una bombilla sobrecargada de corriente, con los filamentos a punto de estallar.

Poco a poco, casi contra su voluntad, Renie estiró el brazo en busca de !Xabbu. Dio con su mano y se la apretó.

—¿Te encuentras bien?

—Éste sitio es… es sobrecogedor.

—Sí. Vamos a… vamos a sentarnos un momento.

Lo llevó de la mano por el piso hasta un reservado del extremo opuesto… un viaje real que habría llevado unos minutos a pie, pero que hicieron en segundos. En ese momento toda la orquesta cantaba, daba palmas, pitaba y golpeaba con sus fuertes pies en el escenario que se mecía; la música estaba tan alta que la casa entera habría podido venirse abajo.

¡Liberaos de las dudas!

¡Evas y Adanes de todos los Estados nacionales,

poneos a gusto!

Cuando crearon la federación…

La música iba en aumento y los reflectores giraban cada vez más deprisa, rayos que se entrecruzaban como floretes de esgrimidores. Se oyó un cañonazo de tambores, un último clamor explosivo de trompas, y la orquesta desapareció. Un coro cavernoso de abucheos y vítores quedó flotando en la inmensa sala.

Renie y !Xabbu acababan de sentarse apenas en el hondo banco de terciopelo cuando se presentó un camarero y se quedó flotando a unos milímetros del suelo. Llevaba un esmoquin de color cromo ajustado al cuerpo. Su simuloide parecía hecho a semejanza de alguna antigua deidad de la fertilidad.

—Buenasss, viciosillosss… —dijo, arrastrando las palabras—, ¿qué queréis tomar?

—Éstos simuloides no permiten comer ni beber —dijo Renie—. ¿Tienen alguna otra cosa?

La miró fijamente, con cierta ironía, como si comprendiera; chasqueó los dedos y desapareció. Un menú de letras brillantes se materializó tras él en el aire como una estela luminosa.

—Hay una lista que se titula «Emociones» —comentó !Xabbu con asombro—. «Pesar: medio a intenso. Felicidad: satisfacción tranquila a júbilo violento. Plenitud. Desgracia. Optimismo. Desesperación. Sorpresa agradable. Locura…». —Miró a Renie—. ¿Qué son? ¿Qué significa?

—Si quieres, habla por banda general. A nadie le va a sorprender que esto sea una novedad para ti…, ni para mí, por cierto. Recuerda que sólo somos dos chicos nigerianos de provincias que hemos venido a la gran ciudad virtual a ver el paisaje. —Cambió de banda—. Supongo que serán sensaciones simuladas. Eddie…, quiero decir, el que tú y yo sabemos, nos dijo que nos proporcionarían experiencias aunque el equipo no nos lo permitiera. Al menos ésa es la publicidad que hacen.

—¿Qué hacemos ahora? —En medio de la inmensa sala, el pequeño simuloide del bosquimano parecía más pequeño aún, como aplastado bajo el peso del clamor y el movimiento—. ¿Adónde deseamos ir?

—Estoy pensando. —Se quedó mirando fijamente las letras luminosas que flotaban ante ellos, una cortina de palabras que no proporcionaba intimidad ni protección—. En realidad, me gustaría que no hubiera tanto ruido. Si es que nos lo podemos permitir, claro está.

Seguían en el mismo reservado pero los colores se habían transformado en tonos terrosos; se encontraban en una sala pequeña de la Galería de la Tranquilidad. La puerta arqueada se asomaba a un gran estanque azul colocado en medio de un claustro de piedra.

—¡Qué bonito es esto! —exclamó !Xabbu—. Y hemos venido así, sin más.

Su simuloide chasqueó los dedos pero no se produjo ruido alguno.

—Y el dinero se va de nuestras cuentas también así, sin más. Éste debe de ser el único club virtual donde es más barato alquilar un recinto retirado que bajar el volumen de la propia mesa. Supongo que quieren promocionar el uso de los servicios que ofrecen. —Renie se enderezó. El estanque la hipnotizaba. Del techo musgoso caían gotas de agua formando olas circulares que se extendían, se superponían y proyectaban reflejos borrosos en las paredes iluminadas por antorchas—. Quiero echar un vistazo por aquí. Quiero verlo todo.

—¿Podemos permitírnoslo?

Volvió a conectar la banda restringida.

—Pongo unos cuantos créditos en la cuenta vinculada a esta identidad, pero no muchos pues los maestros no ganamos tanto. Pagamos esto porque lo hemos solicitado. Si sólo paseamos por aquí… bueno, creo que nos avisarán antes de cargárnoslo en cuenta.

Los labios de !Xabbu se estiraron en un simulacro de sonrisa.

—¿Crees que los propietarios de este lugar son capaces de… de muchas cosas, pero no de estafar a sus clientes?

Renie no tenía ganas de hablar de lo que aquella gente podía hacer o dejar de hacer, ni siquiera en banda restringida.

—El que engaña a sus clientes dura poco. Eso es cierto. Hasta los clubes de la Broderbund que hay en Victoria Embankment…, aunque timen un poco y se entiendan con makokis y drogadictos por la puerta de atrás, tienen que mantener las apariencias de todos modos. —Se levantó y volvió a cambiar la banda—. Vamos, echemos un vistazo por aquí.

Cuando salieron por el arco hacia el sendero que rodeaba el estanque, una luz empezó a brillar en lo profundo del agua.

—Por aquí —dijo, dirigiéndose hacia la luz.

—Pero…

!Xabbu dio un paso tras ella y se detuvo.

—Es pura ilusión. A menos que no hayan utilizado los símbolos universales de interfaz de realidad virtual, ahí tenemos la salida.

Dio otro paso y vaciló; después dobló las rodillas y se zambulló. El descenso duró bastante tiempo. En la Politécnica, su cuerpo real estaba sujeto en los arneses en posición horizontal, de modo que no tenía la sensación física de caer. En la Galería de la Tranquilidad, vio un resplandor translúcido de color azul que se acercaba a ella y después, un remolino de burbujas producido por el chapoteo. Un círculo luminoso brillaba en las profundidades y hacia allí se dirigió.

Un momento más tarde, !Xabbu le dio alcance. Al contrario que Renie, que había adoptado la postura de un nadador tirándose de cabeza y con los brazos extendidos hacia delante, él se hundió en posición vertical.

—¿Qué…? —empezó a preguntar, y enseguida se echó a reír—. ¡Podemos hablar!

—No es agua, y eso no son peces.

!Xabbu lanzó otra gran carcajada cuando una gran nube de formas ondulantes los rodeó moviendo las colas y agitando las aletas como pequeños propulsores. Una de ellas, con escamas negras, amarillas y rojas y dibujos atrevidos, retrocedió ante el bosquimano rozándole con la boca.

—¡Maravilloso! —exclamó, y al estirar la mano hacia el pez, éste dio media vuelta y se alejó veloz.

La puerta seguía brillando, pero el agua que los envolvía iba oscureciéndose. Habían llegado a otro nivel del estanque o, mejor dicho, de la simulación: Renie veía un fondo marino abajo, con rocas, arena blanca y un bosque de algas. Hasta creyó atisbar una forma casi humana oculta en las profundidades sombrías del bosque, un ser con manos, dedos y ojos brillantes y una cola musculosa de depredador abisal. Además del ruido del chapoteo que le llegaba por las tomas de audio, oía otra cosa más profunda, una especie de canción inquietante; hizo una seña a !Xabbu y ambos se apresuraron hacia el resplandor de la salida.

De cerca, el anillo era una corona de círculos brillantes, cada uno de un color.

—Coge uno —le dijo a !Xabbu.

!Xabbu hizo un gesto y el círculo rojo intensificó su brillo. Una voz asexuada y serena le murmuró al oído: «Infierno y otras salas inferiores».

!Xabbu la miró y ella asintió a pesar de la alarma que sintió de pronto en la nuca. Era el típico reclamo para niños como Stephen. !Xabbu volvió a tocar el círculo; toda la corona se fundió en un color rojo, se expandió y fluyó sobre ellos de modo que, por un momento, creyeron encontrarse en un túnel de luz carmesí. Cuando el resplandor desapareció, seguían bajo el agua, aunque ahora tenía un tono mucho más oscuro. Al principio, Renie pensó que la entrada había fallado.

—Mira allá arriba —dijo !Xabbu señalando. Por encima de ellos, a lo lejos, flotaba otro círculo de luz, una especie de disco sólido de color rojo como un sol crepuscular—. Así se ve el cielo desde debajo del agua —dijo, como si le faltara aire.

—Entonces, vamos allá.

Por un momento se preguntó qué sabría !Xabbu de aguas profundas, un nativo de los pantanos y ríos poco profundos del delta, pero lo olvidó enseguida. A lo mejor había ido a nadar a las piscinas públicas de Durban.

Se elevaron hacia la luz roja flotando entre bosques de algas negras y espinosas, cúmulos flotantes de zarzas acuáticas que a veces les tapaban la vista del círculo por completo y los sumían en una extraña media luz submarina. El agua estaba revuelta, agitada por las salidas de vapor que burbujeaban en el irregular suelo oceánico que tenían debajo. No había ni rastro del punto por el que habían entrado, aunque Renie estaba segura de que, si dieran media vuelta, encontrarían alguna indicación de la ruta de regreso al estanque de la Galería de la Tranquilidad.

Tocó con el dedo un alga maravillándose como la primera vez de la textura áspera y gomosa que podía fabricarse sólo con la abstracción de los números y que, sin embargo, daba la impresión de una existencia palpable al transmitirse a los tactores, los sensores de retroalimentación de fuerza de que estaban provistos los guantes del simuloide.

!Xabbu la agarró por el brazo y tironeó de ella.

—¡Mira! —parecía presa de auténtico terror.

Renie miró hacia abajo, donde señalaba !Xabbu.

Una vasta sombra se movía entre los vapores del fondo. Renie adivinó apenas una espalda lisa y una cabeza singularmente alargada y grande, desproporcionada con respecto al cuerpo, que se deslizaba por el fondo rocoso cerca del punto por el que habían entrado. Parecía un cruce entre tiburón y cocodrilo pero mucho más grande que cualquiera de ellos. El cuerpo, largo y cilíndrico, desaparecía en la oscuridad a unos doce metros detrás del hocico indagador.

—¡Nos huele!

Renie le tomó la mano y se la apretó.

—No es de verdad —le dijo con convicción, aunque a ella le latía el corazón a toda prisa. El ser dejó de olisquear entre los orificios y empezó a ascender lentamente siguiendo una trayectoria circular ascendente que lo ocultó a su vista. Renie cambió a la banda restringida—. !Xabbu, ¿notas mi mano? Debajo del guante está mi mano de verdad. Nuestros cuerpos están en la Politécnica, en la sala de arneses. Que no se te olvide.

El simuloide de !Xabbu apretaba los párpados con fuerza. No era la primera vez que Renie veía algo semejante: una experiencia terrorífica en una simulación de alta definición podía resultar tan desbordante como en la vida real. Siguió apretando la mano de su amigo y aceleró el ascenso.

Algo enorme pasó a gran velocidad por el punto en el que acababan de estar, inmenso y rápido como un tren de alta velocidad. El corazón le dio un brinco. Entrevió una boca abierta llena de dientes y un ojo brillante tan grande como su cabeza, y detrás, un cuerpo oscuro y lustroso que nunca terminaba de pasar por debajo de ellos. Aumentó la velocidad del ascenso y se rio de sí misma por haber caído en lo que acababa de advertir a !Xabbu: utilizar la lógica de la vida real. «¡No tienes más que salir de un salto, tonta! Esto no es agua y no tienes que nadar. Sea una simulación o no, ¿quieres averiguar lo que hace ese ser cuando caza una presa?».

Hizo un gesto con la mano libre y el disco rojo se expandió drásticamente; parecía que la superficie descendiera sobre ellos. Un instante después, aparecieron flotando en un lago ancho y agitado en medio de un caos de vapor y lluvia roja. !Xabbu, no repuesto aún de la experiencia, se debatía agitando los brazos para mantenerse a flote aunque, en ese momento, lo que determinaba su posición era el control que Renie ejercía y no sus propios movimientos. Una giba reluciente y grandiosa rompió la superficie y se dirigió hacia ellos rápidamente. Renie apretó la mano a !Xabbu otra vez y desplazó a ambos instantáneamente hasta la orilla del lago, a doscientos metros de distancia.

Pero no había orilla. El agua roja rompía contra unas paredes de basalto y ascendía silbando e hirviendo en grandes cortinas hasta el techo de estalactitas, para caer de nuevo en mil gotas de lluvia continua y humeante. Casi cegados, Renie y !Xabbu quedaron en suspenso al borde del lago y fueron violentamente arrojados contra la piedra, tan bien simulada que hasta se hicieron daño.

La chepa apareció otra vez de un salto y no dejó de ascender hasta que la cabeza se situó por encima del vapor balanceándose de lado a lado en busca de su presa. Renie se bamboleó en su sitio un momento, atónita. Lo que había tomado por el cuerpo gigantesco de la criatura no era más que el pescuezo.

La cabeza se acercó más levantando agua como una bomba de drenaje. «Leviatán», pensó, acordándose de cuando su madre les leía la Biblia y, por un momento, sintió un miedo supersticioso; después se rio histéricamente al pensar que una simple atracción de la realidad virtual pudiera sorprenderla hasta tal punto. Dejó de reírse cuando !Xabbu se le agarró a los hombros y al cuello. Su amigo tenía verdadero pánico.

—No es real —le dijo a gritos para que la oyera a pesar del rugir de las aguas y de la respiración burbujeante de la bestia que se aproximaba, pero el bosquimano estaba tan aterrorizado que no la oyó.

La inmensa mandíbula se abrió y se cernió sobre ellos entre la lluvia torrencial. Renie pensó en terminar la expedición desenchufando inmediatamente, pero aún no habían descubierto nada. Por alarmante que resultara, aquello no era más que un viaje en una atracción de feria para niños como Stephen… la causa de su postración no podía ser algo tan evidente.

Las paredes de la gran caverna estaban cubiertas de cataratas ascendentes, pero una luz roja destellaba en muchos puntos tras la cortina de agua, como si detrás hubiera un espacio abierto. Renie seleccionó una luz al azar y dirigió a los dos hacia allí en el momento en que la bestia se arrojaba desde arriba con la cabeza por delante y mordía en el vacío que ellos ocupaban un instante antes.

Mientras se apresuraban hacia el punto luminoso, Renie vio formas humanas que ocupaban las paredes de la caverna, con las bocas abiertas, retorciéndose despacio por debajo de las aguas hirvientes como si la piedra las hubiera absorbido parcialmente. Extendían las manos hacia ella entre las cataratas como si quisieran agarrarla. El agua se hacía espuma entre las manos tendidas y ascendía al techo en gotas como sartas de gemas flotantes.

Renie y !Xabbu chapotearon entre la cortina de agua y cayeron en un pasaje de piedra al tiempo que el aullido de decepción de Leviatán hacía temblar las paredes.

—Infierno —dijo Renie—. No son más que juegos. Se supone que es el infierno.

!Xabbu todavía temblaba: notaba el estremecimiento de sus hombros en la mano, pero había dejado de agitar los brazos. La cara del simuloide no era adecuada para expresar lo que ella suponía que sentía su amigo.

—Estoy avergonzado —confesó—. Me he portado mal.

—Tonterías —replicó ella con rapidez deliberada—. Yo también me he asustado, a pesar de que es de lo que vivo. —No era estrictamente cierto, los entornos de realidad virtual que ella frecuentaba no solían ser de esa clase, pero no quería que el bosquimano se desmoralizara—. Ven conmigo a la otra banda. Éstas cosas dan una idea de la potencia programadora y procesadora de que disponen aquí, ¿verdad?

!Xabbu no se dejó apaciguar tan fácilmente.

—Es que no podía controlarme… por eso estoy avergonzado. Sabía que no era real, Renie, no me olvido de tus enseñanzas con tanta rapidez. Pero de pequeño me atrapó un cocodrilo, y otro atrapó a un primo mío. Yo me salvé porque el animal no me había agarrado bien, todavía tengo las cicatrices en el brazo y en el hombro, pero mi primo no fue tan afortunado. Unos días después, encontraron al cocodrilo y lo mataron; tenía a mi primo en el estómago, medio disuelto y blanco como la leche.

Renie se estremeció.

—Tú no tienes la culpa. ¡Dios! ¡Ojalá me lo hubieras contado antes de zambullirnos en el estanque! La realidad virtual puede hacer mucho daño en esas cosas, precisamente, eso no lo discute nadie…, cuando toca fobias o temores infantiles. Pero como es un medio controlado, también la usan para curar esos mismos temores.

—No creo que me haya curado —replicó !Xabbu lastimosamente.

—No, no me sorprende. —Le apretó el brazo otra vez y se puso de pie. Tenía los músculos doloridos y lo achacó a la tensión. A la tensión y a la serie de golpes que !Xabbu le había propinado sin querer—. Vamos, ya hemos quemado una hora o más y apenas hemos visto nada.

—¿Hacia dónde? —Él también se enderezó y se puso de pie, pero se detuvo, acababa de ocurrírsele una idea—. ¿Tenemos que salir por donde entramos?

Renie se echó a reír.

—Casi seguro que no. Además, podemos desenchufarnos directamente en el momento en que queramos. Lo único que hay que hacer es utilizar el comando «salir» ¿recuerdas?

—Ahora sí.

El diseño del corredor continuaba con el tema del agua hirviente. Las paredes eran de la misma piedra ígnea y negra, áspera al tacto y tétrica. Una luz roja de procedencia indefinida lo bañaba todo.

—Podemos deambular sin más —le dijo— o adoptar una postura un poco más científica. —Se detuvo un momento pero no vio nada sugerente—. Opciones —dijo en voz alta y clara. Una serie de líneas ardientes apareció en la pared a su lado. Estudió la lista, la mayoría de las opciones sugerían cosas desagradables y se decantó por una de las más neutras—. Estrellas.

El corredor tembló y cayó ante ellos como agua por un canalón. Estaban en un rellano, en medio de una ancha escalera de tramos que se prolongaba por arriba y por abajo en inmensos peldaños de piedra negra y brillante. Por un instante, se encontraron solos; después, el aire tembló y aparecieron unas formas pálidas.

—Por mis antepasados… —musitó !Xabbu.

Cientos de siluetas fantasmales ocupaban la escalera, unas avanzaban cansadas, otras portaban sacos pesados u otras cargas. Unas terceras, más incorpóreas, flotaban en jirones sobre los peldaños como si fueran niebla. Renie vio una serie de trajes antiguos de muchas culturas y oyó una babel de susurros en lenguas diversas, como si esas sombras quisieran representar una muestra transversal de la historia humana. Subió el volumen de los auriculares con un gesto, pero siguió sin entender una palabra.

—Más almas perdidas —dijo Renie—. Me pregunto si alguien estará intentando enviarnos un mensaje: «Abandonad toda esperanza al entrar aquí», o algo parecido.

!Xabbu parecía mirar con desasosiego a una bella mujer asiática que pasó flotando a su lado con la llorosa cabeza entre los muñones de las muñecas.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

—Bajar. —Parecía lo más lógico—. Antes de salir tenemos que bajar… Así funcionan siempre estas cosas.

—¡Ah! —!Xabbu se volvió hacia ella con una sonrisa repentina en la cara del simuloide—. Tanta sabiduría no se adquiere fácilmente, Renie; estoy impresionado.

Se quedó mirándolo un momento. Ella se refería a los juegos de mazmorras a los que jugaba sin parar cuando era pequeña, pero no estaba segura de a qué se refería él.

—Pues adelante.

Al principio, Renie se preguntó si habría obstáculos o situaciones que superar, pero los espíritus de la escalera sólo pasaban a su lado susurrando inofensivamente como palomas. Uno de ellos, un hombre retorcido sin más vestidura que un taparrabos, permanecía en medio de la escalera temblando de risa o de llanto. Renie quiso pasar a su lado, pero el hombre se convulsionó de súbito y fue a parar contra su hombro; inmediatamente, se disolvió en jirones de humo y luego volvió a tomar forma un poco más arriba, encogido como antes e igual de convulso.

Caminaron casi media hora con la única compañía de las simulaciones de las almas en pena. La escalera parecía no tener fin; Renie ya pensaba en escoger una de las puertas que se abrían en cada rellano cuando una voz se destacó entre el triste balbuceo de los espíritus.

—… Como una perra. Resollando, gruñendo, con espuma en la boca… ¡ya la verán!

A esas palabras siguió un coro de risa estruendosa.

Renie y !Xabbu dieron la vuelta a otra curva. En el rellano había cuatro hombres bastante reales, al menos en comparación con los fantasmas que pasaban a su lado. Tres eran semidioses de piel y cabellos oscuros, altos y de una belleza casi imposible. El cuarto no era tan alto pero sí tremendamente corpulento, como un hipopótamo vestido de blanco y con una cabeza humana redonda y calva.

Aunque les daban la espalda y se acercaban sin ruido, el gordo se volvió hacia Renie y !Xabbu inmediatamente. Renie sintió casi físicamente el rápido examen visual a que la sometieron aquellos ojos pequeños y vivos, como dedos que hurgaran en ella.

—¡Oh! ¡Hola! ¿Se divierten los señores?

Su voz era el trabajo de un genio, aduladora y profunda como una viola da gamba.

—Sí, gracias —contestó insegura, sin apartar la mano del hombro de !Xabbu.

—¿Es la primera vez que vienen a Mister J’s, famoso en el mundo entero? —preguntó el gordo—. Vengan, estoy seguro de que es así… no hay de qué avergonzarse. Únanse a nosotros, conozco todos los recovecos de este lugar insólito y maravilloso. Soy Strimbello.

Bajó la punta de la barbilla hacia el pecho a modo de inclinación mínima; el mentón se le aplastó y se le hinchó como las agallas de un pez.

—Encantado de conocerlos —dijo Renie—. Soy el señor Otepi, y éste es mi socio el señor Wonde.

—¿Son africanos? Espléndido, espléndido. —Strimbello parecía muy satisfecho, como si ser africanos fuera la mayor gracia que se les hubiera podido ocurrir a !Xabbu y a ella—. Éstos otros amigos míos (hoy ha sido un gran día para hacer nuevos amigos) son del subcontinente de la India, de Madrás, concretamente. Por favor, permítanme presentarles a los hermanos Pavamana.

Los tres compañeros saludaron con una leve inclinación de cabeza. Parecían trillizos, o al menos sus simuloides eran prácticamente Idénticos. Sus hermosos cuerpos virtuales habían costado mucho dinero. Renie pensó que sería una especie de compensación y que en el mundo real tendrían la cara llena de granos y el pecho hundido.

—Encantado de conocerlos —dijo Renie, y !Xabbu la secundó.

—Justo en este momento, trataba de convencer a estos señores de que visitaran algunas de las atracciones más selectas del Infierno. —Strimbello bajó la voz e hizo un guiño; tenía mucho de charlatán de feria—. ¿Quién desea unirse a nosotros?

Renie se acordó de pronto de que Stephen le había hablado de un hombre gordo. El corazón se le aceleró. ¿Podría suceder todo así de rápido, así de fácil? Se le ofrecía una oportunidad, pero también un peligro.

—Es usted muy amable.

!Xabbu y ella intercambiaron una mirada y se pusieron en marcha detrás del otro grupo. Renie se llevó el dedo a los labios indicándole que no dijera nada, ni siquiera por la banda restringida. Si ese hombre pertenecía a la esfera íntima del Mister J’s, sería una locura confiar ni por un instante en sus intenciones.

Mientras bajaban flotando por la gran escalera, Strimbello, que no mostraba el menor interés por pasatiempos arriviste como caminar, les obsequiaba con historias sobre los diversos fantasmas o las personas a las que representaban, como la de un caballero franco de las cruzadas al que habían puesto los cuernos con artimañas tan admirables que hasta Renie y !Xabbu estallaron en carcajadas. Sin cambiar de tono, Strimbello pasó a describirles lo que había sucedido después, y señaló hacia las dos figuras sin brazos ni piernas que se arrastraban como gusanos por la escalera a varios pasos del fantasma de la armadura. Renie sintió ganas de vomitar.

El gordo levantó sus anchos brazos con las palmas hacia arriba De pronto, toda la compañía se alejó de la escalera flotando y torcieron por una curva de la pared de la caverna, que se hundió de pronto hacia abajo. Quedaron colgados sobre un gran vacío, un pozo de kilómetros de profundidad. La escalera bajaba en espiral alrededor del perímetro y desaparecía en el tenue brillo rojo que se distinguía abajo.

—Demasiado lento —dijo Strimbello—, y hay muchas cosas que ver, muchas.

Hizo otro gesto y empezaron a caer. A Renie le dio un vuelco alarmante el estómago: las imágenes eran de calidad, pero ¿tanto? Suspendida de los arneses y experimentando las sensaciones por medio de los sensores de su simuloide de baja calidad, no tendría que notar esa caída brusca tan… tan visceralmente.

A su lado, !Xabbu había abierto los brazos para frenar la caída. Parecía un poco inquieto, pero el gesto firme de la barbilla tranquilizó a Renie. El bosquimano mantenía el tipo.

—Naturalmente, aterrizaremos sanos y salvos. —La cabeza redonda de Strimbello casi parecía parpadear como una bombilla al pasar por los diferentes niveles de luz y oscuridad—. Espero que mi actitud no le parezca… paternalista, señor… Otepi. Tal vez haya experimentado usted la realidad virtual con anterioridad.

—Nada semejante a esto —replicó Renie sinceramente.

Terminaron de caer, aunque siguieron colgados en el aire sobre una profundidad sin fin. A un gesto magistral de Strimbello, se deslizaron hacia un lado por la nada y salieron a uno de los niveles que rodeaban el pozo como palcos de teatro. Los hermanos Pavamana sonreían y señalaban a los transeúntes. Movían la boca sin producir sonidos y charlaban entre ellos en privado, por la banda restringida.

A lo largo del curvilíneo paseo, se abrían puertas que derramaban ruido, color, muchas voces humanas en muchos idiomas distintos, risas, gritos y un cántico rítmico e ininteligible. Un conjunto de simuloides —masculinos en su mayoría, según observó Renie sin poder evitarlo, las pocas formas femeninas que vio debían de formar parte de la atracción— entraban y salían por las puertas y paseaban por los callejones que partían del pozo central. Algunos tenían cuerpos tan atractivos como los de los hermanos Pavamana, pero la mayoría eran formas rudimentarias: pequeñas, grises y prácticamente sin rostro, escabuyéndose entre sus lucidos hermanos como los patéticos condenados.

Strimbello la tomó bruscamente del brazo. La manaza se hizo notar con tanta fuerza en los tactores que Renie se estremeció.

—Vamos, vamos —le dijo—. Es hora de que vean lo que han venido a ver ¿Qué tal la Sala Amarilla?

—¡Oh, sí! —exclamó uno de los hermanos Pavamana, y los otros dos asintieron—. Nos han hablado mucho de ese lugar.

—Es famoso con razón —dijo el gordo. Se volvió hacia Renie y !Xabbu; la cara de su simuloide representaba a la perfección un agudo sentido del humor—. Y no se preocupen por el gasto, mis nuevos amigos. Aquí me conocen bien… gozo de buen crédito. ¿Sí? ¿Vienen con nosotros?

Renie estaba indecisa, pero asintió al cabo de un momento.

—Pues, adelante.

Strimbello agitó la mano y el paseo se movió envolviéndolos en una curva. Un momento más tarde, se encontraban en una sala alargada y de techo bajo, desagradablemente iluminada en tonos ocre y limón ácido. Una música machacona, un golpeteo monótono de percusiones, llenó los oídos de Renie. El gordo todavía la agarraba con fuerza por el brazo y tuvo que hacer un esfuerzo para girarse a mirar a !Xabbu. Su amigo estaba detrás de los Pavamana admirando la bulliciosa sala.

En las mesas de la Sala Amarilla se advertía la misma mezcla de simuloides caros y baratos que habían visto en el paseo; golpeaban las mesas con los puños hasta que la loza virtual caía al suelo y se hacía añicos. La luz biliosa daba a sus rostros un tinte febril. Una mujer —o eso parecía, se recordó Renie— se encontraba en el escenario haciendo un striptease como a golpes, siguiendo los rápidos bandazos de la música. Renie sintió cierto alivio al ver un espectáculo tan antiguo en su benigna maldad, hasta que se dio cuenta de que la mujer no se iba quitando prendas de ropa sino la piel. Ya le colgaba de las caderas una falda de ballet translúcida y fina como el papel, pero de carne con manchas rojas. Lo peor de todo era la resignada expresión de sufrimiento que tenía la mujer…, el simuloide, se recordó de nuevo, la cara sosa del simuloide.

Incapaz de seguir mirando, Renie buscó a !Xabbu. Le vio la coronilla detrás de los Pavamana, que se hacían señas con la cabeza y se daban codazos unos a otros como actores de astracanada. Echó otro rápido vistazo al escenario, pero la estremecida actriz empezaba a enseñar las primeras capas de tejido muscular que le cubrían el estómago, de modo que Renie se concentró en observar al público. Pero no le sirvió para aliviar la desagradable sensación de claustrofobia que empezaba a sentir: las caras de los simuloides que abarrotaban el local no eran más que desorbitados ojos sin alma y bocas abiertas. Verdaderamente, estaban en el infierno.

Captó un movimiento con el rabillo del ojo que le llamó la atención. Creyó que Strimbello la estaba vigilando, pero al volverse, le pareció que estaba muy pendiente de la actuación y hacía gestos de aprobación con la cabeza como si él fuera el amo, con una tensa sonrisa apuntando en las comisuras de su inmensa boca. ¿Sospecharía acaso que !Xabbu y ella no eran quienes decían ser? ¿Cómo lo sabría? No habían hecho nada raro y ella había preparado a conciencia las identidades falsas. Pensara lo que pensase de ellos dos, Renie se sentía muy incómoda. La persona que viviera tras esos ojillos duros sería sin duda un enemigo muy peligroso.

La música machacante cesó. Un clamor de trompas hizo volver a Renie los ojos al escenario: la artista se despedía. Sonaron unos pocos aplausos deshilvanados mientras se retiraba del escenario cojeando y arrastrando una cola nupcial de brillante carne hecha jirones. La orquesta anunció el número siguiente con un zumbido grave.

Strimbello acercó su cabezota a Renie.

—¿Entiende el francés, señor Otepi? ¿Eh? Esto es lo que llaman «la specialité de la maison», la atracción señera de la Sala Amarilla. —Le agarró el brazo con la manaza y le dio una pequeña sacudida—. Ustedes no son menores de edad, ¿verdad? —Soltó una carcajada repentina y enseñó sus anchos y planos dientes—. ¡Claro que no! ¡Es sólo mi broma particular!

Renie buscó a !Xabbu, un poco desesperada ya —tenían que buscar la forma de deshacerse de ese hombre enseguida—, pero su amigo quedaba oculto tras los hermanos Pavamana, que se inclinaban a la vez hacia delante mirando arrobados el escenario.

El rugido grave de la música cambió hacia un aire fúnebre y un grupo de gente salió, todos encapuchados y vestidos de oscuro excepto uno. A Renie le pareció que la única que no llevaba capucha era la pálida cantante del vestíbulo. ¿O no? La cara parecía la misma, sobre todo los enormes ojos de obsesa, pero el cabello era una abundante cascada de rizos castaño rojizo y además daba la impresión de ser más alta, con los brazos y piernas más largos.

Antes de que Renie se decidiera, varias de las siluetas encapuchadas se adelantaron y agarraron a la mujer pálida, que no ofreció resistencia. La música se estremeció y un golpeteo acelerado empezó a tomar cuerpo por debajo de los acordes susurrantes. El escenario se alargó como una lengua fuera de la boca. Las paredes y las mesas, e incluso los clientes, se readaptaron en torno a la mujer y a sus asistentes hasta que la sala se colocó alrededor de la insólita escena como la sala de operaciones de un hospital. El brillo ácido de la luz bajó de intensidad hasta que todo quedó en sombras; la cara de la mujer, blanca como el marfil, parecía la única fuente de luz. Entonces le rasgaron la ropa y su cuerpo blanco quedó repentinamente a la vista como una llama.

Renie aspiró con fuerza y oyó inspiraciones más fuertes y potentes por todas partes. La forma de la mujer no era la ideal de las fantasías masculinas, como cabía esperar en un lugar así; sus piernas largas y esbeltas, su delicada caja torácica y los pequeños pechos de color malva la hacían parecer casi una adolescente.

La chica levantó por fin los ojos oscuros y miró al público. Tenía una expresión mezcla de reproche y temor, pero había algo más en el fondo, una especie de asqueo… casi un reto. Alguien le lanzó un grito en una lengua que Renie no conocía. Cerca, a su espalda, otro cliente estalló en sonoras carcajadas. Sin aparente esfuerzo físico, las siluetas encapuchadas agarraron a la chica por las piernas y los brazos y la levantaron del suelo. Quedó flotando entre ellos, estirada, despidiendo un fulgor pálido como algo puro a lo que había que marcar o dar forma. La música descendió a un expectante zumbido grave.

Uno de los encapuchados retorció el brazo de la chica. Ella se estremeció; las venas oscuras y los tendones abultados se hicieron visibles de pronto bajo la piel transparente, pero no se quejó. Le retorcieron más el brazo y se lo estiraron más. Se oyó un ruido cartilaginoso como de algo al rasgarse y la chica gritó por fin, un gemido entrecortado y exhausto. Renie dejó de mirar, el estómago le ardía.

«No son más que imágenes —se recordó—. No son reales. No son de verdad».

La gente se echaba hacia delante por un lado u otro estirando el cuello para procurarse una visión más completa y gritaba con voces roncas; Renie casi notaba una especie de oscuridad colectiva que emanaba del público, como si la sala fuera llenándose de humo venenoso En el escenario continuaban sucediendo cosas, más movimientos, más gritos contenidos. No quería mirar. Los hermanos de Madrás se frotaban los impresionantes muslos con las manos. Strimbello los observaba con su sonrisa fija.

Duró varios y largos minutos. Renie miraba al suelo esforzándose por no gritar y salir corriendo. Ésa gente eran animales…, no, peor que animales, porque ¿qué criatura salvaje soñaría siquiera con tales vilezas? Era el momento de rescatar a !Xabbu y escapar de allí. De esa forma, su impostura no quedaría al descubierto…, seguramente no todos los clientes de un lugar tan rastrero disfrutarían con el espectáculo… Empezó a levantarse, pero Strimbello le puso la manaza en la pierna y la empujó hacia abajo atrapándola.

—No debe irse —le gruñó en un tono grave que pareció clavársele en lo más hondo de los oídos—. Mire… tendrá muchas cosas que contar cuando vuelva a casa.

Con la otra mano, le tomó la barbilla y la obligó a mirar el escenario.

La chica tenía los brazos y las piernas retorcidos hasta lo imposible. Le habían levantado una pierna obscenamente, como un pirulí. El público aullaba y tapaba los gritos de la chica, que movía la cabeza espasmódicamente de un lado a otro y abría y cerraba la boca como un pez.

Un encapuchado sacó un objeto largo, afilado y brillante. El clamor de la multitud cambió de tono, parecía una manada de perros que hubiera acorralado a un ser agotado y se dispusiera a darle muerte.

Renie quiso deshacerse de Strimbello. Una cosa húmeda y brillante pasó rozándola, describió un arco y fue a parar a la sombra, a otros asientos. Un simuloide que había detrás de ella lo atrapó y se lo llevó a la inexpresiva cara. Se lo pasó por las mejillas como si embadurnara una máscara para una ceremonia y luego se lo llevó a su boca de idiota. A Renie se le revolvió el estómago otra vez y notó un sabor amargo. Trató de apartar la vista, pero todos los espectadores de alrededor alzaban los brazos para atrapar los fragmentos que lanzaban desde el escenario. Para mayor horror, oía los gritos de la chica por encima de los aullidos del público.

No podía soportarlo más… se volvería loca si seguía allí. Si un objeto virtual pudiera arder, ese lugar tendría que ser calcinado hasta los cimientos. Desesperada, levantó la mano para llamar la atención de !Xabbu.

El bosquimano había desaparecido. El sitio que ocupaba detrás de los Pavamana estaba vacío.

—¡Mi amigo! —Trató de desembarazarse de Strimbello, que miraba despreocupadamente al escenario—. ¡Mi amigo se ha ido!

—No importa —dijo Strimbello—. Encontrará otras cosas que le gusten más.

—Pues está loco —se rio uno de los Pavamana con gesto de lunático. La sangre simulada le brillaba en las mejillas como el colorete de un cortesano viejo—. No hay nada mejor que la Sala Amarilla.

—¡Suélteme! ¡Tengo que ir a buscarlo!

El gordo la miró ensanchando la sonrisa.

—Tú no vas a ninguna parte, amigo mío. Sé exactamente quién eres. Tú no te mueves de aquí.

La sala pareció doblarse. Los ojos oscuros del hombre no se apartaban de ella, dos agujeros pequeños donde se entreveía algo horrible.

El corazón le saltaba en el pecho mucho más acelerado que en el estanque. Estuvo a punto de desconectarse pero se acordó de !Xabbu. A lo mejor había quedado atrapado de la misma forma que Stephen. Si lanzaba fuera del sistema a la desesperada, tal vez lo encontrara en el mismo trance de muerte que su hermano. !Xabbu era inocente, tan inocente como Stephen. No podía abandonarlo.

—¡Suéltame, maldito! —gritó.

Strimbello no aflojó la mano sino que tiró de ella hasta acercársela a su ancho regazo.

—Disfrute de la actuación, mi buen señor —le dijo—, y después veremos más, mucho más.

El público gritaba, un rugido casi ensordecedor pero Renie no podía pensar en la orden para bajar el volumen. Aquél hombre gordo tenía algo que hundía todo su buen juicio en una corriente de pánico cegador. Hizo una serie de gestos pero no consiguió nada; entonces, rescató una orden que no utilizaba desde sus tiempos de pirata, abrió los dedos desmesuradamente, casi haciéndose daño, y agachó la cabeza.

Por un momento, toda la Sala Amarilla pareció congelarse a su alrededor; un instante después, cuando volvió a zambullirse en el movimiento, se encontró a varios pasos de Strimbello, de pie y sola ante el escenario. Strimbello se levantó con cierta expresión de sorpresa en sus anchos rasgos, y alargó un brazo para atraparla. Renie se desplazó inmediatamente de la Sala Amarilla al paseo.

Hasta el pozo sin fondo se le antojó normal, comparado con lo que había dejado atrás, pero el simuloide del pequeño bosquimano no estaba por ninguna parte. Strimbello la alcanzaría en cualquier momento.

—¡!Xabbu! —gritó por la banda restringida; aumentó la potencia y volvió a gritar—. ¡!Xabbu! ¿Dónde estás?

No hubo respuesta. El pequeño bosquimano había desaparecido.