PROGRAMACIÓN DE LA RED/NOTICIAS: Alarma de envenenamiento en las conservas de vacuno en Gran Bretaña.
(Imagen: multitud en el exterior de una fábrica en Derbyshire). Voz en off: Una racha de enfermedades mortales en Gran Bretaña ha producido el caos en la industria de cultivos cárnicos. Una compañía de productos alimentarios, Artiflesh Ltd., ha sufrido varios ataques a sus transportistas y el incendio total de una de sus fábricas.
(Imagen: bacteria Salmonella vista por el microscopio.)Se imputan las muertes a la infección producida por la Salmonella en una «madre» vacuna, de cuya matriz cárnica original pueden derivarse cien generaciones de carne envasada. Una «madre» llega a producir miles de toneladas de carne cultivada…
—¡Atasco! —Renie levantó las manos para defenderse, pero el que la había capturado se limitó a mirarla ligeramente molesto.
—¿Había oído mi nombre? Me sorprende.
—¿Por qué? ¿Sólo porque somos gente insignificante?
Sorprendentemente, no se asustó al enfrentarse por primera vez en Otherland con un rostro real, tan real como podía permitirlo un simuloide. Una ira fría se apoderó de ella y la hizo sentirse separada de sí misma.
—No. —Atasco parecía confuso de verdad—. Porque no pensaba que mi nombre fuera conocido, salvo en determinadas esferas. ¿Quién es usted?
Renie tocó a !Xabbu en el hombro, tanto para darse valor a sí misma como para infundírselo a él.
—Si usted no lo sabe ya, no espere que yo se lo diga.
El rey dios sacudió la cabeza.
—Es usted una jovencita sumamente impertinente.
—Renie… —empezó Martine, pero en ese momento, algo se deslizó por el suelo de la sala del Consejo a gran velocidad, un borrón iridiscente que pasó rozando a Renie y a !Xabbu antes de desaparecer en las sombras.
—¡Ah! —Mientras seguía la aparición con la mirada, la expresión de Bolívar Atasco cambió—. Ahí está otra vez. ¿Saben lo que es?
Renie no supo interpretar su tono de voz.
—No. ¿Qué es?
—No tengo la menor idea. Bien, no es exacto lo que digo… tengo una idea de lo que representa, pero no de lo que es. Se trata de un fenómeno complejo, de la complejidad inmensa del sistema. No es el primero, y me atrevo a decir que no será el último ni el más extraño. —Se quedó pensando un momento y después se dirigió de nuevo a Renie y a sus amigos—. Tal vez sería conveniente abreviar esta charla. Todavía queda mucho por hacer.
—¿Torturas? —Renie sabía que tenía que permanecer callada, pero los meses de frustración y rabia podían con ella; se sentía afilada y endurecida como la hoja de un cuchillo—. ¿No tiene bastante con poner bombas en las casas de la gente, sumir a niños en un estado de coma y golpear a mujeres viejas hasta matarlas?
—Renie… —empezó Martine de nuevo, pero fue interrumpida por la voz furibunda de Atasco.
—¡Basta! —Entrecerró los ojos hasta reducirlos a rendijas—. ¿Está loca? ¿Quién es usted para venir a mi mundo a hacerme semejantes acusaciones? —Se dirigió a Martine—. ¿Acaso es su educadora? Si es así, ha fracasado usted. El mono tiene mejores modales.
—El mono es más paciente, quizá —respondió Martine en voz baja—. Renie, !Xabbu, creo que hemos cometido un error.
—¿Un error? —Renie estaba perpleja. Tal vez Martine sufriera alguna clase de amnesia producida por la traumática entrada en ese mundo simulado, pero ella recordaba perfectamente el nombre de Atasco. Además, bastaba una sola mirada al rostro arrogante y aristocrático tras el que se ocultaba para saberlo todo de él—. No creo que haya más error que el que este hombre se crea que vamos a portarnos civilizadamente en este asunto.
—Una pregunta, señor Atasco, ¿por qué nos ha traído aquí? —inquirió !Xabbu que se había subido a una silla y, de allí, a la mesa de un salto.
Atasco escuchó al mono parlanchín sin el menor asomo de asombro.
—Yo no los he traído aquí. Han venido ustedes solos, supongo.
—Pero ¿por qué? —insistió !Xabbu—. Usted manda en este lugar fantástico. ¿Por qué pierde el tiempo hablando con nosotros? ¿Qué cree usted que queremos?
—Ustedes han sido convocados aquí —respondió Atasco enarcando una ceja—. He permitido a la persona que los ha convocado utilizar mi ciudad, mi palacio, porque resulta más conveniente… bien, y porque comparto algunos de sus temores. —Sacudió la cabeza como si todo estuviera claro como el agua; su alta corona de plumas se agitó—. ¿Por qué estoy hablando con ustedes? Porque son mis huéspedes. Es una cuestión de cortesía, naturalmente… algo de lo que ustedes prescinden sin problema, al parecer.
—¿Quiere usted decir que…? —Renie tuvo que pararse un momento a pensar qué era lo que estaba diciendo Atasco—. ¿Quiere decir que no nos ha traído aquí para hacernos daño o amenazarnos? ¿Que usted no tiene nada que ver con el coma de mi hermano? ¿Ni con la gente que mató a la doctora Van Bleeck?
Atasco se la quedó mirando un largo rato. El hermoso rostro seguía mostrando una condescendencia imperial, pero Renie percibía también incertidumbre.
—Si esos actos terribles a los que se refiere pueden ser relacionados con la Hermandad del Santo Grial, aunque sea remotamente, no estoy exento de culpa —dijo por fin—. Y porque temo haber contribuido involuntariamente a todo ese mal he puesto mi amada Temilún a su disposición como lugar de reunión. Pero no soy responsable personalmente de los hechos que usted me imputa, no, no, ¡por el amor de Dios! —Echó una mirada alrededor de la espaciosa habitación—. ¡Señor, qué extraños tiempos corren! Aquí vienen muy pocos extranjeros, pero ahora habrá muchos. Serán tiempos de cambio. —Se dio media vuelta—. ¿Saben qué día es mañana? El Cuarto Movimiento. Verán, hemos heredado el cómputo del tiempo azteca, y se trata de un día muy significativo, el final del Quinto Sol… el final de una época. La mayoría de mi pueblo ha olvidado las viejas supersticiones porque datan de mil años atrás en su cómputo del tiempo.
«¿Estará loco? —se preguntó Renie—. Yo le hablo de personas asesinadas o impedidas y él habla de calendarios aztecas».
—Usted dijo que nos habían «convocado» —dijo !Xabbu extendiendo sus largos brazos—. ¿Tendría la amabilidad de decirnos quién nos ha convocado?
—Debemos esperar a los demás. Yo soy el anfitrión pero ustedes no han sido escogidos por mí.
Renie tenía la impresión de que el mundo había empezado a girar al revés. ¿Acaso iban a creer que ese hombre estaba de su parte, sólo porque él lo dijera? Si fuera cierto, ¿a qué venía tanta divagación? Sopesó posibles respuestas pero no encontró una solución inmediata.
—¿Eso es todo lo que tiene que decirnos, a pesar de ser un mandamás aquí? —preguntó por fin, y se ganó una mirada de reproche de parte de !Xabbu.
A pesar del desagrado que Renie le producía desde el primer momento, Atasco respondió con educación.
—El que los ha llamado ha trabajado mucho y con gran sutileza… ni siquiera yo conozco todos sus actos y pensamientos.
Renie frunció el ceño. Con toda seguridad, no lograría sentir el menor aprecio por ese hombre… le recordaba a los peores ejemplares blancos sudafricanos, los ricos, herederos sutiles y secretos del anden regime que jamás tenían necesidad de reafirmar su superioridad porque, sencillamente, la asumían como un hecho; de todos modos, tendría que admitir que tal vez lo hubiera juzgado precipitadamente.
—De acuerdo. Pido disculpas si le he acusado injustamente —dijo—. Pero por favor, tenga en cuenta que después de los ataques que hemos sufrido y de encontrarnos en este lugar de pronto, maltratados por la policía…
—¿Maltratados? ¿Es eso cierto?
—No es que hayan recurrido a la violencia —replicó Renie con un encogimiento de hombros—, pero tampoco nos han tratado como huéspedes de honor.
—Les diré unas palabras, sin dureza, claro está… es necesario respetar su autonomía. Si el rey dios habla enfurecido, todo el sistema sufre perturbaciones.
Martine llevaba un rato queriendo intervenir en la conversación.
—Usted… ha construido este lugar, ¿no? ¿Es suyo?
—Sería más exacto decir que lo he cultivado —replicó con una expresión más suave—. Tengo entendido que han venido en autobús. Es una lástima, porque se han perdido los espléndidos canales del puerto. ¿Desean que les cuente algo de Temilún?
—Sí, sí, con mucho gusto —respondió Martine inmediatamente—. Pero antes acláreme una cosa. Tengo problemas para filtrar las entradas… la información en bruto es muy fuerte. ¿Podría usted… hay alguna forma de reajustarlas? Me temo que no podré aguantarlo mucho más.
—Eso creo.
Hizo una pausa, o algo más que una pausa; su cuerpo quedó congelado en el sitio, sin ninguna de las pequeñas señales que produce un cuerpo humano, aunque sea a través de un simuloide. !Xabbu miró a Renie, la cual se encogió de hombros pues no sabía qué hacía Atasco ni estaba segura de a qué se refería Martine. De pronto, sin previo aviso, el simuloide de Atasco cobró vida otra vez.
—Creo que es posible hacerlo —dijo—, aunque no será fácil. Usted recibe la misma cantidad de información que los demás y, como están ustedes en la misma línea de datos, no puedo variar la suya sin bajar la proporción de información de sus compañeros. —Hizo una pausa y bajó la cabeza—. Tenemos que encontrar la forma de traerla de nuevo aquí por una línea diferente. De todas formas, le aconsejo que no lo haga hasta que haya hablado con Sellars. No sé qué quiere de ustedes ni si le sería posible entrar de nuevo a tiempo.
—¿Sellars? —preguntó Renie tratando de mantener la calma; evidentemente, ese hombre prefería las conversaciones en tono educado y formal—. ¿Es el que nos… ha convocado, como ha dicho usted?
—Sí. Enseguida lo conocerán. Tan pronto como lleguen los demás.
—¿Los demás? ¿Qué…?
—No tengo intención de volver a entrar en esta red —la cortó Martine en seco—, no si tengo que cruzar otra vez el sistema de seguridad.
—Podría entrar como invitada mía —replicó Atasco con una inclinación de cabeza—; todos habrían podido entrar como invitados míos, y así se lo ofrecí a Sellars… pero él se opuso tajantemente; dijo que tenía que ver con el sistema de seguridad. Hable con él al respecto, porque yo mismo no lo entiendo del todo.
—¿Qué era aquella cosa? —preguntó Renie—. Eso que llama el sistema de seguridad mató a nuestro amigo.
Atasco pareció verdaderamente escandalizado por primera vez.
—¿Cómo? ¿A qué se refiere?
Renie, con algunas intervenciones de Martine y !Xabbu, le contó lo que había sucedido. Antes de que concluyera el relato, Atasco empezó a pasear de un lado a otro.
—¡Es terrible! ¿Está segura? ¿No sería simplemente un ataque de corazón o algo así?
El nerviosismo le hacía hablar con un acento extranjero más fuerte.
—Nos atrapó a todos —respondió Renie en tono sereno—. Singh dijo que estaba vivo, y no sé de qué otra forma podría describirse. ¿Qué era?
—Es la red neural… lo que subyace en el sistema de la red del Grial. Ha crecido, igual que las simulaciones, creo. No estoy muy al corriente… no era mi papel. Pero no tenía que… es espantoso. Si lo que dice es cierto, Sellars no se ha precipitado en absoluto. ¡Dios mío! ¡Qué horror! ¡Qué horror! —Atasco dejó de pasear y miró inquieto a su alrededor—. Deben escucharlo. Yo sólo les confundiría más. Al parecer, Sellars tiene razón… hemos pasado demasiado tiempo aislados en nuestro mundo propio.
—Háblenos de este lugar que usted ha… cultivado —dijo Martine.
Renie estaba furiosa. Quería saber más del misterioso Sellars y de la entidad que !Xabbu había llamado el Devorador Absoluto, pero Martine prefería distraerse con una conferencia de un ricachón excéntrico. Dirigió una mirada a !Xabbu en busca de apoyo, pero su amigo miraba a Atasco con toda su ternura y atención, expresión muy mortificante en la cara de un babuino, de modo que se limitó a emitir un discreto sonido de rabia.
—¿Temilún? —El anfitrión se animó un poco—. Sí, claro. Han venido desde Aracatacá, ¿no es cierto? Desde los bosques. ¿Qué les pareció la gente de allí? ¿Son felices y están bien alimentados?
—Sí, eso parecía —respondió Renie con indiferencia.
—Y ni una palabra de español. Ni sacerdotes… bueno, últimamente han llegado algunos de ultramar, pero les cuesta mucho hacer que la gente acuda a sus iglesias raras y desconocidas. Tampoco hay rastro de catolicismo, y todo a causa de los caballos.
Renie miró a !Xabbu, que tampoco comprendía.
—¿Caballos? —preguntó Renie.
—¡Oh! Es elemental, mi estimada… ¿cómo se llama usted?
Renie dudó. «De perdidos, al río —se dijo—. Si todo esto es una impostura, esta gente está más lejos de nosotros de lo que pensábamos». Y si la Hermandad del Grial podía incendiarle el piso e inmovilizar las tarjetas de crédito de Jeremiah, su nombre no sería una novedad para nadie.
—Irene Sulaweyo. Renie.
—… Elemental, mi estimada Renie. —Atasco, animado por lo que, al parecer, era su tema predilecto, olvidó totalmente su antipatía inicial—. Los caballos, sí. Lo único que no existía en las Américas. Verá, el caballo ancestral se extinguió ahí fuera… bueno, me refiero a mi casa en la vida real, pero no en el mundo de Temilún. Cuando los grandes imperios de las Américas florecieron en la vida real… los toltecas, los aztecas, los mayas, los incas y nuestros propios muiscas tenían algunas carencias, a diferencia de las civilizaciones mediterráneas y del valle del Tigris, como la lentitud en las comunicaciones, la falta de grandes carretas o trineos, puesto que no había grandes animales de tiro y, a menor necesidad de caminos anchos y llanos, menor presión para desarrollar la rueda, y así sucesivamente. —Empezó a pasear de nuevo, pero con un aire vivo y enérgico en ese momento—. En la vida real, los españoles llegaron a las Américas y las encontraron listas para el saqueo. Un puñado de hombres armados y unos cuantos caballos subyugaron dos continentes. ¡Piénsenlo! Y así, volví a construir América, pero sin que el caballo se extinguiera en las praderas. —Se quitó la corona de plumas y la dejó encima de la mesa—. Aquí todo evolucionó de otra forma. En mi mundo inventado, los aztecas y los demás desarrollaron imperios mucho más extensos y, tras recibir visitas comerciales de la antigua Fenicia, empezaron a expandirse por las vías marítimas hacia otras civilizaciones. Cuando las armas de fuego llegaron de Asia a Europa Occidental y a Oriente Próximo, las embarcaciones de los tlatoani, los emperadores aztecas si lo prefieren, las llevaron a las Américas también.
—Pero… ¡esa gente tiene teléfonos móviles! —Aun en contra de sus deseos, Renie se vio arrastrada por la fantasía de Atasco—. ¿Qué antigüedad tiene esta civilización?
—Ésta simulación está ahora a muy poca distancia de la vida real. Si existiera una Europa de verdad al otro lado del océano que vemos desde el palacio, estaría entrando en los albores del siglo XXI. Pero Cristo y el calendario occidental no han llegado aquí, de modo que, aunque el imperio azteca hace tiempo que cayó, estamos en el Cuarto Movimiento, el Quinto Sol.
Sonrió con alegría infantil.
—Eso es lo que no entiendo. ¿Cómo ha podido partir de los períodos glaciales, o cuando sea, y estar ahora en el presente? ¿Va a decirme que lleva unos diez mil años contemplando la evolución de este mundo?
—Comprendo. Sí, así es. —Otra sonrisa de satisfacción—. Aunque no siempre a la misma velocidad. Existe un nivel de macroinstrucción donde los siglos pasan rápidamente y sólo puedo tomar datos a grandes rasgos, en general, pero cuando deseo comprender algún detalle concreto, puedo ralentizar la simulación y situarla en una velocidad normal, e incluso detenerla.
—Es decir, juega a ser Dios.
—Pero ¿cómo ha podido crear a cada una de esas personas? —preguntó !Xabbu—. Tardaría mucho en crearlos uno a uno.
Parecía genuinamente interesado; al principio, Renie creyó que lo hacía por evitar que ella se enfrentara más a su anfitrión, pero después se acordó de las grandes aspiraciones de su amigo el bosquimano.
—En un sistema como éste, no se crean individuos diferenciados —dijo el rey dios de Temilún—. Al menos, no uno a uno. Ésta simulación, como todas las demás de esta red, es cultivada. Las unidades de vida comienzan como simples autómatas, organismos con reglas muy básicas, pero cuanto más se les permite interactuar, adaptarse y evolucionar, más complejos se hacen. —Con un gesto, señaló a sus tres huéspedes y a sí mismo—. Como sucede con la vida real. Pero cuando nuestros autómatas alcanzan cierto nivel de complejidad, podemos, por así decirlo, archivar las asperezas y obtener una especie de semilla fractal de animal o planta artificial… o incluso de ser humano, la cual crece según el dictado de su propia dotación genética y de su entorno.
—Es muy parecido a lo que ya se hace en la red —dijo Renie—. Todas las creaciones de la realidad virtual se basan en ecologías informáticas, de un modo u otro.
—Sí, pero carecen de la energía que nosotros poseemos. —Sacudió la cabeza con énfasis—. Carecen de potencial para la complejidad, para la individualización sofisticada. Pero eso ya lo saben ahora, ¿verdad? Han visto Temilún. ¿No es acaso tan verdadera y tan auténticamente variada como cualquier lugar que conozcan del mundo real? Eso no se puede realizar en la red, por mucho dinero y esfuerzo que se ponga en ello. La plataforma no lo soportaría.
—Sí, pero los sistemas de seguridad de la red tampoco matan a la gente.
El rostro anguloso de Atasco enrojeció de furia, pero sólo un momento, pues enseguida adoptó una expresión lúgubre.
—Nada puedo alegar. He pasado tanto tiempo contemplando los resultados que temo haber pasado por alto el precio que había de pagar.
—Pero en realidad, ¿qué es este lugar? ¿Un proyecto artístico, un experimento científico… o qué?
—Las dos cosas, supongo… —Atasco dejó de hablar y miró por encima de los demás—. Discúlpenme un momento.
Dio la vuelta a la mesa y pasó de largo a su lado. Las grandes puertas del extremo opuesto de la sala se habían abierto y la guardia hacía entrar a tres personas más. Dos llevaban simuloides femeninos parecidos al de Martine, de tez oscura y cabello negro como los nativos de Temilún. El tercero era un personaje alto y vestido de pies a cabeza de negro, extravagante y exhibicionista. Las plumas, los volantes y las botas de puntera le conferían el aspecto de un antiguo dandi de corte; una capucha de cuero negro muy ajustada al cráneo le cubría la cabeza al completo dejando visible un ambiguo rostro de blancura ósea y labios rojos como la sangre.
«Parece un músico de uno de esos horribles grupos de zumbido Ganga», pensó Renie.
Atasco dio la bienvenida a los recién llegados. Antes de que concluyera, el que iba de negro se separó ostentosamente de los demás y se acercó a grandes pasos a la pared opuesta a contemplar las pinturas murales. Atasco ofreció asientos a las otras dos personas y volvió junto a Renie y sus compañeros.
—Diría que Temilún es arte y es ciencia —prosiguió como si no hubiera existido interrupción—. Es el trabajo de mi vida. Siempre me había intrigado cómo habría sido mi tierra natal de no haberla conquistado los españoles. Cuando comprendí que averiguar la respuesta era una simple cuestión de dinero, simple dinero, no lo dudé. No tengo hijos. Mi esposa vive el mismo sueño que yo. ¿Conocen a mi esposa?
Renie negó con un gesto procurando no perder el hilo.
—¿Su esposa? No, no la conocemos.
—Está por aquí, en alguna parte. Es una maga de los números. Yo puedo percibir disposiciones, intuir una explicación, pero ella es la que me pone los dos pies en la tierra y me dice cuántos barriles de arroz se han vendido en el mercado de Temilún o las consecuencias de la sequía en la población que emigra al campo.
Renie quería hablar con los nuevos huéspedes, si es que se les podía llamar así, pero se había dado cuenta, con un poco de retraso, de que también podía averiguar cosas escuchando a Atasco, a pesar de su excentricidad.
—Es decir, que ha construido un mundo entero, ¿no es así? Jamás habría creído que hubiera procesadores suficientes en el universo para hacer algo semejante, por muy moderna que fuera la nueva arquitectura de la red.
Atasco levantó las manos en gesto de gracia condescendiente para dignarse explicar lo que debía de estar muy claro.
—Yo no he creado el mundo entero. Más bien, lo que existe aquí —prosiguió, abriendo los brazos— es el centro de un mundo mucho mayor que sólo existe en forma de información. Los aztecas, los toltecas son sólo información que ha influido en el crecimiento de Temilún, aunque durante un tiempo hubo aquí verdaderos caciques aztecas. —Sacudió la cabeza recordando con cariño—. Hasta los muiscas, que construyeron esta ciudad durante el mayor esplendor de su civilización, existieron y medraron fuera de los límites de esta simulación… su capital y ciudad más importante fue Bogotá, como en el mundo real. —Al parecer, interpretaba la expresión de confusión general de Renie como algo específico—. ¿Los muiscas? Es posible que los conozca como los chibchas, pero chibcha se refiere a un grupo de lenguas, preferiblemente, no a un pueblo, ¿verdad? —Suspiró como un alfarero obligado a trabajar con barro malo—. Sea como fuere, hay menos de dos millones de instrumentos humanoides en la simulación, y el resto del mundo en el que existe Temilún es sólo un sistema de algoritmos extremadamente complicado sin representación telemórfica. —Frunció el ceño ligeramente—. Dicen que han llegado de Aracatacá, ¿no es así? Ésa localidad está muy próxima a la frontera norte del mundo, por decirlo de alguna manera. No es que el final de la simulación sea visible… ¡no es tan primitivo! Verían el agua, naturalmente, y el espejismo de una ciudad al otro lado.
—¿Me está diciendo que toda esta red, esta Otherland, está formada por lugares similares? —preguntó Martine—. ¿Por los sueños y el engreimiento de algunos hombres ricos?
—Supongo —replicó Atasco sin tomarse la observación a mal—, aunque apenas he salido de mis propios dominios…, cosa poco sorprendente, por otra parte, habida cuenta de la cantidad de sangre y sudor que he puesto en esto. Los dominios de otros son… bueno, me parecen ofensivos, personalmente, pero igual que nuestras casas deben ser el bastión de nuestra intimidad también deben serlo nuestros mundos. Me desagradaría profundamente que alguien viniera aquí a decirme cómo gobernar Temilún.
Renie observaba al desconocido vestido de negro, el cual alardeaba de no prestar atención a nadie. ¿Lo habrían convocado también, como a ella? ¿Por qué? ¿Cuál era el motivo de reunir a una serie de personas en el reino virtual de Atasco, tan irritantemente egocéntrico? ¿Y quién diablos era ese tal Sellars?
Los pensamientos de Renie fueron interrumpidos por el estrépito de las puertas, que se abrieron de golpe para dar paso a varias personas más. Una de ellas parecía escoltada por la policía, pues entró flanqueada por dos guardias con capa, pero al cabo de un momento, Renie se dio cuenta de que lo ayudaban a caminar. Lo acercaron a una silla, donde se dejó caer como un niño enfermo, cosa extraña, pues su cuerpo era perfecto, musculoso como el de un gimnasta olímpico. Un compañero más pequeño iba a su lado diciéndole palabras de ánimo, o eso le pareció. Éstos dos más un tercero con un brillante cuerpo de robot fueron los que se quedaron cuando la guardia se marchó. Bolívar Atasco dejó a los demás y fue a saludar a los recién llegados.
Renie se quedó mirándolos. El simuloide moreno y musculoso le resultaba inquietantemente conocido. Cuando se volvió a !Xabbu para preguntarle, notó un leve roce en el brazo. Uno de los invitados anteriores, una mujer rechoncha con simuloide de temiluna, estaba a su lado.
—Perdone que la moleste, pero es que no entiendo nada. ¿Podría hablar con usted un momento?
Renie no pudo evitar mirar a la desconocida de arriba abajo, pero en la realidad virtual no se podía deducir nada con certeza a juzgar por el aspecto.
—Naturalmente. Siéntese.
Acercó a la mujer al asiento que había junto a Martine.
—Es que… es que no sé dónde estoy. Ése señor ha dicho que estamos en su simulación, pero yo nunca había visto una simulación como ésta.
—Ni ninguno de nosotros —le aseguró Renie—. Supongo que tener tantísimo dinero es un universo nuevo, de hecho.
La mujer sacudió la cabeza negativamente.
—¡Es todo tan extraño! Yo buscaba a alguien que ayudara a mi pobre nieta, y creí que había descubierto una fuente de información sobre la causa de su mal. ¡He trabajado tanto para descubrir la verdad! Y sin embargo ahora, en vez de encontrar información me encuentro en… bueno, no sé qué es.
!Xabbu asomó la cabeza al lado de la mujer.
—¿Su nieta está enferma? —preguntó—. ¿Está dormida y no se despierta?
La mujer dio un respingo, aunque a Renie le pareció que era por la repentina pregunta, no por el cuerpo simiesco de !Xabbu.
—Sí. Lleva muchos meses en el hospital. Ni los especialistas más eminentes de Hong Kong saben qué tiene.
—Lo mismo que mi hermano.
Renie le contó lo que le había pasado a Stephen y la forma en que ella y sus amigos habían sido conducidos a Temilún. La mujer escuchaba con los cinco sentidos y hacía pequeños ruidos de sorpresa y pesadumbre.
—¡Creía que yo era la única! —exclamó—. Cuando mi querida chiquitina se puso enferma, mi flor más dulce, estaba segura de que tenía que ver con la red. Pero mi hija y su marido, bueno, creo que piensan que he perdido la cabeza, aunque son tan considerados que no me lo dicen. —Le temblaban los hombros. Renie se dio cuenta de que estaba llorando, aunque el simuloide no vertía lágrimas—. Perdónenme. Llegué a pensar que estaba volviéndome loca de verdad. —Se secó los ojos—. ¡Oh! Los he abordado sin más y ni siquiera me he presentado. ¡Qué maleducada soy! Me llamo Quan Li.
Renie también le dijo su nombre y le presentó a sus amigos.
—A nosotros nos ha sorprendido todo esto tanto como a usted.
Creíamos que estábamos introduciéndonos ilegalmente en el patio de recreo del enemigo. Y supongo que así fue, en cierto modo, pero este hombre, Atasco, no parece un enemigo de verdad. —Miró a su anfitrión por encima del hombro, el cual hablaba con el desconocido vestido de negro—. ¿Quién es ése que está con él, el de la cara de payaso? ¿Ha venido con usted?
Quan Li asintió.
—No lo conozco… ni siquiera estoy segura de que sea un hombre. —Dejó escapar una risita y enseguida se llevó la mano a la boca como escandalizada de sí misma—. Estaba esperando fuera cuando los guardias nos trajeron a nosotras… a mí y a la otra mujer que está ahí sentada. —Señaló al otro simuloide temiluno—. Tampoco sé cómo se llama, pero entramos los tres juntos.
—A lo mejor el de negro es Sellars —apuntó !Xabbu.
—No —dijo Martine distraídamente. Tenía la mirada perdida en el techo—. Dice que se llama Sweet William. Es inglés.
Al cabo de un momento, Renie se dio cuenta de que tenía la boca abierta. No era una expresión atractiva ni en un simuloide, así que la cerró.
—¿Cómo lo sabes?
Antes de que Martine pudiera contestar, un ruido de sillas arrastradas por el suelo las distrajo. Atasco se había sentado a la cabecera de la gran mesa y a su lado se hallaba una temiluna de fría belleza vestida de algodón blanco, con el único adorno de un magnífico collar de piedras azules. Renie no la había visto entrar y supuso que sería la esposa de Atasco, la maga de los números.
—Bienvenidos a la sala del Consejo de Temilún. —Atasco abrió los brazos como bendiciendo la mesa mientras los demás tomaban asiento—. Sé que provienen de partes diferentes y que han venido por razones diversas. Mucho me gustaría tener el placer de departir con ustedes uno a uno, pero el tiempo es breve. No obstante, espero que hayan tenido al menos una pequeña ocasión de asomarse a este mundo, que tanto puede ofrecer al turista interesado.
—¡Oh, por el amor de Dios! —musitó Renie—. ¿Por qué no va al grano de una vez?
Atasco hizo una pausa como si la hubiera oído, pero su expresión era más de aturdimiento que de cólera. Se giró y musitó algo a su esposa al oído, la cual le respondió algo a su vez.
—No sé con exactitud qué debo decirles —anunció en voz alta—. El que les ha convocado debería estar ya presente.
El brillante simuloide metálico que Renie había advertido con anterioridad se puso de pie. Su armadura, excesivamente intrincada, tenía filos como cuchillas por todas partes.
—Un rollo de marca mayor —dijo con un desdeñoso deje de gafero—. Que lo aguante su madre. Levanto el vuelo ya.
Hizo una serie de gestos con sus dedos cromados y luego se quedó atónito al ver que no pasaba nada.
Antes de que nadie pudiera hablar, una luz amarillenta brilló al lado de los Atasco. Varios huéspedes gritaron sorprendidos.
La figura que se encontraba al lado de Atasco, una vez pasado el fogonazo de luz, era un resplandor blanco de forma humanoide y sin rasgos, como si hubieran robado un jirón de la sustancia de la sala del Consejo.
Renie fue una de las que gritó, pero no a causa de la súbita aparición. «¡Yo he visto eso en otra parte! ¿Lo habré soñado? No, fue en el club… en el Mister J’s».
Un recuerdo que casi había perdido volvió en ese momento, los últimos y débiles instantes que pasó en las entrañas del espantoso club. Aquélla cosa la había… ¿ayudado? Todo le resultaba confuso. Se volvió hacia !Xabbu por ver si le confirmaba algo, pero el bosquimano estaba pendiente del recién aparecido con todos los sentidos. A su lado, Martine parecía completamente turbada, como perdida en un bosque oscuro. Hasta el propio Atasco se sobrecogió ante la aparición.
—¡Ah! Es… es usted, Sellars.
El espacio vacío que coronaba el trozo de nada se volvió como repasando la sala con la mirada.
—¡Qué pocos! —dijo con tristeza. A Renie se le erizaron los pelos de la nuca; ciertamente, había oído antes ese tono agudo, casi femenino, en el jardín de los trofeos del Mister J’s—. ¡Somos tan pocos! —prosiguió—. Sólo doce de todos los llamados, incluidos nuestros anfitriones. Pero agradezco que al menos vosotros hayáis venido. Seguro que tendréis muchas preguntas…
—Desde luego —irrumpió en voz alta el que Martine había dicho que se llamaba Sweet William. Tenía un acento del norte de Inglaterra increíblemente exagerado y teatral—. Sin ir más lejos, ¿quién releches eres tú y qué releches pasa aquí, por todos los diablos del averno?
El rostro vacío no mostraba nada, pero a Renie le pareció percibir una leve risa en la voz suave.
—Me llamo Sellars, como ha dicho el señor Atasco, y en este momento estoy escondido, igual que casi todos vosotros, pero al menos no es necesario que siga ocultando mi nombre. En cuanto a tu otra pregunta, jovencito…
—¡Para el carro! ¡Ojo con lo que me llamas, chato!
—… Procuraré responder lo mejor posible. Pero no puedo resumirlo en dos palabras, de modo que te pido paciencia.
—Pedid y ya veremos si se os dará —replicó Sweet William, pero hizo un gesto a Sellars para que prosiguiera.
!Xabbu se subió a la silla, para ver mejor, tal vez, y se acurrucó encima de la mesa al lado de Renie.
—Soy una especie de experto en mover información de un lado a otro —comenzó Sellars—. Mucha gente estudia la información por una razón determinada: la del mercado financiero para ganar dinero o la meteorológica para predecir el tiempo; pero mis intereses siempre me han llevado a estudiar las disposiciones del flujo de datos como fenómenos en sí mismos más que como representación de otra cosa.
Renie notó que Martine se ponía tensa en la silla, pero en su cara no percibió más que la misma expresión aturdida.
—En realidad —continuó Sellars—, al principio, este interés mío por las disposiciones, que hoy nos ha reunido aquí, era meramente como observador. De la misma manera que un poeta observa la forma en que el agua chapotea y se remansa sin el interés práctico de un fontanero o un físico, a mí me encandilaba la forma en que la información se mueve, se reúne y vuelve a moverse. Pero hasta un poeta percibe que la cañería se ha atascado y que el agua empieza a desbordarse del recipiente. Me di cuenta de que había grandes disposiciones de datos que no correspondían a nada que yo supiera del mapa aceptado de la esfera de la información.
—¿Y todo eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó la mujer que había entrado con Quan Li.
No se notaba en su habla ningún acento concreto y Renie se preguntó si estarían escuchando el resultado de un programa traductor.
Sellars hizo una pausa.
—Es importante que comprendáis los motivos de mi viaje porque, si no, no entenderéis el motivo del vuestro. Por favor, escuchadme hasta el final. Después, si lo deseáis, podréis marcharos y no volver a pensar en esto nunca más.
—¿O sea, que no somos prisioneros? —inquirió la mujer.
El espacio vacío que representaba a Sellars se volvió hacia Bolívar Atasco.
—¿Prisioneros? ¿Qué les has dicho?
—Parece ser que algunos agentes de policía de la ciudad han interpretado mal mi deseo de que trajeran a palacio a todo extranjero que encontrasen —se apresuró a decir el rey dios—. Es posible que no haya dado las órdenes con la claridad necesaria.
—¡Qué sorpresa! —comentó su esposa.
—No, ninguno es prisionero —declaró Sellars con firmeza—. Ya sé que no os ha resultado fácil venir hasta aquí…
—A mí sí —gorjeó Sweet William abanicándose con la enguantada mano.
Renie no pudo soportarlo más.
—¡Cállate de una vez! ¿Es que los demás no podemos escuchar tranquilamente? ¡Ha muerto gente, hay personas que agonizan y yo quiero escuchar lo que Sellars tiene que decirnos! —Dio un manotazo en la mesa y clavó la mirada a Sweet William, el cual se encogió en su asiento como una araña, con las plumas temblando.
—Tú ganas, reina de las amazonas —dijo con los ojos teatralmente abiertos de terror—. Cremallera.
—No ha sido fácil para ninguno de vosotros venir hasta aquí —repitió Sellars—. En verdad ha sido muy difícil reuniros. De modo que espero que al menos me escuchéis hasta el final antes de tomar una decisión. —Se detuvo y tomó aliento con un hondo suspiro. Renie se conmovió de forma extraña. Detrás de aquel extravagante simuloide vacío había una persona viva, una persona con temores y preocupaciones como cualquiera—. Como decía, percibí pautas inexplicables en el universo virtual que algunos denominan la datosfera… un exceso de actividad en determinadas zonas, sobre todo en los macroaccesos de las bibliotecas técnicas, y la súbita desaparición de su puesto de trabajo de muchos nombres destacados de las tecnologías relacionadas con la red y la realidad virtual. Empecé a examinar esos fenómenos con más detalle. También el dinero me dejó pistas, pues se vendían grandes partidas inesperadamente, se liquidaban negocios de repente y se fundaban otros nuevos. Tras una investigación en profundidad, descubrí que toda esa actividad estaba en manos de un solo grupo de gente, aunque habían encubierto las transacciones con tanta perfección que sólo la suerte y la capacidad de reconocer disposiciones me permitieron dar con ellos y averiguar sus nombres.
ȃsas personas, hombres y mujeres ricos y poderosos, forman un consorcio llamado la Hermandad del Santo Grial.
—Rollo cristiano y tal —apuntó el robot gafero—, los de la buena esperanza.
—Pues no he observado ni rastro de cristianismo en sus actividades —apostilló Sellars—. Han gastado fortunas incalculables en tecnología para construir, al parecer… algo, algo que no logré descubrir. Pero tenía todo el tiempo del mundo a mi disposición y me picó la curiosidad.
«Seguí investigando durante varios años, cada vez más inquieto. Parecía imposible que hubiera alguien capaz de emplear tanto esfuerzo y dinero en una cosa como la Hermandad y que continuara siendo un secreto. Al principio me imaginé que sería un proyecto a largo plazo que se estaba construyendo desde los cimientos pero, al cabo de un tiempo, las sumas inmensas de dinero y horas que se dedicaban a esas instalaciones invisibles levantaron mis sospechas. ¿Cómo era posible que la tal Hermandad dilapidara billones (los recursos de fortunas familiares al completo o los ahorros de toda una vida de los hombres más ricos abocados en un agujero metafórico durante dos décadas, sin ganar nada a cambio) sin esperanzas de sacar un rendimiento? ¿Qué empresa podía merecer semejante inversión?
»Me planteé otras metas posibles de la Hermandad, algunas tan extremadas como las variedades más morbosas de la red. ¿Derrocamiento de gobiernos? Eso ya lo hacían con la facilidad con que cualquiera cambia de trabajo o de guardarropa. ¿La conquista del mundo? ¿Por qué? Ya tenían todo lo que cualquier ser humano pueda desear: lujo y poder hasta lo inimaginable. Uno de los de la Hermandad, el financiero Jiun Bhao, se sitúa con su fortuna personal a la altura del quinto país más rico del mundo.
—¡Jiun Bhao! —exclamó Quan Li horrorizada—. ¿Es uno de los que le han hecho esto a mi nieta? —Se meció en la silla agitadamente—. Lo llaman «emperador»… El gobierno chino no hace nada sin su consentimiento.
Sellars inclinó la cabeza.
—Exactamente. Pero ¿por qué razón gente de ese calibre habría de desear hacer cosas que desequilibraran el poder mundial?, me pregunté. Si ellos son el poder mundial, ¿qué hacían y por qué lo hacían?
—¿Y? —intervino Sweet William—. Ya pongo yo el redoble de tambores, chato. La respuesta es…
—Todavía hay más preguntas que respuestas, me temo. Cuando empecé a encontrar rumores de algo llamado Otherland, que supuestamente era la red virtual más grande y potente del mundo, entendí por fin qué era lo que hacían. Pero el porqué… sigue siendo un misterio.
—¿Dices, una especie de conspiración en la red? —preguntó el robot cromado—. ¿Alienígenas siderales o así? ¡Infecto, tú!
—Ciertamente… —replicó Sellars—, una conspiración. De no ser así, ¿por qué mantener en secreto un ejercicio de tal magnitud? Pero si creéis que no soy más que un alarmista, considerad el hecho de que yo sé qué os ha traído aquí. La Hermandad demuestra un interés anormal por los niños.
Hizo una pausa y la habitación quedó en silencio. Hasta Atasco y su esposa permanecían completamente atentos.
—En cuanto supe a quién vigilar, en cuanto averigüé los nombres de los amos secretos de Otherland, pude ponerme a buscar información más específica. Descubrí que varios miembros clave de la organización tienen un interés excepcional en los niños que, al parecer, va más allá de la pedofilia. Basándome en el volumen de investigación médica y sociológica que han patrocinado, en el número de pediatras especializados que entraron por poco tiempo en la plantilla de las compañías relacionadas con la Hermandad, y en la proliferación de instalaciones orientadas a la juventud, como agencias de adopción, clubes deportivos o redes interactivas, fundadas o instituidas por organizaciones tapadera relacionadas con la Hermandad, este interés es claramente profesional, lo engloba todo y resulta temiblemente inexplicable.
—Mister J’s —musitó Renie—. ¡Qué cerdos!
—Exacto. —Sellars hizo un gesto de asentimiento con la parte superior de su espacio en blanco—. Pido disculpas —dijo—. Me estoy alargando con las explicaciones más de lo que quería. —Se frotó a la altura de su supuesta frente—. He pensado tanto en este asunto que ahora tengo mucho que contar.
—Pero ¿para qué querrán a los niños? —preguntó Quan Li—. Estoy segura de que usted tiene razón, pero ¿qué es lo que quieren?
—Ojalá lo supiera —suspiró Sellars levantando las manos—. La Hermandad del Santo Grial ha construido la red virtual más potente y sofisticada que podamos imaginar. Al mismo tiempo, han manipulado y causado daños mentales a miles de niños. Pero aún no sé por qué. En realidad, os he convocado aquí a todos vosotros con la esperanza de que, juntos, encontremos algunas respuestas.
—¡Qué lindo espectáculo, tesoro! —comentó Sweet William alegremente—. Me encantan esas pinceladas delicadas que añades, aunque el pequeño detalle de «prohibido desconectarse» le quita atractivo por momentos. ¿Por qué no llevas tu alucinante idea a los programas de noticias, simplemente, en vez de liarnos a todos en una aventura de capa y espada?
—Al principio quise hacerlo. Dos periodistas y tres investigadores murieron asesinados. Las noticias de la red silenciaron los sucesos. Y yo estoy aquí para contároslo porque me he mantenido en el anonimato. —Sellars se detuvo a recobrar aliento—. Ésas muertes me avergüenzan, pero me han enseñado que este asunto no es una mera obsesión mía. Esto es la guerra. —Miró a todos los asistentes—. Los miembros de la Hermandad son sumamente poderosos y están muy bien conectados. No obstante, el intento de atraer el interés de más personas a la investigación me proporcionó un gran golpe de buena suerte. Uno de los investigadores encontró a Bolívar Atasco y se puso en contacto con él y con su esposa Silviana. Aunque ambos se negaron a responder a las preguntas del investigador, lo hicieron de una forma que me llamó la atención, y seguí la pista por mi cuenta. Pero no obtuve un éxito inmediato.
—Lo tomamos por un loco —comentó Silviana Atasco secamente—, y aún creo en esa posibilidad, señor.
Sellars hizo una inclinación de cabeza.
—Por suerte para nosotros, los Atasco, que se encontraban entre los miembros fundadores de la Hermandad del Grial, se habían apartado del centro del meollo y habían abandonado el cuadro directivo varios años antes. Conservaron su inversión en forma de simulación, esta simulación de Temilún, pero se desentendieron por completo de los asuntos cotidianos del consorcio. Señor, señora: tal vez queráis contar algo de vuestra experiencia.
Bolívar Atasco se sobresaltó como si hubiera estado pensando en otra cosa. Miró a su esposa sin saber qué hacer, y ella puso los ojos en blanco.
—Es muy sencillo —dijo Silviana—. Necesitábamos instrumentos de simulación más sofisticados para nuestra labor. Con la tecnología existente no podíamos avanzar más. Un grupo de hombres ricos entró en contacto con nosotros, en aquellos momentos no contaban todavía con mujeres. Habían oído hablar de nuestras primeras versiones de Temilún, creadas con lo que entonces era la tecnología punta. Querían construir la plataforma virtual más global jamás concebida, y nos introdujeron para que colaborásemos en la supervisión de la construcción de la plataforma. —Silviana frunció los labios—. Nunca me gustaron.
«Seguro que ella es mejor rey dios que su marido», pensó Renie.
—No me dejaban desarrollar mi trabajo correctamente —añadió Bolívar Atasco—, quiero decir que en una cosa tan enorme y veloz existen factores de complejidad absolutamente desconocidos. Pero cuando quise hacer preguntas, cuando quise averiguar por qué ciertas cosas se hacían de la forma concreta que la Hermandad ordenaba, me lo impidieron. Entonces fue cuando entregué mi renuncia.
—¿Eso es todo? —La mujer que tenía acento de traductor parecía enfurecida—. Usted dijo simplemente: «No estoy de acuerdo», y renunció, pero se quedó con su gran patio de recreo, ¿no?
—¿Cómo se atreve a hablarnos en ese tono? —preguntó Silviana Atasco.
—Todo esto… esas cosas de las que habla Sellars —su esposo movía las manos en círculos, como refiriéndose a todo en general—, no sabíamos nada de nada. Cuando Sellars vino a vernos, lo oímos por primera vez.
—Por favor. —Sellars pidió silencio—. Es cierto que los Atasco no sabían nada. Juzgadlos duramente si queréis pero, si estamos aquí, a ellos se lo debemos, de modo que más vale no emitir juicios hasta conocer todos los hechos.
La mujer que había hablado volvió a sentarse con la boca cerrada.
—Para abreviar esta sesión, que tan larga ha sido ya, me puse en contacto con los Atasco —prosiguió Sellars—. Después de grandes esfuerzos, logré convencerlos de que ignoraban ciertas cosas acerca de la Hermandad del Grial y de Otherland. Mediante su acceso a la red pude seguir investigando… poco, porque no deseaba atraer la atención sobre los Atasco ni sobre mí. Enseguida comprendí que no podía tener esperanzas de conseguir nada trabajando solo pero, por otra parte, no soportaba la idea de enviar a más personas a la muerte.
»No estoy sobrevalorando el poder de la Hermandad. Son dueños de posesiones inmensas en todas las partes del mundo. Controlan ejércitos, fuerzas políticas y cuerpos gubernamentales, o al menos influyen en ellos, en todos los Estados del mundo. Mataron a mis investigadores con la rapidez con que se mata una mosca, y pagaron por ello la misma pena que el que mata una mosca. ¿Quién se uniría a mí contra semejantes enemigos? ¿Cómo entrar en contacto con esas personas?
»La respuesta fue relativamente fácil, al menos la de la primera pregunta. Los que habían sufrido a manos de esos hombres desearían contribuir… los que habían perdido amigos y seres queridos a causa de la inexplicable conspiración de la Hermandad. Pero no me atrevía a exponer más inocentes a tanto riesgo, y además necesitaba gente con capacidad para la batalla, porque sólo el compartir un problema no sería… no sería… suficiente. Así que se me ocurrió una prueba que saqué de un antiguo cuento popular. Los que encontraran Temilún serían los que estarían en condiciones de ayudarme a descubrir las argucias de la Hermandad.
»Dejé claves, esparcí semillas, eché a las aguas mensajes crípticos en botellas digitales. Muchos de vosotros recibisteis, por ejemplo, una imagen de la ciudad virtual de Atasco. Coloqué esos significadores en lugares recónditos, pero siempre en la periferia de las actividades de la Hermandad, para que los que decidieran investigar por sí mismos los encontraran. Pero estaba obligado a dar las claves de forma vaga y pasajera, en parte para proteger a los Atasco y en parte para protegerme a mí mismo. Los que habéis llegado a Temilún, decidáis lo que decidáis en cuanto a mí y mis esperanzas, podéis sentiros orgullosos. Habéis sido los únicos entre mil, tal vez, capaces de solucionar un misterio.
Sellars hizo una pausa y varios de los presentes se movieron un poco.
—¿Por qué no podemos desconectarnos? —preguntó el amigo del bárbaro de pelo negro—. Es el único misterio que me interesa resolver. ¡Traté de desconectarme y fue como si me electrocutaran! Mi cuerpo real está en no sé qué hospital ¡pero yo sigo conectado!
—Es la primera vez que lo oigo —dijo Sellars sorprendido, entre el murmullo de los asistentes—. En este lugar, hay cosas que todavía no entendemos. Jamás retendría a nadie contra su voluntad. —Levantó sus blancas manos sin forma—. Procuraré encontrar la solución.
—¡Más te vale!
—¿Y qué era aquello? —preguntó Renie—, lo que nos atrapó… es que no sé cómo llamarlo. Nos atrapó cuando entrábamos en la simulación. Mató al hombre que nos introdujo. Atasco dice que es una red neural, pero Singh dijo que estaba vivo.
Se oyeron algunos cuchicheos en la sala.
—Tampoco tengo la respuesta a esa pregunta —admitió Sellars—. En el centro de Otherland hay una red neural, eso es seguro, pero cómo funciona o qué significa «vivo» en tales circunstancias son dos secretos más sin desvelar de los que aquí abundan. Y por eso necesito vuestra ayuda.
—¿Ayuda? ¡Sí, claro, necesitas ayuda! —Sweet William se levantó meneando las plumas e hizo una inclinación rimbombante y falsa—. Queridos todos, mi paciencia está al límite. Voy a deciros adiós. Voy a meterme en la cama con algo calentito y hacer todo lo posible por olvidar la sarta de tonterías que he oído aquí.
—¡No puedes hacer eso! —El tipo fornido de largo cabello y musculatura de película de la red se levantó tembloroso. Su forma de hablar resultaba incongruente con su voz profunda—. ¿No lo entiendes? ¿Es que nadie lo entiende? Esto es… ¡es el Concilio de Elrond!
La boca pintada se frunció en un puchero.
—¿Se puede saber de qué hablas?
—¿Es que no sabes quién es Tolkien? ¡Pues esto es lo mismo! Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos a todos.
El bárbaro estaba fuera de sus casillas y Renie, que también quería decir algo cortante a Sweet William, se tragó las ganas y se quedó observando. La vehemencia del hombre rayaba en la locura y Renie pensó si realmente sufriría un desequilibrio mental.
—¡Ah, ya! Un cuento de tantos —replicó Sweet William con desprecio—. Ahora entiendo a qué viene esa pinta de Mister Universo que tienes.
—Eres Orlando, ¿verdad? —inquirió Sellars complacido—. ¿O debería llamarte Thargor?
El bárbaro se sorprendió doblemente.
—Orlando, mejor. En realidad, el cuerpo de Thargor no lo he escogido yo… para este viaje. Aparecí así cuando… cuando llegamos.
—¡Ya sé dónde lo he visto! —musitó Renie al oído de !Xabbu—. ¡En TreeHouse! ¿Te acuerdas? Al desayuno humano le pareció un simuloide horrible.
—Me alegro de que estés aquí, Orlando —continuó Sellars en tono serio—. Espero que los demás lleguen a compartir tus opiniones.
—Compartir… ¡virus infectos!, ésa es la verdad —dijo el gafero cromado—. Ése, zumbao; tú, zumbao; yo levanto el vuelo ya.
Se puso en pie con los puños en las caderas tachonadas de puntas como un puercoespín metálico enfurruñado.
Orlando, sin embargo, no flaqueó.
—¡No te vayas! ¡Éstas cosas siempre funcionan así! Gente que ha perdido todas las esperanzas…, pero que siempre tiene algo que dar, y juntos resuelven el misterio y vencen al enemigo.
—Un puñado de patanes bobalicones forma una banda y resuelve casos aparentemente irresolubles, ¿verdad? —Sweet William se divertía e ironizaba despreocupadamente—. Claro, bonito, es la clase de cuentos que más te gustan, ¿verdad, monín?… Pues la descripción es idéntica a la de cualquier culto de creyentes paranoicos. ¡Ay, no! Sólo nosotros, unos pocos escogidos, comprendemos que el mundo se aproxima a su fin. Pero si nos metemos en estas cañerías de emergencia y nos ponemos los gorros mágicos de papel de aluminio, ¡sólo nosotros nos salvaremos! Por favor, ahórrame esa clase de epopeyas. Supongo que ahora contaremos, por turno, la patética historia de nuestra vida. —Se pasó la mano por la frente como si fuera una carga excesiva para él—. Bien, queridos, terminad esta fiesta de locos sin mí. Por favor, que alguien apague la estúpida cosita que interfiere en mi interfaz de comandos.
Bolívar Atasco dio un súbito respingo en su asiento, luego se levantó y dio unos pasos vacilantes. Renie creyó que se sentía ofendido por el petimetre de Sweet William, pero Atasco se quedó rígido en el sitio, con las manos extendidas como para no perder el equilibrio. Pasaron unos breves momentos de silencio expectante.
—Creo que se ha desconectado un minuto —dijo Sellars—, quizá…
Martine empezó a gritar. Se tapó la cabeza con las manos y cayó de rodillas aullando como una alarma de escape de gases tóxicos.
—¿Qué te pasa? —gritó Renie—. ¡Martine! ¿Qué te ocurre?
Silviana Atasco se quedó tan petrificada como su esposo. Sellars la miró atentamente, luego miró a Martine y desapareció como una pompa de jabón.
Con la ayuda de !Xabbu, Renie levantó a la francesa, la colocó otra vez en la silla y trató de averiguar qué le pasaba. Martine dejó de gritar pero siguió quejándose y balanceándose de lado a lado.
Los demás se apartaron alarmados. !Xabbu hablaba a Martine al oído en voz baja, apremiantemente. Quan Li preguntaba a Renie si podía ayudarla en algo. El gafero y Sweet William discutían violentamente. Sellars se había evaporado y los cuerpos inmóviles de los Atasco continuaban de pie a la cabecera de la mesa.
Entonces, Bolívar Atasco empezó a moverse.
—¡Mirad! —gritó Renie señalándolo.
El simuloide coronado de plumas extendió los brazos por completo y flexionó los dedos convulsivamente. Dio un paso vacilante y se agarró a la mesa con la torpeza de un ciego. Se le hundió la cabeza sobre el pecho, los invitados se volvieron en silencio a mirarlo y la cabeza de Atasco volvió a su lugar.
—Espero que ninguno de vosotros pretenda irse a ninguna parte. —No era la voz de Atasco ni remotamente, sino la de otra persona que pronunciaba las vocales muy abiertas y neutras y hablaba en un tono frío. Incluso la cara adquirió una expresión sutilmente distinta—. Tratar de escapar sería una idea pésima.
Quienquiera que hubiera entrado en el simuloide de Atasco se dirigió a la congelada Silviana Atasco. Le dio un leve empujoncito y el simuloide cayó de la silla al suelo de piedra manteniendo rígidamente la misma postura.
—Mucho me temo que los Atasco hayan tenido que ausentarse antes de tiempo —dijo la voz fría—. Pero no os preocupéis. Pensaremos en la forma de continuar alegrándoos la fiesta.