PROGRAMACIÓN DE LA RED/NOTICIAS: Subvención Marte en peligro.
(Imagen: perfil de Marte, la Tierra en el horizonte). Voz en off: El antiguo sueño de la conquista de Marte podría terminar debido a problemas con los patrocinadores.
(Imagen: robots CBM trabajando en la superficie de Marte). Las dos empresas patrocinadoras, ANVAC y Telemorphix, han finalizado su compromiso y parece probable que el proyecto para la construcción de la base en Marte pierda su subvención también en el Congreso. El presidente Anford ha prometido buscar otras empresas patrocinadoras, pero no parece probable que la demanda de financiación a la Asamblea de Gobernadores —un aval de la presidencia a dicho proyecto que un oficial de la Comisión Espacial de las Naciones Unidas calificó de «desgraciadamente falto de entusiasmo»— los haga cambiar de parecer, habida cuenta de los problemas de infraestructura que afrontan en la actualidad en sus propios estados y ciudades.
Renie contestó al primer destello. Al ver la pantalla negra, se imaginó quién podía ser.
—¿Irene Sulaweyo?
—Así que también sabe mi número en el trabajo. —Le irritaba ligeramente que la tal Martine apareciera y desapareciera tan misteriosamente—. ¿Ha tenido la suerte de adivinar que estaría aquí antes de empezar las clases?
—Por favor, señora Sulaweyo, no olvide que fue usted quien empezó este asunto buscándome a mí. —Al parecer, a la francesa le hacía gracia la situación—. Espero que no ponga trabas sólo porque haya tomado yo la iniciativa.
—No, no es eso. Es que no me esperaba…
—¿Que fuera capaz de localizarla tan fácilmente? La información es mi fuerte, si me permite un viejo tópico. Sé bastante más sobre usted que el número de su despacho y su dirección, señora Sulaweyo. Conozco su historial profesional, las calificaciones con que terminó sus estudios y el sueldo que percibe en la actualidad. Sé que Miriam, su madre, que murió en el incendio del Paraíso Comercial, era del linaje xosa; que su padre se llama Joseph, es medio zulú y en la actualidad consta como incapacitado, y que su hermano Stephen está internado en el hospital de la periferia de Durban. También sé a qué servicios de la red está suscrita, qué libros se ha bajado e incluso estoy informada de la marca de cerveza que bebe su padre.
—¿Por qué me cuenta todo esto? —preguntó con tirantez.
—Porque quiero que sepa que soy minuciosa y porque, antes de hablar con usted, tenía que averiguar esos datos por mí misma y cerciorarme de quién es usted en realidad.
—¿Así que pasé la prueba? Gracias. Merci —replicó, incapaz de ocultar la rabia.
Se produjo un largo silencio y, cuando la mujer misteriosa volvió a hablar, lo hizo en un tono más amable.
—Usted empezó a buscarme, señora Sulaweyo; estoy segura de que valora su intimidad tanto como yo.
—Bien, ¿y ahora qué?
—¡Ah! —Martine Desroubins adoptó de repente un tono profesional—. ¡Excelente pregunta! En mi opinión, se impone un riguroso intercambio de información. Usted dijo que Susan van Bleeck le había proporcionado mi nombre. Esperaba hablar con ella sobre un tema que me interesa. A lo mejor, usted y yo compartimos ese interés.
—¿Qué tema? ¿A qué interés se refiere?
—Empecemos por el principio. —Parecía que la mujer invisible se sentía más cómoda—. Cuénteme otra vez lo que le pasó a Susan y, por favor, dígame toda la verdad.
Fue un proceso difícil pero no completamente desagradable. La mujer que estaba al otro lado era muy reservada aunque daba la sensación de poseer una aguda inteligencia e incluso, quizás, un corazón cálido, a pesar de tanta reserva.
Martine Desroubins había recibido una llamada de su amiga Susan después de la visita de Renie, pero no habían podido hablar en ese momento y no llegaron a comunicarse después nuevamente. Renie no dijo nada del mensaje de la doctora Van Bleeck en su lecho de muerte pero, cuando describió la enfermedad de su hermano, sus esfuerzos por descubrir la causa y la extraña ciudad que le habían introducido en su aparato en forma de virus, la otra mujer permaneció en silencio un buen rato. Renie tuvo la impresión de haber llegado a un momento crucial, como una partida de ajedrez que empieza a tomar cuerpo después de unas cuantas jugadas de apertura.
—¿La doctora Van Bleeck me llamó porque pensaba que yo podía ayudar a su hermano o sólo para que la ayudara a identificar esa extraña ciudad?
—No lo sé. No llegué a saber de qué quería hablar con usted. Había un libro también… encontramos una nota suya con el título.
—¡Ah, sí! Recuerdo que ya hablamos de eso. ¿Cómo se titulaba?
—Albores de Mesoamérica, de un tal Bolívar Atasco.
—El nombre me suena. —Ésta vez, la pausa fue más corta—. ¿Ha mirado el libro?
—Lo bajé, pero hasta ahora no he encontrado nada que sea relevante, aunque tampoco he tenido ocasión de dedicarle demasiado tiempo.
—Yo también he pedido que me bajen una copia; es posible que encuentre algo que a usted le haya pasado desapercibido.
Renie sintió una inesperada sensación de alivio. «Quizá pueda hacer algo en serio. A lo mejor me ayuda a entrar en TreeHouse y a encontrar a ese tal Singh». Una punzada de incertidumbre cortó el breve instante de gratitud. ¿Por qué tenía que aceptar la alianza con la misteriosa mujer tan rápidamente? «Porque estoy desesperada, ¿no?».
—Ahora ya sabe quién soy —le dijo en voz alta—, pero yo no sé nada de usted, sólo que Susan la conocía e intentaba ponerse en contacto con usted.
—No he sido muy comunicativa, lo sé. —La voz suave parecía divertirse bastante—. Aprecio mi intimidad, pero no hay nada misterioso en mí. Soy lo que he dicho: una investigadora, y bastante famosa. Compruébelo cuando quiera.
—Comprenda que he puesto mi vida en sus manos sin saber el terreno que piso.
—Eso puede cambiar. En cualquier caso, déjeme estudiar el libro de antropología. La llamo más tarde, a la hora de comer. Mientras tanto, le mando información sobre Atasco, creo que le ahorrará tiempo de búsqueda. Y, señora Sulaweyo…
Incluso consiguió que el nombre de Renie sonara galo.
—¿Sí?
—¿Qué le parece si nos tuteamos, Irene?
—Irene no, Renie. Bien, sí; de acuerdo.
—Á bientót, entonces. —Cuando Renie creía que la mujer había colgado, tan sigilosamente como la primera vez, habló de nuevo—. Una cosa más. Te ofrezco esta información y no espero nada a cambio, aunque me temo que no te va a gustar. El complejo hospitalario de la periferia de Durban, donde está ingresado tu hermano, ha sido declarado en cuarentena esta mañana a causa del bukavu 4. Creo que no se permiten visitas. —Hizo otra pausa—. Lo siento mucho.
Renie miró la pantalla vacía con la boca abierta. Cuando empezó a hacer preguntas, se había cortado la comunicación.
!Xabbu la encontró en el despacho a la hora del descanso.
—Mira esto —gruñó ella, e hizo un gesto ante la pantalla de la multiagenda.
—Toda la información por nuestra línea de consultas, o poniéndose en contacto con el Departamento de Sanidad Pública de Durban. Esperamos que se trate de una medida temporal. En el tablón de anuncios se publicarán las incidencias diarias… —decía por duodécima vez el cansado doctor.
—Circuito cerrado, maldita sea. Ni siquiera contestan al teléfono.
—No lo entiendo. —!Xabbu miró fijamente la pantalla y después a Renie—. ¿Qué es esto?
Cansada ya a las diez menos cuarto de la mañana pero sin parar un minuto de pura tensión y rabia, le contó que la cuarentena del hospital se había recrudecido. A mitad del relato, se dio cuenta de que !Xabbu no sabía nada de Martine Desroubins, así que empezó la explicación desde el principio.
—¿Y tú crees que esa mujer es digna de confianza? —preguntó cuando Renie hubo terminado.
—No lo sé. Creo que sí. Espero que sí. Estoy empezando a quedarme sin ideas, por no hablar de mis fuerzas. Puedes estar aquí cuando ella me llame a la hora del almuerzo, y me dices lo que piensas.
!Xabbu asintió con la cabeza lentamente.
—¿Y la información que te ha dado hasta ahora?
Renie ya había quitado la voz al circuito del hospital; en ese momento cortó la comunicación del todo y abrió los archivos de Atasco.
—Compruébalo tú mismo. Éste Bolívar Atasco es antropólogo y arqueólogo; muy famoso y riquísimo, por demás, de familia acaudalada. Se retiró casi del todo hace unos años pero de vez en cuando escribe un artículo científico. Al parecer, tiene casas en cinco países distintos, pero ninguna en Sudáfrica. No comprendo qué tiene que ver con Stephen.
—Nada, quizás; a lo mejor se trata del propio libro, de alguna idea que la doctora Van Bleeck quería que vieras.
—Es posible. Martine también lo está leyendo y a lo mejor descubre algo.
—¿Qué hay de lo otro? Lo que averiguaste antes de que muriese la doctora.
Renie sacudió la cabeza con cansancio. No era fácil pensar en nada que no fuera Stephen, ahora más lejos aún de ella, encerrado en ese hospital como una mosca atrapada en ambrosía.
—¿A qué te refieres?
—Lo llamaste TreeHouse. Todas las referencias a ese Singh, ese Anacoreta Blue Dog apuntaban a TreeHouse, pero no me has explicado qué es TreeHouse.
—Si hubieras dedicado más tiempo a charlar con tus compañeros en vez de estudiar tanto, te habrías enterado de todo. —Renie cerró los archivos de Atasco. Le estaba empezando a doler la cabeza y no podía seguir mirando el denso texto—. Se trata de una leyenda urbana de la realidad virtual. Casi un mito. Pero existe.
—Entonces, ¿todos los mitos son falsos? —preguntó !Xabbu con una sonrisa dolorida.
—No lo digo con segundas —replicó Renie, estremecida por dentro—. Perdona, hoy es un mal día, y no ha hecho más que empezar. Además, sé muy poco de religión, !Xabbu.
—No me has ofendido y no pretendo causarte más trastornos. —Le dio unas palmaditas en la mano, ligeras como alas de pájaro—. Sin embargo, a veces pienso que la gente considera verdaderas las cosas que se pueden medir y falsas las que no se pueden medir. Cuanta más ciencia leo, más triste me parece ese concepto, porque es lo que la gente considera «la verdad» y, sin embargo, la misma ciencia parece decirnos que sólo podemos aspirar a descubrir las pautas de lo que ocurre. Pero si eso es cierto, ¿por qué una forma de explicar las cosas es peor que otra? ¿El inglés es inferior al xosa o a mi lengua materna porque no puede expresar lo que éstos sí pueden?
Renie sintió una vaga sensación de opresión, no por las palabras de su amigo sino porque parecía cada vez más imposible entender cualquier cosa. Las palabras y los números, los datos y las herramientas que había usado para medir y manipular su mundo iban perdiendo definición.
—!Xabbu, me duele la cabeza y estoy preocupada por Stephen. De verdad, ahora no puedo mantener una conversación decente sobre ciencia y religión.
—Por supuesto. —El hombrecillo asintió con un gesto de la cabeza mientras Renie sacaba un analgésico del bolso y se lo tomaba—. Estás muy triste, Renie. ¿Es sólo por la cuarentena?
—No, hombre; es por todo. Todavía no hemos encontrado ninguna solución para recuperar a mi hermano y la investigación resulta cada vez más complicada y más imprecisa. Si esto fuera una historia de detectives, habría un cadáver, manchas de sangre y huellas de pisadas en el jardín: el asesinato no tendría vuelta de hoja y se encontrarían pistas. Pero nosotros contamos únicamente con cosas que parecen un poco extrañas, trocitos de información que podrían significar algo. Cuanto más pienso en ello, menos sentido le encuentro. —Se frotó las sienes—. Es como cuando repites muchas veces una palabra y, de repente, ya no significa nada, sólo es una serie de sonidos. Ésa es la sensación que tengo.
!Xabbu frunció los labios.
—Es algo parecido a lo que yo quería expresar cuando dije que ya no podría oír el sol nunca más. —Echó una mirada a la oficina de Renie—. A lo mejor llevas mucho tiempo aquí dentro. Eso no puede ser bueno para tu estado de ánimo. Dijiste que habías entrado muy temprano.
—Quería un poco de intimidad. En el refugio no puedo hacer nada.
—No se diferencia mucho de mi pensión —replicó !Xabbu con una expresión picara—. Ésta mañana, mientras desayunaba, mi patrona me miraba muy atentamente pero con disimulo. Creo que, como nunca ha visto a una persona como yo, todavía no cree del todo que sea humano; entonces le dije que la comida estaba deliciosa pero que prefería comer carne humana.
—!Xabbu, ¡no será cierto!
—Luego le dije —prosiguió riéndose entre dientes— que no tenía de qué preocuparse, porque mi pueblo sólo se comía a sus enemigos. Entonces ella me preguntó si quería repetir de arroz, cosa que no había hecho jamás. Es posible que a partir de ahora se preocupe más de llenarme el estómago.
—Me da la impresión de que la vida en la ciudad no es una buena influencia para ti.
!Xabbu sonrió abiertamente, satisfecho de haber conseguido animarla un poco.
—Sólo cuando ponemos una considerable distancia entre nosotros y nuestra historia llegamos a convencernos de que los que consideramos «primitivos» no tienen sentido del humor. La familia de mi padre vivía pendiente de la siguiente comida, en medio del Kalahari, caminando durante horas para encontrar agua. Y, a pesar de todo, disfrutaban con los chistes y las historias divertidas. A nuestro abuelo Mantis le encantaba gastar bromas y, gracias a ellas, conseguía vencer a sus enemigos cuando no bastaba con la fuerza.
—La mayoría de los blancos sudafricanos pensaban lo mismo de mis antepasados: que eran salvajes nobles o sucios animales. Pero no personas normales que se contaban chistes.
—Todo el mundo sabe reír. Si después de nosotros viene otra raza, como nosotros sucedimos a la raza primitiva, espero que también tengan sentido del humor.
—Sería lo mejor —respondió Renie con acritud. El rato de expansión no había cambiado mucho las cosas. Todavía notaba pinchazos en la cabeza. Sacó otro analgésico de la mesa y se lo tomó—. Sólo con sentido del humor podrían perdonar el desorden que hemos creado.
—Renie —preguntó su amigo observándola atentamente—, ¿crees que habrá suficiente intimidad si salimos fuera con la multiagenda y recibimos la llamada de esa Martine al aire libre?
—Supongo que sí. ¿Por qué?
—Porque me parece que llevas demasiado tiempo aquí encerrada. No somos termitas, aunque las ciudades hagan sospechar que sí. Necesitamos ver el cielo.
Renie empezó a protestar pero enseguida se dio cuenta de que no tenía ganas.
—De acuerdo. Ven a buscarme a la hora de comer. Y además, todavía no he contestado tu pregunta sobre TreeHouse.
La pequeña colina estaba pelada, no había más que una fina alfombra de hierba enmarañada y una acacia, a cuya sombra se resguardaron del sol intenso del mediodía. No había viento. Una oscuridad amarillenta se cernía sobre Durban.
—TreeHouse es un vestigio de los primeros días de la red —declaró ella—. Un lugar anticuado pero con sus propias reglas; es lo que se supone al menos porque, en realidad, los que entran no cuentan gran cosa, o sea, que la mayor parte de la información son rumores y fantasías.
—Si es anticuado, ¿cómo pueden mantenerlo oculto, tal como me has dicho?
!Xabbu arrancó una hierba y jugueteó con ella entre los dedos. Estaba acuclillado con naturalidad, una postura que a Renie siempre le evocaba un pasado distante, de ensueño.
—Te aseguro que cuentan con equipos y material modernos. Más que modernos. Son personas que se han pasado la vida en la red, algunos fueron sus primeros creadores, incluso. Tal vez por eso sean tan radicales, porque se sienten culpables del resultado. —Se le había aliviado un poco la tensión de la mandíbula y del cuello, gracias al analgésico o quizás, al aire libre—. Lo anticuado del asunto es que muchos de los que viven allí eran ingenieros, piratas informáticos y usuarios pioneros de la red y, en aquel tiempo, tenían la convicción de que la cadena de comunicaciones que iba extendiéndose por todo el mundo sería un medio abierto y libre donde el dinero y el poder no tendrían importancia. Nadie censuraría a nadie y nadie estaría obligado a aceptar las exigencias de tal o cual corporación.
—¿Qué sucedió?
—Más o menos lo que era de esperar. Una idea ingenua, probablemente, porque el dinero tiene el poder de cambiar las cosas. Empezaron a elaborarse más y más normas y la red acabó pareciéndose al resto del llamado mundo civilizado.
Renie se sorprendió al notar el tono panfletario y rencoroso con que hablaba. ¿Estaría dejándose influir por los sentimientos de !Xabbu hacia la ciudad? Miró a lo lejos, a la abigarrada extensión de edificios que se desparramaba por las colinas y valles de Durban como un hongo multicolor y, de repente, le pareció siniestro.
Siempre había opinado que el progreso industrial en África, un continente tan explotado para enriquecimiento de otros y tan privado de beneficios, era bueno en general, pero ahora no estaba segura.
—En fin, los de TreeHouse adoptaron un punto de vista a lo Arca de Noé, o algo así. Bueno, no exactamente porque no pretendían salvar cosas sino llevar adelante unas ideas (práctica del anarquismo, principalmente, libertad total de expresión y demás) y prescindir de otras. Así que crearon TreeHouse y la construyeron de forma que no dependiese del patrocinio de ninguna corporación ni del gobierno. Se distribuye con la maquinaria de los usuarios e incorpora muchas repeticiones, de forma que si se desconectan muchos usuarios, TreeHouse sigue existiendo.
—¿Por qué se llama así?
—Realmente no lo sé… habría que preguntar a Martine. Tal vez se refiera a los árboles lógicos o algo así. Casi todo lo relacionado con los primeros tiempos de la red tiene un nombre curioso. El nombre de las galerías Lambda viene de uno de los primeros experimentos en la realidad virtual sólo con texto.
—Parece como si fuera refugio de malhechores y amantes de la libertad al mismo tiempo —comentó !Xabbu sin asomo de desaprobación.
—Lo es, estoy segura. Cuanto mayor es la libertad para el bien, mayor es también para el mal.
La multiagenda dio una señal y Renie la abrió rápidamente.
—Bonjour. —La voz salió de una pantalla en blanco, como de costumbre—. Soy tu amiga de Toulouse y aquí me tienes, como habíamos quedado.
—Hola. —Renie tenía encendido el sistema de conexión visual, pero parecía lógico pensar que la imagen no se recibiera al otro lado tampoco—. No estoy sola. Me acompaña mi amigo. Estuvo en casa de Susan conmigo y sabe todo lo que yo sé.
—¡Ah! —Las pausas de Martine iban adquiriendo carta de naturaleza—. Estáis en el exterior, ¿no?
O sea, que la francesa tenía el vídeo conectado. Le pareció una jugada sucia y desleal.
—En el exterior de la Politécnica, donde yo trabajo.
—Ésta línea es segura, pero ten cuidado y procura que no haya nadie mirando —dijo Martine con tono eficiente, sin censurarla pero constatando hechos—. La gente sabe leer los labios y existen muchos métodos para acercar lo que está lejos.
Renie, un poco molesta por la puntualización de un detalle que se le había escapado, miró a !Xabbu, pero su amigo escuchaba con los ojos cerrados.
—Procuraré mover poco los labios.
—O tápate la boca con la mano para que no se vea. Aunque te parezca exagerado, Irene… Renie, y aunque no considerase tu problema de importancia vital, tengo mis propias responsabilidades.
—Ya me he dado cuenta. —La irritación se le iba de las manos—. Pero ¿a qué nos dedicamos en realidad, Martine? ¿No se supone que confiamos la una en la otra? ¿Qué puedo pensar de alguien que no se deja ver ni la cara?
—¿Y de qué te serviría? Tengo motivos, Renie, y no te debo explicaciones, ni a ti ni a nadie.
—Pero ¿ahora confías en mí?
—No confío en nadie. —La risa de Martine sonó adustamente alegre—. Pero creo que eres quien dices ser y no tengo motivos para dudar de tu historia.
Renie miró a !Xabbu, que tenía una expresión distraída y ajena. !Xabbu abrió los ojos como si hubiera notado el peso de su mirada y se encogió de hombros. Renie reprimió un suspiro. Martine tenía razón: dadas las circunstancias, no podían demostrarse buena voluntad de ninguna forma. No le quedaba más remedio que cortar el contacto con Susan o cerrar los ojos, taparse la nariz y saltar.
—Creo que necesito entrar en TreeHouse —dijo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó desconcertada.
—¿Estás convencida de que esta línea es segura?
—Sí. Cualquier fallo en la seguridad provendría de tu terminal.
Renie miró a su alrededor. No había nadie a la vista pero se escondió aún más detrás de la pantalla antes de seguir hablando.
—Creo que tengo que entrar en TreeHouse. Antes de morir, Susan me dejó un mensaje sobre un viejo pirata informático amigo suyo… Al parecer, pensaba que nos podría proporcionar información útil. Se llama Murat Sagar Singh, pero también se le conoce como Anacoreta Blue Dog. Creo que puedo localizarlo en TreeHouse.
—¿Y quieres que te ayude a entrar allí?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? —Una repentina oleada de dolor y de ira le forzó a medir las palabras—. Sigo adelante lo mejor que sé. No veo otro camino. Puedo dar a mi hermano por muerto si no encuentro alguna solución. Y ahora, no sé ni… ni… —Tomó aire entrecortadamente—. No puedo ni ir a visitarle.
—Entendu, Renie. —La voz de la misteriosa mujer sonó compasiva—. Creo que puedo ayudarte a entrar.
—Gracias. ¡Oh, Dios!, gracias. —Por una parte, le repugnó tan patético agradecimiento. Todavía no tenía idea de quién era esa mujer sin rostro, pero confiaba en ella como lo hubiese hecho con pocas personas. Intentó restablecer el equilibrio de la conversación—. ¿Averiguaste algo sobre Atasco?
—No mucho, me temo. No tiene relación, según veo, con los propietarios del club que me dijiste, el Mister J’s, ni con nada importante dentro de la red. Parece llevar una vida poco relevante.
—Así que no sabemos si Atasco o su libro tienen que ver con algo.
!Xabbu había sacado un trozo de cuerda de su bolsillo, se la había liado entre los dedos como en el juego de las cunas y la miraba meditabundo.
—No. Esperemos que ese tal Singh nos proporcione alguna información útil. A ver qué puedo hacer para entrar en TreeHouse. Si lo arreglo, ¿estarás disponible hoy a la salida del trabajo?
—Tengo un compromiso después de las clases —dijo, al recordar la entrevista en el despacho de la rectora—, pero habré terminado hacia las cinco de la tarde, hora local.
—Te llamaré. Quizá la próxima vez tu amigo quiera hablar conmigo.
Colgó.
!Xabbu dejó de mirar la cuna de cuerda, levantó los ojos hacia la pantalla en blanco y después los bajó de nuevo.
—Bien —dijo Renie—, ¿qué te ha parecido?
—Renie, un día dijiste que me contarías lo que es un fantasma.
—¿Un fantasma? —Cerró la multiagenda y luego lo miró a los ojos—. ¿De la realidad virtual, quieres decir?
—Sí. Una vez hablaste de eso, pero no me explicaste nada.
—Bueno, es un rumor… ni un rumor siquiera. Es un mito. —Sonrió con cansancio—. ¿Me das permiso para llamarlo así?
—Por supuesto.
—Algunas personas aseguran que si pasas tiempo suficiente en la red o si mueres conectado… —Frunció el ceño—. Es que es una estupidez. Dicen que puede darse el caso de que se queden colgados en el sistema, después de morir.
—Pero eso es imposible.
—Sí, es imposible. ¿Por qué lo preguntas?
!Xabbu movió los dedos y cambió la forma de la cuna.
—Ésa mujer, Martine, tiene algo raro. Pensé que si un fantasma fuera una especie de persona rara de la red, y ella lo fuera, lo entendería mejor. Pero claro, no está muerta.
—¿Que tiene algo raro? ¿A qué te refieres? Hay cantidad de gente que no quiere que le vean la cara, aunque no estén tan obsesionados por la seguridad como ella.
—Había… algo en su voz.
—¿En su voz? Pero las voces se distorsionan fácilmente, no puedes fiarte de eso. ¿Recuerdas cuando fuimos al club, que nuestras voces sonaban más graves?
—Lo sé, Renie. —Hizo un gesto negativo con la cabeza, ligeramente decepcionado—. Pero había algo raro en su forma de hablar. Y también en el ambiente del lugar donde se encontraba. Estaba en una habitación con paredes muy gruesas.
—A lo mejor estaba en algún edificio del gobierno a prueba de bombas, o algo así. No tengo ni idea de lo que hace, aparte de husmear por toda la red. ¡Dios! Más vale que sea legal. Es mi mayor esperanza ahora mismo. Podría llevamos meses entrar en TreeHouse por nuestros propios medios. Pero ¿cómo sabes lo de las paredes?
—Ecos, sonidos. Es difícil de explicar. —Entrecerró los ojos, parecía más ingenuo que nunca—. Cuando vivía en el desierto, me enseñaron a escuchar a los pájaros que volaban, a los venados que caminaban por la arena a muchas millas de distancia. Nosotros prestamos atención a los sonidos.
—No sé nada de Martine. A lo mejor es… no, no puedo ni imaginármelo. —Se levantó. Al pie del montículo pululaban los estudiantes que regresaban a clase—. Volveré al laboratorio después de la entrevista. Infórmame si se te ocurre algo más.
Renie contuvo a duras penas el impulso de sacar la puerta de quicio de una patada. De todos modos, el portazo hizo volar los papeles de la mesa y casi tira a !Xabbu de la silla.
—¡No puedo creerlo! ¡Me han despedido!
Tuvo la tentación de volver a abrir la puerta y dar otro portazo para descargar la furia que la quemaba por dentro como lava.
—¿Has perdido el trabajo?
Lo rozó al pasar y se dejó caer en la silla. Después, revolvió el bolso y sacó un cigarrillo.
—No del todo. Estoy en nómina hasta la vista disciplinaria. ¡Mierda, mierda y mierda! —Arrojó el cigarrillo roto y cogió otro—. ¡No puedo creerlo! ¡Qué asco! ¡Una cosa tras otra!
!Xabbu alargó la mano con la intención de tocarla pero la retiró de nuevo.
«Le da miedo perder un dedo», pensó. Tenía ganas de morder a alguien. Si la rectora Bundazi hubiera gritado, habría podido soportarlo, pero su mirada de desaprobación fue devastadora.
«Siempre hemos tenido un buen concepto de ti, Irene. —Ésa forma tan suave de sacudir la cabeza, ese modo tan diplomático de fruncir el entrecejo—. Sé que has tenido problemas en casa, pero no es excusa para un comportamiento tan fuera de lugar».
—¡Mierda! —Había roto otro cigarrillo. Tuvo más cuidado con el siguiente—. Es por el material que cogí prestado. En realidad, no tenía permiso. Y descubrieron que había manipulado el correo electrónico de la rectora. —Encendió el cigarrillo y aspiró; todavía le temblaban las manos—. Y alguna cosa más. He cometido muchas torpezas, creo. —Tenía los ojos secos pero se sentía como si estuviese llorando—. ¡No puedo creerlo! —Respiró profundamente y trató de calmarse—. Vale. Ven conmigo.
—¿Adónde vamos? —preguntó !Xabbu, sorprendido.
—De perdidos, al río. Ésta es mi última oportunidad de usar el material de la Politécnica. A ver si Martine ha encontrado algo.
Yono no sé qué estaba en la sala de arneses, ausente dentro del casco, columpiándose, agitando las manos y dando puñetazos a objetos invisibles. Renie presionó con fuerza el botón de interrupción. Él se quitó el casco de un tirón como si se hubiese incendiado.
—Oh, Renie. —Un resquicio de culpabilidad en sus ojos delató su condición de correveidile—. ¿Cómo estás?
—Sal fuera, ¿quieres? Necesito el laboratorio y es urgente.
—Pero… —quiso decir con una sonrisa retorcida, como si le hubiera contado un chiste pésimo—. Pero tengo que hacer un montón de trabajo en tres dimensiones…
—Mira, me acaban de despedir —replicó reprimiendo mal las ganas de gritar—. Después ya no tendrás que soportarme nunca más. Ahora, sé buen chico y ¡lárgate de una vez! ¿Oyes?
Yono recogió sus cosas enseguida. La puerta se cerró tras él al mismo tiempo que entraba la llamada de Martine.
La ruta de acceso que Martine les dio conducía a una zona de la red que Renie nunca había visitado: un pequeño nodo comercial tan diferente al deslumbrante y masificado mercado de las galerías Lambda como un armario escobero de un parque de atracciones. El banco de datos en la terminal de las coordenadas de la mujer francesa era de un tipo muy básico que se alquilaba para pequeños trabajos. El equivalente en la realidad virtual a lo que en la vida real eran los baratos centros modulares de almacenamiento de la periferia de Durban. La representación visual del banco de datos era tan funcional y poco atractiva como la unidad que representaba: un cubo de caras mal viradas llenas de botones y ventanas que se activaban y mostraban los diversos servicios.
Los sencillos simuloides de Renie y !Xabbu quedaron suspendidos en el centro del cubo, más primitivos que nunca a causa de la baja calidad de descodificación del nodo.
—Esto es como un callejón oscuro de la realidad virtual. —Renie estaba de un humor de perros. El día había sido espantosamente largo, la habían despedido del trabajo y su padre se había enfadado cuando le llamó para decirle que llegaría tarde a casa y que se preparara la cena él solo…, en realidad, le sentó peor lo último que lo de Stephen o lo del despido—. Espero que Martine sepa lo que hace.
—Martine también lo espera.
—Ah, estás aquí. —Renie se volvió y miró atentamente—. ¿Martine?
Una brillante esfera azul flotaba a su lado.
—Soy yo. ¿Estáis preparados para empezar?
—Sí. Pero… ¿no encontrarás dificultades al… activar la interfaz?
La esfera azul permaneció imperturbable.
—No es necesario utilizar la interfaz virtual para entrar en TreeHouse. Casi es más fácil prescindir de ella, sobre todo para mí, que prefiero otros métodos de manipulación de datos. Pero como vosotros trabajáis con entornos así, me pareció que estaríais más cómodos usando la interfaz. Además, os manejaréis mejor una vez en TreeHouse, porque la interfaz de realidad virtual es un poco más lenta que otras versiones, y TreeHouse es muy rápida y confusa.
«Lo que no explica es por qué lleva un simuloide tan poco corriente —se dijo Renie—, pero si no quiere aclararlo, es asunto suyo».
Varios botones de la interfaz del banco de datos se encendieron como si los hubiesen apretado, y comenzaron a aparecer datos borrosos en las ventanas.
«Ni siquiera usa la interfaz de realidad virtual —observó Renie—. Ésa bola de billar es un simple marcador, para que sepamos que está aquí con nosotros. Debe de estar operando directamente desde su teclado, o desde controles autónomos de voz o algo así…».
—¿Sabéis por qué se llama TreeHouse? —preguntó Martine.
—Le dije a !Xabbu que teníamos que hacerte esa misma pregunta. No lo sé. Arboles lógicos, pensaba yo.
—No es tan complicado. —La risa de Martine sonó burlona—. Es muy sencillo… no eran más que unos críos.
—¿Qué? ¿Quiénes eran unos críos?
—Los fundadores de TreeHouse. No todos eran del sexo masculino, por supuesto, pero sí la mayoría, y querían un sitio sólo para ellos; ¿te acuerdas de que a los niños les gustaba construirse una casa en un árbol y formar un club donde no se permitía entrar a nadie? Un poco como en el antiguo cuento de Peter Pan. ¿Y sabéis cómo se entra en TreeHouse?
Renie hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Creo que os hará gracia. Hay que encontrar la escala. —Mientras hablaba, una de las ventanas se expandió de repente hasta cubrir una cara del cubo por completo—. La escala siempre se puede bajar —continuó Martine—, pero nunca aparece en el mismo sitio. No quieren dar facilidades para que cualquiera entre a piratear sin más. Solamente los que han subido la escala alguna vez saben cómo encontrarla de nuevo.
—Luego tú has estado en TreeHouse —terció !Xabbu de pronto rompiendo su silencio.
—Sí, pero en calidad de invitada. Os contaré más, pero ahora, por favor, recordad que estamos en un lugar público. Esto es un banco de datos real y hoy está conectado a la escala. Si vuelves mañana a este nodo, dudo que la conexión siga aquí. En todo caso, cualquiera puede entrar en este nodo cuando quiera por cualquier otro motivo. Adelante.
—¿Pasamos por esa ventana? —preguntó Renie.
—S’il-vous plait. Por favor. No hay peligro al otro lado.
Renie hizo entrar al simuloide por la ventana de datos. !Xabbu la siguió y llegaron a un espacio virtual menos detallado aún que el que habían abandonado, un cubo más grande, casi blanco puro. La ventana se cerró con un despliegue de color y se quedaron solos en el cubo anodino. La esfera azul no los acompañaba.
—¡Martine!
—Estoy aquí —dijo la voz sin cuerpo.
—Pero ¿dónde está tu simuloide?
—No lo necesito aquí… El último peldaño de la escalera, como todo en TreeHouse, no observa las leyes de la red. No hay necesidad de corporizarse.
Renie se acordó de la pregunta de su amigo sobre los fantasmas y, aunque comprendía perfectamente que Martine quisiera eludir una de las mezquinas normas de la red, no pudo evitar un instante de desasosiego.
—¿!Xabbu y yo tenemos que hacer algo?
—No. He… solicitado la devolución de un favor, ¿se dice así? Me han permitido entrar otra vez y me han concedido el privilegio de traer invitados.
Las caras blancas del cubo desaparecieron bruscamente, mejor dicho, algo diferente brotó de ellas. El espacio tomó forma y profundidad. Árboles, cielo y tierra surgieron como por ensalmo de átomos invisibles en cuestión de segundos. Renie y !Xabbu se encontraron ante un estanque con verdín en la superficie y rodeado por un bosque de robles. Martine, si estaba todavía presente, seguía invisible. Un cielo sin límites, de color azul estival, se extendía por encima de las ramas, todo estaba bañado en una cálida luz cremosa. Cerca de ellos, reclinado entre dos grandes raíces, con la espalda contra el tronco de un árbol y los pies desnudos en el agua, había un muchachito caucásico. Llevaba un mono y un deteriorado sombrero de paja con el ala doblada. Sonreía, desdentado y soñoliento.
—Tengo permiso para visitar TreeHouse —dijo Martine.
El chico no se sorprendió en absoluto al oír una voz sin cuerpo. Miró un instante a Renie y a !Xabbu con los ojos entrecerrados y levantó una mano al aire indolentemente, como si fuera a coger una manzana. Una escala de cuerda se descolgó de las ramas que estaban encima de él y el chico sonrió abiertamente.
—Vamos —dijo Martine.
!Xabbu subió delante. Renie pensó que, sin duda, su amigo treparía con idéntica destreza en la vida real. Después subió ella, un poco más lentamente, abrumada por las incidencias del día y medio temerosa de lo que fuera a suceder después. En cuestión de un momento, el estanque y los bosques desaparecieron y las sombras cayeron a su alrededor. Seguía trepando pero no tenía dónde agarrarse, aunque tampoco le daba la impresión de que fuera a caerse. Se detuvo y esperó.
—Hemos llegado a TreeHouse —anunció Martine—. Nos comunicaremos por la banda restringida, en paralelo con la general, porque, si no, sería muy difícil oír.
Renie no tuvo tiempo de preguntar qué quería decir, la oscuridad desapareció bruscamente por todas partes y el universo saltó al caos. Una babel ensordecedora le inundó los oídos: música, fragmentos de conversaciones en diferentes lenguas, sonidos dispares, como si ella y sus compañeros estuviesen atrapados entre las frecuencias de una radio de onda corta. Bajó el volumen general de su sistema hasta reducir el ruido a un murmullo disonante. Oyó claramente a !Xabbu por la banda restringida de la francesa.
—¡Qué visiones me presentas, Renie! ¡Mira!
Tampoco habría podido hacer otra cosa más que mirar. Renie no había visto jamás un entorno visual como el que acababa de desterrar a la oscuridad.
No había arriba ni abajo: primera y más desconcertante particularidad. Las estructuras virtuales de TreeHouse se conectaban entre sí en cualquier ángulo concebible. Tampoco había horizonte. El entramado irregular de formas que parecían edificios se extendía por todas partes. Renie pensó que era como encontrarse en el centro imaginario de un grabado de Escher. Vio un azul vacío que podía ser el cielo asomando por entre las singulares estructuras, pero asomaba bajo sus pies igual que por encima de su cabeza. En otras partes, los espacios se llenaban de nubes de lluvia o remolinos de nieve. Muchas estructuras parecían viviendas virtuales, construidas en todos los tamaños y formas concebibles: altísimos rascacielos multicolores cruzados como espadas en duelo, grupos de burbujas de color rosa, incluso una luminosa seta anaranjada del tamaño de un hangar para aviones, con sus correspondientes puertas y ventanas. Algunas construcciones cambiaron y se convirtieron en otra cosa ante sus propios ojos.
Había gente también, o cosas que podían serlo —era difícil de distinguir porque los códigos de corporización de la red no tenían vigencia en TreeHouse— y otras cosas que se movían y que apenas se ajustaban a la definición de «objeto», como ondas de colores, rachas de interferencia, galaxias que giraban como manchas palpitantes…
—¡Qué… qué locura! —exclamó Renie—. ¿Qué es todo esto?
—Lo que se le antoje a la gente de este lugar. —La voz de Martine, motivo de irritación hasta el momento, le sonó sublimemente familiar en aquella especie de manicomio—. Han rechazado las normas.
!Xabbu hizo un ruido extraño y Renie se volvió. Un remolcador flotante forrado de piel de leopardo acababa de materializarse a su lado. Una forma semejante a una muñeca de trapo se asomó a la cabina del capitán, los miró de arriba abajo un instante y después gritó algo en una lengua que Renie no entendía. El remolcador se desvaneció.
—¿Qué era eso? —preguntó Renie.
—No lo sé. —Su compañera invisible habló en un seco tono jocoso—. Algún curioso que se acercó a mirar a los recién llegados. Podemos traducir las lenguas que se hablan aquí a través de mi sistema, pero se necesita mucha potencia de procesado.
Un grito de timbre agudo se impuso al confuso murmullo que entraba por las tomas de audio, se elevó más aún y desapareció poco a poco. Renie hizo una mueca de dolor.
—Yo… ¿cómo vamos a encontrar nada aquí? ¡Esto es demencial!
—Hay maneras de operar en TreeHouse, y no todo es así —le aseguró Martine—. Vamos a uno de los lugares más tranquilos. Esto es público, como un parque. Vamos, seguidme.
Renie y !Xabbu se dirigieron a un espacio entre edificios alzándose sobre una tropa de ratones danzarines que parecían dibujos de cachemira; después se desviaron para evitar el contacto con una especie de lengua enorme que colgaba del sudoroso lado de una de las estructuras.
A instancias de Martine, aceleraron y el extraño enredo de formas se desdibujó. A pesar de que avanzaban a gran velocidad, algunas cosas se desplazaban con ellos. Renie los tomó por residentes de TreeHouse que se acercaban a echar un vistazo. La variedad de formas y efectos con que se presentaban los curiosos era tan extraña y perturbadora que, al cabo de un rato, Renie no pudo seguir devolviéndoles la mirada. Un borbotón de sonidos se coló entre las indicaciones de Martine, y algunos sonaron claramente como un saludo.
Renie, preocupada, echó un vistazo a !Xabbu, pero el simuloide del hombrecillo miraba de un lado a otro como cualquier turista recién llegado a la gran ciudad. No parecía agobiado.
Una flor roja gigante, de las dimensiones de unos grandes almacenes y de una especie que no reconoció, apareció colgando boca abajo ante ellos. Martine les pidió que aminoraran la marcha y luego se elevaron entre los pétalos desde abajo. Cuando el bosque de banderas rojas los envolvió, desapareció el murmullo de las tomas de audio.
Unas letras brillaron en el aire delante de ellos mientras ascendían, un saludo de bienvenida en varias lenguas. La parte que Renie leyó decía «Ésta propiedad es nuestra. Todo el que entre aquí observará nuestras normas, que son las que nosotros decidamos en cualquier momento. La mayoría se refiere al respeto a los demás. El permiso de entrada puede ser revocado sin notificación. Firmado: Colectivo Granja de Hormigas».
—¿Cómo se puede tener propiedad privada si todo esto es la anarquía? —se quejó Renie—. ¡Vaya anarquistas!
—Tú encajarías muy bien en este sitio, Renie —comentó Martine con una carcajada—. Aquí se pasan horas discutiendo esa clase de cuestiones.
El interior de la flor —o la simulación conectada a la simulación de una flor, se recordó Renie— era una gruta inmensa con un entramado de pasadizos y pequeñas zonas abiertas. Estaba completamente recubierta, desde el suelo hasta el techo, de rojo aterciopelado y no se veía de dónde provenía la iluminación. A Renie le pareció que era como estar en un intestino humano. Los simuloides convencionales y sus homólogos menos humanoides estaban sentados, de pie o iban y venían a la deriva sin prestar mayor atención al arriba y al abajo que los de la zona que Martine había llamado «el parque». La avalancha sonora no era tan fuerte pero evidentemente se oían muchas conversaciones.
—Martine, ¿eres tú? ¡Qué alegría me ha dado saber algo de ti!
!Xabbu y Renie se volvieron hacia la peculiar voz desconocida, que llegaba fuerte y clara por la banda restringida. El bosquimano prorrumpió en carcajadas y Renie hizo un gran esfuerzo para no contagiarse. El recién llegado era un desayuno: un plato de huevos y salchichas revoloteando en el aire, con vajilla de plata, tazón de cereales y un vaso de zumo de naranja girando a su alrededor como satélites.
—¿Te ríes de mi nuevo simuloide? —El desayuno botó suavemente con fingida desesperación—. ¡Me rompes en mil pedazos!
—Alí, me alegro de verte —dijo cálidamente la voz sin cuerpo de Martine—. Éstos son mis invitados.
No dijo los nombres: Renie tampoco aunque el desayuno flotante no le pareció peligroso.
El desayuno los miró de arriba abajo descaradamente, examinando sus rudimentarios simuloides durante largo tiempo. Por primera vez en su vida en la realidad virtual, Renie tomó conciencia de la pinta que tenía.
—Necesitáis asesoramiento estético urgentemente —fue el veredicto final.
—No hemos venido por eso, Alí, pero si mis amigos vuelven alguna vez, estoy segura de que vendrán a verte. El príncipe Alí von Marionetas Siempre Contentas fue uno de los primeros grandes diseñadores de cuerpos simulados —dijo Martine.
—¿Fue? —repitió con un espanto teñido de malicia—. ¿Fue? ¡Dios mío, qué pronto me han olvidado! Pues he regresado para ser simplemente Alí, queridísima. Nadie funciona con nombres tan largos ahora, diseñado por mí, por supuesto. De todos modos, es un gran honor que todavía te acuerdes. —El plato giró lentamente y las salchichas brillaron—. No es que hayas cambiado mucho, Martine querida. O sea, que has encontrado la forma de eludir el asunto de la moda en su totalidad. Muy minimal. Y la coherencia tiene sus ventajas —añadió, sin ocultar su desaprobación por completo tampoco—. Bien, ¿qué te trae por aquí otra vez? ¡Hace tanto tiempo! ¿Qué quieres que hagamos? Ésta noche se celebra un debate insoportable sobre ética aquí, en la Granja de Hormigas pero, francamente, antes me rendiría al mundo real que tener que soportarlo. Por otra parte, Sinyi Transitore va a representar una obra de meteorología fuera del nodo del centro de conferencias. Sus creaciones siempre han sido tremendamente interesantes. ¿Crees que a tus invitados les gustaría?
—¿Qué es una obra de meteorología? —preguntó !Xabbu.
Renie se alegró al notar que su amigo seguía bastante tranquilo; le preocupaba cómo iría encajando tantas novedades.
—Oh, es… meteorología, ya sabes. Vosotros dos debéis de ser africanos… ese acento es inconfundible… ¿Conocéis a los Hermanos Bingaru? ¿Ésos tipos tan inteligentes que cerraron la red Kampala? Ellos dicen que fue un accidente, por supuesto, pero nadie los cree.
Renie y !Xabbu tuvieron que admitir que no los conocían.
—Es tentador, Alí —le interrumpió Martine—, pero no hemos venido a divertirnos. Tenemos que encontrar a una persona y te llamé porque tú conoces a todo el mundo.
Renie se alegró de que su simuloide fuera tan parco en expresiones faciales… le habría costado un esfuerzo mantenerse seria porque era la primera vez que veía a un desayuno hincharse de orgullo.
—Sí. Por supuesto que sí. ¿A quién buscas?
—A uno de los más antiguos de TreeHouse. Su seudónimo es Anacoreta Blue Dog.
—¿Dog? —El plato aminoró su rotación. El tenedor y la cuchara se inclinaron un poco—. ¿Ése carcamal? Dios mío, Martine, ¿qué tienes tú que ver con ése?
—¿Sabes dónde encontrarlo? —preguntó Renie sin poder contener la impaciencia.
—Supongo. Está afuera, en el Rincón de las Telarañas, con el resto de sus amigos.
—¿El Rincón de las Telarañas? —repitió Martine, desconcertada.
—Así lo llamamos. Está en la Colina de los Fundadores. Con los demás viejos. —Alí hablaba en un tono como si sólo nombrarlo fuera peligroso—. ¡Dios mío! ¿Qué es eso?
!Xabbu y Renie miraron hacia donde parecía indicar el desayuno flotante. Dos fornidos caucásicos pasaban deslizándose rodeados por una nube de pequeños monos amarillos. Uno de ellos parecía salido de una estúpida película de la red, con su espada y cota de malla y un largo bigote mongol.
—Gracias, Alí —dijo Martine—. Tenemos que marcharnos. Ha sido un placer verte de nuevo, y gracias por responder a mi llamada.
Alí seguía con los ojos clavados en los nuevos visitantes.
—Cielos, hacía años que no veía una cosa así. Necesitan asesoramiento inmediato. —Los cubiertos se dirigieron a ellos—. Lo siento. Es el precio que pagamos por la libertad… hay gente capaz de ponerse cualquier cosa. ¿Entonces, os vais sin más? Martine, querida, me partes el corazón. ¡En fin! Un beso. —El tenedor y la cuchara hicieron una complicada pirueta; después, el desayuno empezó a flotar sin prisa tras los dos hombres corpulentos y la nube de monos—. ¡No seáis raros! —les recordó.
—¿Por qué le gusta disfrazarse de comida? —preguntó !Xabbu un poco más tarde.
—Porque puede, me imagino —contestó Renie riéndose—. ¿Martine?
—Sigo aquí. Estaba consultando el directorio de la Colina de los Fundadores para ver qué hay, pero no tengo suerte. Tenemos que ir allí.
—Vamos, entonces. —Renie echó una última mirada al interior del duodeno—. No creo que encontremos cosas mucho más raras.
La Colina de los Fundadores, aunque al principio fuera otra cosa, en ese momento no era más que una simple puerta, eso sí, apropiadamente grande e impresionante y reproducida con esmero a imitación de las antiguas, de madera carcomida y con un gran llamador corroído de bronce en forma de cabeza de león. Una lámpara de aceite colgaba de un garfio a cierta altura y llenaba el porche de luz amarillenta. El umbral de la puerta de la Colina de los Fundadores era sencillo como el resto, en consonancia con el lugar olvidado que evocaba, a pesar de que acababan de llegar del bullicioso ambiente de TreeHouse. Renie se preguntó si esa apariencia sería una burla maliciosa que los residentes hacían de sí mismos.
—¿Por qué no entramos? —preguntó !Xabbu.
—Porque estoy haciendo lo necesario para entrar. —Martine parecía un poco tensa, como si quisiera hacer juegos malabares y saltar a la comba al mismo tiempo—. Ya podéis llamar.
Renie dio un aldabonazo. Un momento después, la puerta se abrió. Ante ellos se extendía un gran pasillo, iluminado también por lámparas colgantes. Una sucesión de puertas, una enfrente de otra, se prolongaba en hilera a lo largo de ambas paredes hasta donde el pasillo parecía desaparecer en el infinito. Renie se dirigió a la más cercana, que estaba en blanco; la tocó y apareció una inscripción, tal como esperaba, pero codificada en unos caracteres fluidos, semejantes al árabe, que no conocía.
—¿Hay directorio o habrá que llamar puerta por puerta?
—Estoy buscando el directorio, Renie —dijo Martine.
Renie y !Xabbu sólo podían esperar, aunque el hombrecillo parecía soportarlo mejor que Renie, que estaba enfadada otra vez, entre otras cosas por no saber lo que hacía su guía invisible.
«¿Qué le pasa? ¿A qué viene tanto esconderse? ¿Tendrá alguna deformación? Pero tampoco sería lógico; es inteligente, sin duda, y nada le impediría usar un simuloide».
Era como viajar con un espíritu o un ángel de la guarda. Hasta el momento todo indicaba que era un espíritu bueno, pero a Renie le fastidiaba depositar una confianza tan grande en alguien de quien sabía tan poco.
—No hay directorio de nodos individuales —anunció la guía—. Pero hay áreas comunes donde a lo mejor nos orientan.
Sin sensación de movimiento, se desplazaron bruscamente hacia un punto más adentrado en el pasillo sin fin, desde donde ya no veían la entrada principal pero, como antes, quedaron frente a una de las puertas idénticas.
Se abrió como si la mano invisible de Martine la empujase, y Renie y !Xabbu entraron flotando.
La habitación era bastante más grande por dentro que la distancia que mediaba entre las puertas del pasillo, aunque no les sorprendió. Se extendía muchos metros y estaba salpicada de pequeñas mesas, como la sala de lectura de una antigua biblioteca. Tenía un cierto aire de club social, con cuadros colgados de las paredes —al fijarse en ellos, Renie vio que eran carteles de antiguos grupos musicales— y plantas virtuales por todas partes; algunas se apoderaban del espacio a costa de todo. Las ventanas de la pared más lejana se asomaban al Gran Cañón de América, con el aspecto que tendría si estuviera lleno de agua y habitado por una fauna acuática sumamente estrambótica. Renie se preguntó un momento si habrían elegido la vista por votación popular.
Había simuloides por todas partes, apiñados en grupos alrededor de las mesas, flotando perezosamente cerca del techo o entre ambos niveles, revoloteando en tropel, gesticulando y discutiendo. No hacían gala del exhibicionismo desmesurado de otros habitantes de TreeHouse: muchos simuloides eran poco más sofisticados que los de Renie y !Xabbu. Renie supuso que si aquello era la colonia de los residentes más antiguos, como había dicho Alí, seguramente utilizaban los simuloides de su juventud, del mismo modo que en la vida real a la gente mayor le gustaba lucir la moda de sus tiernos años de adulto.
Un simuloide femenino bastante rudimentario pasó a su lado y Renie levantó una mano para llamar su atención.
—Perdone. Estamos buscando a Anacoreta Blue Dog.
El simuloide la miró con ojos inexpresivos de maniquí pintado, pero no habló. Renie no supo qué decir. Se había dirigido a ella en la lengua más extendida en la mayoría de entornos virtuales internacionales.
Se adentró más en la sala y se dirigió a una mesa donde se desarrollaba una discusión en voz alta. Al pasar junto a la mesa oyó fragmentos de conversación.
—… Seguro que no. Estaba estudiando una «opa» hostil contra EnBICS cuando empezaron a ponerse inaguantables, o sea, que hablo con conocimiento de causa.
Otra persona respondió, con ardor perceptible, en una lengua que sonaba asiática.
—¡Pues a eso me refiero, precisamente! ¡Todo era multinacional entonces!
—Oh, McEnery, ¡qué cabrón eres! —dijo otra voz—. ¡Chupa mi pedro!
—Perdonen —dijo Renie cuando la discusión se hubo calmado por un momento—. Estamos buscando a Anacoreta Blue Dog. Nos han dicho que vive en la Colina de los Fundadores.
Todos los simuloides la miraron de pronto. Uno, un osito de peluche con incongruentes características masculinas, masculló unas palabras con la voz cascada de un anciano.
—Están buscando a Dog. ¡Vaya!, Dog tiene admiradores.
Otro simuloide levantó un rudimentario pulgar y señaló hacia la esquina opuesta de la sala.
—Por allí.
Renie miró hacia allá pero no distinguió nada a tanta distancia. Hizo señas a !Xabbu para que la siguiera; su amigo miraba fijamente al osito de peluche.
—No me preguntes nada —dijo Renie.
En efecto, había un simuloide muy singular sentado en un rincón, un anciano de piel oscura, ojos furibundos y erizada barba gris, sorprendentemente real en unos aspectos e irreal en otros. Llevaba ropa informal, de la moda de hacía cincuenta años, un turbante y una especie de talar por encima; sin embargo, al cabo de unos instantes se dio cuenta de que la prenda que había tomado por una túnica era en realidad un viejo albornoz.
—Perdone… —empezó, pero el viejo la interrumpió.
—¿Qué queréis vosotros tres?
Renie tardó un poco en acordarse de Martine, que se había mantenido excepcionalmente silenciosa.
—¿Es usted… es usted Anacoreta Blue Dog?
No sólo el simuloide era desconcertante, la silla virtual en la que estaba sentado también tenía algo raro.
—¿Quién lo pregunta?
Su inconfundible acento sudafricano avivó las esperanzas de Renie.
—Somos amigos de Susan van Bleeck. Tenemos motivos para creer que habló con usted hace poco.
—¿Amigos de Susan? —La cabeza con turbante se acercó. El viejo pirata parecía un buitre sorprendido en su escondite—. ¿Por qué demonios me lo tengo que creer? ¿Cómo me habéis encontrado?
—No tiene por qué temernos —terció Martine.
—Necesitamos su ayuda —la interrumpió Renie—. ¿Se puso en contacto Susan con usted para hablarle de una ciudad dorada, una cosa que no podía identificar…?
—¡Chitón! ¡Dios mío! —El anciano, fuera de sí, movió las manos violentamente para que se callara—. No armes tanto jaleo, ¡maldita sea! En boca cerrada no entran moscas. Nada de hablar aquí, vamos a mi agujero. —Movió los dedos y la silla se levantó en el aire—. Seguidme. No, no importa. Os doy la dirección y nos vemos allí. ¡Maldición! —exclamó con sentimiento—. Ojalá Susan y tú hubieseis venido a verme antes.
—¿Por qué? —preguntó Renie—. ¿A qué se refiere?
—Porque a lo mejor habríamos podido hacer algo a tiempo. Pero ahora es muy tarde, maldita sea.
Dog desapareció.