PROGRAMACIÓN DE LA RED/VARIEDADES: Blackness gana la Palma de Oro.
(Imagen: Ostrand recogiendo el premio). Voz en off: Pikke Ostrand no parece sorprendido por haber ganado el gran premio en el Festival de Cine de Nimes de este año, aunque la mayoría de los habituales de las playas y bares quedaron atónitos. La película del señor Ostrand, Blackness, de una hora de duración y que, a excepción de algunos efectos de luz baja y banda sonora subliminal, no muestra sino la negrura a que alude el título, parecía excesivamente miserabilista como para complacer a un jurado normalmente conservador.
(Imagen: Ostrand en la conferencia de prensa). OSTRAND: Es lo que es. También hay quien, cuando hablas de humo, necesita ver el fuego.
No había más luz que la de la hoguera encendida por !Xabbu, un suave resplandor rojo que envolvía en misterio los rincones y el techo del laboratorio. Pero al momento siguiente, tras una serie de clics, los focos altos volvieron a iluminarse inundando de claridad blanca hasta la última ranura.
—¡Lo has conseguido, Martine! —exclamó Renie aplaudiendo—. El sueño de todo habitante de Pinetown… ¡electricidad gratis!
—No es mío todo el mérito —replicó humildemente la voz de la diosa desde los altavoces empotrados en la pared llenando todo el aire—. Sin el señor Singh no habría sido posible. Tuve que pasar por un formidable control de seguridad de la compañía de energía antes de redistribuir la lectura del consumo de electricidad para esconder el rastro.
—Muy bonito todo, pero ¿puedo largarme ya a hacer algo positivo, maldita sea? —Singh parecía realmente enojado—. Ésta locura es para que yo pueda cruzar las defensas de Otherland en breve y, si no lo consigo, todo se reducirá simplemente al fantástico hallazgo de unas bañeras muy feas.
—Claro —respondió Renie como un rayo. Definitivamente, quería y debía mantenerse a buenas con el viejo pirata. Le dio las gracias a él y otra vez a Martine y dejó que se desconectaran—. Cierre la puerta de fuera y desenchufe el teléfono del coche —le dijo a Jeremiah, que aguardaba en el teléfono de la entrada, ahora ya con línea—. Tenemos electricidad y líneas de comunicación que, teóricamente, no dejarán rastro.
—Estoy en ello, Renie. —A través del pequeño altavoz de la multiagenda oyó chirriar la puerta de fuera al cerrarse. Un momento después, Jeremiah volvió a hablar—. No me gusta nada ver cerrarse esa puerta. Me da la sensación de estar enterrado en una tumba.
—Nada de tumbas —replicó ella pasando por alto su propia sensación, tan similar—. A menos que se refiera a la de Lázaro. Porque aquí es donde vamos a empezar a defendernos, por fin. Baje, todavía nos queda mucho que hacer. —Miró hacia arriba y vio a su padre, que la observaba burlonamente—. Sí, vamos a defendernos. Y vamos a hacer volver a Stephen al mundo de los vivos, papá, así que no me mires de ese modo.
—¿Cómo te miro? ¡Que Dios me asista, niña! A veces no sé por qué dices las cosas.
En cuanto las luces volvieron, !Xabbu apagó la hoguera. Mientras removía las últimas brasas con un palo, se dirigió a Renie.
—Han ocurrido muchas cosas —dijo—, y muy deprisa. Creo que tendríamos que sentarnos a hablar, todos, de lo próximo que hay que hacer.
Renie lo pensó un momento y asintió.
—Pero no ahora. Estoy muy impaciente por comprobar el estado de estos tanques de inmersión virtual. ¿Te importa si lo dejamos para esta noche antes de acostarnos?
—Si hay algo aquí parecido a un anciano en cuya sabiduría confiemos, Renie, eres tú —replicó !Xabbu con una sonrisa—. Ésta noche es un buen momento, creo.
Los primeros descubrimientos fueron más prometedores de lo que Renie esperaba. Los tanques de inmersión, aunque engorrosos de manejar comparados con otras interfaces más modernas, parecían tener capacidad suficiente para lo que habían de servir: permitirle el acceso a la red y asegurarle una larga permanencia con una capacidad sensorial de emisión y recepción mucho más elevada que todo lo que había usado en la Politécnica. Sólo un implante habría resultado mejor en lo referente a capacidad de respuesta, pero los tanques tenían ciertas ventajas que ni siquiera los implantes superaban: al parecer, habían sido diseñados expresamente para largas estancias en la red, y estaban equipados con dispositivos de alimentación, hidratación y procesado de desechos, de modo que el usuario disfrutaba de una autonomía casi completa que sólo precisaba de un poco de vigilancia externa de vez en cuando.
—Pero ¿qué es eso? —Su padre miraba fijamente el interior del ataúd con una mueca de asco—. Huele a mierda.
—Es gel. —Renie lo tocó con un dedo—. O al menos, lo será.
Long Joseph acercó su callosa mano con precaución y tocó la sustancia translúcida.
—Esto no es gelatina, y si lo es, está completamente seca y pasada. Esto es una especie de plástico.
—Hay que electrificarla convenientemente —dijo Renie—. Ya lo verás. Al aplicarle una corriente muy suave se puede endurecer o ablandar, calentarse o enfriarse en cualquier parte que se desee. Luego están las microválvulas —añadió, señalando la formación de pequeños agujeros en la pared interior del tanque—, que regulan la presión. Los procesadores, el cerebro informático del invento, notan cualquier presión contra el gel, que es la unidad de salida. Por eso es una interfaz tan buena, porque puede imitar casi cualquier cosa en una simulación, viento en la piel, piedra bajo los pies, humedad…, lo que quieras.
—¿Todas esas cosas te las enseñaban en esa escuela a la que ibas? —preguntó Long Joseph mirándola con una mezcla de recelo y orgullo.
—En parte. Tuve que leer mucho sobre este proceso plasmodial porque hubo un tiempo en que iba a convertirse en el invento más revolucionario. Creo que siguen empleándolo en otros procesos industriales pero, ahora, casi todas las interfaces de ordenador más modernas consisten en conexiones neuronales directas.
Long Joseph se puso en pie y contempló el tanque, de tres metros de largo.
—¿Y dices que se pone electricidad ahí dentro? ¿En medio de esa cosa? ¿En la gelatina?
—Es lo que la hace funcionar.
—Bueno, niña —comentó sacudiendo la cabeza—, digas lo que digas, sólo a un loco se le ocurriría meterse en una bañera electrificada. Yo no pienso hacerlo en mi vida.
—Claro, papá —replicó Renie con una sonrisa amarga—, tú no.
Renie tenía la impresión de que la tarde había sido un éxito. Con la ayuda de Martine, que había mantenido la conexión con la desconocida fuente de información, ilícita sin duda, que los había conducido hasta allí, empezaron a comprender la forma en que había que preparar los tanques de inmersión virtual. No sería fácil; Renie calculaba que tardarían días, trabajando intensamente, pero al final podrían poner el dispositivo en marcha.
Los militares habían hecho en su favor algo más que dejar la mayor parte del equipo en su sitio. Los sistemas autónomos que habían mantenido las instalaciones subterráneas fuera del alcance de intrusos, al menos hasta el momento, también habían conservado el aire seco y la maquinaria pesada en perfecto estado de uso. Varios tanques estaban algo deteriorados por falta de mantenimiento, pero Renie no dudaba que si canibalizaban algunas partes, conseguirían conectar uno o incluso más. Los ordenadores, que debían proporcionar la energía procesadora, eran muy antiguos pero en su día habían sido los mejores y más potentes. Renie pensó que, de la misma forma que se quita de aquí para poner allí, conseguirían hacer funcionar suficientes CPU, y que con una o dos alteraciones de programa, cosa para la que requerirían también la ayuda del viejo pirata Singh, obtendrían la potencia y velocidad necesarias para poner en marcha los tanques de inmersión.
Renie rebañó el cuenco con la cuchara dando fin al guiso que había preparado Jeremiah y dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción. Las perspectivas eran grises todavía, pero estaban mejor equipados que hacía unos días.
—Renie, dijimos que hablaríamos esta noche.
Hasta la serena voz de !Xabbu resonaba en el inmenso y vacío comedor.
—En primer lugar, nos estamos quedando sin víveres —le recordó Jeremiah.
—En alguna parte tiene que haber víveres de emergencia —dijo Renie—. Esto lo construyeron durante la primera alarma de la Antártida, creo. Seguro que lo aprovisionaron a conciencia para que pudiera mantenerse varios años.
Jeremiah la miró abiertamente con horror.
—¿Víveres de emergencia? ¿Se refiere a concentrado de carne en pastillas, leche en polvo y demás porquerías por el estilo?
—¿Recuerda lo que ocurrió la última vez que quiso pagar con la tarjeta? Sólo se puede pagar con dinero unas cuantas veces antes de que alguien se dé cuenta, sobre todo fuera del centro de la ciudad. Y además, tampoco nos queda mucho en metálico.
—O sea, eso significa que… —señaló la fuente del guiso— ¿se acabó la comida fresca?
—Jeremiah —contestó Renie después de respirar hondo para no perder la paciencia—, no estamos de vacaciones. Se trata de un asunto muy serio. ¡Andamos tras los asesinos de la doctora Van Bleeck!
—Ya lo sé —replicó con una mirada furibunda y dolida.
—¡Pues, ayúdeme! Estamos aquí sólo porque es la única forma de entrar en esa Otherland.
—Yo sigo pensando que es una locura —sentenció su padre—. Venir hasta aquí y todo este trabajo sólo para jugar a no sé qué con un ordenador. ¿De qué le sirve todo esto a Stephen?
—¿Tengo que explicártelo otra vez? Ése asunto de Otherland es una red, la red virtual más increíblemente rápida que existe, y además es un secreto… un secreto por el que algunos son capaces de matar. Los propietarios son los que han hecho daño a Stephen, son los asesinos de la doctora Van Bleeck y, seguramente, los que pusieron una bomba incendiaria en nuestra casa y los que hicieron que me expulsaran de la Politécnica. Por no hablar de todos los amigos del señor Singh que trabajaron en esa red con él y ahora están muertos.
»Son gente rica, poderosa. Son intocables, no se los puede llevar ante los tribunales. ¿Y qué diríamos en caso de que nos escuchara un juez? Sólo tenemos sospechas, y que suenan a puro desvarío, además.
»Por eso tenemos que entrar en Otherland. Si hay algo en esa red que ha provocado la enfermedad de Stephen y de otros niños… si la usan para mantener granjas ilegales de órganos, o como centro de captación de niños para algún culto pornográfico o cualquier otra cosa que ni nos imaginamos, alguna jugada política, algo que tenga que ver con el mercado mundial o lo que sea, no tenemos pruebas.
Renie miró alrededor de la mesa… hasta su padre escuchaba atentamente, y experimentó una singular sensación de confianza y control.
—Si conseguimos preparar y poner en marcha un tanque de inmersión, y si Singh logra burlar el sistema de seguridad de Otherland, entraré con él. Los tanques son para estancias largas y precisan muy poco mantenimiento. Eso quiere decir que los tres tendréis poco que hacer en cuanto me ponga los goteros y el oxígeno, sólo ir controlando de vez en cuando las cosas. Creo que !Xabbu podrá arreglárselas solo para hacerlo.
—¿Y nosotros, qué? —preguntó su padre—. ¿Nos quedaremos aquí sentados mientras tú juegas en el baño de gelatina?
—No lo sé. Por eso, precisamente, tenemos que hablar, para hacer planes.
—¿Y Stephen, qué? ¿Acaso tengo que quedarme aquí sentado todo el día mientras ese niño sigue enfermo en el hospital? ¡La cuarentena no va a durar para siempre!
—No sé, papá. También Jeremiah está preocupado por su madre. Pero ten en cuenta que a esa gente no le tiembla el pulso a la hora de matar si es preciso. Si os atrapan fuera, lo menos que puede pasar es que os recojan y os detengan. —Se encogió de hombros—. Así que lo mejor es que me esperéis aquí.
Siguió un largo silencio durante el cual Renie levantó la mirada y vio que !Xabbu la observaba con una extraña expresión abstraída. Antes de que pudiera preguntarle qué estaba pensando, un pitido del altavoz de la pared los sobresaltó.
—He encontrado más información sobre los tanques —anunció Martine—, y la he bajado a la memoria del laboratorio. También me ha llamado Sagar Singh para avisarme de que ha tropezado con un «punto gordo», como dice él, y os comunica que no perdáis la esperanza de recibir su ayuda con el programa de los tanques.
—¿Qué quiere decir eso?
—No estoy segura. El sistema de seguridad de la red Otherland es muy complicado, al parecer, y no se usa mucho; es decir, que le es difícil trabajar sin llamar la atención. Dice que sólo tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de entrar.
A Renie se le encogieron las tripas.
—Supongo que nunca lo hemos tenido mejor en este asunto, desde el primer momento.
—Pero también dice que, si lo consigue, tienes que estar preparada para marchar inmediatamente.
—Fantástico. O sea, que no podrá ayudarnos pero tenemos que preparar los tanques ya.
—Algo así, sí —dijo Martine tras soltar una carcajada estruendosa—. Pero contad conmigo para cuanto sea necesario, Renie.
—Ya nos has ayudado lo indecible. —Renie suspiró. Se desinfló totalmente, un pinchazo de la realidad—. Todos haremos lo que tengamos que hacer.
—Martine, quisiera preguntarte una cosa —dijo !Xabbu—. ¿Es cierto que las líneas de información que parten de aquí están protegidas? ¿Que no nos delatarán si las utilizamos?
—Yo no diría «protegidas». Las he desviado por diversos nodos que las alimentan a través de líneas de salida escogidas al azar. Así, sólo dejan un rastro desde el último nodo, y no existe conexión lógica entre ese nodo y la fuente original. Es una práctica común.
—¿Qué quiere decir todo eso? —preguntó Long Joseph.
—Es decir, ¿que podemos incluso mover información por medio de las líneas de entrada y salida?
!Xabbu buscaba aclarar alguna cosa.
—Sí. De todos modos, sed responsables cuando las uséis. Yo no llamaría a Telemorphix ni al Departamento de Comunicaciones, sería una provocación.
—¡Dios nos libre! —exclamó Renie horrorizada—. Aquí nadie quiere levantar más polvareda, Martine. Ya hemos levantado bastante.
—Bien. ¿Queda respondida tu pregunta?
—Sí —asintió !Xabbu.
—¿Para qué quieres saber eso? —preguntó Renie al hombrecillo después de que Martine cortara la comunicación.
Fue una de las primeras veces, desde que lo conocía, que !Xabbu parecía molesto.
—Renie, prefiero no decírtelo por ahora. Pero te prometo que no cometeré ninguna irresponsabilidad, como nos ha advertido Martine.
Sintió la tentación de obligarlo a responder, pero le pareció que, después de todo lo que habían pasado juntos, merecía un voto de confianza.
—Ya me lo imaginaba, !Xabbu.
—Si las líneas telefónicas no nos van a delatar, podría llamar a mi madre —dijo Jeremiah impetuosamente.
—Creo —dijo Renie como si le hubiera caído una losa encima— que eso sería levantar polvareda, Jeremiah. De la misma manera que le han interceptado las tarjetas han podido intervenir el teléfono de su madre.
—Pero esa tal Martine ha dicho que no pueden localizar las llamadas.
—Seguramente —suspiró Renie de nuevo—, pero también dijo que no nos buscáramos problemas, y llamar a un teléfono que probablemente estará intervenido es buscarse problemas.
Jeremiah se puso furioso de rabia.
—Usted no es mi jefa, jovencita. No me diga lo que puedo hacer.
—Renie hace lo que le parece mejor para todos —intervino !Xabbu, a tiempo de evitar que Renie replicara acaloradamente—. Ninguno de nosotros lo está pasando bien, señor Dako. Es posible que haya otra solución que no sea enfadarse.
Agradecida por el alegato, Renie le siguió el hilo.
—Buena idea, !Xabbu. Jeremiah, ¿tiene algún familiar al que podamos localizar mediante un quiosco público? —Sabía que, en Pinetown, los que no podían permitirse un servicio regular de línea de información usaban frecuentemente los quioscos municipales, y cualquier vecino estaba dispuesto a ir a avisar a quien fuera necesario—. Dudo que hayan intervenido todos los quioscos de todos los barrios donde viva al menos uno de sus parientes. No nos han declarado enemigos públicos, lo que indica que están llevando este asunto con discreción.
Jeremiah se paró a pensar y la rabia se fue diluyendo. Renie expresó su agradecimiento a !Xabbu con una sonrisa, pero el bosquimano seguía con cara de preocupación.
—Disponemos de dos tanques completos —dijo !Xabbu.
Renie estaba inspeccionando uno de los objetos en cuestión y se volvió hacia él. Acababa de probar un manojo de conectores de fibra recubiertos de goma que colgaban de la tapadera del tanque como tentáculos de un pulpo saliendo de una grieta en la roca.
—Ya lo sé. Así tendremos una copia de seguridad si algo falla en el primero.
!Xabbu hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No lo decía por eso, Renie. Disponemos de dos tanques. Tú crees que vas a ir sola, pero te equivocas. Ya te he acompañado antes. Somos amigos.
—¿Quieres entrar de pirata conmigo en el sistema de Otherland? ¡Por todos los santos, !Xabbu! ¿Es que no te he metido en bastantes líos ya? Además, no voy sola… Singh va también, y Martine seguramente.
—No es sólo eso. Vas a correr un gran peligro. ¿No te acuerdas de Kali? Ya estuvimos juntos en una ocasión, y así tiene que ser ahora otra vez.
La tenacidad que !Xabbu demostraba le hizo comprender que la discusión no se resolvería de un plumazo. Soltó el puñado de cables serpentinos.
—Pero… —De pronto se quedó sin argumentos. Y lo que es más, se dio cuenta de que se sentiría mucho mejor si !Xabbu la acompañaba. De todos modos, se creyó en la obligación de protestar, aunque sólo fuera simbólicamente— ¿quién controlará todo el equipo aquí fuera si nos conectamos los dos a la vez? Ya te he dicho que esto puede durar días… o semanas.
—Jeremiah es inteligente y responsable. Tu padre también puede hacerlo si comprende la importancia que tiene. Y, como dijiste antes, la tarea no es difícil, sólo hay que controlar nuestras constantes.
—«Nuestras», o sea, que ya hablas en plural. —No pudo evitar una sonrisa—. No sé. Supongo que tienes tanto derecho como yo.
—Mi vida también se ha enredado en este asunto —añadió con seriedad—. He hecho el viaje contigo voluntariamente. No puedo volverme atrás a estas alturas.
De pronto creyó que iba a echarse a llorar. !Xabbu era tan severo, tan serio, y sin embargo no abultaba más que un crío. Había asumido las responsabilidades de Renie como si fueran propias, y sin pensarlo dos veces al parecer. Se le hacía raro encontrar tanta lealtad y hasta se asustó un poco.
«¿Cómo es que he tomado tanto cariño a este hombre en tan poco tiempo? —El pensamiento surgió con una fuerza sorprendente—. Es como un hermano… un hermano de la misma edad que yo, no un niño como Stephen al que hay que cuidar».
¿O significaría algo más? Tenía una gran confusión de sentimientos.
—De acuerdo. —Cogió de nuevo los conectores de fibra y se volvió de espaldas para que no se le notara el rubor de las mejillas pues podía darle pie a pensar en algo que ella no deseaba comunicar—. Tú lo has querido. Si Jeremiah y mi padre aceptan, iremos juntos los dos.
—Sigo pensando que estás loca, niña —insistió su padre.
—No es tan arriesgado como crees, papá. —Se levantó la máscara, fina y flexible—. Esto se adapta a la cara. No es muy distinto de lo que se ponen los conductores. Mira, por aquí se cierra y protege los ojos… para que la proyección retinal sea correcta. La proyección retinal es la que envía las imágenes al fondo del ojo; se trata de un proceso de visión similar al natural, es decir, que la entrada de datos visuales parece real. Y por aquí se respira. —Señaló tres válvulas, dos pequeñas y una grande, dispuestas en triángulo—. Esto se ajusta a la nariz y la boca y queda herméticamente cerrado; el aire entra y sale por estos tubos. Muy sencillo. Sólo es necesario que Jeremiah y tú comprobéis de vez en cuando la mezcla del aire.
—No puedo impedírtelo —comentó Long Joseph meneando la cabeza—, así que no voy a intentarlo siquiera. Pero si algo sale mal, no vengas después echándome las culpas a mí.
—Gracias por el voto de confianza. —Se dirigió a Jeremiah—. Espero que haya escuchado usted la explicación.
—Estaré atento a todo el proceso. —Echó un vistazo a la pantalla mural con inquietud—. Ahora van a probarlo solamente, ¿verdad? Sólo van a entrar un rato, ¿no?
—Unos diez minutos, o algo más quizá. Para comprobar si todas las conexiones están bien. —Se quedó mirando el puñado de conectores de fibra unidos con cinta adhesiva que iban de los tanques al antiguo procesador—. No deje de observar los lectores de las constantes vitales, ¿de acuerdo? He hecho todas las comprobaciones posibles pero, a pesar de los esquemas de Martine, hay tantos enchufes y conexiones que no estoy completamente segura de nada. —Se dirigió a !Xabbu, que estaba revisando las conexiones de su tanque una por una, como había visto hacer a Renie—. ¿Estás listo?
—Si lo estás tú, Renie.
—De acuerdo. ¿Qué vamos a hacer? Unas manipulaciones sencillas en tres dimensiones, como las que te enseñaba en la Politécnica. Supongo que estás suficientemente familiarizado con ellas.
—Desde luego. Y alguna otra cosa, ¿no?
—¿Como qué?
—Ya veremos.
Se alejó y desenroscó las conexiones de la máscara, que seguramente llevaban mucho tiempo sin ser desenroscadas. Renie se encogió de hombros.
—Jeremiah, ¿puede poner en marcha los tanques ya? Encienda los interruptores principales.
Se oyó un clic y después un suave zumbido. Las luces del techo parpadearon un momento. Renie se asomó al interior del tanque. Aquélla especie de plástico duro y translúcido que llenaba tres cuartas partes del tanque se convirtió en una nebulosa opaca. Unos momentos después, la sustancia se aclaró de nuevo y cobró una apariencia líquida. Unas olas diminutas rizaron la superficie, miles de ondas concéntricas como huellas dactilares que desaparecieron antes de que Renie pudiera apreciar el dibujo completo.
—¿Qué tal las lecturas? —preguntó.
Jeremiah abrió una serie de ventanas en la pantalla mural.
—Todo está en orden —contestó Jeremiah nervioso.
—De acuerdo. Vamos allá.
Había llegado el momento y sintió aprensión de repente, como si se encontrara en la punta de un trampolín muy alto. Se quitó la camisa por la cabeza y se quedó un momento en bragas y sujetador mirando el tanque desde el borde. A pesar de la buena temperatura de la sala, se le puso la carne de gallina.
«No es más que una interfaz —se dijo—. Simples entradas y salidas de datos, como una pantalla digital. Chica, no pienses en las manías de tu padre con las corrientes eléctricas en la bañera». Por otra parte, en esa ocasión, sin catéteres, sin goteros y sólo un ratito, sería mucho más sencillo que cuando lo hicieran de verdad.
Se ajustó la mascarilla, se introdujo los tubos de la nariz y se colocó en la boca el globo flexible con el micrófono incorporado. Jeremiah ya había puesto las válvulas en marcha: a excepción de un ligero frío metálico, el aire producía una sensación normal al gusto y al tacto. Las tomas de audio no causaron dificultad, pero resultó algo más difícil centrar bien las de la visión. Cuando las tuvo en su sitio, se introdujo a tientas en el tanque.
El gel alcanzó la estasis, igual temperatura que la piel e igual densidad que su cuerpo, de modo que Renie quedó flotando, como sin peso. Poco a poco, estiró los brazos para comprobar que estaba centrada. Con ninguna de las dos manos tocaba las paredes del tanque; estaba suspendida en el centro de la nada, como una pequeña estrella caída, en silencio y oscuridad absolutos. Aguardó en medio del vacío a que Jeremiah disparara la secuencia inicial. La espera se le hizo larga.
La luz apareció de pronto ante sus ojos, el universo adquirió profundidad nuevamente, aunque era una profundidad gris e inconmensurable. Notó un leve cambio de presión cuando el mecanismo hidráulico colocó el tanque virtual en posición vertical girándolo noventa grados, la posición de funcionamiento. Renie se reubicó un poco. Notaba otra vez su propio peso, aunque muy levemente: la sensación de flotar fue reemplazada por una suave sensación de gravedad; de todas formas, el gel podía reajustarse hasta anular la sensación de peso otra vez, o para satisfacer cualquier otro requerimiento de la simulación.
Después apareció otra figura flotando ante ella. Era un simuloide esquelético, poco más que el símbolo internacional de humanoide.
—!Xabbu, ¿qué tal estás?
—Tengo una sensación extraña. No se parece en nada a la sala de arneses, es como si estuviera… en conserva o algo así.
—Lo entiendo. Vamos a hacer una prueba.
Renie dio unas órdenes con gestos de la mano y creó un plano de un gris más oscuro por debajo de ellos y que se extendía hasta un supuesto horizonte, dando al espacio vacío posiciones relativas de arriba y abajo. Se aposentaron encima del plano y lo notaron liso y duro bajo los pies.
—¿Es el fondo del tanque? —preguntó !Xabbu.
—No, es el gel, que se endurece en las partes que le ordenan los procesadores. —Renie configuró una pelota del mismo color que el suelo. Parecía real entre las manos, con sustancia propia. La ablandó poco a poco hasta darle tacto de goma. Los procesadores respondieron—. ¡Cógela!
!Xabbu recogió la pelota en el aire.
—¿Ahora también es el gel, que se endurece en el punto donde teóricamente tenemos que sentir un objeto?
—Exacto. Es posible que no conforme el objeto completo, sino que sólo nos transmita las sensaciones apropiadas a las manos.
—Y si te la lanzo —se la devolvió con un tiro alto, sin levantar mucho el brazo—, ¿analiza el arco que tendría que describir y lo recrea primero en mi tanque y después en el tuyo?
—Sí. Igual que en la Politécnica pero con un equipo mejor. Aunque tu tanque estuviera en las antípodas, si veo tu imagen, la materia de estos tanques hace encajar la experiencia.
!Xabbu sacudió su rudimentaria cabeza admirativamente.
—Ya te lo he dicho otras veces, Renie: tu ciencia logra cosas maravillosas.
—En realidad no es mi ciencia —replicó con un bufido—. Además, como hemos podido comprobar, también hace cosas horribles.
Crearon y situaron algunos objetos más para comprobar la capacidad de cálculo del sistema de los tactores y los diversos efectos, como temperatura y gravedad, que el primitivo sistema de arneses de la Politécnica no les proporcionaba. Renie deseó disponer de una simulación más sofisticada con la que trabajar, algo que le demostrara mejor las verdaderas capacidades del tanque. De todos modos, para ser el primer día, todo resultaba satisfactorio.
—Creo que hemos hecho lo que teníamos que hacer —dijo—. ¿Quieres probar alguna otra cosa?
—Pues sí, ahora que lo dices. —!Xabbu, o su simuloide poco definido, se volvió hacia ella—. No te preocupes. Quiero enseñarte una cosa.
Dio unas órdenes con las manos. El universo gris desapareció y los sumió en la oscuridad.
—¿Qué haces? —preguntó Renie alarmada.
—Espera, ahora verás.
Renie se quedó inmóvil, dominando el impulso de exigir respuestas a manotazos. No le gustaba delegar el control de las cosas.
Cuando la espera empezaba a hacerse interminable, apareció ante ella un resplandor que iba en aumento. Al principio era rojo oscuro y luego se jaspeó en formas blancas, doradas y violetas con zonas de un aterciopelado morado oscuro. La oscuridad, quebrada por el brillo cegador, adquirió extraños contornos; la luz y la sombra describían remolinos y se entremezclaban. La luz aumentó en un punto hasta fundirse por fin en un disco tan refulgente que no podía mirarlo directamente. Las partes oscuras adquirieron forma y profundidad a medida que anclaban en el fondo de su campo de visión como arena que cae en un recipiente con agua.
Estaba en medio de un paisaje vasto y llano pintado de cruda luz brillante donde sólo destacaban unos árboles raquíticos y las chepas de unas rocas rojas. En lo alto, el sol lucía como un lingote al rojo vivo.
—Es un desierto —dijo—. ¡Dios mío, !Xabbu! ¿De dónde ha salido esto?
—Lo he hecho yo.
Se giró y su sorpresa fue aún mayor. !Xabbu estaba a su lado, era él sin duda. Pero no era el simuloide impersonal del sistema operativo del laboratorio militar sino algo muy similar a la forma pequeña y delgada de su amigo. Hasta la cara, a pesar de una cierta rigidez suave, era la suya. !Xabbu llevaba puesto un atavío que debía de ser el tradicional de su pueblo, un taparrabos de piel, sandalias y un collar de cuentas de cáscara de huevo, con un carcaj y un arco en un hombro y una lanza en la mano.
—¿Lo has hecho tú? ¿Todo esto?
—Es menos de lo que parece —replicó sonriente—. Algunas partes las he tomado prestadas de otros módulos del desierto del Kalahari. Hay mucho material utilizable. En los bancos de datos de la Universidad de Natal he encontrado algunas simulaciones académicas… modelos ecológicos, proyectos de biología evolutiva… Esto es mi proyecto de licenciatura. —Su sonrisa se amplió—. Pero todavía no te has visto a ti misma.
Se miró. Tenía las piernas al aire y también llevaba un taparrabos. Lucía más adornos que !Xabbu y una especie de chal de piel le cubría el torso, atado a la cintura con cáñamo basto. Tocó el traje al recordar que, teóricamente, estaban poniendo a prueba los tanques de inmersión virtual. La piel curtida tenía un tacto resbaladizo y un poco pegajoso semejante a la realidad que imitaba.
—Se llama kaross —dijo !Xabbu refiriéndose a una especie de bolsa que formaba el chal en la espalda—. Para las mujeres de mi pueblo es mucho más que un atavío. Es donde llevan a los niños de pecho y donde guardan los alimentos que encuentran fortuitamente.
—¿Y esto? —preguntó levantando el palo que llevaba en una mano.
—Un palo de cavar.
—¡Es asombroso! —dijo riéndose—. ¿De dónde ha salido? O sea, ¿cómo ha entrado en este sistema? ¡Es imposible que lo hayas hecho en el tiempo que llevamos aquí!
Hizo un gesto negativo con la cabeza, muy serio.
—Lo he copiado de mi depósito de la Politécnica.
—¡!Xabbu…! —exclamó Renie un tanto alarmada.
—Me ayudó Martine. Para mayor seguridad, lo cargamos a través de… ¿cómo dijo que se llamaba? «Router secundario». Y te dejé un mensaje.
—Pero ¿qué estás diciendo?
—Cuando estaba en el sistema de la Politécnica, te dejé un mensaje en tu buzón electrónico del departamento. Dije que estaba intentando ponerme en contacto contigo y que esperaba hacerlo cuanto antes para hablar de mis estudios y de mi proyecto de licenciatura.
Renie sacudió la cabeza y oyó un tintineo; se llevó las manos a las orejas y notó unos pendientes largos.
—No lo entiendo.
—Pensé que, si alguien andaba buscando a tus contactos, convenía que pensaran que yo no sabía dónde estabas. Así tampoco perseguirían a mi patrona. No es una persona muy agradable pero no se merece los problemas en que estamos envueltos. De todos modos, Renie, no estoy satisfecho.
—¿Por qué, !Xabbu? —preguntó, sin entender nada todavía.
—Porque, cuando estaba dejando el mensaje, me di cuenta de que estaba mintiendo adrede. Nunca había mentido. Me temo que estoy cambiando, no me extraña que haya perdido la canción del sol.
A pesar de la máscara de la simulación, Renie percibió la inquietud del hombrecillo.
«Justo lo que me temía». A Renie no se le ocurrió ninguna palabra de consuelo. Con otro amigo cualquiera, habría defendido la ética de la mentira útil, de la falsedad para protegerse… pero ningún otro amigo sufría la mentira como una especie de corrupción física; no se imaginaba a nadie que conociera desesperándose por no poder oír la voz del sol.
—Enséñame más cosas —fue lo único que logró decir—. Cuéntame algo de este lugar.
—Apenas está esbozado. —Le tocó el brazo como para darle las gracias por la distracción—. No es suficiente convertir una cosa en algo semejante al hogar de mi pueblo… Tiene que transmitir la misma sensación, además, y todavía no sé tanto como para lograrlo. —Se puso en marcha y Renie se situó a su lado—. Pero he hecho un trocito, en parte para aprender la lección que nos enseñan las equivocaciones. ¿Ves eso? —Señaló hacia el horizonte. Por encima del llano desértico, visible apenas más allá de un grupo de espinosas acacias, se alzaba una mancha de moles oscuras—. Son los montes Tsodilo, un lugar muy importante para mi pueblo, un lugar sagrado, como dirías tú. Pero los he hecho excesivamente visibles y demasiado imponentes.
Renie se quedó mirando. Aunque !Xabbu no estuviera satisfecho, los montes eran convincentes, lo único que se elevaba en la tierra ancha y llana. Si los de verdad se parecían a ésos aunque fuera remotamente, comprendía que hubieran ejercido tanto poder en la imaginación del pueblo de !Xabbu.
Volvió a tocarse los pendientes y luego acarició los collares de cáscara de huevo que llevaba al cuello.
—¿Y yo, qué? ¿Me parezco tanto a mí misma como tú a ti?
!Xabbu sacudió la cabeza negativamente.
—Habría sido una impertinencia por mi parte. No; ese simuloide es una improvisación según un proyecto anterior de la Politécnica, lo he ampliado para esto, pero de momento sólo tengo otros dos simuloides, macho y hembra. Son dos prototipos de mi pueblo, hombre y mujer —añadió con una amarga sonrisa—. De todos modos, pienso asegurarme de que aquí sólo los bosquimanos entren en tierra de bosquimanos.
La condujo por una ladera arenosa que se internaba en la planicie. Las moscas zumbaban ociosas. El sol quemaba tanto que Renie empezó a soñar con un vaso de agua a pesar de que llevaban menos de media hora en el tanque. Casi deseaba haber enchufado el sistema de hidratación aunque le disgustaban enormemente las agujas.
—Aquí —dijo !Xabbu. Se acuclilló y empezó a excavar con el asta de la lanza—. Ayúdame.
—¿Qué buscamos?
No respondió sino que siguió cavando con ahínco. El trabajo no era fácil y el calor del sol lo hacía aún más agotador. Por un momento, Renie olvidó completamente que se hallaban en una simulación.
—Aquí está. —!Xabbu se inclinó hacia delante. Con los dedos, desenterró del fondo del agujero algo semejante a una sandía. Lo levantó triunfante—. Esto se llama tsama. Éstas sandías mantienen a mi pueblo con vida en las tierras salvajes durante la estación seca, cuando las fuentes se agotan. —Con el cuchillo, cortó una tapa de la sandía y, tras eliminar la suciedad de la punta de la lanza, la introdujo en el fruto. La utilizó a modo de mano de mortero hasta licuar toda la pulpa—. Bebe —dijo con una sonrisa.
—Pero no puedo beber… o, al menos, no notaré ningún sabor.
—Pero cuando mi simulación esté completa, tendrás que beber, tanto si notas el sabor como si no. Nadie podrá vivir como mi pueblo si no se esfuerza por encontrar agua y comida en esta tierra árida.
Renie tomó la tsama, se llevó el borde a la boca y bebió. Alrededor de la cara notó una curiosa falta de sensaciones, pero advirtió unas pequeñas salpicaduras de humedad que le bajaban por la garganta hasta el estómago. Después, la cogió !Xabbu, dijo algo que Renie no entendió, unas palabras sembradas de sonidos extraños, y bebió también de la sandía.
—Ven —dijo—. Quiero enseñarte más cosas.
Renie se puso en pie preocupada.
—Esto es maravilloso, pero Jeremiah y mi padre se inquietarán si tardamos tanto. No le expliqué cómo seguir nuestra conversación, y me imagino que no habrá sido capaz de deducirlo él solo. A lo mejor intentan sacarnos de la bañera.
—Como pensaba enseñarte esto, les advertí que a lo mejor tardábamos más de lo que tú decías. —!Xabbu la miró un momento y asintió—. Pero tienes razón, me estoy portando como un egoísta.
—No es cierto. Esto es maravilloso —dijo sinceramente. Aunque lo hubiera creado con partes de otros módulos, !Xabbu poseía una gran facilidad para la ingeniería virtual. Sólo deseaba que su asociación con ella tuviera un final feliz. Después de haber contemplado aunque sólo fuera una parte tan pequeña, le pareció que sería un crimen que no lograra ver su sueño hecho realidad—. Es una auténtica maravilla. Espero pasar muchas más horas aquí algún día, y pronto, !Xabbu.
—¿Tenemos tiempo para otra cosa? Es muy importante para mí.
—Claro que sí.
—Entonces, ven por aquí, un poco más allá.
Continuaron andando. Aunque pareció que apenas habían avanzado unos cuantos metros, los montes se acercaron mucho de repente y se elevaron amenazadores como padres severos. A su sombra se levantaba un pequeño círculo de refugios de ramas.
—No es natural avanzar tan deprisa, pero sé que disponemos de poco tiempo. —!Xabbu la tomó por la muñeca y la llevó hasta la entrada de uno de los refugios donde el suelo arenoso estaba despejado, a excepción de un pequeño montón de palos apilados—. Tengo que hacer otra cosa no natural. —Gesticuló con la mano y el sol empezó a desplazarse rápidamente; al cabo de unos momentos, había desaparecido por completo detrás de los montes y el cielo se tornó de color violeta—. Ahora voy a encender fuego.
!Xabbu sacó dos palos del morral.
—Palo macho y palo hembra —dijo con una sonrisa—. Así los llamamos.
Encajó uno en una muesca del otro y retuvo el segundo contra el suelo pisándolo con los pies al tiempo que hacía girar vigorosamente el primero entre las manos. De vez en cuando, echaba un pellizco de hierba seca que tenía en el morral y la introducía en la muesca. Al cabo de unos momentos, la hierba empezó a humear.
Las estrellas lucieron de pronto en el cielo nocturno y la temperatura bajó repentinamente. Renie se estremeció y pensó que ojalá su amigo encendiera la hoguera enseguida, aunque tuviera que forzar un poco la exactitud de las cosas.
Mientras !Xabbu transportaba la hierba ardiente al montón de palos, Renie se tumbó boca arriba a contemplar el cielo. ¡Qué inmenso era! ¡Jamás lo había visto en Durban tan ancho y profundo! Y las estrellas parecían tan cercanas… como si pudiera alcanzarlas con la mano.
La hoguera era sorprendentemente pequeña, pero Renie notó el calor. De todos modos, !Xabbu no le permitió disfrutar del fuego mucho tiempo. Sacó del morral dos sartas de algo que parecían capullos secos de larvas y se ató una a cada tobillo. Cuando las agitaba, producían un tintineo suave y zumbón.
—Ven —dijo levantándose—. Ahora vamos a bailar.
—¿A bailar?
—¿Ves la luna? —Señaló hacia el astro que flotaba en la oscuridad como una perla en una balsa de aceite—. ¿Y el anillo que la rodea? Es el rastro que dejan los espíritus cuando bailan a su alrededor, porque la sienten como una hoguera, una igual que ésta.
Tomó a Renie de la mano. A pesar de que estaban en tanques separados, a metros de distancia uno del otro, Renie sintió su proximidad. Por más que la física lo definiera de otra manera, él la había tomado de la mano y la hacía bailar una extraña danza de saltos.
—No sé nada de…
—Es una danza de curación. Es importante. Nos espera un largo viaje y ya hemos sufrido mucho. Haz lo que hago yo.
Renie se esforzó por seguirle los pasos. Al principio le resultó difícil pero después, cuando dejó de pensar en ello, empezó a sentir el ritmo. Al cabo de un rato, no sentía nada más: sacudida, paso, sacudida, sacudida, paso, cabeza atrás, brazos arriba, acompañado por el silencioso murmurar de los cascabeles de !Xabbu y el suave golpeteo de los pies en la arena.
Siguieron bailando bajo el aura de la luna, ante los montes que se recortaban contra las estrellas y, por un rato, Renie olvidó prácticamente todo lo demás.
Se quitó la máscara antes de salir por completo del gel y se atragantó. Su padre la sujetaba por debajo de los brazos y tiraba de ella para sacarla del tanque.
—¡No! —exclamó resollando—. ¡Todavía no! —Se aclaró la garganta—. Tengo que quitarme bien el gel de la piel y dejarlo otra vez en el tanque… no tenemos reservas y sería un error ir derramándolo por el suelo.
—Habéis tardado mucho —la reprendió su padre—. Creíamos que se os había calcinado el cerebro a los dos, o algo así. Ése hombre dijo que no os sacáramos, que tu amigo había dicho que todo iba bien.
—Lo siento, papá. —Echó una mirada a !Xabbu, que se quitaba el gel del cuerpo sentado al borde del tanque. Le sonrió—. Ha sido increíble, ¡ojalá pudierais ver lo que ha hecho !Xabbu! ¿Cuánto tiempo hemos estado ahí dentro?
—Casi dos horas —respondió Jeremiah con reproche.
—¡Dos horas! ¡Dios mío! —exclamó Renie asombrada. Habían debido de estar al menos una hora bailando—. Lo siento mucho. Os habréis llevado un susto de muerte.
—Vimos que la respiración, el corazón y el chisme ése estaban normales —explicó Jeremiah con cara de fastidio—, pero nos impacientaba la tardanza; la mujer francesa está esperando para hablar con vosotros. Dijo que era un mensaje importante.
—¿Cómo? ¿Qué quería Martine? Teníais que habernos sacado de los tanques.
—Contigo no hay quien acierte —replicó su padre malhumorado—. ¡En medio de tanta locura… no sabe uno si mata o espanta!
—Bien, bien. Ya os he pedido disculpas. ¿Qué dijo Martine?
—Dijo que la llamaras cuando salieras.
Renie se echó un albornoz militar reglamentario por encima de su cuerpo todavía pegajoso, y llamó a Martine al teléfono de intercambio. Al cabo de unos momentos, la misteriosa mujer contestaba al otro lado de la línea.
—Cuánto me alegro de que llames. ¿Ha dado buen resultado el experimento?
—Excelente, pero ya te lo contaré más tarde. Me han dicho que tenías algo urgente que decirme.
—Sí, de parte del señor Singh. Me ha dicho que te comunique que cree haber encontrado una forma de burlar el sistema de seguridad de Otherland, aunque también me ha dicho que el número de usuarios ha aumentado espectacularmente en los últimos días… la red está muy ocupada, lo cual puede ser indicativo de que va a ocurrir algo importante. Tal vez fuera ése el significado del reloj de arena y el calendario. De todos modos, los diez días ya casi han pasado y no nos atrevemos a esperar una ocasión más propicia.
—¿Y eso qué implica? —inquirió Renie con el corazón en un puño.
—Pues que Singh entrará mañana. Lo que no pueda planear previamente, lo confiará a la suerte, dijo. Y si piensas venir con nosotros, tendrá que ser mañana… tal vez no podamos volver a intentarlo.