31. Espacios desolados

PROGRAMACIÓN DE LA RED/MÚSICA: Prohibición de sonidos peligrosos.

(Imagen: mujer joven en cabina hospitalaria presurizada). Voz en off: Tras el balance de un muerto y numerosos heridos arrojado por la última gira de la banda hipersónica ¿Seguirás Amándome Cuando me Estalle la Cabeza?, los promotores han prohibido el uso de los equipos de sonido que sobrepasen los límites de la audición humana. La prohibición se puso en vigor cuando las compañías de seguros norteamericanas y europeas declararon que no cubrirían los riesgos de los espectáculos donde se utilizaran «sonidos peligrosos».

(Imagen: videoclip de Tu cara ardiendo es mi corazón en llamas). SACMELC y otros grupos de música hipersónica han amenazado a su vez con boicotear a Estados Unidos y a Europa si fuera necesario alegando que no se puede consentir la interferencia de la burocracia en la expresión artística.

Renie no podía sufrir ver a su padre enfurruñado y, en esa ocasión, no tenía intenciones de permitírselo.

—Papá, tengo que hacerlo, por Stephen. ¿Es que no te parece importante?

Long Joseph se frotaba la cara con sus manos nudosas.

—Claro que sí, niña. No me vengas ahora con el cuento de que no me preocupo por mi hijo. Pero toda ésta majadería de los ordenadores es una auténtica locura. ¿Es que vas a curar a tu hermano a base de juegos?

—No es un juego. Ojalá lo fuera. —Escrutó la expresión de su padre y encontró algo diferente, aunque no supo decir qué—. ¿Estás preocupado por mí?

—¿Cómo? —bufó—. ¿Preocupado porque vas a meterte en una bañera llena de gelatina? Ya te he dicho lo que pienso de eso.

—Papá, a lo mejor tengo que estar conectada varios días… una semana, incluso. ¿Por qué no me pones las cosas más fáciles?

Empezaba a perder la paciencia. ¿Por qué seguía intentando hablar con él? Sólo conseguía agravios y dolor de corazón.

—Preocupado por ti. —Frunció el ceño y bajó la vista—. Me preocupo por ti todo el tiempo, desde que naciste. Me parto la espalda para darte un hogar, para darte de comer. Cuando te pones enferma, pago médicos. Tu madre y yo nos quedábamos noches enteras rogando por ti cuando tuviste aquellas fiebres tan fuertes.

De pronto se dio cuenta de cuál era la diferencia que percibía. Tenía la mirada nítida, hablaba sin arrastrar las palabras. Las tropas que habían ocupado la base subterránea se habían llevado todo lo transportable que valiera la pena, incluidas las reservas de alcohol. Su padre había estirado al máximo las cervezas que comprara en el camino de ida, pero se le habían terminado hacía dos días. Entonces comprendió por qué estaba de tan mal humor.

—Ya sé que has trabajado muy duro, papá. Por eso, ahora me toca a mí hacer todo lo posible por Stephen. Así que, por favor, no me lo pongas más difícil todavía.

Por fin, Long Joseph se volvió hacia ella con los ojos enrojecidos y un gesto enfurruñado en la boca.

—Ya me apañaré. De todos modos, aquí un hombre no tiene nada que hacer. Y tú… procura no morirte en ese trasto, niña. Que no te fría el cerebro ni cualquier otra burrada por el estilo. Ni me eches la culpa si te pasa algo.

Renie se tomó las palabras de su padre como lo más próximo a una declaración de cariño.

—Procuraré que no me fría el cerebro, papá. Bien sabe Dios que lo intentaré.

—Ojalá alguno de nosotros supiera algo de medicina. —Renie examinaba con cierta repugnancia la cánula del gotero fijada a su brazo con una tirita de látex permeable—. No me hace ninguna gracia ponerme esto con la única guía de las instrucciones del manual. ¡Y encima es un manual militar!

Jeremiah se encogió de hombros y fijó otro dispositivo igual a !Xabbu en el brazo.

—No es tan difícil. Mi madre sufrió un accidente de coche y se hizo una herida que había que drenar. Se lo hice todo yo.

—No nos pasará nada, Renie —dijo !Xabbu—. Lo has preparado todo muy bien.

—Eso espero. Pero parece que siempre se me pasa algo por alto.

Se introdujo con cuidado en el gel. Una vez dentro, se quitó la ropa interior y la sacó fuera por un lado. No creía que a Jeremiah le importara, y su padre andaba hurgando entre los víveres de la cocina para evitar la ceremonia del cierre de los sarcófagos pero, de todos modos, la incomodaba desnudarse en presencia de sus amigos. !Xabbu, libre de tales inhibiciones, se había quitado la ropa hacía rato y escuchó las últimas recomendaciones de Jeremiah desnudo, sentado e imperturbable.

Renie se conectó el tubo del gotero a la derivación del brazo y se colocó los drenajes de orina y heces conteniendo un estremecimiento al notar el roce desagradable y agresivo de los tubos en el cuerpo. No era momento para hacer ascos a nada. Tuvo que imaginarse como un soldado persiguiendo al enemigo. La misión era lo más importante… había que dejar las demás consideraciones en un segundo plano. Por enésima vez, repasó mentalmente la lista de cosas: no había quedado nada por hacer. El gel plasmodial de los propios tanques de inmersión en la realidad virtual realizaría el seguimiento y los ajustes necesarios. Se colocó la mascarilla e indicó a Jeremiah que abriera el paso del aire. Cuando notó que el chorro de oxígeno, ligeramente pegajoso, llegaba a la burbuja de la boca, se sumergió en el gel.

Quedó flotando en una oscuridad ingrávida, esperando a que Jeremiah la conectara al sistema. Se preguntó si surgiría algún problema con el equipo de !Xabbu. A lo mejor su máquina tenía algún defecto y al final tendría que ir ella sola. Tal pensamiento y la profunda tristeza que le causó la asustaron. Había llegado a confiar en el hombrecillo, en su serena presencia y en su sensatez, más de lo que le gustaba en general, aunque eso no disminuía su confianza ni un ápice.

—¡Renie! —Era Jeremiah quien le hablaba por la toma de audio—. ¿Todo correcto?

—Todo bien. ¿A qué esperamos?

—A nada. Estáis listos para empezar. —El largo silencio que siguió le hizo pensar si se habría desconectado—. Buena suerte. Encontrad a los que hicieron eso a la doctora.

—Lo intentaremos por todos los medios.

De pronto se vio rodeada de materia gris virtual en bruto, un mar de vacío estático sin superficie ni lecho.

—!Xabbu, ¿me oyes?

—Estoy aquí. No tenemos cuerpo, Renie.

—Todavía no. Primero tenemos que entrar en contacto con Singh.

Renie hizo aparecer el sistema operativo de la base militar, un panel de control típico, puramente funcional y lleno de ventanas, botones simulados y enchufes, y tecleó la conexión preprogramada que Martine les había enviado. El panel de control mostró varios mensajes de espera hasta que el propio panel y el vacío gris desaparecieron tragados por el color negro. Al cabo de unos momentos, oyó la conocida voz de la francesa.

—Renie.

—Sí, soy yo. ¿!Xabbu?

—Aquí estoy.

—Estamos todos, Martine. ¿Por qué no hay imagen?

—Porque no tengo tiempo ni ganas de divertiros con bonitos dibujos —replicó la ronca voz de Singh por las tomas de audio—. Si entramos en ese sistema, veremos más imágenes de las que podemos soportar.

—De todos modos —terció Martine—, tendréis que dar una definición por defecto a vuestros cuerpos simulados. Según el señor Singh, la mayoría de nodos de esta red asigna simuloides automáticamente en la entrada, pero hay algunos que no. En general, los que los asignan tienen en cuenta las selecciones previas del usuario, de modo que especificad algo cómodo.

—Y sin pasaros un pelo con el modelito —añadió Singh malhumorado.

—¿Cómo lo hacemos? ¿En qué sistema estamos ahora?

Martine no respondió, pero apareció un pequeño cubo holográfico ante Renie, flotando en la oscuridad. Renie descubrió que con las manipulaciones normales de realidad virtual podía construir una imagen dentro del cubo.

—Daos prisa —gruñó Singh—. Se me va a abrir una ventana dentro de unos quince minutos y no quiero perderla.

Renie se quedó pensando. Si esa Otherland era en verdad un enorme patio virtual de recreo para ricachones y mandamases, como Singh parecía creer, un simuloide muy genérico y barato llamaría la atención. Por una vez, optaría por una imagen bonita, para darse un gusto.

Se preguntó si no sería preferible vestirse de hombre. Al fin y al cabo, los alfa masculinos habían evolucionado poco en los últimos dos mil años y, por lo que sabía, muy pocos tenían opiniones elevadas de la mujer. Pero por otra parte, tal vez por eso mismo fuera mejor no hacerse pasar por lo que no era. Si el típico loco multitrillonario con aspiraciones a gobernar el mundo seguía considerando a la mujer un objeto no merecedor de respeto, y menos aún tratándose de una joven africana, quizá no hubiera mejor forma de ser subestimada que ser una misma.

—Anoche tuve un sueño. —La voz incorpórea de !Xabbu la sobresaltó—. Un sueño extraño sobre el abuelo Mantis y el Devorador Absoluto.

—¿Cómo? —Escogió el armazón básico de humano hembra, que apareció en el cubo, impersonal como una escultura de alambre.

—Tiene que ver con una historia que aprendí de pequeño, una historia muy importante para mi pueblo.

Renie frunció el ceño sin darse cuenta mientras intentaba concentrarse en la imagen del simuloide. Le puso su misma piel oscura y cabello corto, y luego lo adaptó mejor a su verdadero cuerpo de miembros esbeltos y pechos pequeños.

—¿Te importa si me lo cuentas más tarde, !Xabbu? Estoy intentando hacerme el simuloide. ¿No tendrías que estar haciendo tú lo mismo?

—Por eso es tan importante el sueño. El gran abuelo Mantis me habló en el sueño… a mí, Renie. Me dijo: «Ha llegado la hora de que se reúnan todos los del primer pueblo». Pero disculpa, te estoy estorbando. Te dejo en paz.

—Sólo quiero concentrarme, !Xabbu. Cuéntamelo después, por favor.

Renie amplió la cara y visualizó rápidamente una serie de formas hasta dar con las más parecidas a las suyas. Narices, ojos y bocas desfilaron ante ella como aspirantes al zapato de cristal de Cenicienta, y fueron rechazados hasta que encontró la combinación más semejante a su propia cara para no parecer una impostora. Renie no soportaba a los que se hacían simuloides increíblemente más atractivos que en la realidad. Parecía una debilidad, un rechazo a aceptar aquello con lo que se había nacido.

Se quedó mirando el resultado, escrutando el plácido rostro. La imagen de lo que podría pasar por su propio cadáver, en un primer y rápido vistazo, la hizo detenerse a pensar. No tenía sentido hacerlo muy semejante a uno mismo. Ya sabía que la gente en cuyo sistema querían entrar ilegalmente no eran de los que se apiadan. ¿Por qué facilitarles el contraataque?

Exageró entonces los pómulos y la barbilla y escogió una nariz más larga y estrecha. Rasgó los ojos ligeramente hacia arriba. Pensó que aquello no se diferenciaba mucho de jugar a vestir muñecas. El modelo final se parecía a ella remotamente, pero resultaba más próximo a ciertas princesas del desierto de las películas de arena y cimitarras. Sonrió ante su trabajo y se rio de sí misma… ¿Quién pecaba ahora de utilizar simuloides atractivos?

Cubrió su nuevo cuerpo con el atuendo más práctico que se le ocurrió, una especie de mono de piloto y botas: si la simulación era buena, un atuendo práctico sería un factor importante. Después repasó una serie de opciones relativas a la fuerza, la resistencia y otras facultades físicas, que guardaban una proporcionalidad inversa entre sí, como en muchas simulaciones y juegos virtuales; es decir, cualquier aumento de una cualidad producía una disminución proporcional en otra. Cuando dio con la combinación más satisfactoria, cerró las opciones. La simulación y el cubo que la encerraba desaparecieron y Renie se sumió en la oscuridad.

La voz estridente de Singh rompió el vacío.

—Bien, no repetiré lo que voy a decir ahora. Vamos a entrar, pero no os dejéis impresionar por nada… ni siquiera si no lo conseguimos. Éste sistema operativo es lo más jodido y retorcido que he visto en mi vida, o sea, que no puedo prometeros nada. Y no me hagáis preguntas tontas mientras trabajo.

—Creía que usted había trabajado en la construcción de ese sistema —comentó Renie, un poco saturada ya del mal humor de Singh.

—No directamente en el sistema operativo —respondió Singh—, sino en ciertos componentes. El sistema operativo era el secreto mejor guardado desde el Proyecto Manhattan… la primera bomba atómica del siglo XX, aclaro para los que aquel día faltaron a clase de Historia.

—Por favor, continúe, señor Singh —dijo Martine—. Sabemos que disponemos de poco tiempo.

—Cierto, maldita sea. En fin, tras mucha observación y unas breves incursiones en este sistema, aún tengo preguntas sin respuesta. Hay una especie de ciclos, para empezar, pero me refiero al uso. El uso permanece relativamente constante en general en todas las zonas horarias, aunque últimamente muestra una gran tendencia al alza. Me refiero al sistema operativo, que tiene una especie de ciclos internos que no acabo de comprender. A veces procesa a mucha más velocidad. En conjunto, parece funcionar en ciclos de veinticinco horas, de modo que está a pleno rendimiento durante diecinueve y, después, pasa un período de sopor, por decirlo de alguna manera, de unas seis horas; es en ese momento cuando más fácil resulta zafarse de las precauciones de seguridad más prominentes. De todos modos, sigue siendo el doble de rápido que todo lo que he visto en mi vida, o incluso más.

—¿Ciclos de veinticinco horas? —preguntó Martine alarmada—. ¿Está seguro?

—Por descontado —espetó Singh—. ¿Quién lleva casi un año pendiente de esta cosa, tú o yo? Bueno, la única forma de entrar, y de haceros pasar a vosotros también, es que yo establezca una cabeza de puente. Es decir, tengo que lograr abrir el sistema y entrar hasta dentro y, luego, hacer un apaño para sacarnos a todos de las líneas de fibra y meternos en un reset aleatorio. Y os quedaréis sin imagen hasta que estéis dentro, no tengo tiempo para jueguecillos infantiles; así que conformaos con mi voz y haced lo que os diga, ¿entendido?

Renie y !Xabbu asintieron.

—Bien. Sentaos atentos y en silencio. En primer lugar, tengo que llegar a la puerta de atrás que instalamos Melani, Sakata y yo. Normalmente, eso sería suficiente para entrar en el sistema, pero aquí han hecho no sé qué locuras… unos niveles de complejidad desconocidos para mí.

De pronto, Singh desapareció y sólo quedó el silencio. Renie aguardaba con toda la paciencia posible, pero sin oír otras voces era muy difícil medir el tiempo. Tanto podían haber pasado diez minutos como una hora cuando la voz del viejo pirata volvió a través de las tomas de audio.

—Lo retiro —dijo casi sin aliento y sin la compostura habitual—. La palabra no es «complejidad». «Demencia» quizá sería más… todo en las partes más internas de este sistema tiene una especie de ángulo aleatorio muy extraño. Sabía que iban a instalar una red neural en el centro de este invento, pero hasta esas redes tienen leyes. Aprenden y, con el tiempo, hacen lo correcto sin equivocarse nunca, es decir, más o menos repiten lo mismo cada vez a partir de un punto…

Resultaba difícil estar sentada en la oscuridad sin hacer nada. Por primera vez desde que le alcanzaba la memoria, sintió necesidad de tocar algo, cualquier cosa. «Telepresencia» lo llamaban antiguamente, en sus primeros libros de realidad virtual… contacto a distancia.

—No comprendo —dijo—. ¿Qué ocurre?

Singh estaba tan desconcertado que ni siquiera le importó la interrupción.

—Está abierto… de par en par. Me asomé por la puerta de atrás. Todas las veces que lo intenté anteriormente, me encontraba con algún código de barrera en el otro lado. Busqué una solución a ese problema presuponiendo que se trataba sólo de la primera capa de defensas que rodea el centro del sistema… pero ya no está. No hay nada que nos impida entrar.

—¿Cómo? —preguntó Martine, alarmada—. ¿Significa eso que todo el sistema está sin defensas? ¡No puedo creerlo!

—No. —Renie captó la decepción de Singh—. Ojalá fuera así… porque implicaría simplemente una disfunción de los sistemas. Por lo que he visto, el agujero, llamémoslo así, está sólo en el último círculo defensivo, en el lado opuesto de mi entrada, la puerta trasera que instalamos, hace años, en ese punto concreto del programa. Pero nunca lo había encontrado sin defensas.

—Disculpe que hable de algo que no conozco muy bien —intervino !Xabbu. A Renie le sorprendió el placer que le produjo oír su voz en la oscuridad—. Pero ¿no le parece una trampa?

—¡Claro que sí! —Singh recuperó enseguida el mal humor—. Seguro que hay docenas de ingenieros de sistemas de ese bellaco de Atasco esperando en una habitación en este mismo momento, como osos polares junto a un agujero en el hielo acechando a cualquier ser que asome la cabeza por allí. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer, eh?

Desprovista de cuerpo como nunca en su vida, flotando en una especie de espacio negativo, a Renie se le puso la carne de gallina.

—¿Quieren que entremos?

—No lo sé —replicó Singh—, ya os he dicho que el sistema operativo es impredecible. Lo más complicado que he visto en mi vida, con mucho… No me imagino cuántos trillones de instrucciones por segundo. ¡Dios! Ésa gente está de verdad en lo más alto… ni siquiera me habían llegado rumores sobre procesadores tan veloces. —Su tono de voz demostraba algo más que una discreta admiración—. Pero no podemos pensar simplemente que se trate de una trampa. En primer lugar, por lo obvio que es. ¿A santo de qué iban a apagar todo el sistema de seguridad que nosotros pensábamos burlar? A lo mejor no tiene nada que ver con nosotros… quizás el sistema operativo esté haciendo algo de importancia crítica en otra parte y haya derivado recursos del círculo interno de seguridad, suponiendo que podría reponerlos si algo traspasa el círculo externo. Si no intentamos entrar ahora, a lo mejor más tarde descubrimos que hemos hecho el primo parándonos a mirar el diente al caballo regalado más grande del mundo.

Renie reflexionó un breve instante.

—Puede que sea la mejor oportunidad que se nos presente. Por mí, adelante.

—Gracias, señora Shaka.

Además del sarcasmo, las palabras de agradecimiento encerraban indudablemente una aprobación.

—Me preocupa lo que nos ha contado. —Martine estaba preocupada y había un matiz de tristeza en su voz que Renie no recordaba haber oído nunca—. Me gustaría disponer de más tiempo para pensar.

—Si el sistema operativo ha derivado recursos, es posible que estén preparando grandes cambios —replicó Singh—. Ya os he dicho que está pasando algo… el nivel de uso ha subido mucho y parece que se han producido muchas alteraciones. Es posible que estén pensando en cerrar todo el sistema o en cortar los accesos totalmente.

—Le he dicho a Renie que tuve un sueño —terció !Xabbu—. Aunque usted no lo entienda, señor Singh, he aprendido a confiar en esa clase de mensajes.

—¿Has soñado que un pajarito te decía que hoy era el día para entrar en la red?

—No, no es eso. Pero creo que es cierto lo que dice usted, que tal vez no se nos presente otra oportunidad como ésta. No podría justificar por qué lo creo, pero sus palabras me hablan como las del sueño. Ha llegado la hora de que se reúnan todos los hijos de Mantis… según mi sueño.

—¡Ah! —Singh se rio breve y roncamente—. En resumen: un «sí», un «no estoy segura» y un «he soñado con una mantis». Creo que mi voto es «sí», también. Así que, vamos a intentarlo. Pero no os sorprendáis si lo mando todo a hacer puñetas de golpe… no creo que puedan seguirme el rastro, pero no pienso dar a esos malnacidos la menor oportunidad de intentarlo siquiera.

Con esas palabras, desapareció. El silencio cayó de nuevo sobre los demás.

La espera se hizo más desproporcionada y larga en esa ocasión. El color negro lo llenaba todo; a Renie le parecía que incluso se apoderaba de ella. ¿Qué se proponían ella y los demás? Cuatro personas tratando de colarse ilegalmente en la red más sofisticada del mundo, y luego… ¿qué? ¿Moverse por un sistema inimaginablemente complejo buscando respuestas que a lo mejor ni siquiera se encontraban allí? Sería más fácil encontrar un grano de arena concreto en una playa.

«¿Qué hace Singh? ¿De verdad tendrá la menor posibilidad de entrar?».

—¡Martine, !Xabbu!

No hubo respuesta. Estaba momentáneamente incomunicada debido a un capricho del sistema de Singh o a un fallo suyo. Al darse cuenta, la sensación de claustrofobia aumentó. ¿Cuánto tiempo llevaba en la oscuridad? ¿Horas? Trató de situar un reloj o algo semejante, pero el sistema no respondió a ninguno de sus movimientos. Por un momento, mientras movía las manos sin vérselas y sin conseguir efecto alguno, notó que un pánico auténtico empezaba a hacer estragos en ella. Se obligó a permanecer quieta otra vez.

«Cálmate, cabra loca. No te has caído en un pozo ni te han enterrado viva. Estás en un tanque de inmersión virtual. !Xabbu, tu padre y Jeremiah están muy cerca de ti. Si quisieras, podrías sentarte, quitarte todo el montón de tubos y abrir la tapa del tanque, pero lo estropearías todo. Llevas mucho tiempo esperando esta oportunidad. No lo eches a rodar. Sé fuerte».

Para mantenerse ocupada, y para demostrarse que el tiempo corría, empezó a contar doblando los dedos para recordarse que tenía cuerpo y que en su cabeza había algo más que oscuridad y su propia voz. Acababa de iniciar la tercera centena cuando una voz rota le llegó por las tomas de audio.

—Creo que he pasado… algunas… interferencias… routers van a…

La voz de Singh sonaba débil y muy lejana pero, aunque sus palabras llegaban inconexas y a borbotones, Renie percibió el miedo que las impregnaba.

—Aquí Renie, ¿me oye?

—… sin motivos para… locura, pero… nos acechan…

La voz del viejo pirata sonaba más lejana aún.

«¿Acechan? ¿Ha dicho “acechan” o “aceptan”?». Renie se debatía contra un terror cada vez mayor. En realidad, no había nada que temer… sólo que los descubrieran y tomaran represalias pero, a esas alturas, esos temores empezaban a perder fuerza de tanto sentirlos. «Sólo un idiota supersticioso tendría miedo de la red», se dijo.

De pronto recordó, con absoluta claridad, los brazos como víboras de Kali, que se burlaban de ella. Otra ráfaga de energía estática, pero sin palabras en esa ocasión. De repente se dio cuenta de que tenía frío, mucho frío.

—¡Martine, !Xabbu! ¿Estáis ahí?

Silencio. El frío le calaba más adentro cada vez. «Cuestión psicosomática, seguro. Una reacción a la oscuridad, al aislamiento, a la incertidumbre. Tranquila, niña, tranquila. No te asustes. No hay nada que temer. Es por Stephen. Lo haces por ayudarlo».

Tiritaba. Notaba el castañeteo de los dientes, que le machacaban y le golpeaban las mandíbulas.

Oscuridad. Frío. Silencio. Empezó a contar otra vez pero no lograba decir bien los números.

—¡Renie! ¿Estás ahí?

La voz era tenue, como si le llegara a través de un tubo muy largo.

La dicha que sintió al oír su nombre reflejó la magnitud de la intensidad de su miedo. Tardó un rato en identificar la voz.

—Jeremiah.

—El tanque… la lectura de la temperatura corporal es muy baja. —Su voz sonaba poco más clara que la de Singh—. ¿Quiere…?

Un ruido apagó sus palabras.

—No le he oído, Jeremiah. ¿Puede hablar con !Xabbu también?

—… Ha descendido tanto. ¿Quiere… que… saque?

Habría dicho que sí. Sería tan fácil… Con esa simple palabra saldría de aquellos espacios desolados y extraños. Pero no podía, ¿cómo iba a rendirse? En medio del vacío, más clara que los demás fantasmas que poblaban sus pensamientos, veía la cara de Stephen al otro lado del arrugado plástico de la cápsula de oxígeno. Todo eso: oscuridad, aislamiento, la nada, era la realidad cotidiana de su hermano. ¿Sería incapaz ella de soportarlo sólo unos momentos y perder aquella oportunidad, que podía ser la única?

—Jeremiah, ¿me oye? Hay interferencias. Diga sólo sí, si me oye. —Una pausa llena de ruidos y después, un sí arrastrado—. De acuerdo. No nos saque. No haga nada a menos que las constantes vitales sean totalmente anómalas… o que estemos en verdadero peligro de muerte. ¿Lo entiende? ¡No nos saque de aquí!

No oyó más que ruidos.

«Bien —se dijo—. Ya está. Lo has echado. Nadie intervendrá para salvarte ni siquiera si… si… ¡Niña, te estás volviendo histérica…! —Trató de buscar un punto de calma en sí misma pero los temblores la acuciaron de nuevo—. ¡Dios santo, qué frío! ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que se ha estropeado…?».

Algo empezaba a adquirir volumen en la oscuridad, pero con tan poca definición que le pareció un efecto de su mente trastocada. Se iluminaron unos puntos, brillantes como hongos fosforescentes en una bodega. Renie se quedó mirándolos con toda su atención; los puntos se convirtieron en líneas hasta que unas manchas en movimiento, blancas y grises, se resolvieron en una imagen viva, en un estallido como el negativo de una fotografía.

—¿Singh?

La figura que flotaba en el vacío ante ella levantó las manos con movimientos bruscos y extrañamente descoordinados. Vio moverse la boca pero ningún sonido le llegó a las tomas de audio salvo su propia respiración entrecortada. El viejo llevaba la misma bata raída y el mismo pijama que otras veces. Pero ¿cómo era posible? Sin duda se habría fabricado un simuloide, algo con lo que ocultar su verdadera identidad.

El frío se hizo sólido, la aplastaba como una mano gigantesca provocándole fuertes temblores. La imagen de Singh se expandió, se amplió y se distorsionó hasta llenar por completo su campo de visión, alcanzando el infinito en todas direcciones. Abrió la desfigurada boca, del tamaño de una montaña, y el rostro que la rodeaba se convulsionó en una mueca de dolor. El sonido que le entró por las tomas de audio rugiendo con la fuerza de un motor de avión apenas podía llamarse habla.

—… ESO…

Entonces, incluso a pesar del frío mortal que la hacía temblar hasta deshacerse en pedacitos, advirtió otra cosa, una presencia que se hacía sentir detrás de la increíble y gigantesca visión de Singh como se intuye el inmenso espacio vacío más allá del cielo azul. Lo percibía al acecho, por encima de su cabeza, una mente como un puño que se cierne sobre un mosquito paseando por una mesa, una entidad de pensamiento puro, pero estúpidamente vacua al mismo tiempo, una presencia más fría que el frío, enferma, curiosa, poderosa y absolutamente demencial.

Los pensamientos se le salían de la cabeza volando como tejas arrancadas por un huracán. «¡La hiena! —gritó una parte de ella. Las historias de !Xabbu y sus sueños dieron nombre al miedo—. La que se quemó». Un momento después, cuando la oscuridad la envolvía y el frío anidaba en sus entrañas, otra palabra de !Xabbu le asaltó el pensamiento.

«El Devorador Absoluto».

La oscuridad la sobaba con indolencia, olisqueándola como una bestia a otra que se finge muerta. Un vacío helado pero que tenía algo en su centro que se retorcía como un cáncer. Estaba segura de que se le paralizaría el corazón.

La voz de Singh estalló en sus oídos, un aullido descomunal de agonía y horror.

—¡OH, DIOS! ME HA… ATRAPADO…

La imagen de Singh se retorció y se dio la vuelta, el interior salió al exterior; Renie gritó aterrorizada. Una visión odiosamente distorsionada pero indiscutiblemente real del estado en que debía de encontrarse el hombre en ese momento llenó la oscuridad: el turbante ladeado y el albornoz enrollado en las axilas, y él convulsionándose como un gusano ensartado en la punta de un gancho cruel. Se le pusieron los ojos en blanco y su boca desdentada se abrió. Renie casi sentía su dolor en carne propia, una tensión que le recorría el cuerpo como un cable de alta tensión. Estalló y de pronto cesó. El corazón de Singh había reventado, lo notó; notó que moría.

La imagen desapareció. La oscuridad volvió a adueñarse de todo.

El frío la atenazaba, la envolvía en sus brazos, y aquella presencia inconcebible la acercaba a su seno.

«¡Ay, Dios! —se dijo sin esperanza—. ¡Qué idiota he sido!». Oía a su hermano y su padre y a tantos otros gritándole con furia. El frío aumentaba, en un in crescendo imparable, como si se hubiera extinguido hasta el último sol del universo. No le quedaban fuerzas ni para tiritar. Sintió cómo se le iba la energía, cómo se le quedaba la mente flotando moribunda.

Bruscamente, algo se abrió ante ella, una disminución de la densidad vagamente percibida. Creyó caer allí como desplomándose desde una gran altura. Estaba atravesando algo… ¿una abertura? ¿Una puerta? ¿Había caído en una…?, en no sabía qué, ¿en lo que tanto deseaba desde hacía una eternidad? ¿Le habían franqueado el paso?

Un recuerdo lejano. Dientes. Kilómetros de dientes relucientes. Una boca colosal que se reía.

«No —comprendió con la última chispa de razón que quedaba en su mente agonizante—. Me están tragando».