espués de tan gran fatiga reposaron los señores, Volker y Hagen salieron del palacio. Se apoyaron en los escudos aquellos bravos, y los dos héroes conversaron largamente. Así dijo Geiselher, el héroe de Borgoña:
—Aún no podemos descansar, queridos amigos: es menester sacar los muertos del palacio, pues en verdad os digo que seremos atacados de nuevo.
»Es menester que no estén bajo nuestros pies durante más tiempo. Antes que en el combate logren vencer los Hunos, les causaremos aún muchas heridas. Esto será para mí —añadió Geiselher— una gran alegría.
—Feliz yo que tengo dos señores —dijo Hagen—. El consejo que ahora nos da nuestro joven señor es digno de un héroe distinguido: por esto, Borgoñones, podéis estar contentos.
Siguieron el consejo y sacaron de la sala siete mil muertos, que echaron abajo y que cayeron delante de los escalones. Entonces se escucharon los lamentos angustiosos de sus parientes.
Muchos de ellos tenían heridas tan ligeras que si los hubieran curado se habrían salvado, pero aquella horrible caída les causó la muerte. Sus amigos gimieron, pues era para ellos amarguísima pena. Así habló el músico, el héroe valeroso:
—Ahora veo que es verdad lo que me han dicho; los Hunos son cobardes, lloran como las mujeres; mejor harían si cuidaran a sus heridos.
Escuchando esto un margrave y creyendo que lo decía de verdad, cogió a un pariente suyo que se bañaban en la sangre y quiso llevárselo para curarle las heridas, pero de una lanzada lo tendió muerto el fuerte músico.
Los demás que vieron esto, se alejaron corriendo de la sala y todos maldijeron al músico, pero este esgrimió la dura y afilada jabalina que uno de los Hunos le había lanzado.
La arrojó lejos, más allá de la multitud, al otro extremo de la población. Además indicó a los de Etzel el extremo de la sala en que debían detenerse. Todos llegaron a temer su horrible fuerza.
Delante del palacio de Etzel permanecían muchos hombres. Volker y Hagen comenzaron a hablar al rey de los Hunos y a decirle cuanto pensaban. Después tuvieron aflicciones aquellos héroes fuertes y buenos.
—Gran consuelo es para los pueblos —dijo Hagen— ver a los reyes tomar parte en sus combates, esto hace aquí cada uno de mis señores: ellos hienden los cascos y hacen correr la sangre por las espadas.
El rey Etzel que era valiente, tomó su escudo.
—No les des tu vida —le dijo Crimilda—, ofrece mejor a los guerreros un escudo lleno de oro; si Hagen te alcanza te dará muerte con sus manos.
El rey era tan valeroso que no quería prescindir del combate, como en nuestro tiempo lo hacen muchos príncipes distinguidos. Tuvieron que retirarlo de allí cogiendo las correas de su escudo.
El furioso Hagen comenzó a burlarse.
—Un parentesco lejano —dijo Hagen haciendo ademanes— une a Etzel con Sigfrido. Amó a Crimilda antes que vos la hubierais visto; cobarde rey Etzel ¿por qué has conspirado en contra mía?
Estas palabras las escuchó la noble reina. La cólera de Crimilda se aumentó al ver que se burlaban de ella en presencia de los guerreros de Etzel. Nuevamente comenzó a maquinar contra los extranjeros. Ella dijo:
—Al que mate a Hagen de Troneja y me traiga de regalo su cabeza, le llenaré de oro el escudo de Etzel y le daré además en recompensa, buenas ciudades y campos.
—Yo no sé por qué tardan tanto —dijo el músico—. No he visto guerreros tan cobardes cuando les ofrecen rica recompensa. Por esto Etzel debía retirarles su gracia.
»Veo permanecer quietos a muchos cobardes que comen el pan del rey y que lo abandonan en can grande aflicción, allí veo a muchos sin vergüenza, que para siempre deben ser execrados.
Así pensaban los mejores de ellos: «Verdad es lo que Volker dice». Pero ninguno se sintió tan enardecido como el margrave Iring, el señor de Daneland y bien pronto lo hizo ver.