CANTO XXX: [25]

De cómo Hagen
y Volker
estuvieron de centinela

l día caminaba a su fin; se aproximaba la noche. Los guerreros fatigados del camino se preocupaban por saber dónde hallarían un lecho y cuándo reposarían. De esto habló Hagen y lo tuvieron pronto.

Gunter dijo al rey:

—Dios os conceda la felicidad. Queremos retirarnos a dormir, despedidnos y si lo mandáis volveremos mañana temprano.

El rey se despidió contento de los extranjeros. Se vio a los extranjeros ir deprisa por todas partes. Volker el fuerte, dijo a los Hunos:

—¿Cómo os atrevéis a pasar delante de esos guerreros? Si volvéis a hacerlo os sucederá una desgracia.

»Dispararé sobre cualquiera de vosotros tan fuerte flechazo que si tiene algún amigo fiel lo llorará sin remedio. Vosotros debéis andar detrás de nuestros guerreros, esto es lo que debéis hacer. Todos somos guerreros, pero no todos tienen igual valor.

En tanto con gran cólera hablaba así el músico, el fuerte Hagen miró hacia atrás y dijo:

—El valiente músico os aconseja bien: volved a vuestros aposentos, soldados de Crimilda.

»Me parece que ninguno llevará a cabo lo que ha pensado, pero si queréis comenzar, esperad a mañana temprano. Dejadnos reposar ahora, pues somos extranjeros. Me parece que nunca los caballeros obrarían de otro modo.

Condujeron a los extranjeros a una espaciosa sala donde habían preparado para todos los guerreros lechos muy cómodos, anchos y largos. Contra ellos meditaba Crimilda grandes pesares.

Se veían allí muchas colchas de riquísimos tejidos y suntuosos cortinajes de Hermelin y Lobel, más brillantes que la luz del día. Nunca un rey ni su acompañamiento tuvieron morada tan rica.

—¡Oh! Desgraciado nuestro aposento de esta noche —dijo Geiselher el joven—, y desgraciados los amigos que nos han acompañado, pues aunque mi hermana nos ha invitado con tanto agasajo, temo que por su causa nos den aquí muerte.

—No tengáis cuidado —le respondió Hagen al héroe—, yo mismo quiero hacer esta noche centinela, y creo que podré protegeros hasta que sea de día. Estad sin temor; luego cada uno saldrá como pueda.

Al escuchar esto, todos le dieron las gracias. Después se retiraron a los lechos y no tardaron mucho los héroes en quedarse dormidos. Hagen el fuerte se comenzó a armar. El músico, el valeroso Volker, le dijo:

—Si no te opones, amigo Hagen, quiero hacer guardia en tu compañía hasta que brille la aurora.

El guerrero le dio las gracias con cariño. Ambos se ciñeron las brillantes armaduras, y cada cual embrazó su escudo; salieron del salón y se colocaron ante la puerta donde velaron por sus compañeros con gran lealtad.

Volker el valiente apoyó su escudo contra el muro de la sala y entró en ella para coger su laúd. Después hizo con sus amigos lo que convenía a un héroe tan magnánimo.

Sentóse en una piedra a la puerta del palacio. Nunca se había oído a un músico tan notable. Hirió las cuerdas de su instrumento y sacó sones tan dulces, que los extranjeros le dieron las gracias.

Las cuerdas resonaban en toda la sala, pues su habilidad y su fuerza eran iguales. Comenzó a tocar más suave y más melodiosamente y muchos guerreros cuidadosos se durmieron.

Cuando vio que estaban dormidos, embrazó de nuevo el escudo y saliendo del salón se colocó ante la puerta para guardar a los Borgoñones de los guerreros de Crimilda.

Hacia la media noche o más (no puedo decirlo de cierto), Volker el esforzado vio brillar en la tinieblas unos yelmos. Los guerreros de Crimilda deseaban atacar a los extranjeros. Antes de enviar a los suyos, Crimilda les había dicho:

—Si por gracia de Dios os los encontráis, os ruego que no matéis más que al traidor Hagen; dejad la vida a los demás.

—Amigo Hagen —dijo el músico—, nos conviene luchar juntos contra el peligro. Me parece que se acercan unos guerreros y si no me engaño quieren atacarnos.

Un guerrero Huno vio que en la puerta había centinela y dijo el atrevido.

—Debemos desechar nuestro propósito; el músico está de guardia en la entrada.

»Lleva en la cabeza un yelmo brillante duro y bruñido, fuerte y de una sola pieza. Su coraza brilla también como el fuego. A su lado está Hagen: los extranjeros tienen buena guardia.

Se retiraron inmediatamente. Cuando lo advirtió Volker, dijo con cólera a su compañero:

—Déjame que vaya detrás de esos guerreros; les preguntaré noticias de la gente de Crimilda.

—Si me quieres no hagas tal cosa —le replicó Hagen al momento—. Si os alejáis de la sala tal vez os ataquen esos guerreros hasta tal punto que me será necesario acudir a vuestra defensa aunque cueste la muerte a todos mis parientes.

»Cuando los dos estemos en la pelea, dos o cuatro de ellos se arrojarán al momento sobre esta habitación y asesinarán a nuestros amigos de modo que jamás podremos olvidarlo.

—Hagamos por lo menos de modo que comprendan que los hemos visto —respondió en seguida Volker—, a fin de que los hombres de Crimilda no puedan negar que han querido ser desleales con nosotros.

El músico gritó a los Hunos:

—¿A dónde vais armados de ese modo, atrevidos guerreros? ¿Vais de merodeo, acompañantes de Crimilda? Si es así iremos en vuestra ayuda yo y mi compañero de armas.

Nadie dijo una palabra; por lo cual se puso furioso.

—¡Oh!, ¡malvados cobardes! —exclamó el buen héroe—. ¿Habéis querido asesinarnos durante nuestro sueño? Rara vez ha sucedido semejante desgracia a guerreros tan bravos.

Dieron a la reina la noticia de que nada habían hecho sus enviados: ¡se afligió con razón! Ella pensó en otros medios, pues su alma estaba furiosa. Quería hacer morir a guerreros fuertes y buenos.