l reino de Gunter llegaron extrañas noticias: guerreros desconocidos de país lejano, le enviaron mensajes en los que rebosaba el odio. Al escuchar la narración aquella, todos experimentaron verdadero espanto.
Os diré los nombre de aquellos guerreros: eran Ludegero, rey de los Sahsen, jefe poderoso y respetado, y su compañero el rey Ludegasto de Dinamarca, a los que en su expedición acompañaban muchos valerosos capitanes.
Llegaron ante Gunter los emisarios que enviaban sus enemigos: preguntáronle qué noticias traían, e inmediatamente fueron conducidos a la corte, a la presencia del rey. Después de saludarlos atentamente, les dijo:
—Sed bienvenidos: Yo no conozco a los que os envían, vosotros me diréis quiénes son.
Así dijo el buen rey. Temían grandemente el furor de Gunter.
—Ya que nos autorizáis para manifestar el mensaje de que estamos encargados, no os lo ocultaremos. Sabréis los nombres de los héroes que nos envían: Ludegasto y Ludegero quieren recorrer vuestro país.
»Habéis incurrido en la cólera de ambos; nosotros sabemos que dichos héroes os odian profundamente, quieren venir con un ejército a Worms sobre el Rhin; muchos guerreros los siguen y debéis estar prevenidos.
»Dentro de doce semanas debe llevarse a cabo la expedición. Si contáis con buenos amigos, hacedlos venir al momento para que protejan la tranquilidad de vuestros campos y ciudades; aquí quedarán hechos pedazos muchos yelmos y muchos escudos.
»Pero si queréis entrar en tratos con nuestros jefes, hacedles proposiciones; de este modo dejarán de avanzar las huestes de vuestros poderosos enemigos, que se aproximan para causar profundo sentimiento en vuestro corazón, pues a sus manos deben morir gran número de caballeros afamados.
—Esperad algún tiempo y os haré conocer mi voluntad cuando haya reflexionado lo más justo. —Así dijo el buen rey—. No ocultaré nada a mis notables: me quejaré a mis fieles amigos de este mensaje de guerra.
Con aquello tuvo un gran pesar el rico Gunter; constantemente pesaban sobre su corazón aquellas noticias. Hizo llamar a Hagen y a otros muchos de sus leales, mandando al propio tiempo dar aviso a la corte del rey Gernot.
Los mejores guerreros que podían hallarse entonces acudieron inmediatamente. El rey les dijo:
—Los enemigos vienen para atacarnos con fuerte ejército; hay que tener cuidado.
—Nos defenderemos con las espadas —dijo Gernot—. Sólo mueren los que están destinados a morir; los muertos quedan en la tumba, mas no por esa causa me puedo yo olvidar de mi honor: no serán bienvenidos nuestros enemigos.
Después dijo Hagen de Troneja:
—Esto me parece bien; Ludegasto y Ludegero se muestran demasiado impertinentes. Nosotros no podemos reunir en tan poco tiempo a toda nuestra gente —así habló el atrevido guerrero—. Es menester hacérselo saber a Sigfrido.
Dieron aposento en la ciudad a los mensajeros. Gunter el rico mandó que los trataran bien, y así se hizo hasta que se aseguró de quiénes eran los leales que querían apoyarlo.
El rey en gran cuidado sentía vivo dolor en su corazón. Un caballero muy valiente que aún ignoraba lo que había sucedido, al verlo tan pesaroso rogó a Gunter le dijera la causa de ello.
—Me llama la atención extraordinariamente —le dijo Sigfrido— de que hayáis cambiado las alegres diversiones a que desde hace mucho tiempo nos teníais acostumbrados.
Gunter el afamado guerrero le respondió:
—No puedo comunicar a todos los grandes pesares que me atormentan y que llevo secretos en el fondo de mi corazón. Sólo a los amigos deben comunicarse las penas que nos oprimen el alma.
El rostro de Sigfrido tornóse pálido y rojo. Le dijo al rey de este modo:
—¿Os he negado yo alguna cosa? Yo os ayudaré en todos vuestros pesares. Buscáis amigos, yo quiero ser uno de ellos y os seré fiel con honor hasta mi muerte.
—Que Dios os lo premie, señor Sigfrido, vuestras palabras me hacen bien; y aun cuando nadie me quisiera ayudar, me alegraría la noticia ya que tan fiel me sois. Aunque yo viva mucho tiempo, siempre lo tendré presente.
»Ahora os diré las causas que me tienen tan afligido. Me han hecho saber unos mensajeros de mis enemigos que quieren perseguirme hasta aquí con su ejército; nadie hasta ahora se atrevió a inferirnos en nuestro país injuria semejante.
—No os preocupéis por nada de eso —contestó Sigfrido—. Calmad vuestro espíritu y concededme lo que os pido. Dejadme defender vuestro honor y vuestros intereses y rogad a vuestros amigos que vengan a ayudaros.
»Aun siendo treinta mil hombres que traigan vuestros fuertes enemigos, los podré combatir aunque lleguen sólo a mil aquellos de que yo pueda disponer: dejad esto a mi cuidado.
—Siempre os estaré agradecido —le respondió el rey Gunter.
—Haced que se pongan a mis órdenes mil de vuestros hombres porque de los míos sólo tengo aquí doce; yo defenderé vuestro país: Sigfrido os servirá siempre fielmente con todo su poder.
»También nos ayudarán Hagen y Ortewein y vuestros queridos guerreros Dankwart y Sindold; el audaz Volker vendrá con nosotros llevando el estandarte; a ninguno mejor que a él se le puede confiar.
»Dejad que regresen los mensajeros al país de sus señores; que les hagan saber que muy pronto nos veremos para que nuestras ciudades permanezcan en paz.
El rey dio cuenta de todo esto a sus amigos y sus parientes.
Comparecieron ante la corte los emisarios de Ludegero: estaban sumamente contentos porque sabían que iban a volver a su patria.
Gunter, el buen rey, les hizo ofrecer ricos presentes y les concedió una escolta, de todo lo cual se mostraron ellos muy satisfechos.
—Haced saber a mis fuerte enemigos —les dijo Gunter— que harían bien en renunciar a su expedición: pero que si quieren venir a hostilizarme a mi país, y mis fieles no me abandonan, tendrán mucho que hacer.
Dio magníficos regalos a los mensajeros: Gunter podía hacer muchos. No se atrevieron a rehusarlos los enviados de Ludegero y tan pronto como se despidieron marcharon inmediatamente.
Cuando los mensajeros llegaron a Dinamarca y el rey Ludegasto tuvo conocimiento del modo como venían del Rhin y de la arrogancia de los Borgoñones se irritó mucho.
Le manifestaron que había allí muchos hombres atrevidos. «Además hemos visto uno al lado del rey Gunter que se llama Sigfrido, un héroe del Niderland». Al saber esto Ludegasto se puso en gran cuidado.
Enterados de esto los de Dinamarca se apresuraron sin descanso a reunir aliados hasta que el rey Ludegasto contó para realizar su expedición con veinte mil guerreros escogidos entre los hombres más esforzados.
El valeroso Ludegero jefe de los Sahsenos los llamó, logrando reunir además unos cuarenta mil o más con los que se proponía invadir el país de los Borgoñones. También había mandado reclutar el rey Gunter.
Entre sus amigos y entre los del señor su hermano los que quisieran tomar parte en aquella guerra, y lo mismo había hecho Hagen entre sus guerreros: estos héroes debían marchar al peligro. Muchos murieron en él.
Se dispusieron a partir precipitadamente: cuando salieron, Volker el audaz llevaba el estandarte y cuando abandonaron a Worms sobre el Rhin, Hagen de Troneja era el jefe de las huestes.
Con ellos iban también Sindold el atrevido y Hunold capaces de merecer todo el oro del rico rey. Dankwart el hermano de Hagen y también Ortewein, que seguramente podían formar parte con honor de aquel ejército.
—Señor rey —dijo Sigfrido—. Permaneced en vuestra casa, ya que vuestros guerreros quieren seguirme. Quedaos al lado de las mujeres y estad siempre tranquilo de espíritu. Tengo gran confianza en que sabré defender vuestro honor y vuestros bienes.
»Los que quieren atacarnos en Worms sobre el Rhin, a los que yo detendré, podían quedarse donde están: nosotros avanzaremos tanto que su arrogancia se convertirá en aflicción.
Después de abandonar el Rhin atravesaron el Hesse con sus guerreros, dirigiéndose al país de los Sahsen; pronto entraron en combate. Con el saqueo y el incendio hicieron tan grandes destrozos en el país, que los dos príncipes experimentaron gran pena al saberlo.
Llegaron a la Marca; los soldados apresuraban el paso. El fuerte Sigfrido comenzó a preguntar:
—¿Quién se encargará de proteger nuestra retirada? Nunca han tenido los Sahsen una campaña tan destructora.
—Qué los más jóvenes queden guardando los caminos —le contestaron— con el atrevido Dankwart, que es un guerrero rápido: nosotros perdemos menor número a manos de la gente de Ludegero; que en esta ocasión quede él con Ortewein formando la retaguardia.
—Yo mismo avanzaré —dijo Sigfrido el esforzado— y perseguiré a los enemigos hasta lograr encontrar a esos guerreros.
Bien pronto estuvo armado el hijo de la hermosa Sigelinda. Como sus deseos eran de avanzar, confió el cuidado del ejército a Hagen y Gernot, hombres muy valientes. Él solo se adelantó hacia el país de los Sahsen y aquel día quedó su valor muy alto.
Extendido en el campo vio un ejército considerable que excedía en mucho al que llevaba él; serían unos cuarenta mil o más: el enardecido Sigfrido los veía con grandísima alegría.
Del campamento había avanzado también un guerrero para hacer guardia y estaba muy vigilante: vio al héroe Sigfrido y este al audaz joven. Inmediatamente ambos se comenzaron a observar.
Os diré quién era aquel que se encontraba de avanzada; tenía embrazado un brillante escudo de oro; era el rey Ludegasto que velaba por sus huestes. El noble extranjero se irguió altivamente.
También el rey Ludegasto le dirigió furiosas miradas. Hicieron saltar sus caballos clavándoles las espuelas en los ijares; uno y otro blandieron las lanzas contra los escudos: en aquel momento el poderoso rey fue acometido por un violento temor.
Después del primer golpe los caballos arrastraron a los dos hijos de reyes como si los impeliera una tormenta; como buenos caballeros los contuvieron con las bridas y aquellos dos furiosos a quienes la cólera animaba se acometieron con las espada.
El bizarro Sigfrido hirió entonces con tanta fuerza, que retembló todo el campo; de los yelmos y de las espadas brotaban a los golpes de los héroes rojas chispas de fuego: cada uno había hallado en el contrario un adversario igual.
También el rey Ludegasto descargaba sobre su enemigo repetidos golpes; los brazos de ambos caían pesadamente sobre el escudo del contrario. Treinta de sus hombres se apercibieron del combate, más antes de que llegaran, Sigfrido había conseguido el triunfo.
Por tres anchas heridas que hizo al rey, brotaba la sangre a través de las junturas de su hermoso arnés; la sangre de las heridas corría por el filo de la espada: el valor del rey Ludegasto. Llegaron sus guerreros que habían visto muy bien lo ocurrido entre los dos centinelas avanzados.
Cuando Sigfrido quiso llevarse al derrotado le asaltaron treinta de sus hombres: entonces el brazo del héroe defendió a su noble prisionero dando terribles golpes con los que causó grandes destrozos entre aquellos guerreros ricamente ataviados.
Con gran arrojo logró matar a los treinta; uno solo quedó con vida y corrió rápidamente a dar la noticia del suceso. La verdad podía confirmarla su enrojecido casco.
Cuando supieron la noticia los de Dinamarca, experimentaron gran dolor al ver su rey prisionero. Dijéronla a su hermano y este comenzó a bramar con indecible rabia, como si a él le hubiera ocurrido.
El rey Ludegasto fue conducido en brazos de los hombres poderosos de Gunter que mandaba Sigfrido. Lo dejó en poder de Hagen; cuando el atrevido guerrero supo quién era experimentó grande alegría.
—Replegad las banderas —dijo a los Borgoñones.
—Adelante —gritó Sigfrido—. Muchas cosas se han de realizar en este día si yo no pierdo la vida; esto entristecerá a más de una mujer del país de los Sahsen.
»Vosotros, héroes del Rhin, seguidme; yo puedo conduciros a donde está el ejército de Ludegero. Veréis cómo se rompen sus cascos a los golpes de los valientes guerreros; antes de que volvamos tendremos no pocos sobresaltos.
Gernot y los que le habían acompañado se dirigieron hacia el sirio en que se encontraban sus caballos. El intrépido, el atrevido bardo Volker, levantó el estandarte y se puso a la cabeza de las huestes; los demás se prepararon también valientemente al combate.
No ascendían a más de mil hombres con doce jefes. A sus pasos comenzó a levantarse el polvo del camino; avanzaban por la llanura y se veía brillar más de un reluciente escudo.
También se habían aproximado los Sahsen y su jefe llevando las espadas afiladas; según después he sabido, en manos de los héroes cortaban horriblemente. Anhelaban defender sus campos y sus ciudades.
La hueste que mandaba el rey se adelantó: también avanzaba Sigfrido rodeado de los doce hombres que había traído consigo del Niderland. En la tempestad de aquel día más de una mano se tiñó de sangre.
Sindold, Hunold y también Gernot, dieron muerte a gran número de guerreros antes que hubieran podido probar cuán grande era su bravura. Después tuvo que llorar más de una mujer joven.
Volker, Hagen y Ortewein empañaron también en el combate la brillantez de más de un reluciente casco con la sangre que hacían verter aquellos hombres terribles como el rayo. Dankwart realizó por su parte prodigios de valor.
Los de Dinamarca probaron a su vez la fuerza de sus brazos; se escuchaba el golpear de los escudos al ser heridos y el chocar de las espadas. Los Sahsen bravos en la lucha hicieron un gran destrozo.
Los Borgoñones se atropellaban en el combate y abrieron más de una profunda herida La sangre corría a torrentes por encima de las monturas; así procuraban quedar honrados aquellos caballeros bravos y buenos.
Las aceradas armas se sentían crujir en las manos de los guerreros, con más vigor allí donde se hallaban los del Niderland; precipitábanse en pos de su jefe detrás de los escuadrones y llegaban heroicamente al par que Sigfrido.
Ni uno solo de los del Rhin podía seguirlos: a través de los relucientes yelmos se veía correr la sangre a los golpes de Sigfrido, que no paró hasta que vio a Ludegero delante de los suyos.
Tres veces seguidas se había abierto camino por en medio de todo el ejército; entonces llegó Hagen y lo ayudó a desahogar su cólera en el torbellino. Más de un noble caballero fue víctima de sus golpes.
Cuando el fuerte Ludegero vio a Sigfrido teniendo levantada la buena espada Balmung, que mataba a tantos de sus hombres, la cólera del jefe fue terrible.
Aquello era una horrible confusión y un ruido formidable: las huestes se atropellaban las unas sobre las otras; los caballeros se buscaban cada vez con más ardor; los escuadrones comenzaron a replegarse: un odio feroz animaba a los combatientes.
Al jefe de los Sahsen habían dado la noticia de que su hermano estaba prisionero, la cual le afligió mucho: sabía que solo el hijo de Sigelinda podía haber realizado tal hazaña. Se lo atribuían a Gernot, pero la verdad se supo luego.
Eran tan fuertes los golpes que Ludegero daba con la espada, que el caballo de Sigfrido cayó bajo la montura; pero luego que se hubo levantado, el héroe desplegó en el combate una fuerza espantosa.
Le ayudaban a Hagen y también Gernot, Dankwart y Volker a cuyos tajos murieron muchos. Sindold, Hunold y Ortewein el atrevido, mataron a no pocos enemigos en el combate.
En lo más terrible de la acción, los jefes permanecieron siempre juntos. Por encima de los yelmos, a través de los relucientes escudos, se vio cómo los guerreros lanzaban gran número de jabalinas. Muchas bruñidas rodelas quedaron manchadas de sangre.
En aquella furiosa tormenta muchos guerreros caían de sus caballos. Uno sobre el otro se precipitaron Sigfrido el valiente y el rey Ludegero. Se veían volar las astas y los hierros de más de una aguda lanza.
A un golpe de Sigfrido voló en pedazos la abrazadera del escudo; pensó el héroe del Niderland que iba a obtener la victoria sobre los Sahsen que hormigueaban allí. ¡Ah!, ¡cuántas brillantes cotas destrozó el terrible Dankwart!
En el escudo que llevaba al brazo Sigfrido, distinguió el rey Ludegero una corona grabada; en esto reconoció que era el hombre formidable y comenzó a gritar en alta voz a los suyos.
—¡Cesad de combatir todos los que me habéis seguido! He visto aquí el hijo del rey Sigemundo, he conocido al fuerte Sigfrido; un mal demonio debe haberlo lanzado en contra de los Sahsen.
En el rigor del combate hizo plegar las banderas, pues deseaba la paz y le fue concedida, pero debía ser conducido prisionero al país del rey Gunter; la mano de Sigfrido lo había domeñado.
Por acuerdo de uno u otro bando cesó el combate; sus manos abandonaron yelmos y escudos agujereados por todas partes; los que se veían presentaban marcadas señales de los golpes de los Borgoñones.
Estos hicieron prisioneros a cuantos quisieron. Gernot y Hagen dieron orden para que los heridos fueran conducidos en angarillas y con ellos llevaron prisioneros hacia el Rhin más de quinientos hombres.
Los vencidos se encaminaron a Dinamarca. Los Sahsen habían combatido tan bien que fueron dignos de alabanza; esto causaba pesar a los guerreros. Los que habían quedado en el campo fueron llorados por los héroes.
Los vencedores condujeron sus armas hacia el Rhin; con su valor las había conquistado el fuerte Sigfrido: lo había hecho con gran valentía; todos los hombres del rey Gunter tenían que concederlo.
El rey Gernot envió sus huestes hacia Worms encargándoles dijeran en el país el éxito tan grande que él y todos los suyos habían conseguido.
Las noticias corrieron con gran rapidez; los que antes experimentaban algún cuidado, se tranquilizaron llenos de alegría por las felices nuevas que habían llegado. Las nobles mujeres quisieron saber también.
¿Cómo se han portado los héroes del valiente rey? Uno de los mensajeros compareció ante Crimilda; esto se llevó a cabo sin que nadie lo supiera: de otro modo no se había atrevido, porque entre los guerreros se encontraba aquel por quién su corazón estaba interesado.
Cuando vio que el mensajero se acercaba a su cámara la hermosa Crimilda le dijo en tono cariñoso.
—Dame ahora noticias tan deseadas; si no me engañas. Te regalaré oro y te favoreceré siempre.
»¿Cómo han salido del combate mi hermano Gernot y mis demás amigos? ¿No nos han matado a ninguno? ¿Quién se portó mejor? Contéstame a todo esto.
—No hemos tenido un solo cobarde —dijo el leal mensajero—. Además de esto, en el rigor del combate nadie avanzó tanto, elevada princesa, porque hay que decirlo, como el noble extranjero que vino del Niderland. La fuerza del atrevido Sigfrido ha realizado maravillas.
»Lo que todos los demás héroes han hecho en plena pelea, Dankwart, Hagen y los demás soldados del rey, aunque se han batido según prescriben las reglas del honor, es aire si se compara con lo hecho por Sigfrido el hijo del rey Sigemundo.
»En el fragor de la batalla han derribado a muchos héroes, pero nadie os podrá decir los prodigios que ha realizado Sigfrido en lo más terrible del combate. A las mujeres y a los parientes de los enemigos ha causado grandes aflicciones.
»Allí quedan los amados de muchas mujeres. Sobre sus yelmos caían formidables golpes que abrían anchas heridas, de las que la sangre manaba a torrentes. Es por codos conceptos un atrevido y buen caballero.
»Grandes proezas ha realizado Ortewein, señor de Metz; los que alcanzaba con su espada, quedaban heridos mortalmente. Grandes pérdidas les hizo experimentar también vuestro hermano.
»Jamás en los combates tenidos hasta ahora se sufrió tanto. Debe decirse la verdad de aquellos hombres escogidos; de tal modo se han portado los fieros Borgoñones, que su honor queda al abrigo de toda sospecha.
»Por sus manos han quedado vacías muchas monturas y a los golpes de sus espadas la llanura retemblaba con estrépito. Los guerreros del Rhin se han portado de tal modo que más valía a sus enemigos no haberles visto.
»También los valientes de Troneja hicieron grandes destrozos cuando los ejércitos chocaron en apretadas masas. A muchos dio muerte el valiente Hagen, mucho habrá que contar aquí en el país de Borgoña.
»Sindold y Hunold, los guerreros de Gernot y el valiente Rumold, han hecho tanto que para siempre sentirá el rey Ludegero haber provocado a los guerreros del Rhin.
»Pero el hecho de armas más notable que puede haber ocurrido, el primero y el último que en cualquier tiempo se haya visto, lo ha llevado a cabo el heroico brazo de Sigfrido y trae gran número de prisioneros al país del rey Gunter.
»Con la violencia de su fuerza los ha cogido el valeroso héroe; el rey Ludegero debe sentirlo mucho, así como también su hermano Ludegasto del país de los Sahsen. Escuchad mis noticias noble reina.
»El valor de Sigfrido domeñó a los dos: nunca se han traído a este país tantos prisioneros como caminan ahora hacia el Rhin a causa de tan brillante campaña. Ningunas noticias podían serle tan gratas.
»Sin heridas traen unos quinientos o más, y heridos, sabedlo noble reina, traen más de ochenta carretas teñidas con su sangre. La mano del atrevido Sigfrido ha herido al mayor número de ellos.
»Los que en su osadía se atrevieron a insultar a los del Rhin, son ahora prisioneros del rey Gunter y con grande alegría los conducen hacia aquí.
Preciosos colores asomaron en las mejillas de Crimilda al escuchar está noticia.
Su bello rostro tornóse rosa al saber que el valiente Sigfrido se había portado dignamente en el combate. También se alegró por sus fieles, pues había motivo para hacerlo.
—Tú me has traído buenas noticias —dijo la hermosa joven—; yo te daré en recompensa un hermoso traje y además diez marcos de oro.
Con gusto se dan noticias a damas de esta clase.
Le dio por recompensa al mensajero el oro y el traje. Luego muchas hermosas jóvenes se asomaron a las ventanas mirando hacia el camino que debían traer los más bravos héroes del país de Borgoña.
Primero llegaron los que habían salido ilesos, en seguida los heridos. En verdad que podían escuchar las aclamaciones de sus deudos sin avergonzarse; el jefe marchaba delante de los extranjeros cambiado en alegría su pesar profundo.
Recibió con agrado a los suyos e hizo lo mismo con los extranjeros; justo era que el poderoso rey diera las gracias bondadosamente a los que habían acudido a su llamamiento por cuanto con los suyos habían conseguido aquella gloriosa victoria.
El rey Gunter quiso saber noticias de sus amigos muertos en la expedición. Sólo había perdido sesenta hombres; debían llorarlos como después hicieron con muchos héroes más.
Los que no habían recibido daño ninguno, pudieron llevar al país de Gunter muchos escudos abollados, muchos yelmos hundidos.
El ejército se apeó de los caballos frente al palacio del rey y en aquella amistosa recepción se escucharon muchos gritos de alegría.
Dieron alojamiento en la ciudad a los guerreros y el rey pidió que los trataran con el mayor cuidado. Mandó que cuidaran a los heridos con el mayor esmero, proporcionándoles todas las comodidades necesarias. Bien pudo también apreciarse su deferencia para con los enemigos.
Así habló a Ludegasto:
—¡Sednos bienvenido! Mucho he tenido que sufrir por vuestras faltas; de ellas podré conseguir satisfacción si la suerte no me abandona; Dios recompense a mis fieles: se han portado muy bien conmigo.
—Bien podéis darle las gracias —dijo Ludegero—. Jamás un rey logró hacer cautivos de tanta importancia: os haremos ricos presentes porque nos traten bien y para que obréis con magnanimidad con vuestros enemigos.
—Os dejaré ir libremente a los dos —respondió el rey—, pero es menester que en gajes queden aquí mis enemigos, los cuales no abandonarán el país sin mi consentimiento.
Ludegero le estrechó la mano.
Lleváronlos a que reposaran y les proporcionaron todo género de comodidades. Dieron a los heridos cuanto les era necesario y a los sanos hidromel y vino. Nunca hubo huéspedes que vivieran con tanta alegría.
Recogieron los escudos rotos y muchas monturas ensangrentadas quitándolas de la vista, para que las mujeres no lloraran. Muchos caballeros volvían sumamente fatigados.
El rey recibió a los huéspedes bondadosamente; de amigos y extranjeros estaba lleno el país. Hizo curar con esmero a los que tenían graves heridas; habían domeñado mucho su altiva arrogancia.
Ofrecieron ricas recompensas a los sabios en el arte de curar, plata sin pesar y brillante oro para que vendaran a los heridos en el peligro del combate. Además el rey ofreció a sus huéspedes magníficos regalos.
A los que las fatigas del viaje impedían volver a sus casas, los invitaban a descansar como se hace con los amigos. El rey pidió consejo acerca de la mejor manera de recompensar a los que con tan grande honor lo habían servido. Entonces dijo Gernot:
—Que los dejen marchar, pero haciéndoles saber que dentro de seis semanas tiene que venir para una gran fiesta: muchos de los que ahora sufren por sus heridas estarán curados.
También deseaba marchar Sigfrido el del Niderland. Cuando el rey Gunter lo supo, le suplicó muy cariñosamente que permaneciera aún a su lado: sino hubiera sido por la hermana del rey, nunca lo habría hecho.
Era muy rico para aceptar una recompensa; pero ¡bien lo había merecido! El rey le estaba muy agradecido y sus parientes también, pues ellos habían visto lo que el brazo de Sigfrido realizara en el combate.
Decidió quedarse por lograr ver a la hermosa joven: esto sucedió algo más tarde. Para felicidad suya consiguió conocer a la virgen, después de lo cual marchó contento al país de su padre.
El rey en tanto recomendaba de continuo los ejercicios de la caballería; a ellos se dedicaban con ardor muchos jóvenes héroes. Con este fin hizo levantar no pocos asientos en la campiña de Worms, para todos los que quisieran venir al país de Borgoña. Por los días en que habían de llegar supo la hermosa Crimilda que se iba a dar una suntuosa fiesta a los que habían sido fieles. Muchas mujeres hermosas desplegaron una gran actividad. Para preparar los trajes y adornos que debían lucir. La rica Uta oyó la relación de todos los bravos guerreros que vendrían e hizo sacar de los cofres muchos magníficos vestidos.
Por cariño a sus hijos hizo preparar joyas y trajes, siendo así adornadas muchas mujeres y doncellas y no pocos guerreros Borgoñones. También hizo disponer para los extranjeros magníficos equipos.