CANTO IX: [8]

De cómo Sigfrido
fue enviado a Worms

espués de navegar nueve días enteros, dijo Hagen de Troneja:

—Escuchad lo que voy a decir; hemos tardado mucho en enviar noticias a Worms sobre el Rhin; y ya nuestros mensajeros debían estar en Borgoña.

El rey Gunter le respondió:

—Habéis dicho muy bien; pero nadie mejor que tú para cumplir este encargo, amigo Hagen: encamínate a mi reino: ningún caballero dará cuenta de nuestra expedición mejor que tú.

—Te equivocas, querido señor, yo no soy un buen mensajero; deja que siga como camarero y que permanezca en las ondas. Quiero estar al cuidado de las mujeres y de sus trajes, hasta que hayamos llegado a Borgoña.

»Procurad que Sigfrido se encargue de esa misión: su fuerza maravillosa le hará salir bien del empeño. Pero si no quisiera hacer este viaje, rogádselo en nombre de vuestra amada hermana y cumplirá.

El rey mandó buscar al guerrero y cuando lo tuvo en su presencia, le dijo:

—Ya que estamos cerca de nuestro reino, debo enviar un mensaje a mi querida hermana y a mi madre, para advertirles que nos aproximamos al Rhin.

»Os pido señor Sigfrido, que hagáis este viaje y siempre os daré las gracias.

Así habló el buen guerrero. Al principio rehusó el esforzado Sigfrido, hasta que el rey Gunter le rogó, añadiendo:

—Haréis este viaje por mi amor y por el de la hermosa virgen Crimilda, que os dará las gracias, conmigo, la encantadora mujer.

Al escuchar esto, Sigfrido se manifestó dispuesto inmediatamente.

—Mandad lo que queráis, no os negaré nada; sea lo que fuere, lo haré todo en nombre de la hermosa joven. ¿A la que llevo en mi corazón, puedo yo negarle cosa alguna? Todo lo que me mandéis será hecho en nombre de ella.

—Decid a mi madre, la reina Uta, que estamos muy contentos de este viaje: decid a mi hermano de qué manera hemos vencido y dad igual noticia a todos nuestros amigos.

»No ocultaréis nada tampoco a mi hermosa hermana: la saludaréis en nombre de Brunequilda y en el mío, y decid a todos mis servidores y guerreros que he realizado con honor lo que mi corazón deseaba.

»Decid a mi sobrino Ortewein, a quien tanto quiero, que haga disponer sitios convenientes en las orillas del Rhin y que hagan saber a mis demás parientes que quiero celebrar de una manera magnífica mis bodas con Brunequilda.

»Decid a mi hermana que luego que sepa que he llegado a tierra con mis huéspedes, reciba agradablemente a la que tanto amo y siempre se lo agradeceré a Crimilda.

Sigfrido se despidió inmediatamente de Brunequilda y de todo su acompañamiento de una manera agradable y en seguida se encaminó hacia el Rhin. En ninguna parte del mundo se hubiera encontrado mejor mensajero.

Acompañado de veinticuatro guerreros se dirigió hacia Worms: llegó sin el rey, y cuando se supo esto todos su fieles guerreros sintieron gran pesar, temiendo que hubiera encontrado la muerte en aquella expedición.

Desmontaron de sus caballos manifestándose contentos: inmediatamente Geiselher, el joven y buen rey, se aproximó con su hermano Gernot; cuando vio que el rey Gunter no estaba con Sigfrido, dijo con viveza:

—Bienvenido, señor Sigfrido; hacedme saber dónde habéis dejado al rey, mi hermano. Nos lo ha arrebatado la fuerza de Brunequilda según pienso; el amor que pretendía nos ha causado este pesar.

—Abandonad esos cuidados; yo y sus compañeros de armas os ofrecemos su saludo a vos y a codos sus parientes. Lo he dejado sano y libre: él me ha enviado para que fuera su mensajero y trajera estas noticias a su país.

»Necesario es que pronto me hagáis ver a la reina Uta y a su hermana, para que yo les pueda decir lo que me han encargado Gunter y Brunequilda; ambos están buenos.

—Iréis a donde se encuentran —dijo el joven Geiselher—, tú has inspirado amor a mi hermana y ella ha tenido gran cuidado por la suerte de mi hermano; la joven os ama; puedo garantizaros esto.

—En todo lo que yo la pueda servir —contestó el héroe Sigfrido—, lo haré de corazón y con fidelidad. Pero haced que yo vea ¿dónde están las damas?

Geiselher, el hombre agraciado, fue a anunciarlo, y dijo a su madre y a su hermana de esta manera:

—Ha llegado Sigfrido, el héroe del Niderland; mi hermano Gunter lo ha enviado a las orillas del Rhin.

»Él nos trae gratas noticias del rey, permitidle que entre hasta la corte. Él nos dará noticias verdaderas de lo ocurrido en Islandia.

Las nobles mujeres permanecían aún en gran cuidado. Sin detenerse se vistieron sus trajes, y suplicaron a Sigfrido que pasara a la corte. El héroe procuró tranquilizarlas: amaba tiernamente a Crimilda y la noble joven le dijo de esta manera:

—Bienvenido, Sigfrido, caballero digno de alabanza. ¿Dónde queda mi hermano Gunter, el noble y rico rey? Pensaba haberlo perdido por la fuerza de Brunequilda: ¡Ay de mí!, ¡pobre joven, para qué habrá venido al mundo!

Así le contestó el fuerte caballero:

—Permitidme que sea el mensajero: lloráis, hermosa joven sin que haya ocurrido desgracia ninguna. Lo he dejado sin peligro alguno; esto es lo que os quería decir: él me ha enviado con estas noticias para vosotras.

»Con el amor más tierno, muy noble señora mía, él y su esposa os ofrecen sus servicios; bien pronto deben llegar.

Hacía muchos días que no había recibido tan buenas noticias. Con un paño tan blanco como la nieve, secó de sus ojos las hermosas lágrimas: después dio las gracias al mensajero por las noticias que había traído. Ellas la consolaban de su grandes tormentos y de sus pasados llantos.

Rogó al mensajero que se sentara: todo estaba dispuesto y la enamorada le dijo:

—Sin pena ninguna os daría por vuestro mensaje todo mi oro. Sois muy rico para aceptarlo, pero siempre os estaré agradecida.

—Aun cuando tuviera treinta reinos —le respondió él—, siempre aceptaría con gustó los dones de vuestra mano.

—Pues bien; sea —dijo la virtuosa, y mandó a su camarera que fuese por el precio del mensaje.

Le dio en recompensa veinte sortijas adornadas con piedras preciosas. Pero el alma del héroe era de tal modo, que no quiso guardar ninguna: en seguida las distribuyó entre las hermosas mujeres que andaban por las cámaras. También le ofreció con bondad sus servicios la madre reconocida.

—Más os diré todavía —añadió el hombre intrépido—; os diré lo que el rey quiere para cuando llegue al Rhin. Si lo hacéis, señora, siempre os quedará agradecido.

»Es su deseo que a los ricos huéspedes los recibáis bien y que salgáis a su encuentro por el camino de Worms.

—Pronta estoy a hacerlo —contestó la hermosa joven—. Nunca me negaré a nada que le pueda agradar y lo haré con el mayor gusto.

Sus mejillas se pusieron más encendidas que el amor que sentía. Hasta entonces ningún mensajero del rey había sido tan bien recibido: de atreverse, lo hubiera besado sin pena ninguna: se alejó de las mujeres de otra manera, pero siempre con amabilidad. Los Borgoñones hicieron lo que él les había dicho.

Sindold y Hunold y el héroe Rumold se tomaron gran trabajo en aquellos momentos. Hicieron preparar los sitios y se portaron muy bien. Muchos fieles al rey trabajaron allí con ellos.

Ortewein y Gere, también de los mejores, enviaron por todas partes para avisar a sus amigos y prevenirlos de que en la corte se iban a celebrar grandes fiestas para los desposorios. Para asistir a ellas se preparaban muchas hermosas mujeres.

Los salones y las paredes fueron adornadas para la llegada de los huéspedes. La habitación del rey Gunter quedó recubierta de roble tallado, obra de artistas extranjeros que habían sido avisados para que fueran a recibir a los que estaban próximos a llegar. De las arcas se sacaban los más hermosos vestidos.

Al saberse la noticia de que se aproximaban los amigos de Brunequilda, la multitud acudió en masas apiñadas. Muchos valientes guerreros de los dos bandos se encontraban allí. La hermosa Crimilda dijo:

—Vosotras, hermosas compañeras mías, que queréis acompañarme a la recepción, buscad en vuestros cofres los trajes más hermosos que tengáis y que lo mismo hagan las demás mujeres.

Llegaron los guerreros y mandaron traer magníficas monturas guarnecidas de oro rojo, en la que debían ir las mujeres para llegar hasta Worms en las orillas del Rhin. Jamás volverán a verse arneses tan magníficos.

¡De qué manera brillaba el oro sobre las cabalgaduras! Muchas piedras preciosas deslumbraban en las riendas. Para las mujeres se dispusieron doradas sillas, colocadas sobre hermosas gualdrapas. Todas experimentaban grande alegría.

También se trajeron para ellas magníficas cinchas forradas de hermosa seda y en los pretales suntuosas bandas de la mejor seda que pudo encontrarse.

Primero se veían marchar noventa mujeres con el cabello trenzado. A Crimilda acompañaban después las más hermosas llevando trajes magníficos y por último seguían igualmente bien vestidas muchas agraciadas jóvenes.

De entre ellas, cincuenta y cuatro del país de Borgoña, eran las más bellas de la corte. Sus hermosos cabellos iban adornados con valiosas cintas. Gran cuidado habían puesto en todo lo que Gunter mandara.

Para agradar a los guerreros extranjeros llevaban las más ricas telas que podían verse y los vestidos más costosos, combinados admirablemente sus colores. Mal gusto hubiera tenido aquel a quien cualquiera de ellas no agradara.

Se veía también muchos trajes de cebellina y de armiño y más de una mano, más de un brazo, se veía adornado con brazaletes, ceñidos por encima de la seda. Nadie podrá describir perfectamente aquellos preparativos.

Sobre aquellos hermosos trajes sus manos ciñeron un cinturón magnífico, ancho y bien bordado, para contener los bellos pliegues de los astracanes árabes. El momento de los alegres placeres para aquellos jóvenes se aproximaba.

Muchas lindas vírgenes comprimían su talle con graciosos corpiños. Sólo hubieran podido temer que los vivos colores de su rostro no aventajaran el brillo de sus vestidos. Ningún rey de nuestro tiempo podrá reunir tan lucido acompañamiento.

Cuando aquellas hermosas mujeres se vistieron los trajes que debían llevar, se adelantó un grupo de guerreros valerosos armados de escudo y lanza, cuyas astas eran de fresno.