ermaneció en Traisemauer cuatro días. El polvo del camino no pudo posarse, pues de continuo estaba agitado como los torbellinos de un incendio. Eran los hombres de Etzel que se encaminaban a través del Oestereicherland.
Anunciaron al rey Etzel que la muy noble señora Crimilda se adelantaba hacia su reino; y desapareciendo de su alma todo el dolor, el rey salió al encuentro de la tan digna de honor.
Por el camino y delante del rey Etzel se veían caminar a numerosos grupos de guerreros cristianos y paganos que hablaban distintas lenguas y todos los cuales eran nobles guerreros. Iban suntuosamente al encuentro de los señores.
Caminaban muchos hombres de los Reuzen y de los Griechen. Los Polacos y los Walachos acudieron precipitadamente, cabalgando en buenos y ligeros caballos. No se ocultaban siguiendo su costumbre.
Del país de Kiewe se veían muchos guerreros y también salvajes del Peschenege. Estos eran muy diestros en disparar el arco a los pájaros al vuelo, lanzando sus flechas al blanco con prodigioso acierto.
A orillas del Donau en el Oestereicherland hay una ciudad llamada Tuina. Allí aprendió Crimilda muchas extrañas costumbres que jamás había visto. Allí fue recibida por muchos a quienes había de causar grandes males en el tiempo venidero.
Precediendo al rey Etzel cabalgaban un ejército escogido, alegre y rico, magnífico y numeroso compuesto de veinte y cuatro príncipes ricos y de elevado nacimiento: no deseaban otra cosa que ver a su reina.
El señor Ramungo del Walanchenland iba el primero con setecientos hombres que avanzaban como los pájaros voladores. Les seguía el príncipe Gibek con muchos valerosos guerreros.
Hornbogo, el rápido, dejó atrás al rey para salir al encuentro de su esposa con mil hombres que lanzaban agudos gritos como en su país se acostumbraba. El príncipe de los Hunos caminaba también con mucha rapidez.
El fuerte Hawart de Tenemarke seguía después, e Iring el rápido, incapaz de traición, e Irnfrido de Duringa, hombre muy valeroso, todos los cuales recibieron a Crimilda para hacerle los honores, con mil doscientos hombres en apretadas filas. Iba después el héroe Blodel, hermano de Etzel, con tres mil guerreros del Huneland: este se adelantó altivamente hasta el sitio en que estaba la reina.
Llegaba el último el rey Etzel y el señor Dietrich con todos sus héroes, entre los que se veían magníficamente equipados muchos nobles guerreros fuertes y también buenos. Al ver esto se elevó el ánimo de Crimilda. Así dijo a la reina el noble Rudiguero:
—Señora, aquí es donde debo recibir al poderoso rey. Dad un beso a los que yo indique, porque no podéis recibir del mismo modo a todos los guerreros de Etzel.
Ayudaron a descender de su hacanea a la reina; el rey Etzel no esperaba otra cosa; echó pie a tierra de su caballo y con todos sus amigos se adelantó lleno de alegría hacia Crimilda.
Dos opulentos príncipes, según nos han dicho, iban a los lados de la señora llevando magníficos trajes cuando el rey Etzel se adelantó a su encuentro y cuando ella lo recibió con afectuosos besos.
Ella separó sus velos; sus magníficos colores brillaban más que el oro que la adornaba. Había allí muchos hombres que decían que la señora Helke no había sido tan bella. A su lado estaba Blodel, el hermano del rey.
Rudiguero, el rico margrave, le dijo que los besara y también al rey Gibek y Dietrich que estaban presentes: también besó a doce guerreros del rey Etzel, distinguiendo con un afectuoso saludo a los demás caballeros.
En tanto que el rey Etzel permaneció al lado de Crimilda, los jóvenes guerreros hicieron lo mismo que en nuestro tiempo y en nuestro país; se entregaron a alegres juegos; esto hacían y los cristianos y los paganos observaban sus costumbres.
¡Cómo los caballeros guerreros de Dietrich hacían volar por encima de sus escudos las astas de sus lanzas rotas en su férreas manos! A los golpes de los Tinschem quedaron agujereadas las planchas de muchos escudos.
Desde lejos se percibía el ruido de las lanzas rotas. Todos los guerreros del país habían ido y también los huéspedes del rey, hombres muy nobles. Al fin, el rico rey marchó con la reina.
Allí cerca se alzaba una suntuosa tienda; en el campo se veían numerosas cabañas formadas con ramas, donde debían reposar de las fatigas. A ellas llevaron los héroes muchas hermosas jóvenes, siguiendo a Crimilda la reina, que se sentó en un trono guarnecido de rica tela: el margrave se había apresurado a procurar que fuera bello y bueno. Se veía al rey Etzel en grande alegría y placer.
No sé lo que dijo entonces; entre sus temblorosas manos tenía las blancas de la reina; estaba sentados amorosamente, pero el héroe Rudiguero no permitió al rey que demostrara su amor a Crimilda a solas.
Hicieron cesar los torneos; con honor terminaron aquellas hazañas. Los que habían acompañado a Etzel se dirigieron a las tiendas donde a todos se proporcionó alojamiento.
La noche estaba próxima y todos se entregaron al descanso hasta que se vio brillar la aurora. Entonces muchos héroes se dirigieron hacia sus caballos. ¡Oh!, ¡cuántos juegos se verificaron en honor del rey!
El príncipe de los Hunos mandó preparar todo. Desde Tuina, fueron a la ciudad de Viena, donde hallaron a muchas señoras con vistosos trajes. Ellas recibieron con grandes honores a la esposa del rey Etzel.
Todo lo que pudiera desear estaba allí preparado para su uso. Muchos héroes manifestaban su contento lanzando alegres gritos. Se alojaron y dieron principio las bodas del rey con la mayor satisfacción.
No todos pudieron alojarse en la ciudad; a los que no eran extranjeros suplicó Rudiguero que se alojaran en los lugares vecinos. Pienso que el rey se veía siempre al lado de Crimilda.
Dietrich, el héroe, y muchos otros guerreros estaban sumamente ocupados para distraer a sus huéspedes; Rudiguero y sus amigos se entretenían en alegres juegos.
El día de Pascua se celebró la boda del rey Etzel con Crimilda en la ciudad de Viena. Pienso que con su primer marido no había tenido a su servicio tantos hombres.
Por sus regalos se dio a conocer con aquellos que no habían podido verla. Muchos de entre ellos dijeron a los extranjeros:
—Nosotros creíamos que Crimilda carecía de bienes y con sus regalos nos hacer ver grandes maravillas.
Las bodas duraron siete días. Creo que las de ningún rey fueron tan ricas y magníficas o a lo menos lo ignoro; todos los que estaban allí tenían vestidos nuevos.
Ella no tuvo nunca en el Niderland tantos guerreros; también pensó que Sigfrido, con sus cuantiosas riquezas, no tuvo a su servicio tantos nobles guerreros como veía junto a Etzel.
Nunca hubo un rey que en sus bodas diera tan ricos mantos, grandes, fuertes y vistosos, ni tan buenos vestidos como fueron dados por orden de Crimilda a todos los que los querían.
Sus amigos y los extranjeros fueron tan generosos que no economizaron sus bienes: lo que cada cual quería le era dado; más de un héroe se despojó con gusto hasta de su vestido.
Crimilda pensó en el tiempo en que al lado de su noble esposo estaba en el Rhin: las lágrimas humedecieron sus ojos, pero las secó para que nadie pudiera verlas. En compensación de sus pasados dolores recibía grandes honores.
Por grande que fuera la generosidad de cada uno, no lo era tanto como la de Dietrich: él regaló todo lo que le había dado el hijo de Botelungo. También hizo maravillas la mano del opulento Rudiguero.
El príncipe Blodel del Ungerland hizo obsequios con la plata y el oro contenido en muchos cofres que mandó vaciar. Los héroes de aquel rey pasaban la vida en grande alegría.
Los músicos del rey Werbel y Schwemmel ganaron cada uno (según pienso) más de mil marcos en aquella boda en la que la hermosa Crimilda ciñó la corona al lado de Etzel.
A la decimoctava mañana los héroes partieron de Viena. En los torneos quedaron rotos muchos escudos por las lanzas que blandían las guerreros. El fuerte Etzel se encaminó hacia el Huneland.
En Heinburgo la antigua, pasaron la noche. Nadie puede figurarse con cuanta ostentación caminaba aquella tropa a través del país. ¡Oh!, ¡cuántas hermosas mujeres iban a encontrar en su patria!
En Misemburg la rica se embarcaron. El río en toda la distancia a que alcanzaba la vista se veía cubierto de hombres y caballos de modo que parecía la tierra. Las cansadas mujeres pudieron reposar allí.
Amarraron juntos muchos buenos bajeles de modo que todos estuvieran libres de las olas y de las corrientes: encima se armaron cómodas tiendas y estaban lo mismo que si se hubieran hallado en una campiña.
Estas noticias llegaron a la ciudad de Etzel y los hombres y las mujeres se alegraron. El acompañamiento que en otro tiempo sirvió a Helke, país después felices días al lado de Crimilda.
Allí estaba muchas nobles vírgenes que después de la muerte de Helke no habían sentido el corazón alegre. Siete hijas de reyes encontró allí Crimilda, cuya belleza era gala del país de Etzel.
Dirigía aquel acompañamiento la joven Herrat, sobrina de Helke, rica en virtudes, esposa de Dietrich y descendiente de un noble rey, pues era la hija de Nentvveino; más adelante recibió grandes honores.
Con la llegada de los extranjeros experimentó grande alegría; grandes preparativos se habían hecho para recibirlos. ¿Quién podrá decir la vida que después llevó Etzel? Los Hunos no habían vivido tan bien en tiempo de la otra reina.
Cuando el príncipe con su esposa abandonaron la orilla, dijéronle los nombres de aquellos nobles, a los que saludó con afecto. ¡Con cuánta dignidad ocupó el puesto de Helke!
Todos le ofrecían sus leales servicios. La reina distribuyó oro y vestidos, plata y piedras preciosas; dio todo lo que había llevado al Huneland desde su país.
Por esto desde entonces, todos los parientes del rey y sus guerreros les estuvieron sometidos de tal modo que Helke no tuvo tanto poder como disfrutó Crimilda hasta su muerte.
Era tan alegre la vida en la corte y en todo el país, que en cualquier tiempo se hallaban diversiones con arreglo al gusto de cada cual; esto era resultado de la generosidad del rey y de la bondad de la reina.